ANDO

Llanto de ayer con el invierno congelAndo lágrimas.

Llanto de ayer escalAndo los muros del olvido.

Llanto de ayer tratAndo de aspirar en el ahogo.

Llanto de ayer lavAndo culpas propias y ajenas.

 

Risa de hoy y el verano sembrAndo el sol.

Risa de hoy con las manos llenAndo búcaros de flores.

Risa de hoy esperAndo la voz que me reclama.

Risa de hoy enviAndo un soneto hacia tu alma.

 

Ando con vos recuperAndo la memoria,

Ando con vos clamAndo a gritos otra historia.

Ando con vos derramAndo besos sin medida.

Ando con vos y creo que otra vez estoy AMANDO.

 

 

 

AZULES

Mi brújula señala otro norte, y estoy alejándome del hoy.

Ave Fénix que alza vuelo, con montura, riendas de plata

y negras alas renacidas en azul.

 

Se acerca el fantasma de Ícaro

con las suyas quemadas por aquella audacia solar,

y creo ver en los ojos sin pupila, un ¡Perdón por no ayudarte!

  

Dejo atrás el ayer de tormentas y huracanes.

  

Allá abajo están tus ganas de enlazar mi vuelo,

y el silbido del lazo rompe la armonía del silencio.

 

Suavemente muevo las riendas,

lo dejo pasar,  te ignoro y sigo el viaje.

 

Al alejarme puedo verme reflejada en el espejo del lago.

  

Veo mi cara sonriendo,

en mi pelo se enredó un penacho de plumas azules,

mi cuerpo cansado está pintado en sol mayor,

renací otra vez de entre mis cenizas

y mi graznido es un grito por la libertad recuperada.

 

 

DESOLACIÓN EN BLANCO Y AMARILLO

Fue todo el sol

y todo el aire.

 

Fue placer y agonía.

Margaritas blancas deshojadas en preguntas y

renacidas en ramos blancos y amarillos.

 

Fue tal vez, la medida exacta del amor,

o quizás el despropósito de la pasión descontrolada.

 

Fueron también penumbras y sollozos,

torrentes de agua en cataratas de lágrimas.

 

Fue sólo el espejismo de la dicha,

vivida y apurada en un corto minuto.

  

Eso y mucho más, fue Él,

elegido entre cientos,

para ser ayer, hoy y siempre,

mi amado imperfecto,

aquel que dibujó en mi cara

al mismo tiempo la risa y el llanto,

aquel que colocó alas en mi espalda,

logrando que yo, una simple mujer,

pudiera volar sin meditar el riesgo.

Alas, ansiosas buscadoras de su amor,

fui Ícaro volando hacia Él,

transformado en un sol de fuego,

tratando de llegar, quemándolas.

Y en una caída irremediable,

con un brutal golpe

sobre el camino, quedaron sin vida

los ramos blancos y amarillos

de las otrora margaritas renacidas.