«Entre dos peligros graves, escoge siempre el
menor.»
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quella tarde de junio parecía más calurosa que las
demás. Las rayos de sol parecía caer como afilados
dardos sobre los ya bronceados cuerpos de aquellos
dos adolescentes, de cuyo semblante cualquier
curioso transeúnte hubiese podido deducir que
estaban más preocupados que pasando una alegre
jornada.
A su lado, oíanse los agudos gritos y risas de unos
niños que jugaban placenteramente, entregados en
cuerpo y alma al juego en las piscinas próximas a la
casa de Alex.
No era tan cómoda la situación para los dos jóvenes.
Esa tarde, Álex y Adrián habían quedado para sopesar
qué podrían hacer para conseguir un aprobado en el
examen de Historia, examen que se les presentaba
como un hueso duro de roer, porque apenas habían
estudiado durante el curso, y al que habían de hacer
frente al día siguiente.
A sus ojos se planteaban dos caminos bien diferentes
para conseguir el codiciado aprobado, no importaba
ahora si merecido o no, pues superar la asignatura
significaba tener el permiso de sus padres para ir
al campamento de verano, donde tan bien lo pasaban
todos los años por esas fechas.
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Álex supo
deducir la enseñanza que se abrigaba en ella
y optó por entregarse concienzudamente toda
la tarde al estudio. |
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Ambos vías, aunque convergían en un mismo punto
final, eran, sin embargo, bastante divergentes: una
estaba dentro de lo que podríamos entender por
moralidad, pero se planteaba más dificultosa porque
requería el esfuerzo del estudio; la otra, por el
contrario, no exigía trabajo alguno, pero llevaba
aparejado el riesgo de meterlos en un buen lío. La
primera consistía en preparar y estudiar seriamente
los cuatro temas que constituían la materia objeto
de examen, y la segunda, en hacer una «chuleta» con
lo más importante de cada uno de los temas para su
posterior copia durante la prueba.
Optar se presentaba demasiado complejo para ambos
jóvenes. Por más que ponían los pros y los contras a
uno y a otro lado de la balanza, la decisión no
acababa por inclinar un plato hacia un lado
concreto. No se decidían con convencimiento por
ninguna de las dos opciones, así que convienen en
contrastar su plan con la opinión de un amigo de la
pandilla, llamado Emilio José.
Álex y Adrián se presentan en casa del amigo, quien,
en esos momentos, se hallaban tumbado, medio
adormilado por efectos del calor, en una de las
tumbonas que había en la terraza de la casa. Invitó
gentilmente Emilio José a sus dos amigos a sentarse
y a refrescarse un poco con un buen vaso de limonada
que les había traído su madre en ese preciso
instante en una jarra bien fría.
Más decidido, Adrián le refiere su problema al
amigo, y éste, escuchando el planteamiento, pareció
desinhibirse de la cuestión, volviéndose a echar
sobre la lona de la tumbona, con los ojos fijos en
uno de los rosales que adornaban el jardín.
De improviso, Emilio José pareció recobrarse de su
aparente letargo y, como si estuviese en trance,
comenzó a narrarles esta historia:
«Un ciervo, travieso y remolón, a quien perseguía un
perro, al verse casi alcanzado por el can corrió
hacia una caverna para esconderse.
Mas apenas hubo entrado en ella, salió del fondo de
la cueva un león que, abalanzándose sobre el
desgraciado, lo despedazó con sus poderosas garras.
—¡Pobre de mí! —exclamaba el desdichado ciervo al
tiempo que moría—. Entré a esta caverna para huir de
un perro y mantener a salvo la vida y, sin
imaginarlo, he venido a caer en las garras de esta
fiera carnicera. Si lograra salir vivo de esta
situación, qué buena lección sacaría de este trance.
Pero ya es tarde; todo está perdido.
Y el asustado ciervo fue engullido sin dilación por
aquel gran animal.»
Concluido su relato, Emilio José añadió a lo ya
narrado que esta pequeña historia se le había
contado su abuelo Emilio en una ocasión en la que él
se encontraba al borde de una decisión muy parecida
a la de ellos, y que, extrayendo de ella lo que de
bueno tenía, le había servido de mucho para
solventar su problema.
Álex y Adrián marcharon pensativos, reflexionando
sobre el alcance práctico que pudiera tener aquella
historia que habían escuchado y su posible
aplicación al caso que los preocupaba.
Álex supo deducir la enseñanza que se abrigaba en
ella y optó por entregarse concienzudamente toda la
tarde al estudio. Y, al actuar conforme a la
corrección y con honradez gracias al consejo de su
amigo, logró aprobar la asignatura y aquel verano
fue también de vacaciones al campamento.
Por su parte, Adrián, más propenso al ocio, concluyó
que hacerse la «chuleta» era lo más fiable para un
aprobado seguro. ¡Cuán fallo cometió el pobre
Adrián! Fue sorprendido por el profesor durante el
examen, lo que le reportó el suspenso hasta
septiembre y una buena reprimenda de parte de sus
padres, quienes, además de reprenderle su actitud,
lo castigaron a quedarse sin campamento de verano.
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