N.º 59

ENERO-FEBRERO 2009

4

   

 

 

   

HUELLAS DE SILENCIO

Por Antonio Solero Arias

    

    

Me levanté.

Oí tu voz descalza y no pude evitar seguirla.

Me adentré más allá de una espesa niebla azul,

como tus ojos,

como tu pena.

Porque no es verdad que la tristeza sea gris.

La tristeza es del color del alma.

Y tu alma era azul, o al menos así la recuerdo.

  

Caminé largas horas sin ver adónde iba.

Yo sólo seguía tu voz, como lo hice siempre.

Como te prometí aquella tarde

cuando te besé largamente.

  

De pronto, la niebla se fue y me vi solo frente a un espejo.

Mojado por las invisibles gotas azules

que dejaron tu voz en el silencio.

Lleno de una extraña tristeza azul que respiré en la niebla.

Estaba cansado, pero me sorprendió la imagen que encontré en el espejo.

Cómo yo había cambiado tanto en tan poco tiempo.

Cómo lloraba sin querer lágrimas que volaban hacia el recuerdo.

Donde tú estás, desde dónde me llamas cada tarde como siempre.

  

Y pensando en tus recuerdos,

llorando

silenciosamente,

me senté.

   

*   *   *   

   

Lentamente

te iré dejando

pequeños rastros de luz

por el camino;

inequívocas huellas

de mi paso

por este mundo,

para que tú,

y sólo tú,

sepas hacia dónde me dirijo.

  

Te iré dibujando

con los dedos

un sendero oculto en esta niebla.

Y tú, mágica y luminosa,

irás siguiendo

las huellas de mi silencio,

visibles únicamente ante tu voz.

  

Me seguirás,

vendrás caminando

lentamente,

observando a cada paso

cómo me voy transformando

ante ti:

En una sola voz,

en un lejano eco,

en un silencio infinito.

En nada.

  

*   *   *  

  

Ya está todo dicho.

Lo siento.

¿Qué importa ya seguir hablando?

¿Para qué?

¿Con qué sentido?

Da igual lo que sienta, lo que piense.

Da igual todo, pues ya todo ha sido dicho

alguna vez.

Todo ha sido amado

alguna vez.

Y ya nada será lo mismo.

Te podré amar en silencio

hasta el fin de mi vida.

Te podré escribir a gritos lo que siento

cuando me miras

alguna vez,

y me sonríes

siempre con dulzura.

Da igual.

Te amaron antes de mí otros hombres

Otros labios besaron tu amor antes que los míos.

No importa.

Todo el amor ya se ha vivido.

Y ya está todo dicho.

Aunque vea en tu sonrisa amaneceres brillantes

y a tu lado sienta que el corazón me arde.

Lo siento.

   

*   *   *    

    

Yo siento que estoy vivo cada mañana cuando me nombras.

Cuando tu voz dulce provoca mi resurrección.

Yo siento que estoy vivo cuando me besas,

cuando pones tu mano sobre mi pecho

dibujando la luz que entrará por la ventana.

  

Estoy vivo cuando me besas

y siento sobre mis labios el calor de un sol aún ausente,

y un amor tan convencido como el que destella en tu mirada.

Pero cuando te vas cada mañana, cuando me dejas,

apenas existo.

  

La gente me ve vivo porque mi cuerpo respira

y porque en mi corazón aún llamean pequeñas partes de ti

que voy robando

sin querer

en cada beso.

  

Y deseo, desde esa pequeña muerte, que regreses pronto,

que me devuelvas el aliento que llevas entre los labios,

que me devuelvas la vida que ahora llevas guardada bajo tu sombra.

   

*   *   *   

   

Cuando callen las estrellas.

En el mismo momento en que la noche pierda su nombre y lo olvide.

Cuando el rocío deje de acariciar los pétalos de tus labios mientras sonríes.

Dejando a la luna sin aire, solitaria de luces en los cielos sin alma.

Puro infinito, el todo vacío, el olvido de nadie...

Y sin tener más silencio que el de su presencia,

                                                               ni más palabras que las de tus labios.

Cuando por fin se confundan los perfumes en el aire.

Volando, llorando... y sin estrellas.

Su silencio hará que mis palabras atraviesen el infinito

                                                               y se pierdan para siempre.

Todo se perderá, lo sé, pero aún quedará su presencia.

La nada se llenará de vacío, y sobrará el aire,

ese aire que ahora se derrama entre la lluvia.

La lluvia que ahogará a las estrellas que callen para siempre.

Recordarán sus guiños a oscuras y sus lejanas sombras.

Buscarán su reflejo en el mar y no se encontrarán tras él,

mirarán las palabras que dijeron y nadie escuchó,

las que se esconden en la bruma cuando nadie las ve.

No se sentirá su ausencia ni su silencio.

Y nadie más se amará, pues no quedarán palabras

cuando callen las estrellas.

  

    

              

              

   

   

Antonio Soler Arias (Málaga, 1983) comenzó a los 15 años a escribir sus inquietudes y pensamientos sobre un papel. Poco a poco se dio cuenta de que le resultaba mucho más fácil expresarse en silencio frente a un escritorio que con su propia voz. Desde bien temprano estuvo influenciado por Pablo Neruda y su poesía amorosa, lo que le ha llevado, con el paso del tiempo, a descubrir a otro grandes poetas, como Salinas, Ángel González o José Hierro. Cursó los primeros años de Filología Hispánica en la Universidad de Málaga y, posteriormente, realizó un Ciclo Formativo de grado Superior de Informática. En la actualidad trabaja como técnico, lo que no ha impedido que siga escribiendo e interesado por la literatura, su verdadera pasión y su refugio de sueños.

   

   

GIBRALFARO. Revista Digital de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año VIII. Número 59. Enero-Febrero 2009. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2009 Antonio Soler Arias. © 2002-2009 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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