ata y Yoryi son dos adolescentes
normales de hoy en día. Como cualquier otra chica de
su generación, asisten al Instituto, donde cursan
tercero de ESO. Siempre van juntas a clase, se
cuentan secretillos y comparten chismes, no sólo los
relacionados con sus compañeros —que dan para
mucho—, sino también los que versan sobre sus
sentimientos e inquietudes más profundas e íntimas,
demostrando que comparten un vínculo de amistad
sincero, hoy día poco menos que envidiable.
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Cata y Yoryi
son dos adolescentes normales de hoy en
día. Como cualquier otra chica de su
generación, asisten al Instituto, donde
cursan tercero de ESO. |
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Catalina
se muestra desde hace un tiempo muy triste y
ensimismada. Ella, que siempre se ha distinguido por
ser una muchacha alegre, vivaracha, con una sonrisa
perpetua dibujada en los labios y una imaginación
desbordante, que raras veces concede un momento de
asueto a sus allegados, parece ahora un mera sombra
de sí misma. En definitiva, ya no se comporta como
la Cata a la que todos están acostumbrados.
Yoryi, su más cercana amiga, que la
conoce mejor que nadie, no duda en acorralarla al
final de las clases y preguntarle sin tapujos:
«Chica, estás de un rancio… ¿A ti qué te pasa?».
Sus ojos brillan por un momento casi
mostrando alivio. No hace falta ser un genio para
saber que este momento tendría que llegar más pronto
que tarde. Cata no puede mantener por más tiempo
tanta angustia contenida, así que decide compartir
con su amiga del alma lo que la inquieta. Y es que
Catalina tiene un secreto. Y menudo secreto: «Voy a
ser mamá», espeta bruscamente, como si no pudiera
contener la información para ella sola. Una
bendición natural que puede convertirse rápidamente
en un mal trago si no sabes qué hacer, cómo manejar
la situación y, lo más difícil, cómo contárselo a
los padres.
Ambas se abrazan sin mediar palabra.
Después de consolarla y tranquilizarla lo mejor que
sabe, Yoryi, como amiga suya que es, siente en lo
más profundo sí que debe ayudar a su amiga como sea,
que debe prestarle su consejo desde la perspectiva
que le propicia la objetividad. Pero, ¿qué
recomendación puede darse ante una situación tan
delicada y la carencia absoluta de experiencia en la
materia?
No, definitivamente no se siente
capacitada para opinar, por lo que decide hacer algo
diferente. Va a contarle una historia… una historia
real. Algo que le aconteció a una amiga de su madre,
de nombre Tatiana. Así, Yoryi pretende que lo que le
sucedió a otra persona en circunstancias similares
le sirva de guía a su amiga o, por lo menos, le
ayude a aclarar sus ideas, facilitándole una salida
viable en las decisiones que esté considerando
tomar, que no habrán de ser pocas. Y así comienza
Yoryi a hablar con su amiga:
—Mira, Cata; mi madre tiene una amiga
que se llama Tati. Son íntimas, como nosotras. Bien,
pues Tati se quedó embarazada a los dieciséis años.
Fue en 1985. Indudablemente, era una época mucho más
difícil que ahora para asuntos como éste, pues una
madre soltera estaba muy mal visto. Para colmo de
males, Tati vivía en un pueblo. Ya sabes cómo son
las gentes de los pueblos. Todo el mundo se conoce y
la vida de los demás es la comidilla de los vecinos.
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Va a contarle una historia… una historia
real. Algo que le aconteció a una amiga
de su madre, de nombre Tatiana. |
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Cata se limita a escuchar con
atención.
—Cuanto esto tuvo lugar, Tati estaba
en tercero de BUP, prácticamente a las puertas de
entrar en la Universidad. Era muy buena estudiante y
lo mantuvo en secreto durante tres meses,
resistiéndose a creer que pudiera estar embarazada,
negándose a sí misma que algo semejante pudiera
sucederle precisamente a ella de manera tan torpe.
Pero lo que más le preocupaba a Tati era cómo se lo
iba a contar a sus padres. Podía imaginar sin
demasiado esfuerzo los comentarios que se
sucederían: «Una niña tan estudiosa y tan buena…».
«¿Cómo ha podido suceder esto…?». «¿En qué hemos
fallado?”». Y muchos otros interrogantes que se
agolpaban en su mente, amenazando con dejar sin
aliento a la pobre muchacha.
Catalina asiente. En sus ojos se
reflejan las mismas preocupaciones que unos cuántos
años atrás habían atenazado el corazón de la otra
mujer. Yoryi prosigue:
—La información sexual de aquel
entonces dejaba mucho que desear. En realidad, no
había tal información. No existía. El sexo era
considerado un tema tabú. Posiblemente esto fue lo
que falló, no sólo a nivel escolar, sino también
familiar. Aquella clase de conversaciones no se
mantenían en casa, ni siquiera con las amigas, con
las que apenas si comentabas algunas tonterías sobre
los besos y poco más.
»Y si hablar del tema con sus amigas
le avergonzaba, imagínate lo que debió suponer para
Tati hablar con sus padres y contarles que se
hallaba en estado de gestación. Pero, pasados los
tres primeros meses, no le quedó otra alternativa.
El tiempo transcurría como el verdugo inevitable que
es y Tati no tuvo más opción que comentar con su
madre el retraso que estaba experimentando en el
periodo. La buena mujer, inocente absoluta en estas
disquisiciones, lo que menos se podía imaginar era
un embarazo, así que llevó a su hija rápidamente a
visitar al ginecólogo, convencida de que debía
tratarse de una enfermedad grave. El médico realizó
un cuestionario sobre relaciones sexuales a Tati
que, avergonzada, mintió en sus respuestas. ¡Cómo le
iba a dar ese disgusto a su madre!
Su interlocutora aprehende cada
palabra que Yoryi pronuncia como si de un salvavidas
se tratase. Presta una atención inusitada en
completo silencio, contradicción inefable para su
habitual verborrea.
—Pero el tiempo es un verdugo que no
entiende de sentimientos, pero también resulta el
mejor valedor, tanto para lo bueno como para lo
malo. Las mentiras de Tati iban engordando el
problema hasta que el ginecólogo, preocupado por no
hallar un diagnóstico lógico, hizo que la examinasen
en un hospital de Málaga y prescribió las pruebas
pertinentes, que terminaron por señalar lo
inevitable: Tati estaba embarazada.
»Imagina la estampa de Tati cuando
salió del hospital con los resultados en la mano. La
madre, llorando; el padre, que no sabía si bronquear
a su esposa o a su hija, y Tati, traumatizada, sin
saber qué decir o hacer… Todos pensando en qué
momento del camino habían fracasado. ¡Una locura
completa! Y aún les quedaba afrontar otro reto,
quizá el peor, porque habría de enfrentarse al tan
temido qué dirán de sus convecinos. Además,
tenían que comunicarlo a los responsables del centro
donde estudiaba. Y a una buena parte de los amigos y
compañeros de Tati... La noticia correría como la
pólvora.
Los ojos de Catalina comenzaron a
inundarse de lágrimas, convirtiéndose en sendos
espejos que amenazaban con estallar. Probablemente,
ya se veía en el lugar de Tati e imaginaba, en
primera persona, las sensaciones por las que ella
misma tendría que pasar antes o después. Yoryi le
pone una mano en la rodilla y la aprieta ligeramente
antes de continuar.
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Las
mentiras de Tati iban engordando el
problema hasta que el ginecólogo, preocupado por no
hallar un diagnóstico lógico, hizo que la examinasen
en un hospital de Málaga y prescribió las pruebas
pertinentes, que terminaron por señalar lo
inevitable: Tati estaba embarazada.
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—Tú sabes, como lo sé yo, que, de
toda experiencia vital, por negativa que ésta pueda
ser, se extrae algo positivo, una lección que se
aprende y jamás se olvida. A partir de aquellos
momentos, Tati descubrió la verdad sobre sus padres
en la forma de su apoyo incondicional, su profusa
valentía, el hondo amor que sentían por ella y la
tranquilidad que suponía el hecho de saber que
siempre estarían a su lado, sin rendición posible.
»Gracias a ellos, a la fuerza que le
transmitían, gracias a su apoyo incondicional, Tati
no abandonó el instituto. Su padre se encargó de
darle en persona la noticia al jefe de estudios, que
permitió la asistencia de la joven a las clases sin
el menor inconveniente y con la cabeza muy alta y
algo que en ningún momento había perdido: la
dignidad. A fin de cuentas, ni era la primera mujer,
ni sería la última a la que le sucediera algo así.
Su madre, que tenía la experiencia que sólo puede
conceder vivir las cosas en primera persona, la
cuidó con ternura, mimándola más aun si cabía, y
poniendo especial énfasis en su alimentación y en
los bienes que el bebé iba a necesitar al nacer:
ropita, pañales, cuna, etc., como si, de repente, le
hubiera alcanzado una suerte de fiebre de
coleccionista compulsiva. Todo para que a su nieto o
nieta no le faltara nada. En fin… los preparativos
necesarios para acoger una nueva vida que nos
resulta querida y preciosa.
»Tati, por su parte, reunió el valor
para explicar la situación a sus familiares y
amigas: primero a las más íntimas, después al resto.
En este momento, Cata curva sus
labios en una leve sonrisa. Comprende que no está
todo perdido. Sabe que quizá lo que le ha ocurrido
puede verse como un error y que contará con
detractores, pero también con personas que la
querrán y que la arroparán en los momentos precisos.
Su mano busca inconscientemente la de
Yoryi, que, tras estrecharla con cariño, prosigue la
narración:
—Cuando nació el bebé —que, por
cierto, fue una preciosa niña—, sus amigas se
volcaron ayudándole a sacar con éxito los estudios.
Tampoco te voy a engañar en esto: no lo tuvo nada
fácil, pero, precisamente, es en estas situaciones
de la vida, en las más complicadas, cuando mayor
constancia y fuerza debemos mostrar. Lo que sí te
puedo asegurar es una cosa: después de todo este
tiempo, de todas las dificultades superadas y del
valor demostrado, si de algo no está arrepentida
Tati, es de haber hablado con sus padres de su
embarazo. Hoy en día, es madre de una hija de
veinticuatro años y, después de haberla criado sola,
con el esfuerzo y trabajo que supone ser madre
soltera, estoy segura de que lo que más le dolería
sería que su hija le ocultara una noticia tan seria
e importante como es un embarazo.
»Pero tu caso —continuó Yoryi
diciendo— se presenta en un contexto más sencillo.
Ahora, las cosas han evolucionado en este sentido y
resultan mucho menos complicadas de cara a la
sociedad. Además, podrás decidir si deseas tener el
bebé o si prefieres abortar la gestación. Ya nadie
va a juzgarte por ello.
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Finalmente, optó por contarles a sus
padres el problema que la estaba
asfixiando. |
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»Cata, mi querida amiga, estoy segura
de que, en función de tus circunstancias y la
relación que te une a tus padres, ellos van a
aconsejarte mejor que yo y que cualquier otra
persona. Para ellos, sería mucho más doloroso
enterarse por terceras personas de que su hija ha
abortado sola en una clínica, sin avisarles, a
enterarse de que estás embarazada. Dales la
oportunidad de saber lo que te ocurre».
Con estas palabras, en cuyo mensaje
cree sinceramente, Yoryi termina de relatarle a
Catalina la historia de Tati.
Tras recorrer el camino a casa
juntas, se separan. Ambas tienen mucho que
reflexionar.
Cata permaneció varios días —muchos,
para ser sinceros— totalmente perdida, sin saber
cómo actuar. Lo normal, si tenemos en cuenta que
Catalina no dejaba de ser una niña que había de
afrontar una decisión tremendamente complicada
incluso para una persona adulta.
Finalmente, optó por contarles a sus
padres el problema que la estaba asfixiando. Dada la
buena relación que les unía, creo que tomó la
decisión correcta. Lo que no puedo contaros es si,
finalmente, ha decidido interrumpir su embarazo o
no. Eso es mejor dejarlo en la intimidad de su
hogar. No obstante, no quisiera concluir mi relato
sin dejar bien claro que, con fuerza y constancia,
se puede vencer prácticamente cualquier avatar que
nos depare el destino: sólo hay que saber ser
pacientes y, lo más importante, «dejar siempre
abierta una puerta a la esperanza».
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