APRENDÍ
LO QUE ES VIVIR…
¿Cómo aprendí?
Abriendo los ojos por las noches,
cuando el insomnio me visitaba,
aprendí que, al mirar las estrellas,
podía alumbrar mis sueños con ellas…
y soñé sueños de eternidad,
amando simplemente
con el alma
saliéndome por los poros.
En las tardes estivales,
siempre que miraba el viento veía sus colores,
verdes sobre los montes,
celestes sobre el mar,
allá donde se junta con la tierra;
y, cuando callaba, sentía el sabor del silencio,
salado, pertinaz…
cerrando mi boca de besos,
de palabras,
de sentires.
A solas aprendí
a encender ilusiones en mi alma,
y así escuché hablar a otros corazones,
dialogando con el mío
con palabras calladas,
con matices de mil sensaciones,
agradables,
anónimas,
pero bellas,
y saboreando sus besos.
Una noche cualquiera,
el dolor tomó mi mano,
conocí de frente a la tristeza;
muerte, llanto
y orfandad;
me miró a los ojos,
yo sostuve su mirada
y ella se marchó,
al sentir en mi aliento
el amor y su grandeza.
La soledad,
a la que con tanto miedo rechazaba,
una noche de un día,
tomó asiento a mi lado…
y me mostró la paz y la armonía
de los momentos que con ella compartía,
mudos,
sordos,
ciegos…
Así entendí el sentido de la vida,
viviendo el amor y la desdicha,
sintiendo la alegría y la tristeza,
amando y esperando,
soñando y suspirando,
conociendo lo breve de la vida.
Aprendí el valor de la paciencia,
el color de la constancia
y la belleza de la tolerancia;
el temblor de la espera,
el hambre de tus besos,
la sed de tus palabras…
Así pude
calmar los vientos de mi ira,
y llenar con mares de esperanza
las zonas más oscuras de mi vida.
Es así como aprendí a vivir…
aun sin tenerte.
ESCRÍBEME
UN RETRATO…
Escribe un retrato de mi yo
con pinceladas de azul intenso
que salga de tu corazón,
sin toques de vivos colores,
sólo los necesarios:
matices rebeldes,
tonos ariscos,
esfumados contornos…
mi alma tiene sus propios encantos
que, aunque transparentes,
se vuelven suaves;
un día oleajes y otro día poesía;
por eso,
sus aristas y sus tonos son cambiantes
como un paisaje en tornasol…
Quiero un retrato de mi yo
real, severo, mutante,
caprichosa,
malcriada,
insoportable,
de ese yo que nadie conoce como tú.
No hagas bosquejos en blanco y negro,
porque la blancura es para las debutantes
que visten tules y coronas
por el orgullo eterno de ser castas;
yo tengo años encima,
y de castidades viejas ya pasó un siglo,
aunque…
guardo madreselvas
como para engalanar mil balcones.
Hazme un retrato de palabras osadas
con excelsas metáforas
e imágenes de ninfas desnudas,
certero abecedario
para que vibren en mi piel
tus emociones,
en besos de dulzura eterna,
y en mi cuerpo de ondina
meciéndose suave
un antiguo arrebol
por deseos postergados
de sentirte en mi piel.
Píntame un poema en tu voz
con tu fiel decir,
de amante ardoroso
tórridas maneras
que pasean por tus poros
y le contagian calores
a mis sentires presentes…
Dibújame una poesía existencial
con rostro de diosa pagana,
maneras descaradas,
sangre de fuego,
volcán en erupción;
con sus latires apurados
una sonrisa de entrega,
y este corazón
palpitando en tu fuego…
Hazme un retrato que salga de tu corazón…
AMOR
PERDIDO…
El hechizo de una tarde
soleada de invierno
tiene el encanto del silencio
que enmudece los recuerdos,
y la callada madreselva
esparce su nostalgia amarilla
en la soledad de mi balcón.
Escucho el trinar de algún jilguero
que, al pasar, se deja de oír,
y mi sombra inmóvil
recuerda el canto de noviembre
con su galope de nubes
y la llama del cirio
iluminando la repisa
donde rezan los devotos…
Eran mocedades castas,
sin malicias, ni sutilezas;
eran tiempos de pureza y virtud…
A mis espaldas
tiemblan las luces
por el viento juguetón
y los caireles tintinean
mientras sus luces forman
frisos movedizos
que danzan por las paredes
al compás de mis ensueños…
Mi llanto de madera
se recuesta desnudo
entre los párpados y mis suspiros,
llenando de magia la estancia
y llamándote en voz baja…
Mojadas de tibio rocío
salen de mi alma
las letras amadas,
y el misterio que acompaña
este instante
es mudo presagio
de cosas apagadas
que atesoran el secreto
de ese amor
puro ternuras…
puro candor…
perdido por el dolor del mundo…
AMOR EN
CADA OCASO…
Día tras día, mostrándose altivo
con su espléndida belleza,
pintando los verdes campos y tajyes
con su luz amarilla,
brindando alegría a los labriegos
y el jugueteo de los niños;
todo un día de arduo trabajo
para hacer que florezcan las rosas,
que broten las sementeras
y maduren las espigas…
Es corto el momento para el amor,
y es largo el día para esperar;
desde su altura,
enviando miradas ardientes,
tibias caricias hacia su sitio amado.
Una agotadora jornada
para recorrer todo el cenit
entregando sus rayos bienhechores,
envolviendo con su halo
las semillas bajo tierra,
los nidos con polluelos,
y colores al arco iris…
todo un mundo de entrega generosa.
Nunca el cansancio frenó su labor
ni menguó el fruto por nacer.
Nunca un guiño a la amada
dificultó su tarea cotidiana.
No conoce vacaciones
ni paradas por dolores,
ni descanso bajo la sombra…
Día tras día, mostrando su belleza,
sonriéndole al río,
al pastizal sediento,
al árido desierto,
y cobijando en su corazón
un deseo ardiente de estar
junto a su amada tierra,
suya siempre,
día tras día,
en el ocaso…
En ese ocaso ineludible,
el divino sol comienza el rito,
baja lentamente a besar su frente,
va poniéndose rojo
de rubores viejos,
y su cuerpo ardiente acaricia la tierra
y la penetra,
es el coito inevitable,
va introduciéndose suavemente
en la amada que lo estaba esperando
con la sed de tenerlo
con el calor heredado,
y, lentamente, el sol la hace suya
con ternura infinita,
con inmenso placer,
hasta que la tierra acepta
entregarse a sus rojas llamaradas…
Y queda luego satisfecha
con su latir sereno,
su atardecer deseado
pleno de frescura,
su tranquilo dormir
exhaustos los dos
del arduo trabajo,
y satisfechos de amor,
esperando el mañana
para repetir el rito sagrado
del coito natural del universo…
El Sol y la Tierra,
que, a espaldas de la Luna,
se aman en cada ocaso.
|