Me
levanté.
Oí tu
voz
descalza
y no
pude
evitar
seguirla.
Me
adentré
más allá
de una
espesa
niebla
azul,
como tus
ojos,
como tu
pena.
Porque
no es
verdad
que la
tristeza
sea
gris.
La
tristeza
es del
color
del
alma.
Y tu
alma era
azul, o
al menos
así la
recuerdo.
Caminé
largas
horas
sin ver
adónde
iba.
Yo sólo
seguía
tu voz,
como lo
hice
siempre.
Como te
prometí
aquella
tarde
cuando
te besé
largamente.
De
pronto,
la
niebla
se fue y
me vi
solo
frente a
un
espejo.
Mojado
por las
invisibles
gotas
azules
que
dejaron
tu voz
en el
silencio.
Lleno de
una
extraña
tristeza
azul que
respiré
en la
niebla.
Estaba
cansado,
pero me
sorprendió
la
imagen
que
encontré
en el
espejo.
Cómo yo
había
cambiado
tanto en
tan poco
tiempo.
Cómo
lloraba
sin
querer
lágrimas
que
volaban
hacia el
recuerdo.
Donde tú
estás,
desde
dónde me
llamas
cada
tarde
como
siempre.
Y
pensando
en tus
recuerdos,
llorando
silenciosamente,
me
senté.
* *
*
Lentamente
te iré
dejando
pequeños
rastros
de luz
por el
camino;
inequívocas
huellas
de mi
paso
por este
mundo,
para que
tú,
y sólo
tú,
sepas
hacia
dónde me
dirijo.
Te iré
dibujando
con los
dedos
un
sendero
oculto
en esta
niebla.
Y tú,
mágica y
luminosa,
irás
siguiendo
las
huellas
de mi
silencio,
visibles
únicamente
ante tu
voz.
Me
seguirás,
vendrás
caminando
lentamente,
observando
a cada
paso
cómo me
voy
transformando
ante ti:
En una
sola
voz,
en un
lejano
eco,
en un
silencio
infinito.
En nada.
* *
*
Ya está
todo
dicho.
Lo
siento.
¿Qué
importa
ya
seguir
hablando?
¿Para
qué?
¿Con qué
sentido?
Da igual
lo que
sienta,
lo que
piense.
Da igual
todo,
pues ya
todo ha
sido
dicho
alguna
vez.
Todo ha
sido
amado
alguna
vez.
Y ya
nada
será lo
mismo.
Te podré
amar en
silencio
hasta el
fin de
mi vida.
Te podré
escribir
a gritos
lo que
siento
cuando
me miras
alguna
vez,
y me
sonríes
siempre
con
dulzura.
Da
igual.
Te
amaron
antes de
mí otros
hombres
Otros
labios
besaron
tu amor
antes
que los
míos.
No
importa.
Todo el
amor ya
se ha
vivido.
Y ya
está
todo
dicho.
Aunque
vea en
tu
sonrisa
amaneceres
brillantes
y a tu
lado
sienta
que el
corazón
me arde.
Lo
siento.
* *
*
Yo
siento
que
estoy
vivo
cada
mañana
cuando
me
nombras.
Cuando
tu voz
dulce
provoca
mi
resurrección.
Yo
siento
que
estoy
vivo
cuando
me
besas,
cuando
pones tu
mano
sobre mi
pecho
dibujando
la luz
que
entrará
por la
ventana.
Estoy
vivo
cuando
me besas
y siento
sobre
mis
labios
el calor
de un
sol aún
ausente,
y un
amor tan
convencido
como el
que
destella
en tu
mirada.
Pero
cuando
te vas
cada
mañana,
cuando
me
dejas,
apenas
existo.
La gente
me ve
vivo
porque
mi
cuerpo
respira
y porque
en mi
corazón
aún
llamean
pequeñas
partes
de ti
que voy
robando
sin
querer
en cada
beso.
Y deseo,
desde
esa
pequeña
muerte,
que
regreses
pronto,
que me
devuelvas
el
aliento
que
llevas
entre
los
labios,
que me
devuelvas
la vida
que
ahora
llevas
guardada
bajo tu
sombra.
* *
*
Cuando
callen
las
estrellas.
En el
mismo
momento
en que
la noche
pierda
su
nombre y
lo
olvide.
Cuando
el rocío
deje de
acariciar
los
pétalos
de tus
labios
mientras
sonríes.
Dejando
a la
luna sin
aire,
solitaria
de luces
en los
cielos
sin
alma.
Puro
infinito,
el todo
vacío,
el
olvido
de
nadie...
Y sin
tener
más
silencio
que el
de su
presencia,
ni más
palabras
que las
de tus
labios.
Cuando
por fin
se
confundan
los
perfumes
en el
aire.
Volando,
llorando...
y sin
estrellas.
Su
silencio
hará que
mis
palabras
atraviesen
el
infinito
y
se
pierdan
para
siempre.
Todo se
perderá,
lo sé,
pero aún
quedará
su
presencia.
La nada
se
llenará
de
vacío, y
sobrará
el aire,
ese aire
que
ahora se
derrama
entre la
lluvia.
La
lluvia
que
ahogará
a las
estrellas
que
callen
para
siempre.
Recordarán
sus
guiños a
oscuras
y sus
lejanas
sombras.
Buscarán
su
reflejo
en el
mar y no
se
encontrarán
tras él,
mirarán
las
palabras
que
dijeron
y nadie
escuchó,
las que
se
esconden
en la
bruma
cuando
nadie
las ve.
No se
sentirá
su
ausencia
ni su
silencio.
Y nadie
más se
amará,
pues no
quedarán
palabras
cuando
callen
las
estrellas.