ace ya algún tiempo rondaba por la cabeza de
ciertos apasionados de historia y cultura,
la idea de trabajar sobre el legado de
nuestro patrimonio y fue así como, a finales
de 2006, gente de Guadix, ciudad natal del
ilustre escritor Pedro Antonio de Alarcón,
se propuso recuperar antiguas costumbres que
habían desaparecido, y en diciembre llevaron
a cabo una reconstitución del célebre “baile
de la rifa”.
La fuente de información fue diversa y
variada: documentos históricos e incluso
algún que otro testimonio han servido a la
elaboración de dicha investigación. Cabe
señalar que la obra del insigne Pedro
Antonio de Alarcón y Ariza, El niño de la
bola, ha colaborado en buena parte.
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Pedro Antonio de Alarcón
(1833-1891) |
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Así pues, desde la muy noble y leal ciudad
de Guadix, situada al pie de la andaluza
Sierra Nevada, algunos accitanos, gentilicio
con el que suele hacerse referencia a los
habitantes de esa parte de la provincia de
Granada, revivirán indirectamente a otro
accitano que por fin yace en su querida
tierra y sobre el que, hace ya algún tiempo,
ningún erudito entretiene su quehacer
literario. Sin olvidar, claro, a escritores
como Carlos y Luis Asenjo Sedano que, en los
últimos tiempos, han consagrado algunas
líneas a este accitano ilustre con ocasión
de algún que otro acontecimiento
conmemorativo.
A finales del presente se publicará una
nueva edición de la novela, comentada en su
prólogo por el ya citado Luis Asenjo Sedano.
Edición y prólogo que resultarán de gran
utilidad para futuros estudiosos de la obra
alarconiana.
Siempre se ha pensado, y algunos críticos lo
confirman, que un accitano que lea la obra
de Alarcón, y más en concreto El niño de
la bola, tendrá la impresión, desde el
principio hasta el final de la novela, de
pasearse por el Guadix del siglo XIX y
descubrir una época, sus gentes y sus
costumbres.
Pedro Antonio de Alarcón. El niño de la
bola (1880). Del romanticismo al
realismo, pasando por el costumbrismo y la
literatura fantástica
La crítica literaria ha encontrado siempre
en la obra de Alarcón (1833-1891) un
romanticismo muy influenciado por el de
clásicos franceses como Victor Hugo
(1802-1870), Honoré de Balzac (1799-1850),
Alexandre Dumas (1802-1870) y nuestros
clásicos españoles: José de Espronceda
(1808-1842), José Zorrilla (1817-1893), etc.
Sin embargo, la exaltación del individuo, el
exotismo, los valores morales, la evocación
del amor platónico e imposible del
romanticismo, parecen evolucionar en Alarcón
hacia una forma de realismo contextualizado.
En efecto, los acontecimientos de la vida
del autor impregnan continuamente su obra
hasta el más mínimo detalle. Todo esto nos
conduce a un intento de definir si en la
obra titulada El niño de la bola
podemos evocar el realismo, el romanticismo
o más bien, una forma de literatura basada
en las costumbres y en el folclore.
Podríamos encontrar, por qué no, rasgos del
realismo en el romanticismo o viceversa e
intercalar en este periodo otra corriente
literaria, el costumbrismo español.
Existen numerosos indicios que se refieren a
dicho movimiento y que, quizás
inconscientemente, el autor introduce en su
obra. En esta novela encontramos nombres de
personajes, lugares y hechos que podrían
tener un sentido, una referencia histórica e
incluso humana. Alarcón vivió mucho tiempo
alejado de su pueblo natal, Guadix, y cuando
nos introducimos en su obra, algunos
personajes son un llamamiento a una
reminiscencia de imágenes que han inspirado
su pluma siguiendo el mismo punto de mira de
sus coetáneos. Todo este universo personal
que el autor nos transmite en su obra, forma
parte de la vida de la tierra que lo vio
nacer.
Por otro lado, habría que interrogarse sobre
el aspecto fantástico de la historia:
¿Podemos clasificar El niño de la bola
de novela fantástica? El aspecto fantástico
lo encontraríamos ante todo en la forma y no
tanto en el fondo, y, por otro lado, en la
imaginación del lector que, seducido por el
estilo del autor, consigue viajar e
introducirse en el ambiente de la historia
de la época. Esta fantasía que Alarcón
provoca en el lector, depende de este
último: por una parte, un lector ajeno y,
por otra, un lector paisano del autor que,
como él, podría, dentro de esta imaginación,
reconocer lugares, costumbres y hasta
nombres propios y seudónimos particulares.
El niño de la bola,
romanticismo, realismo, pero, ante todo,
costumbrismo, es un icono representado por
un personaje que nos remite a una tradición
folclórica enraizada en un lugar muy
específico, referenciado en la historia y
vida del autor. ¿Sería, pues, posible
recuperar y revivir parte de las tradiciones
y costumbres del folclore andaluz a partir
de este texto?
En lo que a la historia profunda de la
novela se refiere, pueden encontrarse varios
temas que giran en torno al devenir de los
personajes: el papel de la religión, el cura
del barrio, muy importante en la sociedad
del XIX, los deberes y obligaciones de la
mujer antes del matrimonio, la crítica
social de las costumbres, muy marcada en el
modelo de la familia de la época para quien
el apellido y la reputación eran esenciales.
El autor expresa su indignación ante el
modelo social de este periodo, a través de
los diferentes aspectos del relato. Cabe
añadir que estos personajes son, en cierto
modo, el reflejo de la sociedad y las
mentalidades de su pueblo, donde la religión
juega un papel muy importante y se adhiere a
una forma de pensar muy particular que roza
la beatitud. Ante este aspecto religioso,
Pedro Antonio de Alarcón conmemora una parte
importante de su vida: el seminario en el
que pasó buena parte de su juventud.
En cuanto al final, al destino de los
personajes, el acontecimiento principal
fruto de una celebración de su época, “los
bailes de rifa”, se inspira de un hecho real
que el autor había oído contar siendo niño
tal como cuenta en su obra Historia de
mis libros (1884), revisión y
recapitulación que el propio escritor llama
testamento de sus obras, donde Alarcón evoca
las críticas recibidas por sus
contemporáneos coincidiendo con la
publicación de cada una de ellas. En
referencia a esta obra de síntesis, podría
pensarse en su época de periodista y autor
de artículos, en la que su escritura se
convierte en testimonio directo de su
experiencia, de sus propias vivencias,
adornadas de manera artística y cuidada.
Dicha experiencia da prueba de un cierto
realismo sin argumento moral.
Sus primeras obras son muy diferentes de las
últimas, entre las que se incluye El niño
de la bola. Toda la diferencia radica en
la expresión de sus sensaciones constantes,
sus estados de ánimo y humor. El autor
permanece en silencio durante unos doce años
aproximadamente, lo que supone un periodo de
ruptura en su trayectoria literaria. En
estos años muere su padre, se casa, tiene
varios hijos, pierde dos de ellos y muere,
además, su maestro Pastor Díaz. Se ha
convertido en otro hombre, pero sigue siendo
el mismo autor.
El niño de la bola
nace en un periodo en que Alarcón evoluciona
hacia una tendencia más racional. A pesar de
ello, podemos comprobar una inminencia que
perdura desde el principio. En la obra
encontramos a veces las mismas
características populares que se aprecian en
su obra precedente, El escándalo. En
Historia de mis libros, el autor
confiesa, al referirse a El escándalo,
haberse limitado a repertoriar lo que ha
ocurrido, a poner en boca de sus héroes la
manera de hablar de los calaveras y los
jesuitas de Madrid, y está seguro de que
esta obra será “de gran utilidad para el
prójimo”, permaneciendo fiel pintor de
costumbres.
En cuanto a El niño de la bola,
Alarcón declaró haber pretendido publicar
una novela espiritual y religiosa que
serviría de interpretación auténtica de
El escándalo, que “restablecerá su
verdadero sentido, que marcará los límites
de su tendencia y ridiculizará a todos
aquellos que han confundido el altruismo con
la necesidad de adherirse a posibles
militantes de cualquier escuela política o
religiosa”.
Con la aparición de El niño de la bola,
el autor confiesa haberse inspirado en un
drama romántico del que había sido testigo
en Andalucía siendo niño. En este drama nos
encontramos con un cura, una historia de
amor, de celos y de venganza. Frente al cura
aparece el más desfavorecido, a quien, con
su nacimiento fatídico, sin familia, pobre,
feo, le confiere abnegación y paciencia pero
que se ha proclamado el antagonista del
bien, de la esperanza, de la virtud y, en
consecuencia, apóstol del ateísmo, la
rebelión y el crimen.
Alarcón (1833-1891) y Victor Hugo
(1802-1885). El niño de la bola
(1880),
¿reminiscencia de Notre dame de
Paris (1831)?
Si profundizamos en la historia de la
literatura, podemos encontrar
características similares de ciertos
personajes, en la obra de uno de los autores
románticos del XIX que tanto han
influenciado a Pedro Antonio de Alarcón:
queremos referirnos a Víctor Hugo y Notre
Dame de Paris, marcada por la presencia
de personajes que pudieron inspirar a
nuestro autor accitano.
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Gárgolas, detalle de la catedral
de Notre Dame de París. |
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La obra de Víctor Hugo está basada en una
historia de amor con una implicación directa
de la Iglesia. Entre sus personajes, nos
encontramos también con la desgracia que
tiene sus consecuencias en el desarrollo de
la historia. En ambas historias, en el
devenir de los acontecimientos se ven
implicados dos personajes que, a su vez,
encarnan la adversidad: Cuasimodo, para
Victor Hugo y Vitriolo, para Alarcón. Debido
al aspecto fantástico de las dos historias,
puede establecerse un paralelismo entre
dichos dramas y sus personajes, para los que
la única diferencia estaría en la influencia
de la Iglesia, puesto que, en El niño de
la bola, la religión aparece
representada por un simple cura de parroquia
y en la novela de Víctor Hugo, la Iglesia
aparece como uno de los personajes
principales en la imagen de una catedral y
un archidiácono. En contrapartida, podemos
clasificar ambas obras dentro de la novela
histórica y social. Sin embargo, si
estudiamos su lado fantástico, encontramos
muchos más elementos fantásticos en Notre
Dame de Paris y más rasgos costumbristas
en El niño de la bola. En la obra de
Victor Hugo, la imaginación alcanza la
fantasía, lo irreal, en el personaje de
Cuasimodo, mientras que en la novela de
Alarcón el peor de los personajes es una
representación del modelo social del Guadix
de su época.
Al hablar de los protagonistas
representativos de cada una de las novelas,
no podemos olvidar a los dos personajes
femeninos, elementos centrales de la acción.
Ambos difieren entre sí, puesto que
pertenecen a entornos completamente
opuestos: Soledad y Esmeralda. Criaturas
inocentes cuyo fin es la muerte causada por
toda una trama amorosa en la que se ven
implicados todo tipo de hombres,
representantes de diferentes estratos
sociales. La atmósfera de la ‘cour des
miracles’ se refleja en el ambiente del
‘barrio de las cuevas’.
En las obras de ambos autores podemos
recuperar parte del pasado en la
reconstrucción de ciertos pasajes de la
historia. Gracias a Alarcón, podrán
reconstruirse varias tradiciones y con
Victor Hugo, el viejo espíritu de una
capital y su historia.
Alarcón y Guadix
Carlos Asenjo realiza un estudio de la
genealogía de Alarcón a través de su obra,
que él califica de pre-realismo y ficción, y
todo ello porque, según el historiador, en
esta historia cada personaje e incluso cada
lugar de la novela encarna su ciudad natal:
sus calles y plazas, sus tradiciones e
incluso algunos de sus personajes. En el
relato podemos hallar la casa en la que
vivió Alarcón siendo niño, donde vive uno de
los protagonistas de la historia.
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Vista de la catedral de Guadix
(Granada). |
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El punto de referencia en la descripción de
la ciudad es la catedral de Guadix.
Cualquier accitano sabría orientarse
siguiendo las indicaciones del autor en la
narración para descubrir el lugar que en
realidad se esconde bajo el edificio o
monumento que Alarcón describe en el relato.
De esta forma, historiadores de la talla de
Carlos y Luis Asenjo, accitanos como
Alarcón, han sabido descifrar cada una de
las indicaciones y encontrar el auténtico
monumento o edificio que se oculta en la
narración de los hechos.
Como afirma el autor en las primeras páginas
de su obra, la topografía de la novela es
exactamente la de Guadix. El autor nos hace
partícipes de sus recuerdos del año 1840 y
nos acerca a la ciudad haciéndonos descubrir
sus celebraciones, lugares sagrados y
populares. De hecho, encontraremos una de
las tradiciones más antiguas que se están
intentando recuperar: “El baile de Rifa” o,
sencillamente, “La Rifa”. Alarcón hace
referencia en su obra a esta tradición
folclórica, convirtiéndose así en testigo
fiel para aquellos que investigan y se
interesan hoy en la reconstrucción de
algunos aspectos de la tradición y el
folclore.
Coincidiendo con esta manifestación popular,
aparece un personaje muy importante y
pintoresco para la tradición, la vida y las
celebraciones de Guadix, quien, a pesar de
ello, es un personaje secundario en la
historia de la novela y que, como la mayoría
de los elementos de la obra, aparece
enmascarado pero que no es otro que el
enigmático “Cascamorras”, quien, por el
contrario, ha perdurado en el tiempo.
Personaje significativo que se identifica
con el patrimonio cultural de la ciudad,
cuya celebración, cada 9 de septiembre, se
ha convertido en fiesta de carácter popular,
reconocida y declarada en 2001 de interés
turístico nacional.
Así pues, como Pedro Antonio de Alarcón
afirma en su Historia de mis libros,
El niño de la bola fue calificada por
los eruditos de la Real Academia como su
obra más literaria y artística: “El niño
de la bola, calificada por insignes
individuos de la Real Academia Española como
mi obra más literaria y artística —¡yo me
contentaría con saber de fijo que estos
señores no la juzgaron enteramente indigna
de llevar el nombre de un escritor a quien
ya habían ennoblecido con sus votos!”.