ojos son,
quizá, la parte más expresiva del rostro humano
y, desde tiempo inmemorial, han sido fuentes
generadoras de numerosas supersticiones que
atañen tanto a su color como a la manera como se
utilizan para mirar. En este escrito vamos a
ocuparnos del aspecto que incuben a la mirada.
A los
órganos de la vista en el hombre y los animales,
no sólo se les reconoce la cualidad de
transmitir los sentimientos más ocultos e
íntimos de las personas, sino que ha sido y es
creencia en todas las culturas que se conocen
que también son capaces de ejercer el
aojamiento o la fascinación; es
decir, lo que todos conocemos como el mal de
ojo.
En efecto; en todos los lugares del planeta hay
personas que creen que todo lo que les rodea
(animales, plantas, personas) puede ser
afectados por el mal de ojo. Pero ¿qué es el
“mal de ojo”?
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El
mal de ojo es
una suerte de encantamiento, embrujo
o hechizo que algunos individuos
ocasionan con su mirada a las
personas, animales, plantas o cosas. |
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Una primera acepción del término nos dice que
mal de ojo es la “enfermedad que se atribuye
a la vista de alguno que mira con ahínco o con
ojos atravesados”; en principio, pues, el mal de
ojo no es otra cosa que una patología que afecta
al órgano de la vista y que podría identificarse
con el ‘estrabismo’. Pero quizá por el efecto de
incomodidad (o rareza, si se quiere) que produce
en nosotros la mirada de un bizco, las gentes
han extendido también la aplicación de dicho
término (y así se recoge en el DRAE) al “influjo
maléfico que, según vanamente se cree, puede una
persona ejercer sobre otra mirándola de cierta
manera, y con particularidad sobre los niños”.
Así entendido, hablamos de una suerte de
encantamiento, embrujo o hechizo que algunos
individuos ocasionan con su mirada a las
personas, animales, plantas o cosas.
Según los terapeutas especializados en mecánica
vibracional, el mal de ojo es una enfermedad
mental pasajera, resultado de la unión de las
creencias personales con la falta de propósitos
en la vida y la depresión. Por otra parte, el
científico ruso Alexander Gurvitch, en la década
de los treinta del siglo pasado, llegó a la
conclusión de que la mirada emite una serie de
rayos invisibles que afectan a las personas a
las que va dirigida; de esta manera, con sólo
mirar a una persona a los ojos, podemos sentir
su poder, su malicia o, por el contrario, su
ternura, candidez o bondad.
Por su parte, los seguidores de las artes
mágicas y los muy dados a la fenomenología
paranormal afirman que el mal de ojo puede
provocarse por medio de una formulación ritual,
con el objetivo de que el afectado pierda
interés por todo lo que le rodea, incluso por la
vida, y llegue al extremo de verse avocado al
suicidio.
La tradición nos ha dejado constancia de una
creencia que afirma que el mal de ojo también
puede llevarse a efecto a través de la relación
sexual, cuando la víctima lleva a cabo el coito
con una persona capaz de hacer maleficios. Desde
muy antiguo, también se cree que una persona
puede verse afectada de aojamiento por medio de
la mirada de una mujer jorobada, estrábica y
embarazada.
El aojamiento y otras supersticiones de este
tipo hallan un caldo de cultivo propicio en la
creencia de muchas personas en la ‘mala suerte’,
en nuestro natural temor al infortunio o a la
falta de una explicación o razón que justifique
un mal acaecido.
Rasputín, un caso paradigmático de aojamiento
Un caso que suele argüirse como paradigma de
este fenómeno maléfico podemos encontrarlo en la
Historia, concretamente en el caso Rasputín, un
monje ortodoxo de la época de la Rusia zarista.
Es conocido de todos el poder que este monje
ejercía sobre todas las personas que lo miraban
a los ojos, personas que caían, de inmediato e
inevitablemente, bajo su influjo; estas personas
eran fascinadas por el clérigo de tal manera que
quedaban desposeídas de su capacidad de libre
decisión y albedrío. A título de ejemplo podemos
traer a colación el extraordinario control que
tuvo sobre los últimos zares de Rusia, Nicolás y
Alejandra, particularmente sobre esta última. En
puridad, las razones de esta nefasta influencia
habría que buscarlas en cuestiones de
personalidad y otros motivos que ahora no vienen
al caso.
El mal de ojo en la historia del mundo
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El ojo de la Luna que Set robó a
Horus y que luego le fue devuelto
por Tot, también llamado ojo de
Wadjet, era un amuleto popular muy
utilizado como protección contra el
mal de ojo. |
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El aojamiento es una creencia cuya universalidad
puede constatarse tanto en el espacio como en el
tiempo. El conocimiento de este influjo maléfico
nos llega desde múltiples lugares del planeta
(China, India, Filipinas, Estados Unidos, Italia
y España). Generalmente, el término es más
conocido en las zonas litorales que en las
interiores, particularmente en las
mediterráneas. Además, ha estado y aún está muy
presente en comunidades cerradas y marginales;
así, por ejemplo, entre los gitanos no
integrados esta creencia se vive a flor de piel.
En cuanto al tiempo, se tiene constancia escrita
de que este mal era ya conocido en las
civilizaciones aztecas y mayas. Además, algunos
pueblos precolombinos afirmaban que una persona
podía ejercer mal de ojo a un enemigo si lo
miraba masticando los granos de maíz que había
depositado previamente en la boca de un cadáver.
En algunas zonas amazónicas, cuando el sacerdote
o hechicero conjuraba a los demonios, los
individuos miraban hacia el suelo para evitar
que el mal cayese sobre ellos.
En el antiguo Egipto estaba tajantemente
prohibido mirar a los ojos del faraón para así
protegerlo de cualquier efecto maléfico con que
se pretendiera dañarlo, y, como medida
preventiva, se usaba el ojo de Horus como
amuleto para impedir las malas influencias de
los aojadores.
En la Roma clásica colgaban hojas de eucalipto a
la entrada de sus casas para impedir ser
víctimas de este maleficio y la tradición
aconsejaba no mirar a un reo que estuviese
sangrando a fin de evitar que su dolor y su
rabia provocasen en ellos el aojamiento. En
Grecia, por su parte, se utilizaba aloe y mirra
para combatir este mal.
En España, la creencia fue introducida en
tiempos de la dominación árabe y aún pervive,
particularmente en las zonas rurales y
apartadas. En las grandes urbes, esta creencia
se abre paso con bastante dificultad y sólo
afecta a niveles culturales muy bajos y a grupos
marginales.
El mal de ojo en la literatura
Ciñéndonos someramente a la literatura española,
podemos ver cómo algunos de nuestros autores se
han hecho eco de este maleficio dejando
testimonio de su existencia y efectividad en
alguna de sus obras. Así, en el Libro de Buen
Amor del Arcipreste de Hita se habla de que
el ojo de una zorra tiene propiedades curativas
sobre la fascinación. En el Libro del
aojamiento o fascinología de Enrique de
Aragón, Marqués de Villena, se expone un gran
número de signos que presentan los afectados por
el mal de ojo. Por contra, otros autores niegan
su efectividad al referirse al fenómeno; tal es
el caso de Benito Jerónimo Feijoo, quien, en su
obra El teatro crítico, niega la eficacia
real del mal de ojo. Igualmente, Mariano
Benavente es autor de un tratado en torno a este
maleficio en el que ridiculiza a todas las
personas que creen en él.
¿Quiénes son los aojadores?
La tradición considera a las mujeres que están
menstruando como aojadoras, lo cual guarda
relación con la imagen que tenían los antiguos
semitas de la mujer sin hijos, ya que la
esterilidad era considerada como una gran
desgracia e indicio de una maldición divina.
Otros afirman que los individuos portadores del
maleficio presentan unas características
especiales que permiten identificarlos. Así, los
aojadores son envidiosos convulsivos, celosos en
extremo, tienen deseos inconfesables y sienten
abominables tendencias; y las precauciones deben
extremarse con ellos, pues son capaces de
ejercitar sus malas artes simplemente mirando a
alguien o a algo a la vez que lo alaban.
En la tradición oriental y en Andalucía se cree
que la persona de ojos azules, o la que tenga
una vena en el entrecejo o dos pupilas en uno o
ambos ojos está dotada para el ejercicio del
aojamiento. Está muy extendida la creencia de
que este mal se inocula por el aliento, beso,
tocamiento y mirada de algunos individuos, al
tiempo que menciona unas palabras determinadas.
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Una pata de conejo blanco en un
eficaz medio de protección contra
este maleficio. |
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Antiguamente, se culpaba de este mal a los
diablos, a los duendes y a las brujas, pero en
la actualidad, cuando ya parece que hemos
superado la creencia en estos seres y los
tildamos de ficticios, les echamos la culpa a
ancianas que observan un comportamiento anómalo
y a las gitanas. Es curioso que, en tiempos
pasados, se creyese que la luna era capaz de
causar este mal.
Las aojadoras eran consideradas personas
perversas y dignas de la muerte por causar
graves daños a los demás. En Europa, todas
aquellas personas a las que se les descubrían
signos de aojadoras eran quemadas en la hoguera
durante la Edad Media. A mediados del siglo
XVIII, la Inquisición puso fin a la vida de la
desaojadora Ana Muñoz, conocida como ‘la Rata’,
oriunda de Teba (pueblo malagueño).
¿A quién afecta?
Como se ha dejado constancia al comienzo, los
principales afectados por el mal de ojo suelen
ser los niños pequeños. Los síntomas que
presentan son falta de apetito, desinterés por
lo que les rodea, ensimismamiento, inmovilidad,
sueño constante, llanto sin motivo, fracaso en
sus relaciones sociales, dolor de cabeza fuerte
y distracción en la escuela, entre otros.
Detección y tratamiento del mal de ojo
Para averiguar si una persona está afectada por
el mal de ojo, podemos aplicar varios
procedimientos como examinar el pelo de la
persona en cuestión, ‘pasar el agua’, hacer una
‘ahumada’ o la prueba del aceite y el agua.
Consideremos estos medios, pero téngase en
cuenta que sólo puede llevarlos a cabo con
eficiencia una persona dotada de de tal don,
que, en Andalucía, normalmente, suele ser una
mujer.
Para examinar el pelo, se echa un mechón de su
pelo en un vaso de agua con aceite. Si el aceite
desaparece, es señal de que el mal está en él;
procede, pues, ponerlo en conocimiento de una
desaojadora para la sanación de la persona
afectada.
El procedimiento de ‘pasar el agua’ o ‘agua del
alicor’ ha de llevarlo a cabo una desaojadora,
la cual se santigua delante del enfermo y ordena
que se vaya a los demonios que ocupan aquel
cuerpo. A continuación, deja caer un trozo de
alicor situado al borde de la jarra de baño en
la que se encuentra el agua. Si se forman
burbujas rodeando dicho trozo, la persona estará
afectada por el mal. Finalmente, si se confirma
el aojamiento, se le dará el agua de alicor para
que beba y pueda sanar.
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Amuleto piramidal de mármol
utilizado como protección contra el
mal de ojo. |
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Hacer una ‘ahumada’ pone fin rápidamente al mal
de ojo mediante la inspiración del vapor que se
desprende de la quema de granitos de pólvora,
suela de zapatos viejos, ramas de laurel,
estiércol (porcino) y granitos de mazorca.
En la prueba del aceite y el agua se echa aceite
en una vasija con agua y se analizan las gotas
formadas, cosa que sola la persona desaojadora
puede llevar a cabo.
Una vez que el afectado es diagnosticado, puede
recurrirse a múltiples remedios para su
sanación; estos procedimientos puede ponerlos en
práctica cualquier persona, siempre que la
aojadora así lo recomiende. Por ejemplo: poner
un lazo rojo en la cuna del bebé, colgarle un
papel con un versículo del Evangelio en el
cuello, arrojar a un tejado una planta de
torvisco en forma de cruz y del mismo peso que
el afectado o solicitar las oraciones de las
llamadas ‘saludadoras’ y ‘graciosas’. Es
creencia que las mujeres así llamadas tienen
este don porque nacieron en Jueves o Viernes
Santo, o son gemelas, o han nacido con una cruz
bajo la lengua o lloraron tres veces durante su
desarrollo fetal.
Prevención del mal de ojo
Si queremos prevenir el aojamiento, podemos
llevar encima un amuleto, como puede ser una
cruz de madera, metal, hueso o palma sujeta con
un hilo rojo; si se intuye que alguien va a
hacernos el maleficio o se presente que nos lo
están haciendo, la cruz se puede hacer con los
dedos en ese mismo momento. Otro medio de
protección consiste en llevar consigo una
herradura usada; como medida protectora de una
casa, podemos fijar esa herradura en la puerta.
Es muy eficaz también llevar consigo unas
tijeras abiertas, una pata de conejo, alguna
pieza de cristal y azabache, cuentas de ámabra,
una rama de higuera, un cuerno de ciervo, una
mano de tejón o la llamada mano de Fátima. El
Marqués de Villena, en su Tratado del ojo,
recomienda un sinfín de remedios para evitar el
daño causado por el mal de ojo.
En las líneas anteriores he hablado de recitar
oraciones o ‘ensalmos’. Es curioso saber que las
que recitan las aojadoras han sido aprendidas
por transmisión oral, pasadas de madres a hijas,
de una a otra generación, y, aunque en ellas se
hace referencia a la Virgen María, a la
Santísima Trinidad y a todos los Santos, no son
las canónicas, esto es, las que se aprenden en
catequesis y las Iglesia nos enseña. Por otra
parte, para que sean realmente efectivas, es
condición inexcusable que esta transmisión se
haga el Jueves o el Viernes Santo de la Semana
Santa. |