11
Sí, se ve que sabe, que se regocija. Sí, sabe.
Se huele que sospecha. La madre lo crió así. Lo
hizo educado y ubicado. Carmen, esa putita
desganada, lo extraviaba de su entorno de
empanadas de dulce, lo torcía. Hice esa lectura
—«»Upa»— hace mucho. Lo encorajinó al bicho con
ayuda de sus manos. No ciegas, no. Sí, de sus
manos. Si no hubiera sido por esos dedos suyos
procaces, tan de estar sobre todo lo inestable.
Sí, lo vi claro. Lo tuve claro cuando la
mamotreto se ocupó de las fórmulas, de los
requisitos: «La hago aquí depositaria...»,
«Señorita, aquí la hago depositaria...», «Aquí
la hago depositaria, señorita...». Me extendió a
su hijo correctamente. Yo... austeramente
parpadeé una vez. Sabía que Carmen, ésa,
espiaba. La mamotreto dijo... El dijo... Yo
dije: sobran las traslaciones (si simplemente
nos queremos). Usted me lo cuida, se adivinaba.
Yo estoy acá, ¿eh?, la otra. Y bueno, hay que
sacar la cara, poner la cara, exponer la cara
para recibir al sol y a la luna, para que la
intemperie y el encierro se regocijen como él,
mi melocotón, yo voy a ser más sabrosa que
Carmen, más sensitiva, me decía, que ésa,
argüía, que esa insulsa, pero... ¡Mi Dios!,
nunca podré aprender a ser tan insulsa, tan...
No, yo soy otra, hay que buscarme, tengo mis
valores, y, sin embargo, nos queremos.
12
Frase: «Tu Maternidad Cabalga Sobre la Montura
de la Muerte». (Además, los chicos sólo ponen a
los chicos en foco.) Te reís con toda la cara,
intervenís por completo, como cuando me gusta
andar por allí, completamente. Entra Tal, entra
Cual. Cual: virgen y atómico. Los chicos horadan
desde su estatura. Mi amor: de los yiros que te
conté, una estaba embarazada, muy embarazada. Me
disputaban ella y otra. Ganaron las dos. Los
tres asistimos al alumbramiento. En esa misma
cama de cuerpos encaramados, escaramuzados,
cadena pestífera, se abrió de un respingo la
encastrada; fuimos cuatro parientes atónitos,
casados al parir, hervidos y arrasados. No las
besé más. Ni recibí caricias ni sepulté el sabor
terrible de esos huesos en mi melancolic. Huí
como un hombre. Pagué más, pagué otra vez.
Ellas...: las irrestituibles. Sin golondros...,
mortecinas, omisas. Entra Tal, entra Cual, sin
decidir no entrar otros no entran. Aplauden,
alardean. Me alarmo porque siempre me alarmo.
Pensamos vos y yo cómo se llamarían nuestros
hijos, sentimos que serían muy nuestros. Hoy,
que no te puedo ver así, no me puedo ver así. De
nuestra combinatoria todo lo soñamos: color de
ojos del primero, cabello del segundo, la
tercera parecida a quién no y etcéteras en un
jardín en una fotografía. Empalme rápido con que
estuve celoso del aire que respirarías, el
enrarecimiento de fragancia obscena por el que
te dejarías anidar, la otra que serías si por mí
no fueras, cuan beligerante con otro macho
gacho, somera con un hortera, atorranta con un
lavativa, sensual con uno lindo triste, más
plena que conmigo con un amigo. Se cortó la
leche, la buena y la mala. Yo estaba embretado
otra vez con la clepsidra. Una piojosa que se
paró en medio de la calle (y llovía) subió al
coche, dijo que se llamaba, que no era rica, que
le agradaban las medias finas, que... ¿le
permitiría posar su lascivia sobre mí?, que con
denuedo dejaría que lo hiciera, espeté; las
mamas truculentas y el infame al palo
bochornoso; desnuda era peor, vos sos divino,
divino, con una como ésa te querrán muchas.
Hagamos otra bacanal y gratis, propuso la
grasienta, yo antes me la corto, y chupo todavía
estalagmitas, una tras otra las yirantas, y
chupo todavía.
13
Estaba flojita. Flojita y zumbona. Era un buen
dolor. Un dolor bueno. A vos te gustaba mi
dolor. Un dolor precioso. Miraba para atrás... y
sí...: yo era otra. Un riíto a los pies de la
montaña, un rulo en mi frente. Empezaba a ser
mía de la mejor manera. Te posesionaste de mi
cintura, me quebraste y me soldaste, y más, me
tiraste lejos toda, me desparramaste, y ahí supe
o entreví cuánto era, y cuánto quería constatar
cuánto era; y claro, ingenuamente... Te me
tirabas, me besabas, había mucho tiempo, me
descompaginabas. Quizá olvidé que era mi primera
vez, que alguien violovió mis sueños (...), con
lágrimas, con légamo, con no certeza, con no
consigo (...), sin mí.
14
La gente se consuela en plena calle. Se frota.
Se mima. Y hunden sus narices en solapas y
pechos. Y tragan prendedores, botones, mastican
amuletos, auscultan, y en plena calle se
abrazan, se lamen las orejas. ¿Qué sé yo de
algo…? Hicimos la calamidad.
15
Dime quién eres y te diré quién eres. Yo te
creo, amor, yo confío en ti. Sé que ha de ser un
duro reaprendizaje, que la descastada vacila,
que en tu molinillo muelo mi fe, que sólo por
guitarra canto, recambio y no muelo nada, y me
cobijo, te doy a desconocer entre mis piernas,
no quiero vacilar, quién sos, a vos no te
conozco, hablá, hablá, disquemos, bailemos este
vals, disquemos y por donde sea... ¡perimir la
Muuuueeerrrte todavía…!
16
Único en el Mundo
Las minas que me vienen de otros tipos
tienen que hacer
al fin
se van
a horario
me vienen de las madres
me vienen de los hijos
de la hermana mayor
de «la muchacha»
guay de arrogarme un derecho que no tengo
guay de salpicarme con gotas de otras lluvias
las mías las produzco cuando quiero
(...)
en su cielo como trepidaciones
como rayos como huevos
como perforaciones
guay de creer que guay
guay de pensar que yo
soy
Fernet
Branca.
17
Sudé mucho y lloré. Mi viudez, aunque no
suficientemente prematura, me embargaba. Me
anudaba y desanudaba. Empecé por entonces; en
rigor: antes. In memoriam. «Sí, soy joven como
lo parezco». Y ese velorio resfriado, ese
velorio, y la enguantada conglomeración y
floreada hartura, cuánto me siento, sonidos como
niños de una flauta, la grupa de la potra, lo
maté de un tetazo primero, de un revés, borra y
racha borracha, de un aplanamiento, como una
eutanasia, como una hipodérmica con
polipropileno, ni atinó a refulgir su campanilla
de alarma, jamás abrió tan grande la boquita de
su jeta ese morfón, vos, que apenas me
merodeabas te entenebrecías, seguí de largo
hasta el esófago, creo. No me opondría
resistencia nunca más. ¿Y a qué pariente azoté
con una cala? Y fugué. Escaleras abajo del
estupor generalizado me percibí aérea y
aguachenta, claro, ¡tanta vigilancia...! Y
empezaban a radiarse, a ramificarse ¡las
Hormonas de la Libertad! Patitas yo sé muy bien
para qué las quiero, doblé varias veces varias
esquinas, atravesé una plaza, un desdentado
gondolero me aligeró de cierto escozor o
rutilancia: y me tornó hojarasca: una viga
italiana el gondolero. El aire era el ahire, así
se podía, mujeresmente, yo, ¡qué agradecida!
¿Qué me estaba ocurriendo otra vez?
18
Fue el lunes. Hace un montón: hoy es miércoles.
Y la recuerdo con una pronunciada más que
alarmante —y tengo necesidades alarmantes de
alarmarme— exactitud. (¿Y cuándo tanto…? Sí,
otras veces. ¿Pero... tanto?) (No me hago las
preguntas desvaídamente.) Ahí estaba yo: en el
asiento de cinco, contra la ventanilla opuesta a
la puerta de salida, en el colectivo cincuenta y
nueve, desde Belgrano al centro. Y es verdad
que, desde que nos vimos, la asolé con sobrio
regocijo. Despejé toda probable brizna de tal
suerte que sólo la deletérea desesperación me
granulaba. Ella y su soltura (enloquecedora), de
espaldas a las ventanillas de su lado (y del
mío); y así todo el tiempo (me pongo nervioso,
quiero que ustedes carguen —háganlo, por favor—
nuestras firmes...): intenciones, examen,
dejarse por el otro. (Estoy copado, copadísimo,
ustedes no saben... Sí, también el sol en la
mañana y la lluvia en la ventana; la rosa en su
pecho, y sus brazos. Brazos. Ella era —era, era—
una mujer para apretar.) Y el tipo a mi diestra
se las picó y ella enseguidísima sorteó a una
mujer y estuvo junto a mí, leía La Opinión
—los titulares—, se bajó en el obelisco casi, y
yo también, y la emprendió por Lavalle, y yo
detrás, cruzamos la avenida más ancha del mundo
y no caminaba despacio. Se acercó a las puertas
de un cine para observar los afiches y,
aproximándome, inquirí si uno podría conocerla.
Siguió caminando y yo detrás. Se acerca a otras
puertas de otro cine, la campaneo desde la
vereda de enfrente y, al darse la vuelta, me ve,
pero no durante sólo un instante, y esa mirada
era de aquellas otras en el colectivo. Desde
luego, todo volvía a ser auspicioso, recíproco,
se reenhebraba el collar. Se mete en una galería
comercial, yo detrás estimando desde dónde
retornar, y se detiene en una vidriera. Regresa
hacia Lavalle, sale, retoma hacia el bajo y yo
detrás. Me acerco en el cruce con San Martín y
digo algo así como que me gustaría saber si
tengo chance, y ni bola, ella sigue caminando, y
me hinché y furioso desaparecí y ¿qué carajo
ahora el estrangulado hago yo alarmarme…?
19
No sabía chupar ni sabía meterse. Todo en él
merecía quedarse afuera. Bien afuera que esté.
20
El ombligo oblongo. O. Vista apaisada del
ombligo. Té canalla. Varios invitados y ninguno.
Ejemplifón. Ejem solo. Casi era un chiste con
él. Se hubieran, pocos, atrevido. Mientras que a
nada hubiésemos llegado. (La pobre se fue con su
narcisismo entre las piernas.) Desensatá tu
pelo. Él resplandece con una sonrisa de
pajarera. Cuando esta flor se abra... ¿Por eso
me cuesta…? Tan allá no puedo con mi boca.
Subida a los zapatos, sin dificultades. Las
púberas pertrecheras empiezan a probar sus caras
de interesantes. (Va acunado.) (La ranura
genial.) Quejándote: «¡Qué esfuerzo, Dios mío,
qué esfuerzo!» Y surge entonces como un anuncio,
como un rastro.
*La
primera parte del seriado ha sido publicada
en el N.º 57 de esta revista.
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