on relativa
frecuencia,
la lengua de
un cierto
nivel
cultural
suele
emplear
frases como
«El
cigarrillo
fue durante
mucho tiempo
mi nudo
gordiano;
no hallaba
la manera
como
dejarlo» o
«Con esta
ley, el
Gobierno
pretende
zanjar, de
una vez por
todas, los
problemas
que plantean
para los
usuarios el
nudo
gordiano
de unas
huelgas como
las de los
controladores
aéreos», en
las que se
hace
referencia a
un problema
aparentemente
sin
solución,
que requiere
ser resuelto
de manera
tajante y
sin
contemplaciones
o con la
puesta en
práctica de
una medida
drástica. Y
así, aunque
de manera
muy escueta,
el DRAE nos
dice que
‘nudo
gordiano’ es
una
expresión
figurada que
denota
un ‘nudo
muy enredado
o imposible
de desatar’.
También se
suele
utilizar
para
referirse a
lo esencial
de un asunto
que es
difícil de
comprender,
pero que si
le llega
descubrir,
se pueden
resolver sus
implicaciones.
Ahora bien,
lo que con
toda
seguridad no
está muy
generalizado
es el
conocimiento
de su
origen.
¿Cuál es,
pues, el
sentido
originario
de tal
expresión?
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El reino de Frigia. La parte amarilla indica la extensión inicial. La línea naranja delimita la expansión que alcanzó en su etapa de es-plendor. |
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Por la
Historia
sabemos que,
en torno al
siglo XIII
a. C.
aproximadamente,
una oleada
de gente
procedente
de tierras
indoeuropeas
penetra en
Asia Menor y
se asienta
en la parte
occidental
de la
península de
Anatolia,
territorio
perteneciente
a la actual
Turquía,
donde, a
expensas de
un decadente
Imperio
Hitita,
logra formar
un núcleo de
población,
inicialmente
pequeño, con
el nombre de
Frigia. Pero
no es hasta
el siglo
VIII a. C.
cuando ya se
tienen
noticias de
la
existencia
de un reino
como tal,
con capital
en Gordión,
y bajo la
influencia
cultural de
los griegos.
Homero, en
su poema
épico La
Ilíada,
nos dice que
los frigios
desempeñaron
un papel
relevante en
la caída de
Troya a
manos de la
alianza
aquea, tras
el largo
asedio a que
fue sometida
esta ciudad
estado.
Cuenta una
leyenda
frigia que,
hacia el año
750 a. C.,
la vida en
comunidad de
estas gentes
se había
degradado
tanto que la
convivencia
resultaba
bastante
difícil. Con
el tiempo,
las
rencillas y
disputas
entre los
diversos
clanes
habían
sumido la
vida social
en un
tremendo
caos y
continuos
desórdenes.
Este
lamentable
estado
social hacía
necesaria la
autoridad de
un líder
justo que
impusiera la
paz entre la
ciudadanía
con la
aplicación
de leyes
justas.
Por estas
fechas, y en
medio de tal
situación,
consultado
Zeus cuándo
quedarían
restablecidos
el orden y
la paz entre
los frigios,
el
omnipotente
dios augura
que tal
misión sería
llevada a
efecto por
un hombre
que habría
de entrar a
la ciudad
subido en un
carro tirado
por bueyes
unidos por
un yugo. El
hombre haría
su entrada
por la
Puerta del
Este y, en
ese preciso
momento, un
cuervo se le
posaría
sobre el
hombro. Los
frigios
habrían de
designar rey
a ese hombre
y cumplir
las
decisiones
que tomara
por muy
cruentas que
fueran, pues
tenían como
fin que el
pueblo
tuviera un
país justo y
reinase la
calma
social.
Pasado un
tiempo,
cierto día,
cuando el
sol empezaba
ocultarse ya
tras las
montañas y
una espesa
niebla se
iba
adueñando de
la ciudad,
Gordias, un
campesino de
la región y
persona
conocida por
todos los
habitantes
del lugar,
hacía su
entrada en
la ciudad
por la
Puerta del
Este, subido
en su carro
tirado por
dos bueyes.
Gordias
venía a la
ciudad a
pasar la
noche.
Entraba
cansado y
con sus
ropas roídas
y
polvorientas,
después de
un duro día
de trabajo y
el largo
camino. En
ese preciso
instante, un
cuervo negro
como el
carbón y con
un pico rojo
como fuego
descendió
surcando el
cielo entre
las nubes y
fue a
posarse
justo en el
yugo de su
carro,
soltando un
sonoro y
estrepitoso
graznido.
Quienes
aquello
vieron
quedaron
sorprendidos
largo
tiempo,
mirándose
unos a otros
en silencio.
El oráculo
se había
hecho
realidad.
Maravillados
ante el fiel
cumplimiento
del augurio
divino,
comenzaron a
vitorear al
que iban a
proclamar su
rey. El acto
se convirtió
en una
fiesta a la
que no faltó
ningún
habitante
del lugar.
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El nudo gordiano. |
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Al finalizar
la fiesta,
los
sacerdotes y
los altos
dignatarios
dieron a
conocer a
Gordias el
motivo de su
designación
como rey,
designación
que él
aceptó muy
complacido,
en tanto que
el pueblo en
pleno se
entregaba a
la
preparación
de la
ceremonia de
proclamación
del nuevo
mandatario
de Frigia.
Una vez
coronado
rey, Gordias
funda la
ciudad que
lleva su
nombre,
Gordión, a
la que elevó
al rango de
capital del
reino, y, en
memoria de
aquel día y
de cómo
había sido
elegido,
ordena que
su carro
fuese
expuesto en
el templo
erigido en
honor de
Zeus, atado
por el yugo
a una alta y
resistente
columna con
un nudo muy
elaborado,
hecho de
corteza
fresca de
sauce. El
nudo tenía
los cabos
enroscados y
prietos de
tal manera y
con tal
artificio
que era
imposible
desatarlo, y
menos aún,
con la
corteza ya
seca y
encogida.
En ese
momento, la
voz del
todopoderoso
Zeus dejóse
oír de
nuevo,
augurando
que solo
quien
consiguiera
deshacer el
nudo tendría
la sabiduría
y fuerza
necesarias
para
expandir
Frigia más
allá de sus
actuales
fronteras y
de
conquistar
toda Asia.
Durante
mucho
tiempo,
fueron
muchas los
hombres que
acudieron a
Frigia para
intentar
superar el
desafío y
hacerse
acreedores
del
vaticinio.
Sabios y
personas de
toda índole,
de todos los
rincones del
mundo,
acudieron
convencidos
de
solucionarlo
y todos, uno
tras otro,
marcharon
derrotados y
cabizbajos.
Tal era la
complejidad
del nudo
que, con el
paso de los
años, la
imposibilidad
de desatarlo
pasó a ser
una leyenda.
Cuenta la
tradición
que, varios
siglos
después de
este
acontecimiento,
la suceso
de aquel
oráculo
llegó a
oídos del
joven
Alejandro
(356-323 a.
C.), hijo de
Filipo, rey
de
Macedonia,
al que le
encantaban
los desafíos
y los
acertijos de
todo tipo.
Llevado de
una audacia
y valentía
inusitadas,
Alejandro se
dispuso a
afrontar el
reto.
Durante el
duro camino
que separaba
a Alejandro
de Frigia,
se dice que
sus
oficiales le
pedían que
cesara en su
empeño, que
sólo era una
leyenda sin
trascendencia
alguna, un
cuento de
niños… Pero
él estaba
convencido
de que
podría ser
una gran
victoria
moral para
él y su
ejército.
Plenamente
confiado en
el
fundamento
real que
subyacía a
la leyenda,
estaba
convencido
que deshacer
aquel nudo
sería la
llave que
necesitaba
para
conquistar
toda Asia.
Alejandro
llega a su
destino en
el 333 a. C.
Tras
refrescarse
por su larga
y calurosa
caminata, se
dirige
directamente
hacia el
centro de la
ciudad,
donde se
encontraba
el famoso
carro de
Gordias. En
él se dejaba
notar el
desgaste
causado por
el paso del
tiempo, pero
seguía en
buen estado
gracias al
cuidado de
los
sacerdotes
del templo.
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"Alejandro corta el nudo gordiano", de Jean-Simon Berthélemy (1743-1811), École des Beaux-Arts de París. |
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Se cuenta
que
Alejandro
estuvo
varias horas
estudiando
meticulosamente
el nudo
atado por
Gordias sin
siquiera
tocarlo.
Nunca se le
había visto
tan
concentrado,
inmóvil y
pensativo;
no se notaba
ni su
respiración;
su rostro
estaba
serio; tenía
fruncido el
entrecejo y
las gotas de
sudor
surcaban su
cara hasta
caer al
suelo. Un
coro de
personas se
aglomeraban
a su
alrededor,
esperando su
irremediable
fracaso.
Fue un
sacerdote
algo rollizo
y de barba
rizada quien
se dirigió a
él con
respeto pero
con cierta
ironía y un
tono burlón,
pidiéndole
que cesara
en su
empeño, dado
que era un
problema de
imposible
solución. No
creía que un
bárbaro como
el que tenía
ante él,
fuese capaz
de conseguir
lo que nadie
había
logrado
durante
tanto
tiempo.
Las palabras
del
sacerdote
impacientaron
tanto al
joven
Alejandro
que empezó a
manipular
con avidez
el nudo
buscando un
punto débil,
la clave que
desenmarañara
aquella
atadura.
Aguantando
las burlas
del
populacho,
no cesó en
su empeño.
Repentinamente,
estalló en
carcajadas
asegurando
que tenía la
solución y
que era más
sencilla de
lo que ellos
podían
suponer.
La
muchedumbre
enmudeció al
momento. El
sacerdote de
barba rojiza
palideció. Y
sin decir
más
palabras, el
intrépido
macedonio
desenfundó
su firme y
brillante
espada y, de
un solo y
contundente
tajo, cortó
las
ligaduras
que le
llevarían a
conquistar
toda Asia.
En ese mismo
instante,
una tormenta
de rayos
envolvió
tanto al
carro como a
Alejandro,
simbolizando
la
complacencia
de Zeus con
dicha
solución.
Una vez
finalizadas
las
respectivas
celebraciones,
el joven que
había
logrado
deshacer el
‘nudo
gordiano’
marchó al
frente de su
ejército
dispuesto a
conquistar
toda Asia. Y
una vez más,
el oráculo
volvió a
cumplirse:
aquel audaz
y empeñado
macedonio
llagaría a
vencer a los
persas,
apoderarse
de sus
territorios
y llevar las
fronteras de
sus
conquistas
hasta el río
Indo,
formando así
el imperio
más grande
hasta
entonces
conocido.
Con toda
razón ha
pasado a la
historia con
el nombre de
Alejandro
‘el Magno’.
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