ubo un hombre que bautizaba con lluvia las cosas
que los hombres no ven y olvidan en torpes
basurales de máscaras.
Murmuración de herejías en el jardín fabuloso.
Que haya luz y expansión de criaturas sobre lo
seco. Las zanjas de la pérdida después —sólo
después— se abrirán por los hallazgos.
Así, las vísperas del tiempo muestran la usura
al prisionero, la boca chorreante que ha de
comer a los hijos. Vorazmente, me rapta lo que
desecho. Camino por las aletas de un murciélago.
Salto en los vacíos que deja el corazón de la
conciencia. Escribo un idioma de médiums en la
corteza del grito. (Así es el acaso del
endechador tembloroso, delicado de calles
vinientes de la letanía.)
Yo no bajé a la tierra de los demacrados por
piedad. ¡Cómo saboreé cada pradera del
escalofrío, sin entregar ni exigir a mis
infiernos otros infiernos con momias de
incandescente cercanía! Yo no bajé a esa tierra.
Un autómata bendice el sol de mediodía con los
brazos en alto. Parece un féretro en el recinto
de las apariciones. Me dice y se suicida.
Se representa aquí un heroico teatro de
invocaciones: el oleaje liba y excava. La
gangrena del mundo fascina a quien la lame.
Juegos malabares para ocultar la esclavitud de
mi lengua en poesía, para revelarme ídolo y tabú
entre las dunas, ¿debo pasar a través de este
trasfuego de membranas? ¿Iluminar hasta el
aliento de mamífero con catecismo lila para el
salto?
Sucede así. Otros dejan que el viento los
maltrate y los arroje —al fin— como a las fieras
del circo.
Me hacen traer los instrumentos de desposesión:
¿lluvia encerrada en el bosque o tibia calavera
aguardando su corona?
Vacilante hoguera en el oasis desnudo, un
hombre. Un balbuceo de altar en el viento, quizá
las ruinas de ese balbuceo.
Entonces, el mundo se rodeaba de falsas monedas
(como falsas joyas), y quedaban satisfechos de
su espanto.
Habían pasado naciones, imperios, tribus,
desatinadas murallas de luto y de cenizas,
ejércitos de avispas, visiones de dulcísimos
monstruos arañando el asco de su desnudez,
cárceles de Gog y de Magog, vastas genealogías
de emoción y de tragedia.
Aun entre las telarañas del asco, te dejabas
vivir con la respiración delirante de los
matarifes. El animal articula su pregunta. Los
otros escarban muladares.
Desesperado encantamiento ante la gruta. ¿Pero
qué incesto de iguanas manipula tu boca?
Si me escribes, si te atreves a decir del tiempo
los escombros; de los muertos su palabra
insolente. Hormigueros para una metafísica en
tragedia.
Dépouillée.
La ceremonia se desnuda. De un linaje de
imprecaciones frías y temblores ardientes, nazco
a la historia.
—Miren, ése es un hijo de la luz; pero también
el testigo y el sirviente de esta traición que
conoces demasiado.
Santa Lucía de Syracusa, Enero de 2004.
*Este texto pertenece al libro La Noche
Desnuda de Rostro Ciego. |