N.º 52

NOVIEMBRE-DICIEMBRE 2007

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PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN Y El Niño de la Bola

«Nadie es profeta en su tierra,

pero la tierra identifica al hombre hasta su muerte»

  

  

  

Por Carmen M.ª Matías López

& Philippe Campillo

  

  

  

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ace ya algún tiempo rondaba por la cabeza de ciertos apasionados de historia y cultura, la idea de trabajar sobre el legado de nuestro patrimonio y fue así como, a finales de 2006, gente de Guadix, ciudad natal del ilustre escritor Pedro Antonio de Alarcón, se propuso recuperar antiguas costumbres que habían desaparecido, y en diciembre llevaron a cabo una reconstitución del célebre “baile de la rifa”.

La fuente de información fue diversa y variada: documentos históricos e incluso algún que otro testimonio han servido a la elaboración de dicha investigación. Cabe señalar que la obra del insigne Pedro Antonio de Alarcón y Ariza, El niño de la bola, ha colaborado en buena parte.

   
      

 

Pedro Antonio de Alarcón

(1833-1891)

   

Así pues, desde la muy noble y leal ciudad de Guadix, situada al pie de la andaluza Sierra Nevada, algunos accitanos, gentilicio con el que suele hacerse referencia a los habitantes de esa parte de la provincia de Granada, revivirán indirectamente a otro accitano que por fin yace en su querida tierra y sobre el que, hace ya algún tiempo, ningún erudito entretiene su quehacer literario. Sin olvidar, claro, a escritores como Carlos y Luis Asenjo Sedano que, en los últimos tiempos, han consagrado algunas líneas a este accitano ilustre con ocasión de algún que otro acontecimiento conmemorativo.

A finales del presente se publicará una nueva edición de la novela, comentada en su prólogo por el ya citado Luis Asenjo Sedano. Edición y prólogo que resultarán de gran utilidad para futuros estudiosos de la obra alarconiana.

Siempre se ha pensado, y algunos críticos lo confirman, que un accitano que lea la obra de Alarcón, y más en concreto El niño de la bola, tendrá la impresión, desde el principio hasta el final de la novela, de pasearse por el Guadix del siglo XIX y descubrir una época, sus gentes y sus costumbres.

Pedro Antonio de Alarcón. El niño de la bola (1880). Del romanticismo al realismo, pasando por el costumbrismo y la literatura fantástica

La crítica literaria ha encontrado siempre en la obra de Alarcón (1833-1891) un romanticismo muy influenciado por el de clásicos franceses como Victor Hugo (1802-1870), Honoré de Balzac (1799-1850), Alexandre Dumas (1802-1870) y nuestros clásicos españoles: José de Espronceda (1808-1842), José Zorrilla (1817-1893), etc. Sin embargo, la exaltación del individuo, el exotismo, los valores morales, la evocación del amor platónico e imposible del romanticismo, parecen evolucionar en Alarcón hacia una forma de realismo contextualizado.

En efecto, los acontecimientos de la vida del autor impregnan continuamente su obra hasta el más mínimo detalle. Todo esto nos conduce a un intento de definir si en la obra titulada El niño de la bola podemos evocar el realismo, el romanticismo o más bien, una forma de literatura basada en las costumbres y en el folclore. Podríamos encontrar, por qué no, rasgos del realismo en el romanticismo o viceversa e intercalar en este periodo otra corriente literaria, el costumbrismo español.

Existen numerosos indicios que se refieren a dicho movimiento y que, quizás inconscientemente, el autor introduce en su obra. En esta novela encontramos nombres de personajes, lugares y hechos que podrían tener un sentido, una referencia histórica e incluso humana. Alarcón vivió mucho tiempo alejado de su pueblo natal, Guadix, y cuando nos introducimos en su obra, algunos personajes son un llamamiento a una reminiscencia de imágenes que han inspirado su pluma siguiendo el mismo punto de mira de sus coetáneos. Todo este universo personal que el autor nos transmite en su obra, forma parte de la vida de la tierra que lo vio nacer.

Por otro lado, habría que interrogarse sobre el aspecto fantástico de la historia: ¿Podemos clasificar El niño de la bola de novela fantástica? El aspecto fantástico lo encontraríamos ante todo en la forma y no tanto en el fondo, y, por otro lado, en la imaginación del lector que, seducido por el estilo del autor, consigue viajar e introducirse en el ambiente de la historia de la época. Esta fantasía que Alarcón provoca en el lector, depende de este último: por una parte, un lector ajeno y, por otra, un lector paisano del autor que, como él, podría, dentro de esta imaginación, reconocer lugares, costumbres y hasta nombres propios y seudónimos particulares.

El niño de la bola, romanticismo, realismo, pero, ante todo, costumbrismo, es un icono representado por un personaje que nos remite a una tradición folclórica enraizada en un lugar muy específico, referenciado en la historia y vida del autor. ¿Sería, pues, posible recuperar y revivir parte de las tradiciones y costumbres del folclore andaluz a partir de este texto?

En lo que a la historia profunda de la novela se refiere, pueden encontrarse varios temas que giran en torno al devenir de los personajes: el papel de la religión, el cura del barrio, muy importante en la sociedad del XIX, los deberes y obligaciones de la mujer antes del matrimonio, la crítica social de las costumbres, muy marcada en el modelo de la familia de la época para quien el apellido y la reputación eran esenciales. El autor expresa su indignación ante el modelo social de este periodo, a través de los diferentes aspectos del relato. Cabe añadir que estos personajes son, en cierto modo, el reflejo de la sociedad y las mentalidades de su pueblo, donde la religión juega un papel muy importante y se adhiere a una forma de pensar muy particular que roza la beatitud. Ante este aspecto religioso, Pedro Antonio de Alarcón conmemora una parte importante de su vida: el seminario en el que pasó buena parte de su juventud.

En cuanto al final, al destino de los personajes, el acontecimiento principal fruto de una celebración de su época, “los bailes de rifa”, se inspira de un hecho real que el autor había oído contar siendo niño tal como cuenta en su obra Historia de mis libros (1884), revisión y recapitulación que el propio escritor llama testamento de sus obras, donde Alarcón evoca las críticas recibidas por sus contemporáneos coincidiendo con la publicación de cada una de ellas. En referencia a esta obra de síntesis, podría pensarse en su época de periodista y autor de artículos, en la que su escritura se convierte en testimonio directo de su experiencia, de sus propias vivencias, adornadas de manera artística y cuidada. Dicha experiencia da prueba de un cierto realismo sin argumento moral.

Sus primeras obras son muy diferentes de las últimas, entre las que se incluye El niño de la bola. Toda la diferencia radica en la expresión de sus sensaciones constantes, sus estados de ánimo y humor. El autor permanece en silencio durante unos doce años aproximadamente, lo que supone un periodo de ruptura en su trayectoria literaria. En estos años muere su padre, se casa, tiene varios hijos, pierde dos de ellos y muere, además, su maestro Pastor Díaz. Se ha convertido en otro hombre, pero sigue siendo el mismo autor.

El niño de la bola nace en un periodo en que Alarcón evoluciona hacia una tendencia más racional. A pesar de ello, podemos comprobar una inminencia que perdura desde el principio. En la obra encontramos a veces las mismas características populares que se aprecian en su obra precedente, El escándalo. En Historia de mis libros, el autor confiesa, al referirse a El escándalo, haberse limitado a repertoriar lo que ha ocurrido, a poner en boca de sus héroes la manera de hablar de los calaveras y los jesuitas de Madrid, y está seguro de que esta obra será “de gran utilidad para el prójimo”, permaneciendo fiel pintor de costumbres.

En cuanto a El niño de la bola, Alarcón declaró haber pretendido publicar una novela espiritual y religiosa que serviría de interpretación auténtica de El escándalo, que “restablecerá su verdadero sentido, que marcará los límites de su tendencia y ridiculizará a todos aquellos que han confundido el altruismo con la necesidad de adherirse a posibles militantes de cualquier escuela política o religiosa”.

Con la aparición de El niño de la bola, el autor confiesa haberse inspirado en un drama romántico del que había sido testigo en Andalucía siendo niño. En este drama nos encontramos con un cura, una historia de amor, de celos y de venganza. Frente al cura aparece el más desfavorecido, a quien, con su nacimiento fatídico, sin familia, pobre, feo, le confiere abnegación y paciencia pero que se ha proclamado el antagonista del bien, de la esperanza, de la virtud y, en consecuencia, apóstol del ateísmo, la rebelión y el crimen.

Alarcón (1833-1891) y Victor Hugo (1802-1885). El niño de la bola (1880), ¿reminiscencia de Notre dame de Paris (1831)?

Si profundizamos en la historia de la literatura, podemos encontrar características similares de ciertos personajes, en la obra de uno de los autores románticos del XIX que tanto han influenciado a Pedro Antonio de Alarcón: queremos referirnos a Víctor Hugo y Notre Dame de Paris, marcada por la presencia de personajes que pudieron inspirar a nuestro autor accitano.

   

      

Gárgolas, detalle de la catedral de Notre Dame de París.

 
   

La obra de Víctor Hugo está basada en una historia de amor con una implicación directa de la Iglesia. Entre sus personajes, nos encontramos también con la desgracia que tiene sus consecuencias en el desarrollo de la historia. En ambas historias, en el devenir de los acontecimientos se ven implicados dos personajes que, a su vez, encarnan la adversidad: Cuasimodo, para Victor Hugo y Vitriolo, para Alarcón. Debido al aspecto fantástico de las dos historias, puede establecerse un paralelismo entre dichos dramas y sus personajes, para los que la única diferencia estaría en la influencia de la Iglesia, puesto que, en El niño de la bola, la religión aparece representada por un simple cura de parroquia y en la novela de Víctor Hugo, la Iglesia aparece como uno de los personajes principales en la imagen de una catedral y un archidiácono. En contrapartida, podemos clasificar ambas obras dentro de la novela histórica y social. Sin embargo, si estudiamos su lado fantástico, encontramos muchos más elementos fantásticos en Notre Dame de Paris y más rasgos costumbristas en El niño de la bola. En la obra de Victor Hugo, la imaginación alcanza la fantasía, lo irreal, en el personaje de Cuasimodo, mientras que en la novela de Alarcón el peor de los personajes es una representación del modelo social del Guadix de su época.

Al hablar de los protagonistas representativos de cada una de las novelas, no podemos olvidar a los dos personajes femeninos, elementos centrales de la acción. Ambos difieren entre sí, puesto que pertenecen a entornos completamente opuestos: Soledad y Esmeralda. Criaturas inocentes cuyo fin es la muerte causada por toda una trama amorosa en la que se ven implicados todo tipo de hombres, representantes de diferentes estratos sociales. La atmósfera de la ‘cour des miracles’ se refleja en el ambiente del ‘barrio de las cuevas’.

En las obras de ambos autores podemos recuperar parte del pasado en la reconstrucción de ciertos pasajes de la historia. Gracias a Alarcón, podrán reconstruirse varias tradiciones y con Victor Hugo, el viejo espíritu de una capital y su historia.

Alarcón y Guadix

Carlos Asenjo realiza un estudio de la genealogía de Alarcón a través de su obra, que él califica de pre-realismo y ficción, y todo ello porque, según el historiador, en esta historia cada personaje e incluso cada lugar de la novela encarna su ciudad natal: sus calles y plazas, sus tradiciones e incluso algunos de sus personajes. En el relato podemos hallar la casa en la que vivió Alarcón siendo niño, donde vive uno de los protagonistas de la historia.

   
      

 

Vista de la catedral de Guadix (Granada).

   

El punto de referencia en la descripción de la ciudad es la catedral de Guadix. Cualquier accitano sabría orientarse siguiendo las indicaciones del autor en la narración para descubrir el lugar que en realidad se esconde bajo el edificio o monumento que Alarcón describe en el relato. De esta forma, historiadores de la talla de Carlos y Luis Asenjo, accitanos como Alarcón, han sabido descifrar cada una de las indicaciones y encontrar el auténtico monumento o edificio que se oculta en la narración de los hechos.

Como afirma el autor en las primeras páginas de su obra, la topografía de la novela es exactamente la de Guadix. El autor nos hace partícipes de sus recuerdos del año 1840 y nos acerca a la ciudad haciéndonos descubrir sus celebraciones, lugares sagrados y populares. De hecho, encontraremos una de las tradiciones más antiguas que se están intentando recuperar: “El baile de Rifa” o, sencillamente, “La Rifa”. Alarcón hace referencia en su obra a esta tradición folclórica, convirtiéndose así en testigo fiel para aquellos que investigan y se interesan hoy en la reconstrucción de algunos aspectos de la tradición y el folclore.

Coincidiendo con esta manifestación popular, aparece un personaje muy importante y pintoresco para la tradición, la vida y las celebraciones de Guadix, quien, a pesar de ello, es un personaje secundario en la historia de la novela y que, como la mayoría de los elementos de la obra, aparece enmascarado pero que no es otro que el enigmático “Cascamorras”, quien, por el contrario, ha perdurado en el tiempo. Personaje significativo que se identifica con el patrimonio cultural de la ciudad, cuya celebración, cada 9 de septiembre, se ha convertido en fiesta de carácter popular, reconocida y declarada en 2001 de interés turístico nacional.

Así pues, como Pedro Antonio de Alarcón afirma en su Historia de mis libros, El niño de la bola fue calificada por los eruditos de la Real Academia como su obra más literaria y artística: “El niño de la bola, calificada por insignes individuos de la Real Academia Española como mi obra más literaria y artística —¡yo me contentaría con saber de fijo que estos señores no la juzgaron enteramente indigna de llevar el nombre de un escritor a quien ya habían ennoblecido con sus votos!”.

  

  

  

PARA SABER MÁS:

ALARCÓN, Pedro Antonio: El Capitán Veneno; Historia de mis libros. Col. Escritores Castellanos, Madrid, 1885.

ALARCÓN, Pedro Antonio: El niño de la Bola. Col. Temas Accitanos, Guadix, 1990.

DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE GRANADA (1993): En torno a Pedro Antonio de Alarcón. Ponencia de Asenjo Sedano Carlos. Segunda lectura del niño de la bola. Granada.

LARA RAMOS, Antonio (2001): Pedro Antonio de Alarcón. Col. Biografías Granadinas, Ed. Comares, Granada.

  

  

  

CARMEN MARÍA MATÍAS LÓPEZ es licenciada en Traducción e Interpretación y ejerce como profesora de español en la Facultad de Letras y otras escuelas superiores de la Universidad Católica de Lille. En la actualidad, realiza un máster de investigación sobre la literatura española del XIX en la Universidad de Lille 3, en Francia.

PHILIPPE CAMPILLO es doctor y ejerce como profesor en la Universidad de Lille 2, en Francia. En la actualidad, realiza su último curso de doctorado en Historia y Filosofía de las Ciencias en la Universidad de Lille 3.

  

  

  

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Año VI. Número 52. Noviembre-Diciembre 2007. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2007 Carmen María Matías López & Philippe Campillo. © 2002-2007 EdiJambia & Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

  

  

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