recortes
finale con harapos.
era
descalza
pegándose al asfalto
la indigencia manoseada
tocando en la joroba de la puerta.
geométrica in situ
cuadratura muerta
sin hipotenusa
quiebra el nivel
dobla el apotegma
cae
ala de polígono
sin prolongaciones.
necrofilme
la noche es un cadáver
poseído por la playa.
spot
en lo profundo del espejo
yace el frío teorema de la mancha.
sudario sobre fondo gris
de pronto el suicidio de las hojas
llenó de luto los portales.
ausente
me dolió el cañaveral
cuando era el silencio niño
abrazado de pájaros
a la entrada de la tarde.
corazón de trapo
pobre corazón sin guantes
para atesorar la luz
en el ojal del recuerdo.
paisaje sin golpe
hoy se mudaron las olas
que lamían remolinos
de arena y hojarasca.
trapecio
la luna revienta el charco
que el borracho agranda
apenas sostenido
al estribo de la sombra…
in albis
la noche desembucha su evangelio
cuando mueren las luces
al final de la calle.
test
andamiado de vísceras
nubes de pájaros
corazón de metáforas
y abstracciones,
esperó a colgar su hazaña
en el mástil de las horas.
…
… … … …
LA INSOPORTABLE LONGITUD DEL NO
«Dime olvídame o deja de inclinar la torre y su
sonrisa…»
(Lezama)
El martillo incesante de los tiempos,
apenas microscópico relámpago,
no ha podido
carcomer la claraboya rugiente de luz pálida
por donde se parte a lo imposible,
a lo infinitesimal que olvida todo
en un punto marcado en el libro
con el pie o la mano hundiéndose.
Con las manos salvajemente viejas
Cuando a la tecla humana convenga dar delete
con la sonrisa apartada en lo impasible,
crujirá en exordio
el giroscopio roído por el viento.
Ya nunca
levantaremos las manos
borrasca en el espejo,
donde ayer te mirabas rasurado de ideas,
empapado en colonia de tu insomnio,
agrandando la aspereza de la corbata yerta,
arrebujado sobre un plazo apenas tuyo,
iniciado en la vigilia,
de la pared sin alas.
La siesta
Era la siesta en el verano
a la hora sublime
el claro para huir
la mansedumbre.
En el jardín, los lirios
y un dulzor de medio día
brotando del laurel
en la vereda.
Era en el transcurso
la callada voz
del centro que pugnaba…
en la cocina un tiempo de parálisis
y en el sueño el laberinto
con viejas ciudadelas sin reloj.
Era el sopor de las guanábanas
blandura de cuerpos y senderos,
delicia en el rosal todo capullo,
aquella anchura a descollar sin fecha
por temprana en el vitral...
y el sueño de los perros y los gatos
como de palabras tiernas.
Por las calles subían
las enredaderas;
en los portales, la benignidad
y las cornisas
brotaban del juego en la lisura
hasta el naranja ladrillo
vertido en cada oscilación de los sillones.
Un joven desnudo y brillante
de rostro frutal y ojos de arroz
con el cuerpo labrado de fogatas
caminaba siempre hacia la puerta.
(Extracto del poemario El Sopor de las
Guanábanas.) |