LLEVO HORAS TRATANDO
DE REGRESAR
Llevo horas tratando de regresar las piezas a su
sitio
atando el fardo
volviendo el contenido a la
manga.
La gelatina cuaja en las cerraduras.
Gira un coleóptero rojo.
Una hoja fresca cae desde la turgencia de su labio
inferior.
Es el momento en que el azul oscuro trinca los
espacios de la alcoba.
Tiende los brazos como la sombra de un cristo
orina
respira
cojea
tose.
Los dibujos sobre la cama se arrancan uno a otro
separan las canicas
de sus ganglios
por tamaños, colores y consistencias.
Rosas purpúreas saltan de sus bocas.
LA MIRADA RUEDA COMO UN CARRO
La mirada rueda como un cacharro
se vuelve cajetilla vacía.
Abraza las rodillas al estómago
con todas las muecas indóciles de la
enfermedad,
boquea espeso,
jadea,
guarda los brazos bajo la
bata.
SUMERGE SUS DEDOS
Sumerge sus dedos para comprobar la tibieza del
cultivo
no hay nada de especial en el frasco salvo un vapor
dulzón,
tiembla por ese recuerdo de su colección de bolas y
botones
aspira hasta llenarse
aprieta los labios para darse el valor y permanecer
al filo del lienzo
cierra los ojos con la fe del último esfuerzo
se contiene
se columpia
tiembla por las veces en las que sin causa aparente
tiembla por las manos volteando los ojos en
las escaleras.
¿Escuchas?
son las voces que vienen del túnel
y que se le adherían a medida que iba creciendo,
canciones parcas.
El dolor, en este punto, no es más que un cosquilleo
raquídeo
o levedad suspendida en vasijas comunicantes.
Ya no hay recuerdos
sólo ese susurro interminable de los olvidos
como en un velorio…
LAS
ANTIGUAS DE MÍ MISMA
Las antiguas de mí misma
deben haber muerto
en fibras blancuzcas,
en aserrines
tropezándose en sus mismos pies,
ahorcándose en sus propios brazos.
Las otras de mí
deben haberse contenido el peso de las pupilas
en los pañuelos de sangre,
deben haberse colgado en los muros
a desgajarse el pellejo a piedras.
Encuentro que estoy hecha de fríos
como las otras
lo sé porque el dolor de vivir
se me ajusta a la espalda
y me circula como un hematoma negro.
Voy oscura, descalza
como si ya me hubiera unido a las sombras para
siempre
como si ya hubiera vivido siempre
trago cuchillos,
me deleito sorbiendo agua sal por las ternillas
hasta llenarme el estómago,
hasta volverme cianótica.
El dolor es una especie de éxtasis:
lloro detrás de la cortina
y me gusta cómo mis lágrimas se van espesando.
Es como haber ingerido solvente.
¿Hasta cuándo podré reír?
no puede existir un placer tan gratificante
como el dolor que me abunda.
¿Hasta cuánto fuego podré tolerar?
Estoy hecha de eritemas
como quien guarda alacranes en el cajón
y se los traga
y deja que lo piquen hasta hacerse inmune.
No hay poción, ni raticida para el dolor
solo me queda apretarlo hasta que de tanto
apretarlo
me vuelva insaciable.
Sin embargo
hoy no estás y eso si es insalvable
es una nueva mutación del dolor.
Las otras de mí deben haberse colgado en los
muros
y despellejado a piedras. |