A todos los enfermos de Esclerosis Lateral
Amiotrófica.
27 de junio de 2007.
stabas preciosa bajo esa luz tenue que rozaba tu
frente con desvergüenza, resbalando por ella
hasta tu boca. Bajo la sombra que, desde hacía
meses, eclipsaba tu mirada… que entonaba en tus
ojos un bello y melancólico fado.
Sostenías la pizarra sonriente, sin perder de
vista mis ojos que, a pesar de tu empeño, se
negaban a caminar por horizontes ajenos a tus
labios. Que, anárquicos y teñidos de recuerdos,
desobedecían tus deseos, que obviaban, rebeldes,
llenos de antojo púber, el frío abecedario que
tú, frente a mí, sostenías en tus manos.
Mis pensamientos resbalaban por tu frente
limpia... sobre tus pómulos. Caían incorpóreos
uno a uno sobre ti, bebiéndose tu aliento, tus
ganas y mis ganas. Para regresar, tras unos
instantes, como tantos otros días, a mí. A este
cuerpo que cada día me es más distante, más
ajeno, pero que aún siento mío, al que aún
reconozco y amo.
No dejabas de sonreír, ignorante a mis visitas
diarias, cada día más continuas, al “País de
Nunca Jamás”. No quise decirte que había vuelto
a ser Peter Pan. Que esta vez no había perdido
mi sombra, aquella que te dije que había
extraviado cuando nos conocimos porque se fue
tras tus pasos, en el aire que movía tu caminar
pausado y vital…
Esta vez, había perdido mi cuerpo. Hacía meses
que volaba sin él sobre los aleros de tejas de
barro cocido, de rojo arcilla, ocultando mis
secretos, mis pesares, mis deseos y esperanzas,
en el acanalado de sus curvas, en el olor a vida
que desprendía el agua de lluvia que, tras las
tormentas del verano, empapaba su superficie
ondulada, esa lluvia que tanto echo en falta
sobre mi ropa, que dejó de resbalar por mi piel
el día que dejé de andar.
Desconocías que, antes de emprender mi vuelo por
la ventana, robaba tu risa, que atrapaba a
hurtadillas, como un adolescente pícaro y
atrevido, tus carcajadas. Las guardaba en el
laberinto de mis oídos, para espolvorearlas
sobre las esquinas oscuras de los barrios
marginales, sobre los rostros tristes de los
niños desamparados, sobre los gestos anochecidos
de las viudas, sobre la tristeza que empaña el
sentir de los desheredados. Que una vez más,
ella, tu risa, se había colado en el sentir de
otros que, también, como me sucedía a mí,
andaban desgranando sentimientos sobre
horizontes incorpóreos, inexplorados. Que había
conseguido viajar a los alféizares de sus
ventanas y apresar sus deseos más profundos. Que
tu risa era ese polvo de hadas que revivía los
sentidos, porque tú eras mi Campanilla y
Campanilla había conseguido curar a Peter Pan.
«La magia existe. Creo en la magia», decías. «La
Ciencia es magia», respondía yo. «Creo en la
Ciencia», insistía, mostrándote los avances de
mis estudios, de los estudios de otros que, como
yo, siguen creyendo que la imaginación es más
poderosa que el conocimiento. De otros que
viajan incesantemente, día tras día, al “País de
Nunca Jamás”, buscando aguja e hilo con los que
coser deseos que se hacen realidades cumplidas y
vividas. Porque allí, en el “País de Nunca
Jamás”, la magia es la realidad. |
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Antonia J. Corrales Fernández
(Madrid), administrativa de
profesión, comenzó a escribir en
1989 como correctora y con
artículos y viñetas humorísticas
en una revista profesional. En
2000 entra a formar parte de los
colaboradores de opinión en el
periódico comarcal ‘El
Telégrafo’,
tarea que abandona para
dedicarse en exclusividad a la
creación literaria. Ha sido
galardonada con el primer premio
del ‘Concurso de cuentos Ciudad
de Marbella’ (2001) y ha
resultado finalista en varias
convocatorias, como el VII
Certamen Internacional de
Narrativa Corta ‘Santoña... La
Mar’ (2002), IV Certamen
Internacional de Relato
Hiperbreve ‘Acumán’ (2003),
Certamen Internacional de
narrativa corta ‘Las
Quinientas’, Colombia (2004),
Certamen Internacional de
Narrativa Breve ‘Don Manuel
Alonso’, Madrid, entre otras. En
2003, su relato Las lágrimas
del mar es seleccionado en
el I Certamen Internacional de
Relato Breve convocado por ‘La
Lectora
Impaciente’.
Autora
de
cuatro
novelas, dos intimistas y
otras dos
de suspense,
la titulada
Epitafio de un asesino
(Editorial Titania, Barcelona,
2005)
es una sobrecogedora narración
que se inscribe en la línea más
genuina del género de intriga.
En esa misma línea se inscribe
La décima clave,
su segunda novela,
publicada recientemente por la
Editorial Martínez Roca (Grupo
Planeta)
y ya constituida en
un
clásico del suspense,
imprescindible en la biblioteca
de los apasionados por el género.
Su última novela, En un
rincón del alma, (Ed.
Aladena, Málaga, 2010), la
autora quiere contar historias,
contagiarnos con las sensaciones
y los sentimientos de su
protagonista, objetivo que
consigue satisfactoriamente con
la historia de Jimena. La
historia de Jimena es una
historia sencilla, también, sin
grandes pretensiones, y eso la
hace ser universal, ya que es la
de tantas y tantas mujeres que
se sentirán identificadas con el
personaje. Si quieres conocer
más datos de esta autora, entra
en su blog pulsando aquí: ANTONIA DE J. CORRALES. |
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