PAPEL
Categoría(s): cosas de papel
Papel, hacía tiempo
que buscaba un momento como este. Lo precisaba, me hacía falta... Quería
escribirte, papel, para, en fin, contarte un sinnúmero de cosas que me
ocurren, o que ocurren y a veces cuesta comprenderlas.
No, no pretendo aquí dejar una prosa ni inventar paradigma literario
alguno, solo hablarte con el lenguaje diario de la simplicidad. Sé que
no guardarás mi secreto, ni te lo pido. Sé que es inútil.
Ya ves, me da por momentos, entristecer sin que una miserable lágrima
acompañé esta maldita o dulce melancolía… ¿Acaso lo entiendes tú…? Son
cosas que no logro concebir… Sin embargo, la cosas jocosas, por nimias
que sean, me revuelcan de carcajadas casi enfermizas… ¿Estaré, de algún
modo, empezando lentamente la inmisericorde decrepitud?
No, no te alijas, papel; siempre tuve un respeto irrestricto por ti,
incluso en tus andanzas de cartón, de cometa, de fotografías, o allí,
ordenado en imperecederas bibliotecas, guardando los secretos de toda la
humanidad.
Créeme que he llorado de frustración, cuando los ineptos, ignorantes,
usurpadores del poder —oligarcas a la pólvora—, han hecho piras
de tus tripas, solo porque llevabas un nombre poco apropiado. O por los
fanáticos ortodoxos que ven siempre en ti a su peor enemigo.
Me gusta tu paradoja, de pronto eres súplica, ruego, otras arenga, grito
de guerra… eres afiche de paz, o portador de una prescripción médica
que calmará el dolor físico de un enfermo. En otras, llevarás un poema o
una palabra de afecto, incluso dejarás impreso el último dolor del
suicida.
Ayer jugaba con la luz moribunda de una vela —te encontré mientras
limpiaba un viejo armario—, naturalmente ya era de noche. Entonces vi mi
sombra contorsionarse en las paredes de mi cuarto; por tanto, yo
permanecí inmóvil. Me figuré intranquilo, nervioso… como en tiempos de
mi despertar o pubertad, de la niña aquella que provocaba sentimientos
inequívocos y perturbaba mi niñez.
Te recordé como un amigo que me mostraba los primeros cuentos, que más
tarde terminarían por formarme… bien o mal, poco importa. Recorrí
contigo entonces el parrón de mi casa al mismo tiempo que la ciudad
turca de Antioquia, antigua ya de más de 23 siglos. En otras, te recordé
como aquel boleto de carro que, sin saver, vino a incrustarse en mi
oreja, pues contenía un torpedo que me ayudaría a salir con éxito de esa
prueba de historia, ramo que tanto detestaba.
Claro, en ese momento de recuerdos, cómo no romper en carcajadas, cuando
me apretaste los testículos mientras cumplía la ingrata tarea de otros
de mis exámenes escritos…
Sí, sí, sé que no venía necesariamente a contarte tanta estupidez… Sí,
adivinaste… ayer supe de ella... Sí, huevón, incluso sé del día en que
nació y su nombre completo… y habría dado todo el oro del mundo por que
una lágrima rebelde acompañara mis saudades, pero me estoy riendo
de nuevo, con esa carcajada enfermiza de mi propia angustia.
Ya, papel, déjame en mis carcajadas enfermizas. Tú, guarda mis lágrimas,
no, no como un secreto. Entra en la botella. Quizás el océano, en su
profundo latido, pueda regalarle un día mi pensamiento.
Chao, papel.
TARDES DE MAR
Descendí las gradillas
que llevaban al primer piso, me detuve delante del gran ventanal del
salón, aquel que daba a la eternidad salina y a ese espeso borbollón que
danza salvaje en medio de ese cosmos llamado océano.
Me acomodé a mis pretéritos y me sumí en compañía de la soledad.
Conversamos sin que un solo vocablo interrumpiera ese silencio que le
daba un marco de insondable belleza.
Desnudo, no pude impedirme abrir el ventanal de par en par. La magia que
infundía esa naturaleza, marina entregaba energías insospechadas y me
preparaba milagrosamente a una cita que se dibujó como un regalo el día
anterior, mientras me encontraba vagando por la playa.
Marioska lucía blue-jeans bien ajustados y una blusa en la que se
adivinaban unos pechos, aunque diminutos, de una firmeza de coral. La
acompañaba en su deambular la sensualidad exquisita de sus cuarenta
años. El acercamiento vino con la naturalidad de un caminar sin un
destino preciso. Podría asegurar que cada uno divagaba con su propio
quehacer en un monólogo del todo indeterminado.
En única dirección, la extensión del litoral nos llevó los pies desnudos
a rejuntar nuestras haraganas divagaciones, para concedernos una pizca
de dulce alegría. Regresamos cuando el paisaje resplandecía de los
colores de la tarde y parecía armonizar nuestros propios panoramas. Las
manos, ligadas, las empujó el embrujo del instante.
En medio de mi propio desorden, volví mis ojos al misterioso acuario
salino. La sensual calidez de la tarde y la morosidad del devaneo me
iban prendiendo morbosamente a los instantes que llanamente se
aproximaban.
Preparé debidamente un pequeño cóctel con ayuda de pisco peruano, limón
centro-americano y una pizca de azúcar cubana; dispuse en la cigarrera
unos tabaquillos Camell y me forré de una ligera bata de seda. La
dulce espera excitaba metáforas de onírico erotismo.
La lujuria parecía el escenario preconcebido a la ocasión. El timbre del
teléfono irrumpió con un ruido inesperado, que me hizo despertar
sobresaltado de una complaciente modorra. Dudé en responder para no
entorpecer esa amable y fogosa espera. La insistencia del timbre
entorpeció mi imaginario y decidí volver a la rutina. Aló, dije la voz
firme, ¿quién…? En el mismo instante sonaba el timbre de la puerta.
Soy Rosalía… En este momento estoy en el aeropuerto, quería darte una
sorpresa, pero la huelga de taxistas… Dos segundos, dije a tono de
disculpas y me dirigí a abrir la puerta. Frente a mí, ella, dispuesta,
serena y con la hermosura del preludio que incita al amor. Con abierto
disimulo, colgué el auricular, dando por terminada la pretendida
sorpresa de Rosalía.
Marioska dio un largo paseo por la casa, como fotografiando para sí
todos los rincones de la casa. Lucía espléndida, ataviada de una blusa
casi trasparente, una minifalda muy sugestiva y unos tacones que hacían
de su andar una danza de extraordinaria sensualidad.
OYÉ,
PLUMA
Búsqueda incesante
Orillas de dudas
Abismo.
Estabas sonriendo.
Mientras desaparecías de
mi razón, dejabas el alma suspendida entre las hojas, en el vuelo del
ave que parece prolongar ese cielo que se va oscureciendo.
Nubarrones que como goterones implacables, martillan una soledad que se
va metiendo en los huesos.
Se avecina la noche, la misma noche, eco de tantos recuerdos vanos.
Toma pluma mi lágrima, yo me cansé de la humedad en un rostro que se
hace viejo.
Toma una hoja y vierte el veneno, que ya no es veneno y conviértelo en
la mejor mentira.
Escribe que, a cambio de mis lágrimas, quiero su felicidad, miente.
Cúlpame y blasfema mi forma de amar…
Pero, sobre todo, esta vez déjala ir… La verdad no le interesa, sus ojos
están mirando las mismas estrellas que refulgen, de seguro, más
brillantes.
Cuando vuelva, habrás terminado el verso. Déjame un vaso de agua y esa
píldora para dormir.
Mañana decidí volver al amor libre y te dejo papel y pluma, que nunca
más pretendo ser el único ni preferido de ninguna.
Qué quieres… las amo a todas.
No, no pongas ningún copyright, y no me traiciones firmando estas letras
que deben quedarse suspendidas en el mismo abismo de hojas y vuelos de
pájaros que prolongan inútilmente un cielo que nació infinito.
COSAS
Me encontraba en
medio de un lío de papeles que no necesariamente eran borradores de
escritos o esbozos de textos. No obstante, pertenecían al otro vicio de
mis afanes. Frente a mí, un sinnúmero de facturas y estados de cuentas,
a medio pagar. Además, revisaba todas mis compras a crédito y tomaba
nota de aquellas cosas que son imposibles de postergar más allá de su
vencimiento. Hablo de seguros y esas cosas.
No es difícil ordenarse cuando se cuenta con una formación que permite
con sencillez hacer un ejercicio en que debes y haberes se manejen en
equilibrio y con abierta simplicidad. Pero mi desaplicación con esos
temas había de provocar cierto malestar en algunos de mis proveedores
habituales, que saben que soy reacio a pagar intereses.
Me puse a la obra, olvidando musas, tal el viento, las hojas y este
magnífico otoño que pintaba los árboles de vertiginosa vejez.
Tuve que llamar a algunos teléfonos, pedir prórrogas, negociar nuevas
fechas de vencimiento y, en más de una ocasión, poner término a ciertas
comodidades que aconsejaba mi situación financiera.
Terminó el ejercicio un balance bastante ajustado, pero que finalmente
pondría a prueba mi desorden económico, sin necesariamente echar mano a
algunos dinerillos invertidos en una pequeña cuenta de ahorros.
El balance me advertía de un pequeño período de austeridad y me dejaba
sin recursos para ningún tipo de urgencias.
Satisfecho del resultado de mis teóricas conclusiones, me dirigí a la
calle dispuesto a caminar bajo ese aire helado pero tan benéfico para
los pulmones.
Ya mis ocupaciones existencialistas o materialistas dejadas de lado,
comenzó la tarde a orillar mis musas, mis nostalgias, mis saudades.
Soñaba desde el borde de un canelo cómo la tarde afinaba los bronces,
ayudada del viento de lo que parecía una tormenta de viento y aguaceros.
El granizo hizo el crescendo y tuve que buscar refugio para
evitar dramáticas consecuencias a mi fragilidad ósea estructural.
Exiliado en un cuartucho de vieja madera, me di cuenta que alguien
trataba de comunicarse conmigo por medio del infaltable teléfono
portátil.
Y yo que nací desprovisto
de tanta hojalata,
jugando libre la calle,
con el alma de par en par,
soy otra víctima del celular,
anunciador de catástrofes.
En medio del ruido atroz de la naturaleza y la voz que venía por el
inalámbrico, pude enterarme de que, inesperadamente, la pana de mi
flamante Ford 92 se había incrementado en más del cincuenta por ciento
de lo que fue la primera impresión del mecánico.
Dejé de soñar con el canelo, y el concierto de vientos y tormentas se me
hizo insoportable. Me dirigí a casa y volví a enfrascarme en los
resultados de mi anterior balance que me había dado una cierta
tranquilidad… Pero no calculé el ineludible porcentaje de imprevistos.
Luego de recalcular mis proyecciones económicas, tranzando siempre con
el signo menos en varios de los ítems, por contumacia onírica, me dejé
llevar por el concierto del temporal que ya se había desatado con toda
su fuerza avasalladora.
Levantaba mi pluma para dejarme llevar por el momento y, de pronto, un
primer goterón vino a caer en el centro del escritorio; luego, siguió
otro y otro… No fue difícil darme cuenta de que más de alguna teja
había cedido en el techo y fui en busca de los requeridos baldes para
esas oportunidades.
Miré mi balance de reojo y no me moví, un pánico me invadió,
inevitablemente un problema acarrea otro y otro, entonces cerré los
ojos, lo pensé detenidamente y, ya con la carcajada de vuelta al rictus
de mi boca, preparé la maleta y, al día siguiente, viajaba con rumbo al
entrañable sur.
Ya en el aeropuerto, tiré el teléfono inalámbrico al cubo de la basura.
Me preparaba a soñar con mis sueños. A la cresta las grandiosidad
materialista de las cosas.
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