N.º 67

MAYO-JUNIO-JULIO 2010

11

   

   

   

   

   

   

   

LA VERDADERA AMISTAD

   

Por Cristina Martínez Vargas

   

   

J

uan tenía trece años recién cumplidos. En casa era un niño que no causaba el menor problema y, en la escuela, su maestro lo consideraba un alumno modélico.

Aunque tenía muchos, su mejor amigo y fiel compañero era Pedro. Siempre se les veía juntos. Participaban de todas las aficiones y eran afines incluso en su carácter, pero lo que más tenían en común era su alegría y optimismo.

Como ocurría cada día a eso de la dos de la tarde, Carmen, su madre, estaba entregada a la preparación del almuerzo mientras esperaba que el niño saliese del colegio.

Y como cada día, en cuanto el chico llegaba a casa y soltaba la mochila sobre la mesita de su habitación, se dirigía de inmediato a su madre para darle un beso.

Aquel día, nada más llegar a casa, Carmen se percató de que a su hijo le preocupaba algo. Después de haber entrado a casa y colocado la mochila donde acostumbraba, el muchacho se había sentado a la mesa de la cocina sin decir palabra. Y, sorprendentemente, el niño no había ido hacia la madre para besarla como era su costumbre.

Extrañada la madre, le preguntó:

—Hijo, ¿no me das un beso?

Juan le respondió:

—¡Oh, sí! Perdona, mamá. Ando un poco preocupado.

Carmen se sentó a su lado, y le dijo:

—Cuéntame, ¿qué te ha pasado?

   
     

  

Aquel día, nada más llegar a casa, Carmen se percató de que a su hijo le preocupaba algo.

   

—No… nada; no me ha pasado nada… Bueno… es que... Verás: esta mañana, a la hora del recreo, Pedro estaba muy triste. Me contó que su abuelo ha sido ingresado en el hospital en estado muy grave porque ha sufrido un derrame cerebral, y esto, a sus años, puede costarle la vida. Me ha dicho que los médicos no albergan muchas posibilidades de recuperación. Yo no supe qué hacer en ese momento. Me quedé en silencio comiéndome mi bocadillo. Ahora me siento mal, porque no supe qué hacer ni qué decir. Estoy preocupado porque él está triste y yo no puedo hacer nada, y porque no quiero que piense que no quiero ayudarlo. Pero, ¿qué puedo hacer yo, mamá?

Su madre esbozó una tierna sonrisa.

—¡Ah, niño mío —exclamó la madre abrazándolo cariñosamente contra su pecho—. Eres un buen chico. El hecho de que te preocupes por lo que me estás contando así lo evidencia. —Calló durante unos instantes y volvió a tomar la palabra—. Verás. Te voy a contar una pequeña historia que seguramente va ayudarte. Verás.

«Era Julia una niña cuya edad no pasaba aún los doce años. Era obediente, cariñosa, amable, alegre y aplicada en sus estudios. Sus padres estaban muy contentos con ella, pues nunca les había dado un disgusto en ningún sentido; por eso, le consentían muchos de sus caprichos y le hacían muchos regalos.

Lo que más le gusta a Julita era pasar el fin de semana en casa de alguna amiga. Era otro de los caprichos que sus padres siempre le consentían, ya que sus amistades respondían a las exigencias de comportamiento que exigían sus padres.

Cierto día, la niña pidió permiso a su madre para pasar todo el sábado en casa de Luci, una compañera de colegio, porque había de concluir un trabajo común que su maestra les había encomendado elaborar en grupo.

La madre, como acostumbraba, no le puso ningún inconveniente. No era la primera vez que la niña pasaba reunida todo un día con alguna compañera por un motivo así.

Y, como ocurría siempre, la madre le dijo que debía estar de regreso en casa alrededor de las nueve, antes de la cena. Era otoño y oscurecía muy temprano.

Pero en esta ocasión, Julita llegó a casa bastante tarde. La familia ya había cenado. Su madre intentaba calmar al padre, visiblemente enojado, mientras le pedía a la niña explicaciones que justificasen su demora.

La niña respondió que, de regreso a casa, se había parado un tiempo para ayudar a Marta, una amiga suya, que se había caído de la bicicleta y ésta se había roto.

—¿Y desde cuándo sabes tú arreglar bicicletas? —preguntó el padre.

—¡Yo no sé arreglar bicicletas, papá! —respondió Julita—. Yo sólo paré para ayudarla a llorar, porque su familia es muy pobre y no podrá comprarle otra.»

Cuando la madre acabó de contarle la historia al chico, éste se quedó extrañado. No comprendía a qué venía aquel relato. Así que, movido de la curiosidad, preguntó:

—Pero, ¿qué tiene que ver esa niña conmigo y con Pedro?

—Tiene que ver, y mucho. Verás: sufrir la pérdida de una persona o de ciertas cosas es inherente a la vida del ser humano. Muchas veces, esa persona que se nos va o las cosas que perdemos o se nos rompen son irremplazables y sentimos grandemente su ausencia. En estos casos, la gente que nos quiere puede ayudarnos a soportar mejor las secuelas de esa dolorosa pérdida. Una palabra afectuosa, un consejo, una frase de aliento o, simplemente, la compañía en silencio puede mitigar sustancialmente el dolor. Porque, para ayudar a los demás, no es necesario decir gran cosa o hacer algo grandioso. En el caso del cuentecillo que te contado, Julia, aunque no sabía arreglar bicicletas, estuvo al lado de su amiga. Porque lo que realmente importaba en ese momento era que Marta necesitaba a una amiga y allí estaba Julia, junto a ella, para que no se sintiese sola y viese en ella un apoyo en aquel trance. Y quien haga esto estará en nuestro corazón coronado con el título más honorable e importante que una persona puede recibir: ser considerado «amigo».

Juan sonrió a su madre y rápidamente se dirigió a casa de su amigo. Cuando éste le abrió la puerta, los dos amigos se dieron un fuerte apretón de manos. Lamentablemente, el abuelo de Pedro había fallecido a causa de aquella inesperada dolencia, pero, a partir de aquel día, la amistad entre ambos muchachos se estrechó aún más.

Gracias al consejo de su madre, Juan había comprendido el sentido de la verdadera amistad y nunca más dejó solo a su amigo en ninguna circunstancia adversa.

   

   

Cristina Martínez Vargas (Málaga, 1989). Diplomada en Maestro en Educación Musical por la Universidad de Málaga. Ha cursado los estudios de Magisterio de la Facultad de Ciencias de la Educación.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año IX. II Época. Número 67. Mayo-Junio-Julio 2010. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2010 Cristina Martínez Vargas. © 2002-2010 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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