l extraordinario suceso que voy a
relataros lo sitúa la tradición en La
Gomera, isla del archipiélago atlántico
de las Canarias, que, con sus 22.259
habitantes, es la segunda menos poblada
conjunto insular. Geológicamente, es una
de las más antiguas del archipiélago y
su capitalidad la ostenta San Sebastián
de La Gomera. No está de más saber que
esta isla fue el último territorio
español que tocó Cristóbal Colón antes
de llegar a América en su viaje de
descubrimiento de 1492, de ahí que
también sea conocida como la “Isla
Colombina”.
La Gomera es tierra de misterio y magia,
de costumbres ancestrales, bosques
impenetrables, volcanes dormidos y
secretos inconfesables. Es también isla
rica en leyendas y sucesos
extraordinarios que son transmitidos de
generación en generación por sus
habitantes.
Esta que os voy a contar es,
probablemente, la leyenda más singular y
bella de la tradición Canaria, de la
cultura guanche, y su recuerdo se ha
perpetuado por siempre no sólo entre sus
gentes, sino también entre todos los que
llegan a conocerla cuando la vistan
durante su tiempo vacacional.
|
|
|
|
|
Representación escultórica de Gara y Jonay.
Imagen: Wikipedia.com |
|
|
Se cuenta en La Gomera que existían, en
siete puntos distintos de la isla, otras
tantas fuentes, de las cuales brotaba un
agua encantada cuyo origen en las
profundidades de la isla era por todos
desconocido.
Las jóvenes del lugar acudían cada año a
estas fuentes a beber de sus aguas, que
decían tener propiedades milagrosas, y a
cumplir con un misterioso ritual. Cada
una de ellas debía reunir agua de las
siete fuentes y con ella formar un
pequeño estanque, hecho a base de beas,
musgo y yedra, para luego mirarse
reflejada en él y prever, por el tono
que tomaba el agua, su futuro amoroso.
Si el agua permanecía clara, el amor
estaba en camino, pero si se tornaba
turbia, era signo de malos presagios.
Ese año, entre las doncellas ansiosas de
adivinar su porvenir amoroso, se
encontraba Gara, del poblado de Guadá y
princesa de Agulo, tierra del agua.
Según la tradición, cuando la joven tuvo
todo preparado, asomó, tímidamente, para
comprobar que el estanque le devolvía la
imagen de su incuestionable belleza.
Gara sonrió, pero, entonces, como si
algo quisiera surgir de las aguas, éstas
comenzaron a agitarse cual olas de
espuma, para luego dejar paso a un
incendio de colores, fuego abrasador que
deslumbró a Gara, que, temerosa, apartó
de inmediato su mirada de aquellas
sorprendentes aguas.
Ante este suceso, Gerián, el sabio del
lugar y encargado de atender el ritual
de las damas, apartando a las otras
jóvenes, se dirigió a Gara y, como en
trance, comenzó a recitarle su visión
del presagio. “La muerte está acechando en las sombras... Como lo de arriba es lo
de abajo y lo que fue será, lo que ha
de suceder sucederá... Dentro de cuatro
lunas, el amor te llegará por mar, pero
está hecho de fuego, Gara, y si no te
alejas de él, te consumirá”, predijo
seriamente el vate. Gara, sin decir
palabra y bajando los ojos, volvió a su
poblado, esperando que todo fuera un mal
sueño. Pero el mal augurio corrió de
boca en boca hasta llegar a su aldea.
Al mes siguiente, en las vísperas de las
fiestas de San Beñesmén, en las que se
celebraba la recolección de la cosecha,
llegaron a la Gomera por barco los
Menceyes, que así se llamaban los nobles
de las islas, acompañados de sus hijos y
demás familiares. El Mencey de Adeje, de
la isla de Tenerife, venía escoltado por
su hijo Jonay, de destacado valor y
notable fuerza, para competir en las
diversas pruebas que se desarrollarían
en las fiestas: el salto del pastor, el
esquivo de piedras, la escalada y la
lucha del palo, el levantamiento de
rocas... todas ellas, para demostrar la
gallardía de los jóvenes ante las
doncellas casaderas.
Era una noche calurosa de septiembre, y,
entre las hogueras de la celebración,
Gara no podía apartar sus ojos del joven
príncipe, de fuerte torso, grandes ojos
gualdos e incendiada rubia cabellera. A
su vez, la mirada de Jonay se cruzó con
la de Gara, y, sin remedio, quedó
atrapado en la inmensidad de sus ojos
negros, la finura de su rostro, la
sinuosidad de su porte y su larga y
densa melena de azul y ébano. Parecían
la noche y el día, dos seres inacabados
que se completaban el uno al otro,
condenados a amarse, pero en la
distancia que el alba pone entre ellos.
|
|
|
|
Alto de Garajonay (La Gomera). |
|
|
|
Gara, recordando la advertencia del
sabio, emitió un doloroso gemido y
abandonó el lugar ante la mirada de los
presentes, que no pudieron sino
percatarse de la energía apasionada que
emanaba de los dos jóvenes.
Jonay, no entendiendo por qué aquella
hermosa criatura corría de su lado sin
haber tenido apenas tiempo de saber su
nombre, la siguió hasta darle alcance,
y, apenas hubo rozado sus manos, ambos
supieron que estaban destinados a
quererse para siempre. Entre la
murmurante muchedumbre, volvieron al
campo de hogueras, donde se encontraban
sus familias, juntos, de la mano, para
anunciarles su compromiso.
En aquel momento, desde la isla vecina,
el majestuoso volcán que reinaba en su
centro, el Teide, antes conocido como
Echeyde, o infierno, comenzó a tronar, y
escupiendo lava y fuego de sus entrañas,
parecía avisar del cumplimiento del
aterrador presagio. Jonay, el impetuoso
príncipe de la Tierra del Fuego, unido a la inocente
y bella Gara, princesa del Lugar del Agua,
auguraba una tragedia de amor imposible,
que traería grandes males a la isla.
Los padres de ambos, atemorizados por la
terribles desgracias que podrían acaecer
a sus gentes, los separaron y los
llevaron a un lugar apartado para darles
orden de no volver a verse nunca más.
Cuando las fiestas concluyeron y el
volcán hubo apaciguado su furia, todos
los menceyes volvieron a sus lugares de
origen, entre ellos, un apesadumbrado
Jonay, que regresaba a Tenerife con una
herida en su alma y un hueco en el
pecho, pues su corazón se había quedado
en La Gomera, junto a Gara.
Pasó el tiempo y la pasión que había
nacido entre los amantes no decreció ni
un ápice. No hubo ni un solo día en que
el uno no pensara en el otro. No
soportando más su desasosiego, Jonay
decidió una noche lanzarse al mar, desde
la punta del Teno, cerca de la costa de
Adeje, para ir en busca de su amada.
Cuentan que Jonay nadó toda la noche,
ayudado por dos vejigas de animal, que,
atadas a su cintura, le ayudaban a
flotar cuando creía desfallecer.
Cuando el amanecer apuntaba, acabó la
larga travesía, llegando a la playa de
Cheremía, en la isla de su amada. En un
esfuerzo sobrehumano, subió a través de
la escarpada orografía del lugar hasta
las húmedas tierras bañadas por el río
Guará, de donde su novia procedía. En la
orilla del río, cerca ya del poblado, se
detuvo a refrescarse y reunir la
fortaleza necesaria antes de reunirse
con ella y proponerle una huida juntos.
Con el sol tibio del alba filtrándose
entre la arboleda y el solo sonido del
murmullo del río, Jonay descubrió a su
amada, que, no pudiendo conciliar el
sueño, se había dirigido a este hermoso
paraje a pensar en él. Al encontrarse,
los enamorados se abrazaron
impetuosamente, fundiéndose en un solo
ser, y, sin decir palabra, entendiéndose
sólo al mirarse, emprendieron la huida
para buscar cobijo en los bosques.
Al despertar las gentes del poblado, el
padre de Gara notó su ausencia y, tras
buscarla por todas partes, un horrible
presentimiento le aterró. Al enterarse
de la huida de su hija, furioso, mandó a
todos los hombres de la aldea en su
búsqueda.
Los amantes, mientras tanto, agotados
por la carrera y con el corazón
desbocado, llegaron a uno de los picos
más altos de la isla, la cima del Cedro.
Detuvieron sus fatigados pasos junto a
la roca sagrada, al borde del
precipicio, donde, exhaustos, se
entregaron a amarse.
|
|
|
|
|
Parque Nacional de Garajonay. Patrimonio de la Humanidad desde 1986. |
|
|
No sintieron entonces nada a su
alrededor más que el calor de sus
cuerpos y el sonido de las palabras de
amor susurradas al oído, estremecimiento
de caricias y humedad de besos... Por esta
razón, no notaron los pasos que se
acercaban, el ruido del gentío y los
ojos que se clavaron en ellos.
Rodeados y sin salida posible, los
jóvenes, con el alma desolada, supieron
que jamás podrían compartir su amor en este
mundo, y, como si de una sola mente se
tratara, sus manos cogieron una vara de
cedro afilada por ambas partes, que
colocaron entre ellos apuntando letalmente a sus
corazones. El padre de Gara dejó salir
un angustioso grito, pero era demasiado
tarde. Se miraron a los ojos, se
fundieron con fuerza en un último abrazo
y, con sus corazones unidos para
siempre, se lanzaron al vacío. Gara, la
princesa del Agua, y Jonay, el príncipe
del Fuego. Su amor perviviendo por
siempre, más allá de sus cuerpos, en
estos parajes. Agua y fuego fundidos en
un todo, en un humo eterno.
Todavía hay quien dice en la isla que,
al despuntar el alba, pueden escucharse
sus juguetonas risas entre los verdes
bosques de laurisilva y el sonido
unísono de sus corazones, latiendo
conjuntamente en la cima de la isla,
llevando ambos, en su recuerdo, sus
nombres.
Hoy día, la cumbre más alta de la Gomera
es conocida como el “Alto de Garajonay”,
y sus impenetrables y ancestrales
selvas, en las que todavía rezuma la
belleza de aquel amor prohibido, siempre
llorando por ellos, han venido a
conformar el bellísimo “Parque Nacional
de Garajonay”, declarado por la UNESCO,
en 1986, Patrimonio de la Humanidad.
|