urante una conferencia organizada por el
Departamento de Filosofía de la Universidad de
Berlín, el profesor conferenciante, tras una breve
exposición de las teorías creacionistas y
evolucionistas, propuso a sus alumnos, a modo de
ejercicio de reflexión, un desafío con la siguiente
pregunta:
—¿Creó Dios todo lo que existe?
Un alumno se levanta de su asiento y responde:
—Sí. Él lo creó todo.
—¿Tú crees que Dios realmente creó todo lo que
existe? —preguntó nuevamente el profesor.
—Sí, señor —respondió el joven con firmeza.
—Si Dios creó todo lo que existe, Dios creó el mal,
ya que el mal existe, y si establecemos que nuestras
obras son un reflejo de nosotros mismos, resulta que
Dios es malo. Y como la maldad no puede ser un
atributo divino, podemos inferir que Dios no existe.
El joven calló ante la aplastante lógica de la
argumentación del profesor, que se regocijaba de
haber probado, una vez más, sus supuestos ateístas y
que la fe era un mito o, a lo sumo, un proceso
psicológico.
En ese instante, otro estudiante levantó la mano y
dijo:
—¿Puedo hacerle una pregunta, profesor?
—Por supuesto. Estamos desarrollando un debate
—respuso el profesor.
Tras unos segundos de expectante silencio, el joven preguntó:
—Profesor, ¿el frío existe?
—Pero ¿qué pregunta es ésa…? Es obvio que el frío
existe. ¿Acaso no has sentido nunca frío?
El muchacho respondió:
—En realidad, señor, el frío no existe. Según las
leyes de la Física, lo que consideramos frío es
ausencia de calor. Justifico mi
afirmación: todo cuerpo u objeto es susceptible de
estudio porque posee o transmite energía, y el calor
es lo que hace que ese cuerpo tenga o transmita
energía. Cuando a un cuerpo se le priva
mecánicamente de su energía calorífica hasta llegar
al cero absoluto, científicamente se afirma que la
ausencia de calor en ese cuerpo es total. En este
estado, todo cuerpo queda inerte, incapaz de
reaccionar, pero el frío no existe en él, sino que
carece absolutamente de calor. Nosotros creamos la
definición de «frío» para describir de qué manera
nos sentimos cuando no tenemos calor.
Tras la argumentación del joven, en el aula estalló
un silencio verdaderamente estremecedor.
—Y la oscuridad, ¿existe, profesor? —inquirió de
nuevo el estudiante.
El profesor respondió:
—Existe. Es indiscutible.
—Discrepo de usted nuevamente, profesor. La
oscuridad tampoco existe. La oscuridad, en realidad,
es la ausencia de luz. La luz la podemos estudiar;
la oscuridad, no. A través del prisma de Nichols, se
puede descomponer la luz blanca en los variados
colores que la constituyen, con sus diferentes
longitudes de ondas, pero la oscuridad, no. ¿Cómo se
puede determinar la cantidad de oscuridad que hay en
un espacio concreto? Científicamente, sólo puede
hacerse sobre la base de la cantidad de luz presente
en ese espacio. La oscuridad es una definición
utilizada por el hombre para describir qué ocurre
cuando hay ausencia de luz.
Finalmente, el joven preguntó al profesor:
—Señor, ¿el mal existe?
El profesor respondió:
—Como afirmé al inicio, vemos guerras, crímenes,
robos, violencia en todo el mundo. Esas cosas son
exponentes del mal.
—El mal no existe, profesor, o, por lo menos, no
existe por sí mismo. El mal es simplemente la
ausencia del bien. De conformidad con los anteriores
casos, el mal es una definición que el hombre
inventó para describir la ausencia del bien, o sea,
de Dios; por tanto, Dios no creó el mal. El mal es
la consecuencia inmediata de la ausencia de Dios en
el corazón de los seres humanos. Es igual a lo que
ocurre con el frío cuando no hay calor, o con la
oscuridad cuando no hay luz.
El joven fue aplaudido de pie, y el profesor,
visiblemente herido en su orgullo por su incapacidad de rebatir las
disquisiciones del alumnos, optó por permanecer en
silencio.
Llevado de la curiosidad, el coordinador de
ponencias de aquella aula se dirigió al joven
estudiante y le preguntó:
—¿Cuál es tu nombre?
—Me llamo Albert Einstein.
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