or el Norte de la India se cuenta que hace muchos
años vivían en Agra, a orillas del río Yamuna, tres
hombres ciegos, que pasaban largas horas compitiendo
entre ellos para ver quién era de todos el poseedor
de mayor sabiduría.
Cada tarde se reproducía el mismo ritual oratorio:
los tres hombres ciegos se sentaban a orillas del
río y discutían acaloradamente acerca de sus
diferentes teorías. Cierto día, uno de los sabios
dijo que conocía la solución a sus múltiples
discusiones y señaló que era el momento oportuno de
conocer la verdad.
Dijo que había llegado a sus oídos la noticia de que
en la lejana ciudad de Madrás había venido un
descomunal elefante blanco y era tan extraordinario
el animal que las gentes no hacían más que hablar de
lo que tenía de excepcional.
Los tres sabios, que eran ciegos de nacimiento,
quisieron conocer al elefante, pero, para ello,
habrían de viajar a través de las extensas tierras
de la India de Norte a Sur, recorriendo Jaipur, la
ciudad sagrada de Varanasi y la hermosa ciudad de
Calcuta, hasta encontrar su último destino: Chennai,
también conocida como Madrás, una grandiosa urbe
situada al Sur del país.
Como estaban convencidos que de que sus discusiones
no paraban en ninguna conclusión positiva y hartos
ya de tanto discutir, emprendieron el largo viaje
fascinados por las maravillas que se relataban sobre
el gran elefante blanco.
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Una vez ante aquel gran elefante, el sabio alargó
sus manos y tocó al animal en la cabeza. Sintió bajo
sus dedos las enormes orejas y luego los dos
inmensos colmillos de marfil. |
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Sin embargo, llegaron al acuerdo de que, en lugar de
llevar a cabo el viaje juntos, lo harían en
solitario, por separado y de manera sucesiva, y cada
vez que regresase uno, volverían a reunirse a las
orillas del río para saber de lo experimentado.
El primero de los sabios emprende su viaje a través
de valles y montañas, vive de la caridad de las
gentes y, tras múltiples esfuerzos y penurias, llega
a Chennai. Enseguida pregunta por el paradero de
aquel grandioso animal y pronto lo localiza en un
mercado.
Una vez ante aquel gran elefante, el sabio alargó
sus manos y tocó al animal en la cabeza. Sintió bajo
sus dedos las enormes orejas y luego los dos
inmensos colmillos de marfil.
Quedó tan admirado que tomó inmediatamente el camino
de regreso para referirles su experiencia a los
otros dos sabios, que lo esperaban todo
expectantes..
Reunidos los tres según habían convenido, les dijo:
—El elefante es como un tronco cubierto a ambos
lados por dos frazadas y del cual salen dos grandes
lanzas frías y duras.
—Muy bien, muy bien —dijeron con cierto tono
sarcástico los otros dos sabios.
—Yo quiero ir a comprobarlo —dijo enseguida uno de
ellos.
Y sin más, se dirigió a Chennai, recorriendo
frondosos valles y montañas, y pasando de una ciudad
a otra. A este segundo viajero, el largo y penoso
trayecto, sin embargo, fue más llevadero,
resultándole menos penoso que al primero.
Llega a la ciudad y, de pronto, oye el bramido de un
elefante, y, enseguida pensó que, sin duda, debía
tratarse del gran elefante blanco que estaba
buscando.
Pronto se dirige hacia él y, al acercarse de que era
el elefante buscado, intenta rodearlo con su brazos,
pero era imposible, no alcanzaba abarcarlo. Se
limitó entonces a acariciarlo con sus manos.
Toma el camino de regreso y, al llegar al sitio
acordado de reunión, cuenta a los otros dos sabios,
ávidos de conocer la experiencia, lo que le había
acaecido.
Se produjo entonces un largo y respetuoso silencio,
y el sabio comenzó a relatar lo que había
experimentado. Dijo:
—Yo sé muy bien lo que es un elefante; el elefante
se parece a un tambor forrado de cuero, colocado
sobre cuatro gruesas patas.
El tercer sabio, no conforme con la respuesta y
decidido a encontrar la ‘verdad’, marcha en
dirección a Chennai. Una vez hubo llegado a la
ciudad y encontrado al elefante, agarró al animal
por la cola, se colgó de ella y comenzó a hamacarse,
como hacen los niños, con una cuerda.
Como esto le gustaba al elefante, estuvo largo rato
divirtiéndose en medio de la risa de la gente que se
había ido acercando al lugar. De improviso, dejó de
jugar: ya había encontrado la respuesta que había de
dar a los dos sabios.
A su regreso y de nuevo con ellos, les comentó:
—Yo os diré cuál es la verdadera forma del elefante.
Un elefante es, sin duda, una cuerda fuerte y
gruesa, que tiene un pincel en la punta y que sirve
para hamacarse —afirmó con gran determinación y
rotundidad.
Comenzaron entonces a discutir entre ellos sobre qué
era más cierto de lo que cada uno había descubierto
del elefante. La discusión fue endureciendo las
opiniones de los litigantes hasta convertirse en un
duro enfrentamiento. No lograban alcanzar un acuerdo
sobre la forma exacta del elefante.
Pero, como los tres sabios, además de saber de
muchas cosas, eran también muy sensatos, decidieron
pedir ayuda a Siddhartha, un yogui conocido en toda
la India, cuyas sentenciones eran muy respetas por
todos, ya que de él se decía que ya había alcanzado
la iluminación y el conocimiento de la ‘verdad
última y suprema’.
Sin más dilación, marcharon hacia el paraje donde
Siddhartha solía meditar. Allí lo encontraron, bajo
el cobijo de las frondosas ramas de un árbol.
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La verdad es ‘om’, que significa
unidad con lo supremo, la combinación de lo físico
con lo espiritual; es la sílaba sagrada, el primer
sonido del Todopoderoso, el sonido del que emergen
todos los demás sonidos, ya sean de la música o del
lenguaje.
Por eso os digo que lo contrario de una
verdad es también verdadero; lo opuesto a
una certeza es también cierto. |
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Siddhartha despertó de su estado de meditación, de
quietud absoluta y profunda, y vio ante sí a los
tres sabios.
—¿Por qué me buscáis? —preguntó Siddhartha, con una
voz que inspiraba sosiego y confianza.
—¡Oh, maestro; tú que te has liberado de todo
sufrimiento, que has desatado los vínculos de tu
alma de sus lazos terrenales y que has llegado a la
verdad última y suprema, ayúdanos, por clemencia, a
encontrar la verdad.
Siddhartha cerró los ojos y se sumió en un profundo
‘om’, cuyas vibraciones llegaron al corazón de los
sabios. A continuación, les dirigió unas palabras:
—La verdad es ‘om’, que significa
unidad con lo supremo, la combinación de lo físico
con lo espiritual; es la sílaba sagrada, el primer
sonido del Todopoderoso, el sonido del que emergen
todos los demás sonidos, ya sean de la música o del
lenguaje. Por eso os digo
que lo contrario de una verdad es también verdadero;
lo opuesto a una certeza es también cierto. Lo que
os habéis contado uno a los otros al regreso del
viaje es verdad, pero es una verdad unilateral, una
verdad parcial, una certeza subjetiva, porque no
considera las otras verdades: no tiene en cuenta la
certeza en su totalidad. La verdad suprema es la
suma de todas las verdades particulares, que, al
fundirse entre sí, subliman todo añadido subjetivo y
personal. Cada uno de vosotros habéis contado la
verdad, pero esa verdad es solo parcial, pues ha
estado mediatizada por vuestra particular manera de
concebir e interpretar las cosas. Así, si unís todas
las partes, tendréis la verdad total.
Sin más, Siddhartha cerró de nuevo los ojos y, con
una leve sonrisa en el rostro, se sumió de nuevo en
su meditación, en su contemplación espiritual.
Los tres sabios exclamaron:
—¡Cierto es lo que nos ha sido contado!
Fue entonces cuando aquellos tres sabios
descubrieron que cada uno de ellos tenía una parte
de la verdad, ya que todas las sensaciones que
habían experimentado al ver la figura del gran
elefante eran ciertas. Cada uno de ellos sabía de la
imagen del elefante la parte que le había llamado su
atención. Así, uniendo todas las impresiones
parciales, podrían obtener la totalidad: la imagen
real del elefante blanco. |