aén, por su privilegiada situación geográfica,
ha sido considerada la «Puerta de Andalucía», y
así lo es en efecto: es el acceso a las amplias
tierras del Sur, tierras antiguas, por donde han
transitado muchos pueblos, pueblos de orígenes
diversos que han ido dejando vestigios de su
cultura, siempre cargada de numerosas historias,
leyendas y sucesos. Y este acervo cultural ha
pasado al modo de ser de estas gentes del Sur,
de modo que no existe rincón que no atesore
alguna suerte de estas manifestaciones
culturales.
A lo largo del año, la ciudad celebra una serie
de actos festivos, en su mayor parte de gran
tipismo, que presentan indudables valores
folclóricos y etnológicos. A mi modo de ver las
cosas, el más destacado es todo lo referente a
la Semana Santa, aunque hay que admitir que esta
conmemoración incumbe a toda Andalucía. No hay
más que ver esa ‘sana rivalidad’ que ha existido
desde mucho atrás entre Sevilla y Málaga, cuyos
penitentes compiten cada año en fervorosa
religiosidad y sus cofradías lo hacen en la
grandiosidad de sus pasos (o ‘tronos’, como se
les llama en esta última).
En esta festividad es de destacar la madrugada
del Viernes Santo. Esa mañana es uno de los
momentos más esperados no sólo por quienes
residen en la capital de la provincia, sino
también por quienes, alejados de ella desde hace
mucho tiempo, vuelven cada año por estas fechas
desde otras provincias, fieles a su cita con
Nuestro Padre Jesús Nazareno, más conocido por
“el Abuelo”. La procesión de “el Abuelo” es un
acto lleno de auténtico y sentido fervor en
Jaén, una sincera expresión de íntima admiración
hacia una talla que inspira toda ella un
profundo sentimiento de compasión por el
sufrimiento que Jesús hubo de sufrir cargado de
un pesado leño en su camino al Gólgota.
En relación con esta imagen que se admira con
tanto fervor, en Jaén se cuenta una leyenda muy
antigua que afirma que, en la extensión de
terreno que pueda ocupar todo lo largo que hoy
es la calle Jesús, existía una casería a la que
correspondía una amplia zona de cultivo y un
buen número de cabeza de ganado, de todo lo cual
era propietario un matrimonio bien acomodado.
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Nuestro Padre Jesús Nazareno
“el Abuelo”, de Jaén. |
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A la puerta de la mansión principal de la
extensa finca se encontraba un tronco muy grueso
de madera. Procedía de un árbol enorme que el
dueño había hecho cortar casi de raíz porque ya
no daba fruto y se pensó que su madera podría
utilizarse para la fábrica de muebles o de vigas
para la construcción.
Refiere la tradición que, una tarde de agosto de
1590, apareció en el umbral de la puerta del
recinto un hombre viejo, con aspecto cansado,
pidiendo cobijo para poder pasar la noche. Dijo
a los dueños que venía de muy lejos, que se le
estaba echando la noche encima y que la
prudencia le aconsejaba dormir bajo techo, por
lo cual les solicitaba encarecidamente.
El matrimonio, personas cristianas piadosas, no
dudó ni un momento en ofrecerle su hospitalidad,
y le dio asilo y comida.
Para agradecer de alguna manera la buena
voluntad de estas acogedoras personas, el
viajero les prometió hacer una imagen de Jesús
con aquel grosísimo tronco que se encontraba
junto a la puerta de la casa. Justificó su
disposición afirmando que, desde joven hasta que
la edad se lo permitió, había trabajado la
madera.
Antes de irse a su cuarto para descansar, rogó a
los señores de la casa que algunos de sus
empleados trasladaran aquel gran leño a su
alcoba para comenzar, sin más dilación, la
escultura a la mañana siguiente.
Tal como había solicitado, dos hombres
trasladaron a la casa aquel pesado tronco, lo
subieron por unas estrechas escaleras hasta la
planta de arriba y, por fin, lo dejaron en la
pequeña habitación que iba a servirle de
dormitorio.
Antes irse a dormir, el anciano advirtió a los
caseros que permanecería en la habitación varios
días sin salir hasta finalizar su obra.
Quedaban, pues, avisados de que no debían
preocuparse ni entrar en el habitáculo hasta que
él les diese aviso del término de la talla.
Sigue la tradición contando que pasaron dos días
y no se veía al anciano ni se oía señal alguna
de que alguien estuviese esculpiendo madera. No
se percibía nada, ni un simple ruido del
viajero. A la vista de aquella rareza, el
matrimonio comenzó a preocuparse por el
‘abuelo’, como familiarmente se acostumbra a
llamar por nuestras tierras a las personas ya
entradas en edad.
A pesar de que el anciano les había rogado que
tuviesen paciencia, los señores, angustiados por
la posibilidad de que le hubiese ocurrido alguna
desgracia, se decidieron por entrar en el
dormitorio.
Al entrar en la cámara pudieron ver con
grandioso asombro la imagen prometida: un
hermosísimo Jesús Nazareno casi desnudo, con el
cuerpo ensangrentado y encorvado por el peso de
la cruz, la mirada afligida hacia el suelo y la
boca entreabierta por el terrible dolor. La
talla era tan extraordinariamente bella como
sobrecogedora.
Cuando se repusieron de la sorpresa, los dueños
de la finca buscaron al hombre para darle la
enhorabuena y las gracias por tan preciosa
labor, pero no hallaron el menor rastro del
anciano viajero. El ‘abuelo’ había desaparecido.
De inmediato, el matrimonio se personó ante las
autoridades a dar parte de aquella extraña
desaparición y se procedió a la búsqueda del
aquel hombre por si era necesario prestarle
algún socorro. Pero, por mucho que se buscó por
el pueblo, el término municipal e incluso por la
comarca, nadie de los preguntados supo dar una
señal ni pista alguna del desaparecido.
La imagen quedó en la casería bajo la custodia
de los dueños. Muchos fueron los curiosos que
quisieron ver aquella imagen que había dejado
allí el desconocido anciano, a la que
cariñosamente las gentes empezaron a llamar
Jesús “el Abuelo”, en recuerdo de quien había
sido su autor.
La imagen permaneció en aquella propiedad hasta
que murieron sus dueños. Posteriormente, sus
descendientes creyeron conveniente trasladarla
al convento de Carmelitas Descalzas de la
capital, donde se le habilitó un nicho y fue
objeto de veneración.
Actualmente, la talla de este Cristo, conocido
por Jesús Nazareno “el Abuelo”, tiene capilla
propia en la Santa Iglesia Catedral de Jaén,
adonde acuden a venerarlo muchos penitentes,
tanto de la capital como de toda la provincia e
incluso fuera de ella. De su culto y procesión
el Viernes de Pasión de Semana Santa se encarga un gran número de
creyentes, a cuyo fin se han asociado
constituyendo la Antigua, Insigne y Real
Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno (“el
Abuelo”) y María Santísima de los Dolores.
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