uaro es un municipio malagueño
ubicado en el valle del Guadalhorce. La
localidad dista 50 kilómetros de Málaga y 15
kilómetros de Marbella, tiene una superficie de
22,50 kilómetros cuadrados y cuenta con una
población aproximada de 2.000 habitantes.
En su término municipal se encuentra
el río Guaro, que forma, en su nacimiento, una
hermosa cascada, motivo de visita por gentes de
muchas partes. Sus aguas, cuyo caudal se ve
incrementado por la afluencia de las del Sabar y
el Seco, bañan las tierras del municipio antes
de hacerse remanso en el embalse de La Viñuela,
de gran importancia por ser el principal punto
de suministro de agua de La Axarquía, comarca
que recibe agua de este río, así como de sus
afluentes, los ríos Sabar, Benamargosa y Salia.
|
|
|
|
|
El
río Guaro forma, en su nacimiento,
una hermosa cascada, motivo de
visita por gentes de muchas partes. |
|
|
Es en el río Guaro donde tuvo lugar
el raro y curioso acontecimiento que voy a
narraros y que el paso de los años ha dado lugar
a que trascienda los límites de la realidad y
haya pasado al esotérico mundo de lo legendario.
Cuenta una leyenda que, unos años
después de que la zona cayese en poder de las
tropas castellanas, habitaba en este valle un
viejo hortelano morisco que parecía estar
bendecido por Alá, pues era dueño una huerta
fértil que le daba unos frutos tan jugosos y
sabrosos que los hacían muy apreciados por las
gentes del lugar. El viejo atribuía los dones de
sus frutos al agua que aquel río les regalaba a
diario, con las que él regaba la huerta, razón
por la cual se deshacía en alabanzas a dios.
Cierto día, el hortelano se percató
de que el caudal del río había empezado a bajar
cada vez más. Pensando en que la fertilidad de
sus productos agrícolas dependían en extremo de
aquel agua, su preocupación fue creciendo en la
misma proporción que menguaba el caudal del río.
Por más qué intentaba buscarle una explicación a
aquel extraño fenómeno, no lograba dar con la
razón que lo motivaba, y el caudal del río quedó
reducido a hilo de agua apenas aprovechable.
Pero ni el viejo ni los otros
hortelanos de la zona se resignaron a lo que
parecía una catástrofe segura para sus campos,
así que idearon unos sistemas de riego muy
novedosos para la época con vistas al
aprovechamiento de los recursos acuíferos de la
comarca. En este acontecimiento parece tener su
origen el gran conocimiento en este arte del que
siempre han hecho mérito las gentes de este
lugar. Pero la situación no era la misma. Los
frutos, aunque sazonados, no gozaban ya de las
características que los hacían únicos.
Un día muy caluroso, a la vuelta a
casa tras una penosa tarea, el hortelano vio a
una niña que estaba sola a las orillas del río.
Temiendo por la vida de la criatura, sola en
aquellos parajes, el hombre no dudó en
llevársela a su casa hasta que alguien viniese a
preguntar por ella. Pero el tiempo discurría y,
viendo que nadie se interesaba por ella, decide
dejarla con él y tratarla como a una hija.
Pasaron unos años y la niña se
convirtió en una bella doncella tan dulce y
atenta como alegre y trabajadora. Tenía unos
preciosos ojos azules que se hacían más intensos
al atardecer. Eran tan vivos y luminosos que
parecían dos estrellas fugaces cruzando el
firmamento en una tibia noche de verano. Algunos
dicen que causaban tal fascinación a quien los
miraba que al momento quedaba prendado de ella.
Gustaba a la joven pasear en las
noches de luna llena por el lugar donde antes
habían corrido fluidamente el caudaloso río, y,
sorprendentemente, cada vez que la joven fijaba
sus ojos en aquel cauce sin apenas agua, el
caudal, como hechizado por su singular encanto,
aumentaba de tal manera que alcanzaba las
proporciones de antaño.
La fama de este portento se extendió
por toda la comarca y las gentes no cesaban de
alabar la extraordinaria facultad de la joven,
en quien veían una respuesta del Cielo a sus
constantes rezos. Y así, cuando el agua les era
más necesaria para el regadío, acudían a ella a
solicitarle su favor, quien gustosamente
condescendía.
Una mañana, el hortelano vio
con sorpresa que la doncella no había dormido en su
cama, y salió muy angustiado a buscarla. Buscó y
preguntó por todas partes, pero nadie la había
visto. Su desasosiego se tornó en asombro cuando
comprobó que el río llevaba un poderoso caudal
de agua, mayor incluso que en los años de
mejores lluvias.
Cuenta la leyenda que la dulce joven
no apareció jamás, pero, desde aquel preciso
instante, el río permaneció con aquel generoso
caudal y sus aguas continuaron manteniendo fértil la huerta
y sabrosos los frutos. |