ice el poeta Julio
Alfredo Egea: «Puede que
el ser poeta sea ni más
ni menos que el haber
recibido un guiño de
Dios entre la niebla». Y
puede ser cierto,
porque, asistida por ese
guiño de complicidad,
Encarna Lara vive una
infancia plena, en medio
de una apabullante y
sublime naturaleza: un
río siempre cerca, la
acequia, el molino, los
árboles, pájaros, el
olor de la tierra, el
cambio de las
estaciones, el paso de
las nubes, el estadillo
de la primavera o las
azules noches del estío,
irán configurando su
propio mundo interior.
En medio de ese
paraíso, despertará a la
vida y a la poesía. De
los primeros poemas
inéditos, cito el
llamado:
MI CUNA
Al valle del Genil
a poco de nacer me
llevaron.
En una blanca casa
plantada junto al
río me dejaron.
Verde mi cuna de
álamos y sauces,
y el río me cantaba
desde su cauce.
O este otro:
CARICIA
Cuando era niña de
veranos azules
en el vado del río
me bañaba.
Bajo la atenta
mirada de mi padre,
que en sus jóvenes
brazos me llevaba.
Hacia los dulces
brazos de mi madre
para envolverme en
una manta blanca.
|
|
|
|
|
Encarna, con
dos
compañera de
clase, en
una foto de
grupo. |
|
|
Antes de conocer la
palabra escrita,
Encarna, la niña, ya
posee un amplio
vocabulario… un
vocabulario lleno de
ricas imágenes, de
aromas, colores y voces
ancestrales. Todo un
mundo intimista y
profundo donde la magia
y la realidad se
conjugan dándose la
mano. Circunstancia en
la que se ven envueltos
otros poetas, como es el
caso del Moguer
juanramoniano o el Valle
de Elqui de Gabriela
Mistral.
Encarna y sus primeras
lecturas poéticas
Con el aprendizaje
en la escuela primaria
de las primeras letras,
desarrollará un
constante interés por la
poesía y la literatura.
Y en aquella
enciclopedia de Álvarez,
al tiempo que aprende
dónde está el Miño y
quién fue Carlos V, lee
con avidez las fábulas
de Iriarte, Samaniego y
la Fontaine. No le es
ajeno el contacto con
los clásicos: fray Luis
de León, Santa Teresa,
San Juan de la Cruz,
Quevedo o Lope de Vega
llenan sus horas
infantiles en la
escuela… y en casa.
La lectura no cesa:
lee toda la poesía que
cae en sus manos. Es por
entonces cuando escribe
sus primeros poemas. Y
uno de ellos brota en la
hoja de su cuaderno como
un verde tallo de
albahaca, que ella le
dedica a su maestra, su
tía Ana Collados, a
quien, desgraciadamente,
por timidez nunca leerá.
Sirva el poema como
homenaje a aquella gran
mujer y su sabia
pedagogía:
LA MAESTRA
De la escuela
recuerdo
las baldosas de
barro.
Las dos pizarras
negras.
Los grandes
ventanales
y las claras
vidrieras.
Las tizas de
colores.
Los rígidos
pupitres.
Los lápices de
cedro.
Los libros de
poemas.
La palmera del
patio.
Las figuras
geométricas.
Los números, muy
poco.
Las tardes de
merienda.
Y al fondo de la
clase,
en la luz
entreabierta,
la figura
entrañable
de mi vieja
maestra.
Transcurridos los
cinco primeros años de
su vida, se va a
producir un cambio, una
pérdida que durante
mucho tiempo considera
irreparable. Habrá de
trasladarse con su
familia a su pueblo
natal, dejando atrás su
paraíso perdido.
Pero es en este
maravilloso pueblo
malagueño llamado Cuevas
de San Marcos donde
comenzará con otra etapa
tan rica como la
anterior. Conoce calles,
plazas y alegres
rincones. Así como el
lazo de la amistad
primera, juegos y
canciones infantiles.
Cada verano
regresará al edén
perdido, e irá
conociendo cada vez más
a fondo un idílico
mundo. En las largas
siestas estivales,
escribe en su cuaderno:
Volví a mi valle
buscando
el camino
de polvo y arena
que lleva
al molino,
donde el ruiseñor
esconde
su nido.
Muele que te muele,
rueda que te rueda,
sueña que te sueña,
mi molino “aceña”.
El privilegio o la
suerte de conocer dos
lugares distintos, dos
infancias diferentes,
marcará el rumbo de su
poesía, y su propia
personalidad. De un
lado, social y
extrovertida; de otro,
distante y solitaria.
El amor por la
literatura y el arte la
llevará a cursar
estudios humanísticos,
que le van a servir para
acrisolar los ya
propios, al tiempo que
le van a mostrar el
camino de la educación
de jóvenes y la
transmisión de saberes:
Encarna se diplomará en
la Escuela Universitaria
de Magisterio de Málaga,
en la especialidad de
Ciencias Humanas.
Aunque comienza a
escribir a edad
temprana, sus primeras
publicaciones conocidas
(en realidad, una ínfima
parte de lo que compone
su creación lírica hasta
la fecha) son de edición
reciente; la parte de su
obra pergeñada en su
ambiente de la intimidad
de su madurez, quizá los
versos más granados y
maduros hasta ahora,
permanece inédita.
Aparecen sus primeros
poemas
En 1994, aparece
impreso su primer poema
en un libro homenaje a
León Felipe, publicado
por iniciativa de la
Academia Iberoamericana
de poesía de Málaga, en
la que participan con
obras propias más de
cincuenta poetas
internacionales e
iberoamericanos. El
poema fue mencionado por
su musicalidad, y la
autora tuvo el
privilegio de leerlo en
el viejo edificio del
Ateneo de Málaga.
Un año más tarde,
en 1995, aparece un
segundo poema
homenajeando, en esta
ocasión, al cubano José
Martí. Edita un tercer
poema en un texto
colectivo que prologa la
célebre poeta malagueña
Concepción Palacín
Palacios, y que Encarna
dedica a la poeta
Alfonsina Estorni. Será
en 1996 cuando publique
su primer libro, que se
titulará Perfil de
Silencio.
|
|
|
|
La maestra,
su tía Ana
Collados
Compaña,
doña Anita,
como la
conocíamos
todos los
del pueblo. |
|
|
|
El poemario es
acogido por la crítica
muy positivamente y en
numerosos suplementos y
revistas literarios
aparecen reseñan
reconociendo su calidad
poética y su profundidad
lírica. Todos coinciden
en que hay en él una
madurez y firmeza
desacostumbrada para una
primera entrega,
características de una
escritora con mucho
oficio. Son numerosas
las cartas de poetas,
periodistas, críticos,
pintores que la
escritora recibe,
alentándola en el
difícil camino de la
poesía.
La primera reseña,
aparecida en el
suplemento literario del
ya desaparecido diario
Málaga-Costa del Sol,
la traza desde Sevilla
el periodista Ramón
Reig. Una segunda,
salida de la pluma
Paloma Fernández Gomá,
aparece en La Isla,
suplemento literario del
diario Europa Sur.
Una tercera reseña,
escrita por el poeta y
miembro de la sociedad
de Críticos Andaluces
José Lupiáñez, ocupa una
página de Cuadernos
del Sur; aparece una
cuarta, escrita por
Manuel Quiroga Clérigo.
Ese mismo año, la
revista Ánfora Nova
edita el poema “La
mañana”, que la poeta
dedica, con entrañable
afecto, al poeta ruteño
Mariano Roldán.
Publicar, para evitar el
maleficio inédito
En parte, será
Mariano Roldán el que la
incite, en una amistosa
carta, a publicar. Con
anterioridad, Encarna
Lara había escrito a
Mariano Roldán,
enviándole unos textos
inéditos con una
bellísima cita del poeta
portugués Fernando
Pessoa: «Si muero y mis
versos quedan inéditos,
allá tendrán la belleza
si fueron bellos». El
maestro responde: «A los
que escribimos no nos
queda más remedio que
publicar. Recuerde lo
que decía Machado —muy
en contra de Pessoa—:
“Hay que publicar,
aunque no sea más que
para librarnos del
maleficio inédito”».
Paradójicamente,
Encarna calla. En
efecto, tras el deber
cumplido en Perfil de
Silencio, Encarna se
sumerge en una larga
pausa de silencio en la
que lee con fervor a
otros poetas, medita y
reflexiona.
En 1997, participa
en el libro Poesía y
Democracia con el
poema «Presencia» y, en
1998, en el libro Ora
Marítima, con el
poema «Gota de Mar». En
la revista Calas
publica «Crepúsculo» y
en Extramuros,
«Innovación» (extracto
del libro inédito
Musas de Otoño).
También aparecen poemas
suyos en las revistas
Arena y Cal y
Arboleda.
Caudal de Voces, su segundo libro
Pasan tres largos
años para volver a
publicar. En 1999, ve la
luz su segundo libro,
Caudal de Voces,
editado por Rafael
Alcalá en su selecta
colección «Puente de
Aurora».
Esta segunda
entrega goza también del
beneplácito de la
crítica, que lo acoge
muy positivamente y
propicia elogiosas
reseñas, como la
realizada por Olivia
Jaén en La Isla.
Tendrá aquí una segunda
reseña y en Cuadernos
del Sur, entrado ya
el 2000 y haciendo
balance cultural de los
mejores libros del 99,
aparece como poemario
excelente.
En 2001, aparece su
tercer poemario,
Páramos Prohibidos,
en la colección «Agua de
Mar» que dirige el poeta
José García Pérez, que
también es reseñado muy
positivamente por la
crítica.
En 2008, se alza
con el primer premio de
poesía “Encuentros por
la Paz”, de San Pablo de
Buceite.
En 2009, ve la luz
su cuarto libro, editado
por el CEDMA, con el
título de Desde la
Orilla. Y será el 12
de febrero de 2010
cuando presente su
último libro, Raíz
Flamenca, impregnado
de versos para ser
recitados con las notas
flamencas de la guitarra
española.
Encarna y la «generación
de paso». Evocaciones
Considerada a sí
misma como parte de una
«generación de paso»
desde los tiempos de la
Dictadura hasta la
democracia actual,
Encarna Lara señala que
la poesía le ha
permitido conocer la
condición humana, que
son las palabras las que
valen y que la poesía es
un trocito del alma que
se regala.
Pero serán las
propias palabras de la
autora las que nos
presenten lo que
verdaderamente es la
poesía para Encarna
Lara:
«Siempre que me
preguntan cuándo llegó a
mí la poesía, tengo que
desandar el camino y
volver a la infancia,
porque fue en esta etapa
donde surgió el milagro.
Ese estigma con el que
alguien me hirió o ese
rapto que transmutó mi
vida para siempre.
»Mi poesía parte de
la naturaleza, porque es
ahí donde abro los ojos
para quedar iluminada
por los limpios colores
del arco iris o la tenue
pincelada de una
acuarela. Era difícil
escapar de tanta magia.
La misma casa donde pasé
mis primeros años está
impregnada de poesía por
los cuatro costados. La
recuerdo como un
frondoso árbol plantada
en el camino, cuya
sombra nos cobijaba a
todos, o como un barco
varado en medio de un
valle, donde la diosa
Ceres prodigaba sus
generosos dones.
»Observé
minuciosamente cada
rincón de esta casa,
donde las voces de mis
mayores llegaban a mis
párvulos oídos llenas de
misterio y musicalidad;
allí aprendí a amar todo
cuanto me rodeaba y
escuché complacida
palabras que me
cautivaron entonces y
que todavía hoy me
estremecen. No solo por
la belleza que en sí
encierran, sino porque
fueron cercanos símbolos
de aquella tierna edad.
A veces, las pronuncio
en voz baja o las evoco
en algún lugar, y,
aunque me cuesta elegir,
me quedo con una
especialmente bella y
entrañable. Vivía en la
cocina y se llamó
‘alacena’.
|
|
|
|
|
Encarna Lara:
«Concibo la
poesía como un arrojo,
una pasión, una valentía
del alma, una búsqueda
constante, un pájaro
herido que planea leve
buscando el último
crepúsculo».
|
|
|
Mis poemas
iniciales serán, pues,
un exaltado canto a la
naturaleza y a mi
entorno cotidiano.
Salir de aquella
casa era encontrarse con
el abierto esplendor de
las estaciones y con
todas las costumbres
ancestrales que ellas
traían consigo. Era
darse de bruces con un
río cercano, amado y
temido, junto al que
crecí e hizo mis
delicias estivales. Son
bellísimos los recuerdos
que mantengo de ese
amigo, llamado Genil, al
que había que guardarle
mucho respeto.
En los calurosos
días del verano
bajábamos, en tropel,
toda la chiquillería de
la casa hasta sus
refrescantes aguas,
vigilados y protegidos
por mi padre, experto
nadador. Compartí con él
silencio y paciencia,
cualidades de todo
pescador que se precie,
sentada en los guijarros
de sus dulces orillas.
El cauce de este
bellísimo río me arrancó
vividos y sinceros
poemas, que muchísimos
años más tarde dieron
lugar al poemario “Desde
la orilla.
Toda aquella
chiquillería conoció muy
de cerca el azul
resplandor de las
estrellas y quedó
fascinada por la vía
láctea. Hubo algunos
que, alimentados por mi
desbordada imaginación,
vieron conmigo a
Santiago en su caballo
blanco.
ESTRELLAS
Por la vía láctea
vimos a Santiago
en su blanco
caballo.
Niños embelezados
mirando
al apóstol ecuestre
cruzar por las
estrellas.
Y, de repente, al
galope
de aquel corcel
ligero,
descendió hasta el
valle.
Y cruzó por el río
con su manto celeste,
dejando una ráfaga
de estrellas en el
agua.
Todos tuvimos en
nuestras manos el verde
fosforescente de las
luciérnagas y nos
despertó, al alba, el
canto del ruiseñor en la
alameda. Todos nos
subimos al trillo y
quisimos dormir alguna
vez al raso en el
círculo amado de las
eras.
Privilegio, este
último, que no pude
alcanzar. Todos fuimos
niños sorprendidos por
el eco celeste de aquel
valle, por la rueda, la
acequia y el molino, y
por el sonoro roncar de
la atarjea.
Serían, pues,
interminables los
recuerdos y anécdotas
que alimentaron esta
edad y que irían
configurando un mundo
propio e intimista en
una imaginación precoz
predispuesta a la
fantasía. Mis primeros
sueños estuvieron
habitados por ninfas,
hadas y duendes, que a
veces se confundían en
las copas de los árboles
o en la limpia altivez
de los maizales.
En toda mi obra
inicial estarán
presentes los húmedos
surcos de la tierra como
mensaje repetido, que ha
ido generando otros
ámbitos verdaderos y
necesarios nacidos de un
acto supremo de amor y
entrega y de una
temprana veneración al
derecho de la libertad.
A través de la poesía,
amo con vehemencia a los
seres y las cosas
Concibo, pues, la
poesía como un arrojo,
una pasión, una valentía
del alma, una búsqueda
constante, un pájaro
herido que planea leve
buscando el último
crepúsculo.
A través de la
poesía, amo con
vehemencia a los seres y
las cosas, y me
solidarizo con todo lo
creado. La poesía es
reflexión profunda sobre
la vida y sus criaturas,
es toda una filosofía,
una forma de estar o de
ser. Por eso, me ciño a
la utopía, no como solar
quimérico, sino como un
lugar posible. Cada
libro mío está
impregnado de la
dualidad que rodea al
alma humana, así como la
angustia existencial que
la hiere. En cada libro
alzo mi voz en total
transparencia.
Decía Gabriela
Mistral que «el poeta
hace casi siempre
autobiografía»; certera
frase con la que estoy
plenamente de acuerdo.
Lucho en mi obra
constantemente para
hallar el lenguaje más
acorde con mi tiempo y
mi estado personal. Por
toda ella camina la
impotencia por cambiar
el curso del mundo, de
la vida y de las cosas,
proponiendo un retorno a
los orígenes para
salvarnos del profundo
vacío y de esa tremenda
soledad que nos angustia
hasta la asfixia, así
como del desaliento ante
el futuro que se
perfila. Es lo que el
poeta José Antonio Sáez
ha llamado «estética del
desconsuelo».
Detrás de mi poesía
no late un corazón
sedentario, sino un
latido nómada en
continua búsqueda del
amor y la verdad, de la
tolerancia y la
libertad, y un alma
andariega y mística,
rebelde e inconformista,
que se niega a seguir el
camino trazado.
Y al final del camino,
la esperanza
Quiero cerrar este
difuminado perfil,
dejando constancia de
esas dos orillas por las
que transcurre la vida.
Ambas nos habitan y nos
hieren, y en ambas vive
esa inalcanzable dama
ataviada de verde
Veronés que se hace
llamar «esperanza».
Finalizo, pues, con los
versos del poeta Juan
Félix Bellido en los que
la espera y la esperanza
se abrazan y confunden,
y donde las dos orillas
de todos los ríos se
tocarán un día.
Espérame a la
puerta de la espera,
porque en el quicio
mismo de esa puerta,
tus manos y mis
manos construirán un
puente
y todas las orillas
se volverán cercanas. |