ENERO-FEBRERO 2010

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CRUZ MARÍA SALMERÓN ACOSTA

El solitario de la cima de Manicuare

Guarataro, Sucre, 1892 - Manicuare, Sucre (Venezuela), 1929

   

   

Por  María Cristina Solaeche Galera

   

   

«Hermano, escucha, escucha...

Bueno. Y que no me vaya

sin llevar diciembres,

sin dejar eneros.

Pues yo nací un día

que Dios estuvo enfermo.»

CÉSAR VALLEJO

  

  

CRUZ MARÍA SALMERÓN ENTRA en ese escaso apartado de escritores que han pasado a la historia con una gran número de apelativos que evocan sendas virtudes, ya personales, ya artísticas. En efecto; Cruz María es conocido, ya veremos que con toda razón, como «el poeta del martirio», «el solitario de la cima de Manicuare», «el poeta milagroso», «el paradigma literario de Araya», «el Hijo Santo de Manicuare» o «el poeta de la resignación». Amigo del también poeta José Antonio Ramos Sucre, colaboró en publicaciones como Satiricón, Elite o Renacimiento, de Cumaná, y en El Universal o El Nuevo Diario, de Caracas, entre otras. Aquejado del mal de Hansen desde edad muy temprana, enfermedad que le haría llevar una vida dolorosa hasta el final de sus días, con sólo 37 años, Salmerón hubo de soportar también la crueldad de la dictadura de Juan Vicente Gómez, aunque su tiempo más penoso fueron, sin lugar a dudas, los 15 años que pasó en aislamiento voluntario en una casa construida especialmente para él en una playa desolada de la localidad de Manicuare. Sin embargo, el poeta de Guarataro supo glorificar su vida, escribiendo un tipo de poesía caracterizada por la sencillez con dimensión mística de la palabra.

  

  

INFANCIA Y JUVENTUD

  

Cruz María Salmerón Acosta nace en las áridas y salinas costas cumanesas del oriente venezolano el 3 de enero de 1892, en Guarataro, Estado Sucre, Venezuela. En una ensenada, donde está la vivienda de sus padres, a pocos pasos del mar y a unos centenares de metros de Manicuare, una prolongación de Araya a orillas del Golfo de Cariaco desde donde se divisa Cumaná, la capital. Guarataro, un pueblo muy pobre, colmado de soledad, pescado y sal, donde las piedras son de ceniza y cal, las aves silenciosas y grisáceas, y la vegetación escasa y espinosa; en una época de guerras internas y de autoritarismo institucionalizado, durante el cruel y dictatorial gobierno de Juan Vicente Gómez.

  

«Manicuare es un puñado de mar, un puñado de gente y un puñado de tierra.»

VÍCTOR SALAZAR

  

Allí transcurre su infancia, siempre a la orilla del agua o mar adentro, entre botes, peces y atarrayas, un niño y un adolescente que nació en el mar, y un hombre a quien zozobró el mar en la sangre. Un torturado poeta víctima de la  lepra, dolencia que lo consume desde su plena juventud hasta los 38 años de edad, cuando muere.

Desde la niñez, Cruz María se adueña del afecto de su pueblo, que lo sabe comprender en sus juegos de cartas, caída y truco aprendidos de su madre y a los que es tan aficionado, sus cantos de malagueñas y corríos en las fiestas de la Cruz de Mayo y sus poesías. De boca de Mano Catire, folklórico personaje de Manicuare, escucha cuentos y leyendas. Él lo lleva de su mano a los puestos de los vigías sobre las colinas que bordean el Golfo. Le enseña sobre las peripecias de la pesca, el manejo del arpón, el canalete y el anzuelo, el garapiño y el remo, a manejar el timón, a tejer redes y lanzar atarrayas.

La casa de los Salmerón–Acosta está en la que es hoy la calle Arismendi, llamada por el pueblo la calle Margariteña rememorando su pasado histórico, bordeando el río y terminando en la Boca del Monte. Allí, de niño, estudia sus primeras letras como pupilo de las maestras Carlota y Petra González y, después, en la piragua Santa Ana llega a Cumaná, muy lejos de su terruño Manicuare y alrededores (hoy día, a dos horas de un insoportable periplo terrestre), a realizar sus estudios en la Escuela de Pedro Luis Cedeño, en Toporo, calle de Cumaná, hoy conocida como «calle de los telares», «calle Cantaura» o «calle Cedeño». Los últimos grados, los cursa  en el Colegio Nacional de Cumaná, logra culminar la primaria a los 12 años, en 1904. Estudia secundaria en el Colegio Federal (hoy Liceo Antonio José de Sucre), a cargo de Don José Silverio González, obtiene el título de Bachiller en Filosofía y Letras, en septiembre de 1910 a los 18 años de edad.

  

  

UNIVERSIDAD Y PRIMEROS POEMAS

  

El mismo año 1910, ingresa en la Universidad Central de Venezuela para cursar Ciencias Políticas, y en 1911, a los 19 años, escribe su primer soneto Cielo y Mar, cargado de gran intuición y una fuerte premonición:

  

          Al extinguirse el último celaje,

Copio en mi alma el alma del paisaje

Azul de ensueño y verde de añoranza.

          Y pienso con oscuro pesimismo,

Que mi ilusión está sobre un abismo

Y cerca de otro abismo mi esperanza.1

  

Lo dedica a su entrañable amigo el insigne poeta José Antonio Ramos Sucre, paisano, contemporáneo, condiscípulo y compañero en la poesía y la tragedia. De esta época es la única fotografía que deja Cruz Salmerón, la de un joven muy bien parecido, de facciones fuertes y abundante cabellera oscura.

Su amor, Conchita Bruzual Serra, una mujer nativa de Cumaná, a la que él llama «Cordera», y para ella, son la mayoría de sus emocionados poemas:

  

     El colibrí de tu mirada riela

sobre el agua enturbiada de mis ojos,

y de tus célicas mejillas vuela

un crepúsculo rosa de sonrojos.

  

     Hilo por hilo la ilusión devana

y urde sueños en fina filigrana

la araña de mi vaga fantasía.

  

     Porque cuando me miras y te miro

sale volando tu alma en un suspiro

y embriagada de amor cae en la mía.2

  

…   …   …   …   …

  

     Yo la miro perderse entre las flores,

Y con la voz de todos los amores

Voy a llamara, pero me da miedo.3

  

Colabora en publicaciones como Satiricón, La U, Claros del Alba, Elite y Renacimiento en la ciudad de Cumaná; y en El Universal y El Nuevo Diario en la capital Caracas.

  

  

PRESA DEL “MAL DE LOS MALDITOS”

  

En 1912, a los 20 años de edad, estudiando el segundo año de la carrera, comienza a sentir las primeras dolencias de su mal en los brazos y adormecimiento en las manos. Acude a los médicos Felipe Guevara Rojas, por la época Rector de la Universidad Central de Venezuela, y a Juan Iturbe, quienes lo examinan detenidamente. El diagnóstico es fatal, crudo, doloroso, el poeta ha contraído el que la Biblia llama «inmundo mal», «el mal de los malditos», la lepra, y ser leproso, es exponerse al asco y al desprecio, a que su propio pueblo lo execre con gestos de repugnancia y terror al contagio.

Le aconsejan los médicos regresar rápidamente a su tierra y esconderse, antes de que las autoridades sanitarias lo aíslen forzosamente condenándolo al Degredo, isla del lago de Valencia, donde funciona un hospital para enfermos contagiosos y un penitenciario. Según testimonio de su amigo Dionisio López Orihuela, Cruz Salmerón no se rinde inmediatamente, sigue estudiando y así completa dos años de la carrera, hasta que en 1913, cuando cursaba el tercer año, el dictador Juan Vicente Gómez clausura la universidad, y el poeta  forzosamente regresa a su pueblo.

El abanico de la tragedia ya se ha desplegado en su vida: una hermana, Encarnación, muere al siguiente día de su regreso y su hermano Antoñico es asesinado por un jefe civil del pueblo. El poeta, que aún no muestra los estragos de la enfermedad, afrenta esta muerte y lo encarcelan en Cumaná, sufriendo durante un año los rigores del presidio de entonces.

  

  

“EL SOLITARIO DE LA CIMA DE MANICUARE”

  

Pero aún le quedan 15 años de vida, los más penosos de su existencia. Y su aislamiento será voluntario durante esos años, en Manicuare, en una playa desolada que se encuentra después de atravesar las Salinas de Araya, donde la historia mira al mar desde lo alto, con la misma lejanía que elije el pescador para divisar el cardumen.

  

«Un hombre atrapado en una maldición con el océano infinito y libre al frente.»

RAMÓN ALBERTO ESCALANTE

  

Allí se refugia el poeta, en una casa construida especialmente para él, sobre una pequeña colina a la orilla de su mar. Una casita-reclusorio, de un solo cuarto, con una sencilla cama individual y una tina de cemento para que se bañe cuando la invalidez ya no le permita hacerlo en su océano.

A partir de entonces, toda su poética está sometida al doloroso marco de su vida, al ámbito de su propio sufrimiento. Es el lugar de su destierro físico y espiritual; hoy, la casa la conservan con esmero los jóvenes del Centro Cultural Cruz Salmerón Acosta, y quien allí vaya puede ver la cumbre que el poeta canta desde su lecho de enfermo, y existe un Museo en el lugar donde sus padres vivieron, además, un Liceo, una Biblioteca, una Parroquia, un Municipio y unas canciones del cantautor venezolano Alí Primera, llevan su nombre:

  

     La canción de Salmerón,

el que la vida cambió

     por un día de lluvia,

porque su pueblo moría de sol.

  

El poeta «logra», pese a sus enormes sufrimientos físicos, a su brutal aislamiento, a su dolorosa y agobiante soledad, afrontar con resignación su desolada realidad, glorificando en vida la desintegración del cuerpo, cincelando el patrimonio de la muerte como una lápida en sus poemas. Se apasiona en los arpegios poéticos de su maestro Rubén Darío, de Nicaragua; en José Martí, de Cuba; en los sonetos de Villaespesa y Valle-Inclán, de España; en la poesía nocturnal de Silva, de Colombia, y admira a los grandes estilistas de la literatura Rodó, Díaz Rodríguez y D´Annunzio.

En 1923, cuando Cruz María tiene 31 años, otro poeta cumanés, Andrés Eloy Blanco, regresa triunfal a Venezuela con su Canto a España, entrando al Golfo de Cariaco en un buque que lo trae desde Madrid. Cruz Salmerón, desde su aislada ribera, le declama con voz alta y agotada por los esfuerzos en su lucha del cuerpo contra la enfermedad en su poema Bienvenida y se lo envía con un pescador de la localidad:

   

     Desde mi sombrío y eterno retiro,

Esta tarde, el buque donde viajas, miro,

Y sufro mirándote ante mí pasar,

Pues quiero y no logro dar unas palmadas

Con mis dolorosas manos mutiladas

Que ya ni la pluma pueden empuñar.4

   

  

UN POETA DE TRANSICIÓN

  

Mas no es un solitario generacional en la literatura, es un admirador ferviente de la poesía medieval y de la renacentista castellana. Por ello, es de esperarse que su creación literaria no posea las características determinantes del movimiento modernista que ya se inicia en Venezuela para esa época, tales como renovación métrica, léxico de efecto exotista, referencias a culturas lejanas, neologismos y la maravillosa orfebrería de la metáfora.

Su poesía se enmarca en Venezuela, en la etapa de la transición del Clásico a la Modernidad. Sencillez con dimensión mística de la palabra, recrea la belleza sonora de antiguas tradiciones rítmicas en el verso, la religiosidad y el imaginario medieval; la ingenuidad, la candidez, y el hipérbaton tan característico de los períodos cortesanos de la literatura española del siglo XV y del Barroco, trastrueca el «orden normal de la frase», con encabalgamientos frecuentes cortando la frase final inacabada de un verso y continuándola en el siguiente, herencias de la poesía del medioevo y del clasicismo renacentista. Claridad de estilo, plasticidad espontánea de las imágenes y fluidez del numen en el lírico estuche del soneto. Predominio de conceptos como tormento, esperanza, amor, pesimismo y muerte, lo acercan tardíamente con el romanticismo venezolano, siempre con la búsqueda religiosa como centro. Un dolor sin agresividad, sin ironía, sin sarcasmo, sin desconfianza, sin rebeldía y sin reproche, que asoma a los prerrafaelistas y nos recuerda este anónimo español del siglo XVI:

  

     No me mueve, mi Dios, para quererte

El cielo que me tienes prometido,

Ni me mueve el infierno tan temido

Para dejar por eso de ofenderte.

  

(…)

  

     No me tienes que dar porque te quiera:

Pues, aunque lo que espero, no esperara,

Lo mismo que te quiero te quisiera.

  

La sencillez de sus epítetos: «claro cielo», «dulce madre», «tierna mujer», «fresca hierba», «divina belleza», «oscura noche», «blanca luna», «rosados sonrojos», «verde añoranza»… expresados en su elemental contingencia desvinculada del contingente, convertidos en imágenes  espirituales, lo identificarán de nuevo con la  herencia medieval y la tradición renacentista, en un deseo de entregarse a la «suprema voluntad». Ráfagas de idealismo sobrevuelan en ruiseñores, alondras, cisnes…, aves muy difícilmente vistos en Manicuare, en búsqueda de la divinidad, compartiendo con Rubén Darío sus solitarios árboles, su océano, su colina…, tan vívidas en su existencia, revistiéndolos de su animosidad interior:

   

     Quiero cantar a tanta poesía

Que habla a los ojos, y a la mente encanta,

Pero la alondra de la musa mía

Aún sin querer solloza cuando canta.5

   

Pero para «el solitario de la cima de Manicuare», la esencia, la fuente secreta de vida, su Grial, está en la mirada de la amada, y, cuando para ella escribe, es un rezo para invocarla. La mujer amada, inspiradora de ensueños, su corazón como emblema de sentimientos:

   

     Miróme ayer una mujer hermosa

Y su presencia me causó tortura,

Vi la herida más honda y dolorosa

Que he sufrido en mi vida de amargura.

 

(...)

 

     Y hoy tengo el corazón más adolorido

De vivir vanamente deseando

Sufrir de nuevo la mortal tortura,

De ser visto otra vez por la hermosura

Que con mirarme ayer me dejó herido

Y con no mirarme hoy, me está matando.6

   

Escribir poesía, para Cruz María Salmerón Acosta, es anhelar amor, orar, arrodillarse, pedir perdón, dejar de preguntarse el «por qué», retumbando su voz entre las piedras, el papel y la orilla del mar.

Su obra cumbre y la más conocida, le bastó para inmortalizarlo, el soneto Azul:

  

AZUL

          Azul de aquella cumbre tan lejana

Hacia la cual mi pensamiento vuela

Bajo la paz azul de la mañana,

¡Color que tantas cosas me revela!

 

          Azul que del azul del cielo emana,

Y azul de este gran mar que me consuela,

Mientras diviso en él la ilusión vana

De la visión del ala de una vela.

 

          Azul de los paisajes abrileños,

Triste azul de los líricos ensueños,

Que me calman los íntimos hastíos.

 

          Sólo me angustias cuando sufro antojos

De besar el azul de aquellos ojos

Que nunca más contemplarán los míos.7

  

No hay cabida en su poesía para el tiempo vertiginoso, el espacio limitante, las desazones de la pasión; en ella, es el aquí sin cuestionamientos complejos y el allí, la vida-no vida, y la muerte-no muerte. Apostar a abandonar la materia yaciendo en el templo del cuerpo. Cruz Salmerón yace, siempre yace en su templo interior, entre ritos medievales y ritmos prerrenacentistas, envolviendo su limitadísimo mundo con mirada agónica y su idealismo con evasión, en la búsqueda de una imagen única de la divinidad.

  

«…se le estaba cayendo la carne a pedazos y el alma a versos…»

JUAN SANTAELLA

  

  

ÚLTIMOS DÍAS DEL “POETA DE LA RESIGNACIÓN”

  

Durante el mes de julio de 1929, Manicuare sufre los estragos de una fuerte sequía. El ardiente sol castiga las polvorientas casas, las arenosas calles, los árboles y sus pájaros:

   

Nací del mar en infeliz ribera

Y esta aflicción que mi alma desespera

Cuando empiezo a rimar lo que he vivido

Me hace pensar, por el sufrir inquieto

Que acaso llevo en mi interior secreto

El paisaje del suelo en que he nacido.5

   

Al poeta lacerado, que desgarra por primera vez en su poema Desolación Espiritual toda la dignidad de su rebeldía contenida, asfixiada por la enfermedad y su mística resignación, le escribe Julio Hernández:

  

                        Soy hombre porque soy libre,

Y soy libre porque he decidido

Someterme al rigor de un dolor interminable.

  

Y el 30 de julio de 1929, con apenas 37 años, en Manicuare, Cruz María Salmerón Acosta se confunde con aquel al que tantas veces le cantara… el azul de su mar… y ese día… llueve en Manicuare. El recuerdo de aquella lluvia aún permanece en esa tierra, en los recuerdos de los más ancianos y en quienes anhelan preservar la memoria de este poeta.

  

Más no habré de cantarte, el sufrimiento

obliga a que mi alma el verso guarde;

hoy me siento tan triste y tan cobarde

que ya ni quiero echar mi canto al viento.8

  

Una recopilación de toda su obra lírica, sus sonetos Fuente de Amargura, con prefacio del profesor Dionisio López Orihuela, se publicó, por primera vez, en 1952, en el volumen N.º 6 de Ediciones Gratuitas de la Línea Aeropostal Venezolana.

La vida del poeta Cruz María Salmerón Acosta fue recreada en 1984, en un largometraje de ficción titulado La Casa de Agua, del director caroreño Jacobo Penzo.

  

  

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NOTAS del AUTOR

Extractos seleccionados de los poemas:

1  Cielo y Mar.

2  Mirándonos.

3 Advenimiento.

4  Bienvenida.

5  Desolación Espiritual.

6  Mirada Fatal.

7  Azul.

8 La Canción Recóndita.

   

   

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

SALMERÓN ACOSTA: Cruz María (1952): Fuente de Amargura. Ediciones Gratuitas, Línea Aeropostal Venezolana, Caracas, Venezuela.

  

  

 
     
       

MARÍA CRISTINA SOLAECHE GALERA (Maracaibo, Zulia, Venezuela). Licenciada en Educación (Mención Matemática), Magíster en Educación Superior, Licenciada en Matemáticas y Magíster en Matemática Pura por la Universidad de Zulia. Profesora Emérita Titular de la Universidad del Zulia, creadora de la Biblioteca de Cultura General “Teresa de la Parra” de la Facultad de Ingeniería Extensión Cabimas (1989) y miembro de la Comisión de Cultura General del Núcleo Universitario de Cabimas durante el periodo 1982-1990, actualmente es miembro, entre otras asociaciones, de “La Casa de la Poesía del Zulia”, La Casa de la Poesía “Mercedes Bermúdez de Belloso” y la Peña Literaria “César David Rincón”. Colabora en el apartado poético por Venezuela de la revista Sensibles del Sur, editada en Argentina. Entre sus publicaciones, cabe citar las siguientes: Un ceratias de Barro y Fuego (Ed. Astrea, Maracaibo, 1992); Omar Khayyam: las Matemáticas, la Nada, el Vino y la Amada (EdiLUZ, 2002); “Amor asoma”, en la antología Verano Encantado (Centro de Estudios Poéticos, Madrid, 2002), los poemarios Un Amor de Miel y Ajenjo (EdiLUZ, Maracaibo, 2003) y Poemas Ásperos y Oscuros (Astro Data, 2005) y el ensayo biográfico Vinicio Nava Urribarri. Un zuliano leal y venezolano integral (Ed. Astrea, Maracaibo, 2009), entre otros títulos. En preparación, el poemario El verano de los tamarindos y el ensayo Cien Instrumentos Musicales Venezolanos. Su creación literaria ha sido reconocida con diversos premios y galardones, entre los que están: el “Vicente López y Planes”, Buenos Aires (2004); la Mención Peña Literaria “César David Rincón”, Maracaibo (2004); el Diploma del V Festival Mundial de Poesía. Peña Literaria “César David Rincón” (2008) y el Diploma del VI Festival de Poesía. Casa de la Poesía “Mercedes Bermúdez de Belloso”, Estado Zulia (2009).

   

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 4. Página 9. Año IX. II Época. Número 65. Enero-Febrero 2010. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2010 María Cristina Solaeche Galera. © Las imágenes se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es). Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2010 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura, adscrito a la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga.