UN ORGASMO QUE GANAR
«Mi táctica es hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible.»
MARIO BENEDETTI
Podría intentar una sextina erótica,
de la lengua, cuando explora,
arriesgar un soneto,
con las humedades incendiadas
improvisarle carne a una loa,
auxiliarme en la hipérbole e hilvanar
placeres de leyenda.
¿Quién sabe?
Quizá la resulta no fuera mala del
todo,
con un poco de suerte, tampoco mera
fantasía.
Podría intentar hacerlo tan
escandaloso
que ruborizara a la mismísima
Xochiquétzal,
enloquecerlo con onomatopeyas,
anástrofes dionisiacas y
lubricidades,
pleonasmos ardientes,
un polisíndeton excitado,
anáforas delirantes,
y el ritmo, absolutamente
desenfrenado,
digno de asfixiar puntos suspensivos
y censuras:
pareados, cuartetos, sextillas…
Todo un alboroto.
Una apasionante algarabía.
Podría intentarlo…
El problema son sus ramificaciones
más salvajes,
las ligaduras que están cerca de
sucumbir:
hoy casi son una nostálgica elegía.
Tristes tendrían que ser las voces de
su composición.
¿Cómo hacer gozosas rimas?
Si aun cuando a sus ancestros les
debemos el placer,
se extingue el fuego entre reptiles.
Sólo versos fúnebres para la pasión
enroscada de las anacondas,
y sus lenguas bífidas incitando al
romance,
y la fragancia que las mantiene
retorciéndose enardecidas.
Penosos vocablos narrarán el sentido
bifurcado del lagarto gila,
lastimeros, el contoneo rítmico de
dos salamandras,
de la noche en que copulan, de la
tierra en que se abrazan.
Por el momento, no puede ser de otra
manera…
Desconsoladas poesías tendrían que
ser.
Sólo tristeza y muerte el capital
está enraizando,
las humedades se secan, el glaciar se
evapora,
la lluvia ácida todo lo quema y se
une al NAPALM hambriento.
Y en las selvas la excitación de la
ley de oferta y demanda somete,
y su expansión todo lo desertifica,
todo lo arrasa.
Y la ley de la mayor ganancia en los
mares mancilla.
Y todo lo enajena y todo lo corrompe.
Para la vida y el placer,
naturalmente,
sólo harían falta secreciones y
bamboleos,
pero hoy es tan incierto el arco iris
del sexo y sus ramas salvajes,
que pronto no se podrá escribir, sino
en tiempo pasado,
de caricias sobre el lomo, trompas y
hocicos entrelazados,
miradas insinuantes, correteos…
No habrá más encendidas romanzas
salvajes,
no coloridas plumas, no seductores
vuelos.
Si así siguen las cosas, en pasado
también se hablará
del aroma a hembra yaguar ungido en
los árboles,
de su seductor tornear el cuerpo
sobre la tierra,
del rugido penetrante y el seseo.
Ni sextina erótica,
ni soneto,
ni placeres de leyenda.
Si en este momento intentara un
cantar a las delicias del deseo,
no podría ser una rapsodia amorosa,
ni novela de fuego: epitalamio sería.
Incluso de cualidades dulces,
construida con delicadas
insinuaciones,
y aunque perfumara rimas y
voluptuosidades,
y escribiera verso de pie quebrado a
los cuerpos cavernosos.
Y aunque adornara letras y flujos y
gemidos y vaivenes…
y de las contracciones de membrana
hiciera metáforas puras….
Aun cuando con esmero cultivara un
perfecto castellano;
y aprendiera reglas gramaticales,
recursos literarios,
ortografía.
Aun con palabras rimbombantes:
sería un epitalamio, triste como
elegía.
Entonces, el problema: ocultar las
verdaderas relaciones.
Y…
¿Con qué eufemismo suavizaría la
relación carnal,
entre un macho proveedor y “SU”
hembra-esclava
[doméstica-objeto sexual?
¿Y las relaciones de producción
obrera-patrón?
¿De dominación trabajadora de la
tierra-cacique?
¿Y las relaciones empleada
doméstica-patrona?
¿Y las de un cuerpo que pare y cría
fuerza de trabajo
y aquel que lo golpea y humilla?
¿Con qué eufemismo?
¿Cómo se ocultan las relaciones:
acumulación del dolor-desacumulación
originaria de capital?
¿Y las diferencias entre ser atacada
por frivolidades de palacio,
o ultrajada por militares en la
montaña?
¿Y la pornografía?
¿Y el canto de gesta que componen las
[presunciones fálicas de un General?
¿Y las ansias descontroladas de esa
red
[internacional de pederastas que se
llama “Clero”?
¿Y los trabajos de mujer que se
cuentan en “horas-hombre”?
¿Y sus sudores que se malbaratan o
niegan?
Si hiciera el intento…
si intentara poetizar al erotismo,
tendría que esmerarme:
cultivar palabras y silenciarlas,
aprender a disfrutar dolores de
corazón versificado en cabo roto,
extirparle a las letras la sangre y
carne y la humanidad y el sentido.
En este momento, no podría ser de
otra manera:
con sílabas aumentar los senos, hasta
convertirlos
[en ¿verso de arte mayor?
Utilizar un zeugma simple que
redujera abultamientos de abdomen,
nuevos tropos literarios
incrementando el volumen de las caderas,
una sinalefa para estrechar cinturas,
y, a toda costa,
evitar figuras de diálogo y
argumentación.
Hoy no puedo escribirlo.
Sería un garabato sobre relaciones
carnales de
[un hombre y “SU mujer”,
o de los deseos reprimidos de una
esposa, de la “señora de…”,
o del cuerpo de “puta” a quien sólo
le respetan el apellido paterno.
¡No quiero!
¿Para qué escribir el epitalamio que
cante a la “unión” y reproducción
del hombre que, para intercambiar en
el mercado, sólo
[tiene su fuerza de trabajo…
y la de “SU esposa” y la de “SUS
hijos”?
¿Cómo ocultar la relación:
monogamia-proceso
[de extracción de plusvalía?
¿Y el contrato matrimonial con el
desasosiego?
¿Y las mujeres que para amarse
refugian la piel en un escondrijo?
¿Y el hombre asesinado porque con
otro hombre compartió el placer?
¿Y los desprecios y explotaciones que
cuando
[de es mujer se multiplican?
Hoy no puedo escribirlo.
No quiero.
No habría forma para adornar un
deleite que no puede ser sincero,
si se trata de olvidar que se
revuelcan algunos sobre el lujo,
tragando sudor ajeno.
Hoy no.
Serían genitalidades en sí y no
erotismo para sí.
Porque nunca es natural un
apareamiento en cautiverio.
Ni en un bosque tropical al que
exprimen la ganancia
[y sólo muerte dejan.
Ni en los satíricos hedores de la
especulación.
Ni sometida a los arpones mordaces
del monopolio.
En este momento, no podría ser de
otra manera.
Terminaría negando la alfaguara del
placer,
y la palabra de antiguas rocas que
cuentan sensualidades humanas.
Y olvidando las opresiones que,
mientras se estancaba el paso
trashumante,
desnaturalizaron al menstruo.
Tendría que esconder, entre
renglones,
las propiedades privadas que nacieron
sobre muslos y herramientas
cuando el ser humano se arraigo, como
las semillas, en la tierra.
No quiero escribirlo hoy,
ahora que la mujer y sus cadencias
tienen precio
y en el mercado se descontinuó el
corazón al fémur de hombre.
Y está extinguiendo los amores,
y cuando penetra sólo deja marea
negra,
y manantial intoxicado,
y sabanas destruidas,
y arrecifes derrumbados.
Y dolencias…
y exhumanos.
Hoy no puedo escribirlo:
tendría que amputarle la tibieza.
Hasta que se unan en cópula perenne
el erotismo y la esperanza,
y aticen con sus placeres las
horas-fuego.
Y les arrebatemos nuestro cuerpo:
desprivaticemos las caderas,
quitemos el “género” y el número al
goce…
y lo androcéntrico a los besos.
Hoy no quiero,
primero tenemos que expropiarles la
poesía,
abolir las horas-hombre, convertirlas
en horas-ternura,
anular incrustaciones, colonialismos
y celibatos,
sermones, virginidades,
nacionalismos, reprimendas.
Primero tenemos que suprimir la
perversión del plusvalor…
Desposeerles los medios para producir
y reproducir satisfacciones,
y perder lo único, las cadenas:
extirpar este epitalamio coreado por
capitalistas y patriarcas.
Si ahora sólo se riman amarguras y
miserias y horrores.
Si todos los endecasílabos son
sangrientos.
Hoy no me da la gana escribirlo…
A menos…
que tu vientre el pergamino sea,
y que nuestros placeres de carne y
corazón y esperanza,
una barricada de amor inflamen.
A menos…
Que sobre tu cuerpo sea,
y que unidad táctica de humedades y
de sueños sea.
EL CAMINO DE LA MONTAÑA
«No confundir, somos poetas que escribimos
desde la clandestinidad en que vivimos.
No somos, pues, cómodos e impunes anonimistas:
de cara estamos contra el enemigo.»
ROQUE DALTON GARCÍA
A la montaña me trajo el dolor,
el himplar que se extingue de un
yaguar,
el alarido en la quebrada,
los desgarrones de los días,
sollozos de niña por el camino,
huellas de mujer por las veredas.
A la montaña me trajo el dolor,
la noche que noche no es,
un lamento desbordante en la cañada,
la espalda del uyar ztotzok,
el rezumar de primavera desterrada.
A la montaña me trajo el dolor,
el llamado entristecido de la muerte,
lontananza menstruando el
sufrimiento,
arrebatada una sonrisa,
la milpa sumida en desolación.
El dolor me trajo a la montaña,
martirizada la luna,
destazado el arco iris en la tierra,
no llegó el beso del girasol.
A la montaña me trajo el dolor,
los versos libres despojados al
nacer,
saqueadas las alas, zarandeado el
cuerpo,
roto el pincel.
Descalza, desnuda,
zaherida por la espalda la esperanza.
A la montaña me trajo el dolor,
buscando el rugido en la mirada,
hurgándole a las piedras un retazo de
alegría,
la ternura que quedó despellejada.
Como al desplazado,
como la que sufre eterno exilio,
como un maldecido lagarto
chorreando sangre por los gemidos.
Como la mariposa se revuelca en la
red del cazador.
Así me trajo a la montaña.
Me trajo a la montaña el dolor. |