«Porque no hay muerte,
sino vida
del lado allá del canto,
del lado allá del vuelo,
del lado allá del
tiempo.
El muro de la tarde
―atardecido en nuestra
tarde―,
apenas una línea blanca
junto al campo
y junto al cielo.»
FERNANDO PAZ CASTILLO
lías David Curiel, descendiente de sefarditas recalados en
Venezuela a comienzos
del siglo XIX,
constituye una presencia
especialmente particular
en la poesía de este
país. Su obra, junto con
la de José Antonio Ramos
Sucre, se constituye con
toda legitimidad en
precursora de la
modernidad de las letras
venezolanas, porque,
como leemos en múltiples
escritos, Curiel es
creador de un universo
poético de altísima
originalidad,
decididamente nuevo y
definitivo, en el que
sentimos que, más allá
de las proposiciones o
hallazgos formales,
estamos situados ante un
espacio de revelaciones
y ante la experiencia de
vida de un auténtico
poeta.
Los sefarditas de Coro
Elías David Curiel,
poeta, maestro preceptor
de escuela y periodista,
nace el 9 de agosto
de 1871, en Santa Ana de
Coro, la ‘ciudad raíz’
de Venezuela o ‘Ciudad
Mariana’, flanqueada por
los médanos, la sierra
y el mar Caribe. Su
padres fueron judíos
sefarditas provenientes
del judaísmo reformista
de Holanda, que se
exiliaron en la isla de
Curaçao, colonia
holandesa desde hacía
casi dos siglos, de
donde se trasladaron
después a Coro, Estado
venezolano de Falcón, en
1824.
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Elías David
Curiel
(1871-1924),
sefardita de
origen y
precursor, junto
a José Antonio
Ramos Sucre, del
Modernismo
poético en
Venezuela. |
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Recordemos tres momentos
críticos que tuvieron
que padecer los
sefarditas en esta
ciudad: los meses
últimos de 1831, cuando
circulan panfletos
insultantes llamando a
expulsar del país a
todos los judíos, con
amenazas de muerte y
agresiones a sus
hogares. Más violenta
aún fue la persecución
de 1855, cuando de nuevo
aparecen los xenófobos
pasquines pidiendo la
expulsión de todos los
judíos, acusándoles
falsamente de
monopolizar el comercio,
acaparar el dinero,
empobrecer al pueblo y
ser irrespetuosos con la
fe católica.
Como consecuencia de
estas persecuciones, se
produjo un éxodo casi
generalizado de los
judíos; muy pocos se
refugiaron en las zonas
rurales del Estado de
Falcón. En 1891,
cauterizadas y olvidadas
en parte las heridas,
los descendientes de
estos sefarditas eran ya
en esa ciudad
escritores, poetas,
promotores culturales,
exportadores e
importadores,
farmacéuticos, mineros,
jueces, concejales y
agentes de libros y
revistas traídos del
extranjero. Tuvo lugar
un encomiable apogeo de
centros difusores de las
artes y las letras y se
realizaron uniones
mixtas, pero no pudo
lograrse un plena
libertad religiosa para
el sefardí. Elías David
Curiel era coriano, pero
de origen sefardita, y,
como tal, sufrió
dramáticamente los
hechos antes expuestos
durante casi toda su
vida.
En 1900, acontece el
tercer y último
incidente antijudío en
Venezuela, en esta
ocasión azuzado por el
cura José Dávila y
González y el general
Ramón Ayala, jefe civil
del Estado de Falcón.
Aquél, a través de una
carta pública, incitó a
expulsar de nuevo a los
judíos que se quedaron y
a los que regresaron
tras la primera
expulsión. Pero ahora,
ya en los umbrales del
siglo XX, esta llamada
no halla eco entre las
gentes; por primera vez,
Coro defiende a la
comunidad judía. Nunca
podrá obviarse el alto
nivel cultural y
comercial que a nuestras
tierras aportó la etnia
judía; negarlo sería un
dislate.
Sus obras
Elías David Curiel
estudia en el Colegio
Federal de Varones de su
ciudad natal, en donde
luego va a desarrollar
su labor educativa, y,
además, es fundador y
director del Colegio de
Coro.
Crea el semanario La
Cantera con la
colaboración del poeta
Antonio José Hermoso y
es redactor jefe del
diario El Día. El
25 de abril de 1905, lo
comisiona el presidente
del Gobierno regional
para componer la letra
del himno del Estado de
Falcón, del cual es su
creador.
En entregas sueltas y
dispersas, publica en
múltiples revistas de la
época, como la coriana
Armonía Literaria;
en diversos periódicos y
en la notoria
publicación El Cojo
Ilustrado
(1892-1915), una de las
grandes revistas
literarias de
Hispanoamérica con un
propósito central:
servir de enlace entre
Venezuela y el resto del
mundo. Curiel escribe en
esta revista de 1896 a
1914, y en ella
comienzan a aparecer
poemas de su autoría en
los números 236 (1901),
293 (1904) y 347 (1906),
en el que se le dedica
toda una página. A
partir de entonces es
cuando se le admite como
colaborador.
Publicación de sus obras
y reconocimientos
póstumos
Póstumamente, en 1944
aparece la primera
publicación de un
conjunto de poemas de
Elías David Curiel. Se
trata del poemario
Poemas en Flor,
antología poética
seleccionada con gran
acierto por Rafael Vaz y
editada con el
patrocinio del Gobierno
del Estado de Falcón
durante la etapa
presidencial del Dr.
Tomás Liscano.
Casi veinte años más
tarde, en 1961, tiene
lugar la segunda
publicación de
composiciones del poeta
coriano. En esta
ocasión, el poemario
recoge una recopilación
de Luis Arturo
Domínguez, quien también
anota la antología, y
aparece con el título de
Obra Poética
dentro de la ‘Biblioteca
Falconiana’ de Ángel
Miguel Queremel,
colección que se edita
con el patrocinio del
Ejecutivo del Estado de
Falcón. En esta
publicación se incluyen
tres poemarios:
Apéndice Lírico, Música
Astral y Poemas
en Flor, este último
ya publicado en 1944.
Una década después, en
1971, Ramón Antonio
Medina, entonces
gobernador del Estado,
lanza una nueva edición,
la llamada «edición
azul», en la que, a los
tres cuadernos
anteriores, se añaden un
‘mea culpa’ y una prosa
poética. En 1974, por
iniciativa del Ejecutivo
Falconiano y preparada
por Ernesto Silva
Tellería, la empresa
tipográfica Gráfica
Herpa publica el
compendio lírico
Obras Completas,
siendo ésta la primera
publicación de la
‘Biblioteca de Autores y
Temas Falconianos’.
En 2003, aparece
Ebriedad de Nube,
una publicación conjunta
del Ateneo de Coro, la
Dirección General de
Cultura y Extensión, la
Universidad de los
Andes, la Biblioteca
‘Oscar Beaujon Graterol’
de Coro, la Biblioteca
Nacional Febres Cordero
de Mérida, el CONAC y
Ediciones El Otro, El
Mismo. Esta publicación
contiene Poemas en
Flor, Música Astral,
Apéndice Lírico, Apuntes
Literarios y
Poemas Inéditos. El
prólogo está firmado por
Egla Charmell y El
Discurso del Insomnio,
dedicado a la obra del
poeta, pertenece a
Enrique Arenas.
Este poemario es
precisamente la fuerza
seductora que motiva la
redacción de este breve
ensayo sobre la obra
poética Elías David
Curiel.
Su temática: Precursor
del Modernismo poético
venezolano
Desde muy niño, el poeta
coriano está marcado por
el aburrimiento, el
tedio del ambiente del
medio, aunado a ello, la
sobriedad familiar y las
prohibiciones sociales,
dadas las circunstancias
ya referidas de su
origen judío: no va al
pozo como los otros
niños, no juega al
trompo en compañías
infantiles, no eleva
papagayos multicolores
ni se reúne con otros
chavales:
Es el camarote de un
buque mi estancia,
donde retrosinglo
derecho a mi infancia.
Mi niñez no supo de
hermosa cometa
ni de la peonza que
ritma el planeta,
ni nunca en la copa del
árbol subido,
saqué los piantes
pichones del nido,
ni fui con los otros
rapaces al pozo.[1]
Nací poeta. En mi niñez
temprana,
cuando aun la savia
intelectual germina,
vibró en mi ser
conmoción divina
que transfigura la
materia humana.
Y en esa edad en que la
voz es vana
copia de lo que el alma
se imagina,
la flor del estro me
clavó su espina
y me anunció los frutos
del mañana.[2]
Apenas asomado al umbral
de su casa, el joven
Curiel saluda
cortésmente a vecinos y
amigos. Vive siempre de
espaldas a la ardiente y
árida geografía del
paisaje falconiano donde
habita. En sus poemas
apenas menciona a Coro,
o sus médanos, sus
cujíes, sus palmeras,
sus oasis. Nada en
absoluto: su mirada va
dirigida hacia dentro,
es una mirada
profundamente interior,
entre misterios y
arcanos.
Por otra parte, al joven
poeta le toca vivir un
momento histórico
políticamente colmado de
conflictos constantes
entre los caudillos de
turno y sus diferentes
facciones, en un
ambiente desentendido de
la poesía, donde la
primera y única
preocupación de la clase
dominante y de la
sociedad pudiente es
hacer dinero, ampliar
sus intereses económicos
y fortalecer sus
mercados.
Consecuentemente, el
pragmatismo y el
utilitarismo son tornan
en dueños de la ciudad
coriana: se pierde la
lengua madre y el tiempo
religioso, desaparecen
usos en la vestimenta y
costumbres culinarias, y
una hibridación no
deseada por ellos se
apodera como un pulpo
cuyos tentáculos apenas
permiten la más leve
respiración.
Y la cábala, en forma de
una criada hechicera, le
augura su destino en la
borra del café:
Y la negra fámula
adivinadora
que previó en mi
horóscopo una mala hora,
leyendo la cábala oscura
que traza
el turbio residuo de
café en mi taza.
¡Oh, mi alma, sueño de
un dios, incoherencia
de un dios atediado de
su omnipresencia![3]
Y la madre…
Mi madre dormía y oyó mi
lamento,
y llegó, en puntillas, y
entró en mi aposento.
Ungióme la frente su
heroica ternura.
No vino mi madre, sino
su escultura:
una diafanísima estatua
de hielo,
de ojo infinito cargado
de cielo.
[…]
Mientras por la casa voy
de Ceca en Meca,
hila que deshila mi
madre su rueca.[4]
En el mundo del
intelecto, apenas se le
presta atención: no es
precisamente la
literatura lo que agita
el espíritu de los
hombres y mujeres de su
espacio en esa época, y
el poeta no está hecho
para los discursos
retóricos, ni la
religión como patrimonio
de costumbre o ritual
ocioso, ni la
inteligencia para el
auxilio material del
poderoso.
Su físico representa
genuinamente a Israel:
el rostro ovalado, los
ojos abstraídos, la
nariz corva, la barba
rubia rojiza. Un aspecto
hierático de profeta
arrancado de la Biblia o
de un bohemio
impenitente,
generalmente descuidado
en su vestimenta,
adusto, conversando
consigo mismo cuando
transita las desiertas y
polvorientas calles de
la Coro provinciana de
esos años, con los
pórticos y ventanales
aparentemente cerrados
observándole
mezquinamente, sin tener
idea de que él era (y
sería) uno de los
mejores poetas, el
precursor de nuestra
modernidad lírica
venezolana:
Vivo vida monótona, la
calma
de la muerta ciudad que
fue mi cuna,
en donde emparedada,
como en una
bóveda ardiente, se me
asfixia el alma.
Floreció en numen en mi
estéril calma.
Fue la aridez de mi
región la cuna
de mis estrofas, donde
encuentro una
linfa de amor para la
sed del alma.[3]
Desorientado en medio de
la llanura
desolada, no encuentro
dirección,
pues no hay polar
estrella, ni tengo
brújula,
ni el Orto sombrío
despunta el Sol.
Camino largo estrecho,
camino mucho,
del imprevisto acaso
siempre a merced;
y cuando la fatiga
detiene el rumbo,
siempre en el mismo
sitio me hallo de
pie.[4]
El sol, resplandeciente,
color oro y acosador en
las tierras corianas, es
dueño y emperador de sus
vigilias y duermevelas.
En tanto el Sol,
parhelia de Dios, arde
en fecundo
amor, y es el espejo de
oro de Ben-David:
Mesías, cuya diestra
porta la paz del mundo
y en cuyo ser comulgan
el trigal y la vid.[5]
El espolvoreo del Sol
fumigante
mis puertas hendidas
rayo de diamante.
salgo de mi hipnótica
vigilia, y no acierto
si he estado dormido o
despierto.[1]
La luna adquiere
preeminencia, se adueña
de la luz solar, y Sirio
es la estrella donde el
poeta hace morada de sus
antecesores.
Y dijo Apolo a Eros:
—Partamos la noche, como
una fortuna,
coge los luceros y me
das la Luna.
—¿Qué harás con la Luna?
—pregunta el Crisenio.
—Alumbrar la alcoba de
Psiquis. ¿Y tu con los
astros?
—Empedrar la ruta
zafírea en que el genio
ha de imprimir sus
rastros”.[6]
Recordemos que, en
Venezuela, el Modernismo
es un movimiento tardío,
su influencia se deja
sentir después de la
Primera Guerra Mundial.
Y, lógicamente, no podía
pasarse por alto la
presencia literaria de
Elías David Curiel en el
contexto del Modernismo
como su precursor
venezolano, al lado de
José Antonio Ramos
Sucre.
En la forma, el poeta
coriano crea nuevos
metros, cultiva el verso
libre y el soneto,
sangra el primer verso
casi siempre y titula
todos sus poemas;
aligera la sintaxis,
recurre tanto a
neologismos como
arcaísmos, a veces
utiliza indistintamente
la «g» y la «j»,
siguiendo la gramática
de Andrés Bello y
muestra gran afición por
el exotismo.
Por otra parte, y en lo
que al contenido se
refiere, escribe en
varias inflexiones con
un mismo ímpetu y una
complejidad
extraordinaria,
introduce en la lírica
de nuestro país
elementos filosóficos,
metafísicos, de la
mitología grecolatina y
de la tradición
hermético-cabalística de
origen hebreo.
Hebraísmos del Zohar y
la Cábala en la creencia
de que todo el universo
es Dios, del
neoplatonismo que
renueva la filosofía
platónica influenciada
por el pensamiento
oriental y de las
doctrinas místicas del
sufismo:
Y quizás es tal vez, tal
vez seguro
Que, detrás del aspecto
de las cosas,
vivan las almas en las
cosas presas.
[…]
Antes de que el Cosmos
fuera y fuera el alma,
¿qué fue nuestro sistema
de ocho mundos
que fecundiza el Sol,
como áurea palma
de luz. ¿Mares de lodo?
¿Es todo igual en el
inmenso Todo?[7]
Elías recoge distantes
ecos y los rehace en un
haz con reminiscencias
teosóficas, iluminado
por una divinidad y,
unido a ello, incluye el
helenismo.
Escritor religioso, en
continua búsqueda de
respuestas a las dudas
angustiosas de la fe, y
poeta metafísico que se
apropia como refugio de
identidad del lenguaje,
conservando los rasgos
de la veneración de su
raza por encima de las
referencias regionales o
nacionales, carga como
una cruz con la gesta de
su casta, la diáspora de
su religión y sus
tradiciones, cruz que
hace más agobiante aun
su terruño, donde es
casi excluido de
publicaciones, de las
críticas literarias, el
reconocimiento y de todo
aquello que puede
alegrar el alma
escribiente, con apenas
algunos gestos aislados:
Oh, Dios mío, el alma
se me ha puesto obscura,
pues, como a un abismo,
me asomé a otra alma,
y quise, curioso, bajar
a su hondura
por el tronco esbelto de
la mística palma
que desde su fondo se
eleva a la Altura.[8]
Las evocaciones
dolientes de la infancia
no compartida con otros
párvulos, cierto
presagio de la muerte
dilatada en la vejez y
sus implicaciones en la
moral como redención y
el entorno sin
transición entre la
vigilia y el sueño,
entre la vida y la
muerte.
La casa, el hogar de sus
mayores y la presencia
de sus antepasados se
sitúan en el centro de
los versos del poema.
Atávico en las
semejanzas con los
antepasados lejanos y
los ascendientes
remotos, sin necesidad
de nombrar la tradición
que le negaron:
Esposo, hijos y padres.
Los abuelos:
granos de trigo de
generaciones
que aventó Cristo de
remotos suelos
a la tierra solar de los
cardones.[9]
Toda su poesía es muy
rica en sentencias
breves y doctrinales, en
aforismos, señales todo
ello de un sincretismo
que intenta conciliar en
su interior diferentes
doctrinas, ofreciendo
heterodoxias mediante
las cuales se manifiesta
disconforme con sus
dogmas, inconforme con
la doctrina
fundamentalista de las
sectas o los sistemas
religiosos, con las
doctrinas o prácticas
generalmente admitidas,
en versos donde propone
juntar a Pan y a Cristo
en una sola creencia. Y
es precisamente ese
sincretismo una de las
avasallantes fuerzas del
Modernismo en su
capacidad para «terciar
armoniosamente»
tendencias opuestas y
lograr conciliar lo
inconciliable, un motivo
más que hace de Curiel
un iniciador del
Modernismo en estas
tierras.
Discurre poéticamente
sobre la existencia, los
principios, la creación,
Dios y las causas
primeras, con una densa
indagación ontológica
que trata el ser y sus
propiedades
trascendentales en un
soporte de múltiples
caras cada una con sus
interrelaciones,
mostrándonos la audacia
de su escepticismo, la
agudeza de su ironía y
el alcance literario de
su valentía.
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Tumba del poeta
Elías David
Curiel, en Coro,
Estado de
Falcón,
Venezuela. |
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Me atrevo a afirmar que
nunca en la poesía
venezolana que se
escribe entre 1870 y
1920 se había alcanzado
tan alto nivel de
captación de lo poético
desde esa complejidad y
densidad simbólicas,
desde ese juego de
múltiples códigos que se
entremiran y
entrehablan, como se
aborda en los textos del
poeta falconiano. Elías
David Curiel es una
‘rara avis’ en el
panorama de la poesía
modernista y
posmodernista
latinoamericanas.
Para Enrique Arenas,
Curiel es un poeta
órfico que nos muestra
un orfismo infinito
ausente de lógica,
adentrado en los
misterios de la antigua
Grecia que se
caracterizan
esencialmente por la
creencia en la vida de
ultratumba; y en la
metempsícosis, doctrina
religiosa y filosófica
de algunas escuelas
orientales renovadas por
otras de Occidente,
según la cual el alma
transmigra después de la
muerte a otros cuerpos,
conforme a las valías
alcanzadas en la
existencia anterior.
Detecta sus fantasmas,
les teme, luego los
sublima, los hace sus
compañeros entre el
desvelo y el sueño, este
poeta suprasensible e
intuitivo, aguzado por
su hiperestesia.
Sobre los recursos que
la mitología le brinda,
se muestra muy versado
en ella y parco a la
vez, sugiriendo al
lector el sentido
palmario. Hace de una
metáfora el mito de
Psiquis tan recurrente
en el Modernismo:
Pero es mejor, Psiquis,
que nunca el reflejo
de tu efigie copie mi
espejeante musa,
pues quizá en el limpio
cristal del espejo
contemples el rostro
mortal de Medusa.[10]
¿Pero adónde irá
Psiquis? De estrella en
estrella,
quizás una noche deshile
su huella,
como el meteoro
su ovillo del oro;[11]
La poética de Curiel es
muy cercana a la
teosofía y a diversas
doctrinas religiosas y
místicas que creen estar
iluminadas por la
divinidad e íntimamente
unidas con ella.
Recordemos el Zohar
cabalístico de aliento
místico, la nueva Biblia
de los sefarditas, que
no impide aproximarse al
cristianismo ni reducir
su exaltación estética
helenística. El poeta,
en su periplo
indagatorio,
cuestionador, suplicante
al universo, a la
creación, a sí mismo, se
construye en cada verso,
en cada vocablo.
Elías David Curiel
quiere contarnos a
través de sus versos no
sólo su origen
sefardita, sino también
referirnos su
pertenencia a los
«poetas solitarios», a
la cofradía de los
«poetas malditos»,
heridos fatalmente por
el alboroto mundanal, la
violencia, las
trivialidades y el
destino:
Mi alma, ¿quién eres?,
¿quién serás?, ¿quién
fuiste?
¿En qué astro remoto
tuviste tu cuna?
¿Por qué las estrellas
te ponen tan triste
y te nostalgizan los
claros de luna?
[…]
Muéstrate desnuda, como
arde el lucero
diamantino, en pálido
crepúsculo rosa:
serás luminosa si tu ojo
es sincero;
mas si tu ojo es falso,
serás tenebrosa.[10]
Lo recuerdan sentado a
la puerta de su
solariega casona
colonial, abstraído, con
la mirada vaga perdida
en un mundo lejano,
creando un universo
poético de altísima
originalidad, con la
vista extraviada en
otras dimensiones, donde
cree encontrar una
ventanilla por la que
atisbar el mundo de otra
manera.
«…los versos de Elías
David Curiel tienen el
romanticismo de Musset,
inquieto y sensual, y
las profundidades, en
veces impertinentes de
Baudelaire. Y sobre
todo, una marcada
influencia de la Biblia,
con su grandeza,
desolación y erotismo»,
dice Fernando Paz
Castillo, mientras Ennio
Jiménez Emán afirma que
Curiel es el «Dueño de
un temple ocular pocas
veces alcanzado en
nuestras letras».
Magnifica el misterio en
el orden de la creación
y más allá de ella, y
los fantasmas
familiares, las
angustias existenciales,
lo sorprenden en su
insomnio:
Pero de pronto la
implacable duda,
cual negra nube, por mi
frente pálida
cruza y apaga el
bendecido ensueño,
como a la antorcha la
violenta ráfaga;
como la sorda vibración
de un trueno,
ruge en mis labios la
blasfemia amarga;
y tengo en ese maldecido
instante
los ojos llenos de
ardorosas lágrimas,
inundada de sombras la
conciencia
y llena de relámpagos el
alma.[12]
La ética es una
constante en su poesía,
pero una ética de raíces
comunitarias, tal como
la ejercieron
rigurosamente los judíos
que habitan en la ciudad
de Coro.
En el amor y el
erotismo, Elías David
Curiel pulsa las cuerdas
melódicas y los graves
bordones para la mujer,
que tiene para él algo
de sobrecogedora, de
luna, de efigie
esculpida en mármol, y
sus encuentros con ella
son alegorías míticas o
portezuelas que, al
trasponerlas, abren los
límites a los extremos
de su corazón con el
ardor punzante de la
lujuria que lo remueve
con estremecimientos:
Amo la boca en que arde
la púrpura del beso
y las pupilas húmedas
de rocío y de fuego.
Amo la carne rosa
del mal velado seno,
y el poema que ritman
las curvas en el cuerpo.
Amo los brazos, víboras
de tentación que al
cuello
se enroscan y acarician
la nuca con los
dedos.[13]
Y es vivir dentro del
agua
el deseo con que fragua
mi alma todos sus
placeres
entre flores y mujeres
transparentes como el
agua.[14]
Ven y bríndame en tu
seno
una copa de veneno,
olorosa como el heno
acabado de cortar.
Treparé las breves
lomas,
morderé las ígneas
pomas,
y creeré que las palomas
se comienzan a
arrullar.[15]
Boca que es brasa de
ciprina hoguera;
el seno, orbe de nácar;
la vellosa
nuca, al mordisco,
sazonada pera.
Maravillosamente
silenciosa.[16]
Olvidos inexplicables
En 1941, Miguel Otero
Silva reclama a Otto
D’Sola y Mariano Picón
Salas haber desconocido
a Curiel al haberlo
omitido en la
Antología de la Moderna
Poesía Venezolana.
Y, al consultar
bibliografía, encuentro
que Rafael Arraiz Lucca,
en su magnífica obra
El Coro de las Voces
Solitarias, una
historia de la poesía
venezolana, lo ignora en
su capítulo VII,
titulado «El Modernismo
entre nosotros»,
justamente a él, la voz
solitaria de ese eco de
la poesía venezolana;
precisamente a Curiel,
el poeta que, junto a
José Antonio Ramos
Sucre, puede ser
considerado con toda
legitimidad el precursor
del Modernismo en las
letras venezolanas. Por
otra parte, Douglas
Palmas, en su
Antología de la Poesía
Venezolana, en el
apartado tres, cuyo
título es «Hacia la
Modernidad», tampoco
cita a Elías David
Curiel, a pesar de ser
el Modernismo uno de los
movimientos literarios
en Venezuela que posee
más estudios.
La vida está colmada de
inercias, vértigos,
soledad, arbitrios y
derrotas. El ser humano
vive enigmáticamente en
sociedad con su prójimo
más allá de toda
necesidad cuestionable;
es acaso su único
refugio en la drástica
soledad del mundo y, al
mismo tiempo, lo que con
su cercanía le produce
inquietud y hasta temor;
lo sabe muy bien nuestro
poeta Elías David
Curiel: para él,
solamente la poesía es
capaz de proporcionarle
momentos de vida que le
permiten recalar de vez
en cuando en la otra
orilla en la cual
«pareciera dejarse de
existir».
Y… su final
El poeta se suicida el
28 de septiembre de
1924. Curiel, alma
difícil de contentar,
alma a la que la
angustia existencial
colmó y arrebató la
existencia misma, está
enterrado en el
cementerio judío más
antiguo de toda la
América del Sur, un
cementerio ubicado en el
Estado de Falcón, en
Venezuela.
Un poeta en su mísera
buharda,
con la mirada, en
apariencia torva,
la hora sombría del
sepulcro aguarda,
de toda idea y de
emoción vacía,
Su alma errabunda en lo
indeciso flota,
y el rumor de la eterna
sinfonía
no halla en el arpa de
sus fibras nota.
[…]
Para curar la enfermedad
del tedio,
el estremecimiento
momentáneo
que precede al instante
del suicidio;
porque en esa tremenda
sacudida
debajo de la bóveda del
cráneo
hay una gran
concentración de
vida.[17]
Hay una obligación, hay
una suerte de deuda de
todos los interesados en
la literatura para con
este poeta venezolano,
para con su obra
poética, nuestra cultura
y para con la Patria
Literaria. Al leer de
nuevo o por vez primera
su obra, estamos
embelleciendo el alma y
enriqueciendo nuestro
conocimiento sobre el
quehacer poético del
Modernismo en
Venezuela, ya
conociendo, ya
recordando a un poeta
muy exclusivo, donde sus
quimeras se convierten
en leyendas y su
realidad personal se
evapora en el ardor
propio de su propio
verso:
Y se muere el ruiseñor
en pianísimo cantar,
en que se ha puesto a
llorar,
perla a perla, mi dolor.
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NOTAS
1. Al través de mi vida.
2. Revelación.
3. Zona Ambiente.
4. Desorientación.
5. La voz del silencio.
6. Fantasía musical
7. Más allá de la vida
8. Imploración
9. Sombras de idea.
10. El canto de la
noche.
11. Psicogonía
12. En la sombra.
13. La tristeza de la
carne.
14. Onda turbia.
15. A
una adolescente.
16. Fragmentos de un
poema inconcluso.
17. Alma lírica.
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