LAO-TSE PREPARA UNA SENTENCIA
Nada de lo que diga
puede desviar la caída de una hoja.
Una palabra no
frenará la otra.
Es inútil que a éstos
que me escuchan dedique
una verdad: la harán pedazos.
De sus pedazos nacerá Lao-Tsé.
EL PESCADOR DE PERLAS
Esta tarde y parte de la noche
volví a sumergirme en el espeso mar
donde flotamos los seres y las cosas.
Bajé por perlas que mostrar a los hombres
que temen siquiera el riesgo de la orilla.
Esta tarde y parte de la noche
estuve en ese silencio, en esas profundidades
donde el más infinito placer sería disolverse,
y supe que en todos los caminos
hay monstruos para quien los teme.
Llegué nadando a donde no se ama ni se
odia,
sencillamente se flota sobre un eterno presente
y todo lo que miras es tu contemporáneo:
nada más traen las olas del atrás y el adelante.
Tomé allí esta perla y ahora te la ofrezco.
Pero cuando quise volver,
no vi a ningún hombre en la orilla.
No vi orilla. Todo es el mar.
Esos que temen la orilla
no saben que caminan en el mar.
POR QUITARLE A LA MUERTE SU SOBERBIA
Un amor absoluto, para el que no existe
primero ni último, golpea sobre el mundo:
en el más humilde y en el más soberbio
canta la canción del hombre.
Bajo las máscaras vacías e intermedias
un amor absoluto, para el que no existe
primero ni último, resuena escondido,
más allá de los gritos
y la apretada melodía de la desesperación.
Aun más allá. Es el eje íntimo y viviente
el que canta, el que musita las palabras
como un talismán sonoro,
una pedrada en la frente
de los desmoronados mundos.
Un amor absoluto,
para el que no existe
primero ni último,
anima estos silencios,
estas ficciones que tan sólo intento
por quitarle a la muerte su soberbia.
LAS VIDAS ASOMBROSAS
Muchos son los rostros que habitan
el enorme país de la distancia.
Largas caravanas han partido y luego otras,
las guiadas por dioses imprevistos,
han colocado extranjeros a nuestro lado:
ellos nos han mostrado
sus telas multicolores, sus palabras,
los exóticos animales de la infancia
y algunos, sólo algunos,
flores de oro irremediablemente perdidas
entre vagas memorias y sentencias.
Trabajadas lejos, en vidas asombrosas.
Quién logrará cubrir a grandes pasos
el enorme país de la distancia,
ver el conjunto de los rostros
y oír en la noche sin asombro
el coro de las voces,
el coro de las voces que retumban allá lejos,
en los ignotos campamentos
que preparan sus caravanas para venir a vernos.
Ir más allá de sus fuegos,
de sus distantes señales,
llegar antes que Dios
al pecho de los hombres.
EL POEMA DE HIERRO
Dame un poema de hierro que restalle sobre las
vacías cabezas
y una mano firme en la muesca de la antorcha,
un poema de sangre y de huesos impacientes
y la pluma de carne firmando sentencias
en las culposas mentes de los jinetes locos;
que convierta en sal a los cobardes, un poema de
hierro
oxidado y torvo pateando en el estanque a
medianoche,
cuando ni los muertos sueñan con la aurora.
Un martillo de palabras para dejar al mundo con
las
cuencas vacías,
rabioso ademán, piedra encendida en la boca de
los
que duermen
mientras el agua sube en el Gran Cuarto
Esférico;
un puñetazo en el sexo de la muchacha
arrodillada,
idiota, paciente humanidad,
que no ve, que no oye,
sólo conversa con las cenizas de sus dioses
muertos.
LAS LÍNEAS DEL MUNDO
Quien ve a las líneas del mundo
unir a la desdicha
con la alegría sin tiempo ni motivo,
a la ceguera del hombre con lo luminoso del
hombre,
al cobarde, al justo, al tonto
(que asiste a la ceremonia del crepúsculo
asombrado, muy quieto, flotando sobre el agua),
nunca se vuelve altivo
a contemplar la guerra que incendia
el lugar donde vibra todo esto.
Ya nunca sueña.
Abre los ojos despierto, abre los ojos dormido.
El que ve a las líneas del mundo
servir de trampolín a los pájaros
y de escalera a las almas,
sabe por qué no vuelan
y se guarda de contarlo.
Otro será su interés:
él querrá trepar por ellas
disimuladamente, sin un solo comentario,
sin que nadie note la ausencia del desertor.
Feliz, ignorado por todos,
vagará por la tierra sin nombre
con su precioso secreto, ese momento en que
espió:
él conoce signos que lo conocen,
hace su propia ley.
Y por fin, cuando se retira,
como un oscuro bulto con corazones de tormenta,
hacia la tierra oculta en esta misma tierra,
que guarda de toda noche el sol,
no olvida, ni por un momento,
que el tiempo está en su red.
Sabe que no hay milagros, sabe qué cosa
son.
Algún día todo será plenitud.
EPITAFIOS
Juan Arturo Nicolás Rimbaud:
¿junto a qué sagrado terror
por lo entrevisto, navegó por tu alma
la certeza atroz de perder para siempre
la visión, al abandonar la Ciencia?
Ya no hubo tiempo, ni otra oportunidad
de contemplar aturdido el incendio de las
estrellas,
para traducirlo al hombre ya no hubo tiempo.
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*Extracto del poemario
De Guerra, Epitafios y Conversaciones, publicado por Editorial Filofalsía, Buenos Aires, 1989. |
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