oeta nacido en Málaga.
En 1914 se traslada a
Madrid para ingresar en
el Grupo de Niños de la
Residencia de
Estudiantes, donde
conoce a Juan Ramón
Jiménez, quien
determinará su pronta
orientación hacia la
poesía. Más tarde, en el
grupo universitario de
la Residencia, forma
parte del círculo de
Moreno Villa, García
Lorca, Salvador Dalí,
Luis Buñuel, José Bello
y Juan Vicens. Durante
sus estancias juveniles
en Suiza, Alemania y
París, conoce el
ambiente cultural y
vanguardista de los años
veinte, que influirá
decisivamente en su
obra. A su regreso a
Málaga funda, junto a
Manuel Altolaguirre, la
revista Litoral y
la Imprenta Sur,
de cuyos talleres salen
algunos de los mejores
títulos de la poesía del
27. Su militancia en la
causa republicana
durante la Guerra Civil
le lleva en 1939 al
exilio en México, donde
permanecerá hasta su
muerte, el 24 de abril
de 1962.
Introducción: Objetivos
de este trabajo
Tras haber indagado en
las distintas etapas de
la obra poética de
Emilio Prados, he
decidido centrar mi
investigación en la
poesía densa y
existencial de la última
etapa del autor: la que
coincide con su exilio
en México (1939-1962).
Siguiendo el estilo del
autor, podemos observar
que su producción lírica
tiene mucho que ver con
su propia vida, y, en lo
que a esta etapa se
refiere, se deja notar
un marcado carácter
existencialista, ya que
el sentimiento que
Prados tiene como centro
de su interés vital
durante estos postreros
años es el de la soledad
que le arrastra el
exilio forzado al que se
ve sometido tras la
guerra.
Para indagar más sobre
este tema, he analizado
los escritos de los
autores que cito a
continuación:
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Emilio
Prados
Such
(Málaga, 1899
- México,
1962) |
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Carlos Blanco Aguinaga
ha estado muy vinculado
al poeta, ya que Prados
fue profesor del
novelista en sus años
jóvenes en el Instituto
Luis Vives de México.
Póstumamente, Blanco
Aguinaga analiza y
publica su obra con el
título de Poesías
Completas de Emilio
Prados (1979), y ha
recreado la vida de este
poeta exiliado en la
novela En voz
continua (1997).
Así, voy a tener en
cuenta las aportaciones
de este autor a la hora
de indagar en el aspecto
existencialista de la
última etapa de Prados.
Adolfo Sánchez Vázquez,
amigo del poeta desde la
época de la Guerra
Civil, que analiza la
obra del poeta malagueño
desde la cercanía que
había entre ellos.
Francisco Chica es otro
de los autores que
estudian
pormenorizadamente la
obra de Prados y del que
he extraído información
para llevar a cabo el
análisis del
existencialismo que
invade su poesía.
El objetivo principal de
esta investigación es
conocer el giro de la
temática de la obra de
Emilio Prados, desde una
primera poesía llena de
luz y de gracia andaluza
a una obra filosófica y
de corte
existencialista,
precisamente la que
comprende todos los
poemas de su época del
exilio. Un objetivo
secundario que me he
marcado es conocer los
orígenes de su estilo
existencialista.
Desarrollo: La etapa
existencialista
Como indicaba en la
introducción, la
temática de la obra del
poeta está muy ligada a
su propia vida. Así,
según Francisco Chica:
«La unión indisociable
que establece el autor
entre vida y poesía
constituye no sólo el
principal cimiento de su
mundo creador, sino
también la clave que nos
permite llegar al
interior del hondo
significado que acompaña
a su palabra. Más que
entenderla en sentido
estricto, lo que hay que
hacer es dejarse
envolver por ella, oírla
desde dentro de sí
misma, desde el terreno
de la emoción y la
proximidad afectiva del
que nace su diálogo con
el lector. La práctica
quedará ahí como algo
imborrable: leer es
sentir. Haciéndola
circular por la vía del
sentimiento (escenario
abierto a todos y en el
que se produce lo
esencial de la
experiencia humana),
Prados aplica a la
poesía la forma de
convivencia y
vinculación sensible en
que se desenvuelve su
relación con cuanto le
rodea, persona y
naturaleza» [1].
Teniendo en cuenta este
aspecto, para indagar en
las raíces
existencialistas de su
poesía, hay que
adentrarse en la época
de su exilio en México
(1939 a 1962), tiempo
que dedicó a componer
una poesía reflexiva, de
lucha con el propio
lenguaje, para que su
palabra lograra
transfigurarse y, de
este modo, ayudar al ser
humano a evolucionar y a
reconocer su verdadera
esencia.
En esta época, su poesía
emana de un profundo
sentimiento de
desarraigo y soledad. En
su recta final, la
trayectoria poética de
Prados se dirige hacia
una poesía cada vez más
densa y filosófica,
hacia el concepto de
vida nueva, de
solidaridad y amor;
autoafirmándose en su
independencia y en la
visión abierta y
vanguardista que siempre
había defendido la
generación del 27. En
este periodo final había
asumido la idea de un
panteísmo (sistema de
quienes creen que la
totalidad del universo
es el único Dios) que
admite la pluralidad de
individuos, una especie
de comunidad universal.
La primera muestra
importante de esta nueva
temática filosófica la
tenemos en el libro Mínima
muerte (1944), sobre
el que Blanco Aguinaba
decía:
«…arranca de lo muerto y
avanza hacia un
voluntario recogimiento
interior que será germen
positivo de más vida
hacia fuera de sí
mismo» [2].
Formalmente, supone la
vuelta al esquema de
canción de los primeros
libros de Prados. Se
acusan los símbolos,
como el de la rosa, y el
conceptismo expresivo de
la mística. Busca un
camino para resolver el
antagonismo vida-muerte
que obsesiona a Prados
desde su profundo
sentimiento de
desarraigo. La muerte es
la forma mínima de una
verdad interior, que es
vida, heredera continua
de sí misma.
En este sentido, cabe
destacar la importancia
de Jardín cerrado (1940-46),
libro rigurosamente
estructurado y de un
lenguaje condensado y
hermético, en el que
Prados expresa su lucha
interior por conseguir
un equilibrio, roto el
cordón umbilical con el
cosmos (desde el
microcosmos que es
Málaga, paisaje mínimo e
íntimo) por la profunda
hendidura de la guerra.
En cierto modo, este
libro nos explica, junto
con Mínima muerte
(1946), el tránsito, el
doloroso camino que va
de la nostalgia obsesiva
hasta el justo sentido
del tiempo del hombre en
su pasado, su presente y
su futuro.
Para explicar esta
transfiguración, Prados
acomoda su poesía al
sistema de símbolos y de
conceptos aprendidos en
la literatura mística
del XVI. En estas obras
vuelve al coto de su
intimidad y descubre el
sentimiento trágico de
la huida de sí mismo.
La muerte está conmigo,
mas la muerte es jardín
cerrado, espacio, coto.
«Poeta de la muerte» le
definió María Zambrano.
Sí, de una soledad honda
y creciente hasta llegar
a la conciencia de su
propio deshacinamiento:
Hubiera preferido nacer
a espaldas de la muerte
bajo ese enorme mar
ilimitado.
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Emilio
Prados, con
algunos de
sus
compañeros y
amigos de la
Residencia
de
Estudiantes. |
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Pero no se abandonó a la
desesperación vacía ni
al nihilismo vacuo de la
negación de la vida. El
malagueño sabe encontrar
una solución: el ascenso
deliberado hacia el
infinito, hacia arriba
«¡Cuidadme a los
hombres, que el corazón
se me rompe!» o la
entrega amorosa a la
totalidad viviente para
liberarse del demonio de
su nada.
Signos del ser
(1962), canción a la
realidad suprema y
eterna de la vida, pero
a través de su yo
corporal. Y el
antagonismo que le
dividía («Soy desgarrado
centro») se concierta en
un final acorde: el
cuerpo exterior se
interioriza, se hace
suyo, y el interior se
desparrama en el mundo,
estira sus brazos
(«Habito en cualquier
parte de mí mismo»).
La poesía de Prados,
como la de Cernuda, nos
descubre un mundo en el
que es difícil
adentrarse. El problema
de la poesía hermética
consiste en que el valor
de su profundidad oscura
carece de
comunicabilidad. Este
problema se resuelve por
una áspera condensación
mental, que lleva a la
síntesis conceptual
poética objetiva. Así,
el poeta llega a
definiciones
escalofriantes:
Andar de mi pensamiento:
qué peregrinar de luz
por su infinito
desierto.
Pero siempre subsisten
irreconciliables su
mundo interior y el que
se agita fuera de sí
mismo. Drama típico de
un hombre que vivió en
el fragor de una
gloriosa batalla de la
historia de España.
En México se muestra el
mapa de un mundo
imaginario en el que
sigue siendo posible el
largo sueño del hombre.
Un sueño que para Prados
se sostiene no en el
frío gesto del creador
aislado y atento sólo a
los vaivenes de una
determinada moda
literaria, sino en
valores tan comunes,
sencillos e
indestructibles como la
amistad, el diálogo o la
solidaridad humana. Si
en algo creyó Emilio
Prados es precisamente
en la necesidad de
rescatar la esperanza
que late tras ese tipo
de valores, aprendidos
en la calle y
convertidos por él en la
experiencia colectiva
que da sentido a toda su
obra.
Sumergida en el
inagotable río de la
vida, la palabra
liberadora de Prados
necesita entregarse,
apoyarse en los que le
rodean. Es en la esencia
del puro existir entre
los demás donde reside
el tipo de
responsabilidad que el
escritor contrae con el
mundo, a partir de la
cual se irá
desarrollando la visión
unitaria (el hombre
inserto en la imagen
total del cosmos) que
encontramos en su poesía
última. Radical
compromiso con lo
humano, que le lleva a
la idea de una
fraternidad universal en
la que queda envuelta
toda su palabra. Surgida
del contacto con los
otros y del modelo
constante que supone
para él la naturaleza,
la mística final de
Prados queda resumida en
frases como la que
encontramos en el
cuaderno preparatorio a
La piedra escrita
(1961): «El Amor me hace
vivir fuera de mí
—total— en el universo».
Prados vive en México
sólo para la poesía,
lleno de recuerdos,
nostalgias, de
preocupación por la
muerte y de tantas
esperanzas. Pero no hay
una poesía que niegue
todo lo anterior, aunque
ya no queda nada de su
aliento alegre,
cascabelero, de los años
luminosos de las playas
malagueñas, sino un
aliento doloroso,
cribado por la tragedia
y la pena de la patria
perdida:
Agua de Dios, soledad:
por los mares del olvido
mi cuerpo nadando va...
Que a tus playas llegue
vivo.
Pero ¿dónde está el
origen del estilo
existencialista de su
obra? Cabe pensar que le
puede venir dado por la
pasión que, según su
condiscípulo de colegio
Vicente Aleixandre
caracterizaba a Prados,
le hacía concebir un
tipo de literatura
nueva, distanciado
respecto al de
generaciones pasadas. De
ahí que cuando determina
dedicarse por entero a
la poesía, tras sufrir
los embates de una
enfermedad pulmonar, que
lo tiene recluido varios
meses de 1921 en el
sanatorio suizo de
Davosplatz, considere
necesario ampliar su
bagaje cultural y su
formación filosófica, y
se matricule, en 1922,
en las universidades
alemanas de Berlín y
Friburgo, donde profesa
Husserl y estudia Martin
Heidegger.
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Portada del
número
especial
31-32 de la
revista
literaria
LITORAL,
fundada en
el verano de
1924 por
Emilio
Prados y su
paisano
Manuel
Altolaguirre en
Málaga. |
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Cuando al año siguiente
regresa a la Residencia
y propone a sus
compañeros una poesía de
corte filosófico, en la
línea de la que hicieron
los autores
presocráticos, y de
marcada influencia
oriental, no va a
encontrar un auditorio
receptivo, pues los
poetas de su entorno
seguían más interesados
en el juego lúdico que
propugnaban los
movimientos
vanguardistas de la
década anterior. No
obstante, Prados no se
resiste a esta novedosa
tendencia, y así lo
expresa en sus obras de
la última etapa, en la
que su poesía se ve
invadida por un carácter
existencialista y
filosófico.
Conclusión
Lo expuesto en el
epígrafe anterior puede
dar respuesta al motivo
del giro que Prados
imprime a su obra,
pasando de una poesía
alegre, llena de luz y
gracia andaluza a otra
de carácter
existencialista. Y, como
queda dicho, el motivo
principal de este giro
en su obra se atribuye a
los años que pasa en el
exilio, lejos de la
Málaga que lo vio nacer.
Además, se puede
destacar que el estilo
existencialista tiene su
origen en sus estudios
de filosofía que llevó a
cabo en Friburgo, que
condicionan, a partir de
entonces, toda su obra y
en concreto su última
etapa.
Concluyo afirmando que,
a lo largo de mis
indagaciones, he
tropezado con un escollo
que no he logrado
justificar, pues, aunque
el existencialismo es
evidente en la última
etapa de su vida (la que
hemos apuntado) y las
razones que lo motivan
se nos han presentado
evidentes, ese
sentimiento existencial
presenta ya brotes en
etapas anteriores de su
creación lírica como,
por ejemplo, en la que
cubre los años que van
de 1926 a 1933, en cuya
poesía irrumpe un
lenguaje surrealista con
influjos
existencialistas.
Notas
1 Francisco
Chica: Antología
esencial. Ed.
Algaida, Sevilla, 1999.
2 Carlos Blanco
Aguinaga y Antonio
Carreira: Poesías
completas de Emilio
Prados. Visor,
Madrid.
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