N.º 71

MARZO-ABRIL 2011

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HACER EL PRIMO

   

Por José Antonio Molero

   

   

   

E

l significado de esta frase es conocido de todos y se utiliza bastante en la lengua coloquial. Lo que quizá puede resultar desconocido para muchos de quienes la emplean es su origen, es decir, el hecho histórico que motivó su empleo por vez primera y justifica ahora su uso cotidiano.

En cuanto a la palabra primo, el Diccionario de la Lengua Española de la RAE admite, como uno de sus significados, el de «persona incauta que se deja engañar o explotar fácilmente». Más adelante, y en la misma entrada, interpreta las diferentes frases en que aparece el término, y así tenemos los significados «dejarse engañar fácilmente» para caer de primo y «engañar fácilmente» para coger de primo, las dos, al igual que la que nos ocupa, de uso coloquial.

Las obras consultadas coinciden en afirmar que el empleo de estas expresiones con tales significados se halla en el uso protocolario de la palabra «primo» por parte de la Casa Real española durante el siglo XVIII, que utilizaba el término como fórmula de tratamiento entre los grandes de España, tanto en cartas privadas como en documentos oficiales.

Coincidiendo con la explicación más generalizada, podemos ubicar cronológicamente su origen a comienzos de siglo XIX, en los albores de la Guerra de la Independencia, concretamente en las cartas que dirigió el mariscal francés Joachim Murat al infante don Antonio Pascual de Borbón (1755-1817) y al Consejo de Regencia que presidía el anteriormente mencionado, cartas que encabezaba con las tradicionales fórmulas de tratamiento cortesano, como veremos luego, a la hora de exponer el marco histórico en que se formularon. Este uso no plantearía problema alguno si no fuese por el matiz peyorativo con que lo empleamos actualmente en nuestras conversaciones informales, cuyo sentido acabamos de exponer más arriba.

Hasta aquí la explicación del fenómeno lingüístico. Pero ¿qué contexto sociopolítico concreto pergeñó el dicho? ¿Qué hechos fueron testigos históricos del nacimiento de una expresión así? Hagamos un poco de memoria histórica.

Obsesionado por la idea de la unificación de Europa bajo el predominio de Francia, Napoleón Bonaparte (1769-1821) emprende, a partir de 1804, la conquista del continente por la fuerza de las armas. A pesar de algunos descalabros iniciales con la armada inglesa, sucesivas victorias sobre austriacos, prusianos y rusos desmembraron el Imperio Romano-Germánico y sembraron Europa de estados satélites de Francia, culminando el proceso dominador con el Tratado de Tilsit (julio de 1807), que pone en sus manos el dominio de Europa. Su alianza con España le garantizaba el frente sur, de manera que sólo Inglaterra (y Portugal, su aliado) constituía un serio obstáculo a sus propósitos hegemónicos.

En medio de las difíciles circunstancias por que atraviesa Europa, la Corte de Carlos IV de España (1748-1819) era un semillero de intrigas y ofrecía un espectáculo bochornoso y denigrante. El exorbitante poder de Manuel Godoy (1767-1851), valido de rey, le había acarreado la enemistad de numerosos nobles y la animadversión de don Fernando (1784-1833), príncipe de Asturias y heredero del trono, que agrupaba a su alrededor a todos los descontentos con la privanza del favorito.

Ansiosos de hacerse con el poder, tanto Godoy como los fernandistas competían en halagos a Napoleón, cuyas simpatías y protección se disputaban vergonzosamente. Así, Godoy, para complacer a Napoleón, hizo que España se adhiriera oficialmente al bloqueo continental contra Inglaterra y, por su parte, el príncipe don Fernando, viudo ya de María Antonia de Nápoles, solicitó del Emperador la mano de una princesa de su familia. Napoleón aprovechó la necedad de ambas partes para hacer a España víctima de sus planes imperialistas y convertirla en poderoso auxiliar en su lucha contra Inglaterra.

Conocedor de la vanidad y la ambición del favorito, Napoleón, con el pretexto de obligar a Portugal a adherirse al bloqueo continental contra Inglaterra, consigue de Godoy el Tratado de Fontainebleau (octubre de 1807) por el que se pacta, en caso de negativa, la invasión y reparto del país. Pero el tratado no era más que una estratagema contra el favorito. Por una cláusula secreta se acordaba que un ejército francés entraría en España para invadir Portugal, al que se uniría otro español, pero el mando correspondería a un general francés. Antes de ratificar el tratado, las tropas francesas, mandadas por el general Andoche Junot, entran en España, siendo bien recibidas por los dos partidos de la Corte: el de Godoy, que veía en ello el fiel cumplimiento del Tratado de Fontainebleau, y el fernandino, que consideraba próxima la caída de Godoy y el reinado de Fernando.

La negativa de Portugal a su adhesión al bloqueo hace que el ejército francoespañol se apodere fácilmente de Portugal, cuya familia real se refugia en Brasil. Entonces, Napoleón decide llevar a cabo su plan de apoderarse de España. A este fin, en enero de 1808, nuevas tropas francesas penetran en España y van haciéndose alevosamente con el mando de las fortalezas fronterizas más estratégicas (San Sebastián, Pamplona, Barcelona y Montjuich). El mariscal Jacques Murat, cuñado de Napoleón, fue nombrado comandante jefe de todas las fuerzas de ocupación.

Mientras la Corte no se explicaba aún con qué fin entraban en España tantos soldados franceses, el partido fernandista seguía creyendo ingenuamente que estas tropas estaban destinadas a derribar a Godoy, pero el inesperado regreso a Madrid del embajador español en París alertó al Gobierno español de las verdaderas intenciones de Napoleón.

Como el ejército de Murat se acercaba a Madrid, la Corte, que residía en Aranjuez, decide trasladarse a Sevilla y, en caso necesario, embarcar para América. Pero los preparativos de viaje causaron alarma en el pueblo, hasta el punto de que, para calmarlo, fue necesario fijar una proclama de Carlos IV negando el proyectado viaje.

Pero el pueblo español, siempre patriota y atento a tantos eventos inhabituales, sospecha que Godoy está traicionando a España, se subleva contra el favorito y asalta su residencia de Aranjuez (17 de marzo de 1808). Godoy es ultrajado y herido, y logra salvar la vida gracias a la intervención de unos Guardias de Corps, que le escondieron en un rollo de alfombras. Tomando el motín como un incidente contra su persona, Carlos IV abdica en su hijo Fernando.

Al día siguiente de haber llegado a Madrid las tropas de Murat, entraba en la capital Fernando VII (24 de marzo), siendo recibido con gran entusiasmo. Pero Murat consigue de Carlos IV una retractación privada de su abdicación, al tiempo que anuncia la próxima llegada de Napoleón, aconsejando a Fernando VII la conveniencia de que saliera a recibirle a Burgos, proyecto que acepta, temeroso de que se adelantase Carlos IV.

El rey Fernando deja el gobierno a un Consejo de Regencia presidido por su tío, el infante don Antonio, y sale al encuentro de Napoleón, pero no lo encuentra en Burgos ni en Vitoria, y a pesar de la actitud hostil del pueblo y de la oposición de algunos cortesanos, estimulado por una carta del Emperador, decide continuar el viaje hasta Bayona, donde se encontraba Napoleón. A los pocos días llegaron también Carlos IV y Godoy.

Después de vergonzosas escenas entre el padre y el hijo, que pusieron al descubierto sus resentimientos y su debilidad en presencia de Napoleón, éste consigue que Fernando renuncie a la Corona y que el padre la abdique a su favor, a cambio del palacio de Compiègne y del castillo de Chambord, como residencias, y unos cuantos millones anuales. A Fernando se le concedían también varias posesiones y una renta. Tal fue la vergonzosa claudicación de Bayona, que es recordada como una de las páginas más bochornosas, lamentables y tristes de nuestra historia. Carlos IV, su esposa y Godoy salieron para Fontainebleau, y Fernando, para Valençay, donde habría de permanecer, vigilado, durante seis años.

El pueblo no se dejó engañar tan fácilmente como sus soberanos. Cuando llegó a Madrid la noticia de que Fernando no era reconocido como rey por Napoleón, estalla el descontento popular contra los franceses y el Consejo de Regencia se resiste a obedecer a Murat. Por esos días, Carlos IV ordena al presidente del Consejo que hiciera salir para Francia al infante Francisco de Paula, niño de trece años, y a otros miembros de su familia. Murat dispuso la marcha para el día 2 de mayo.

El pueblo madrileño había empezado a congregarse desde muy temprano ante el Palacio Real para presenciar la salida. El ánimo popular fue excitándose por momentos cuando corre la noticia de que el infante estaba llorando porque no quería irse, y se dispuso a impedir el viaje por la fuerza: cortó los correajes de los coches y empezó a proferir insultos contra la escolta francesa. Para sofocar la rebeldía, y temiendo una insurrección generalizada, Murat envía un batallón francés, que, sin previo aviso, comienza a disparar contra la multitud indefensa. Los madrileños, indignados, se disponen a vengar la afrenta y se alzan contra los franceses. La Puerta del Sol y calles adyacentes fueron testigos de la enconada lucha de una muchedumbre irritada contra los escuadrones de mamelucos y polacos, lucha inmortalizada por Goya en su célebre cuadro “El dos de mayo”.

   
     

  

Manuel Godoy Álvarez de Faria (1767-1851), al amparo de María Luisa de Parma, esposa del rey Carlos IV, logró encumbrarse a los más elevados puestos de España. Como primer ministro del Reino, uno de sus múltiples errores fue su criminal pasividad ante la introducción de tropas francesas en España para complacer al Napoleón.

   

Ese mismo día, Murat, como comandante de las fuerzas de ocupación, envía una carta al infante don Antonio y al Consejo de Regencia para darles cuenta de los incidentes ocurridos instándolos al apaciguamiento de los sublevados, en la cual emplea la fórmula protocolaria de la Corte española de «Señor Primo, Señores miembros del Consejo de Regencia», encabezamiento que hacía seguir, en un tono amenazador que no se prestaba a interpretaciones, «Anunciad que todo pueblo en que un francés haya sido asesinado será quemado inmediatamente [...]. Que los que se encuentren mañana con armas, cualesquiera que sean, y sobre todo con puñales, serán considerados como enemigos de los españoles y de los franceses, y que inmediatamente serán pasados por las armas...». La carta concluía como sigue: «Mi Primo, Señores del Consejo, pido a Dios que os tenga en santa y digna gloria».

En efecto, el mariscal francés había querido atenerse, más por seguir una tradición que por respeto a las instituciones a que se dirigía, a las fórmulas protocolarias de la Corte española, pero el pueblo llano, siempre más perspicaz, siempre más inteligente que sus gobernantes, no quiso «hacer el primo» en ningún momento cayendo en el engaño y los falaces manejos de Napoleón, y tomó el tratamiento como una burla del francés a los incautos miembros del Consejo de Regencia y al ingenuo y crédulo infante que la presidía, cuya actitud vergonzosamente sumisa ante un extranjero ponía de manifiesto la carencia de cualquier forma de poder decisorio y efectivo en materia de gobierno.

El levantamiento popular sería pronto sofocado y seguido de cruel represión (fusilamientos del 3 de mayo), pero el 2 de mayo de 1808 marcó el principio del levantamiento nacional contra la agresión napoleónica y el principio de la Guerra de la Independencia, legítima y gloriosa resistencia de todo un pueblo contra la invasión extranjera.

El uso de este tratamiento en las circunstancias en que se dieron cayó en conocimiento de la gente, que, con el paso del tiempo, cargada de ese gracejo y salero tan típicos del madrileño castizo, incorporó la expresión «hacer el primo» al acerbo popular con el sentido que hemos argumentado.

  

   

   

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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IRIBARREN, José María: El porqué de los dichos. 4ª. ed., Ed. Aguilar,  Madrid, 1974.

   

   

     
       

José Antonio Molero Benavides (Cuevas de San Marcos, Málaga, 1946). Diplomado en Maestro de Enseñanza Primaria y licenciado en Filología Románica por la Universidad de Málaga. Es profesor de Lengua, Literatura y sus Didácticas en la Facultad de Ciencias de la Educación de la UMA. Desde que apareció su primer número, está al frente de la dirección y edición (en sus dos modalidades: web y cedé) de GIBRALFARO, revista digital de publicación bimestral patrocinada por el Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Málaga.

   

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año X. II Época. Número 71. Marzo-Abril 2011. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2011 José Antonio Molero Benavides. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es). Edición en CD: Director: Antonio García Velasco. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2011 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

   

   

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