N.º 75

ENERO-MARZO 2012

13

   

   

   

   

   

   

   

LA DONCELLA DEL CASTILLO

DE DUNSTANBURGH

   

   

Por Sandra Fernández & José Antonio Molero

   

   

   

E

l castillo de Dunstanburgh se halla emplazado sobre un espectacular saliente de la costa de Northumberland, al norte de Inglaterra, entre los pueblos de Craster y Embelton, en la frontera misma con Escocia. Considerado la mayor construcción medieval del condado, el lugar que hoy ocupa la fortaleza fue un asentamiento humano en tiempos prehistóricos.

Los primeros indicios de esta edificación datan de comienzos del siglo XIV, concretamente de 1313, cuando el conde Thomas de Lancaster, primo hermano de Eduardo II, rey de Inglaterra, da comienzo a la construcción de la enorme fortaleza. En 1322, ejecutado ya el conde por orden real, la edificación estaba prácticamente acabada.

A pesar de su ubicación fronteriza, el castillo de Dunstanburgh no jugó un papel relevante en las guerras señoriales que tuvieron lugar durante el siglo XV. Estos enfrentamientos han pasado a la Historia como la Guerra de las Dos Rosas y tienen su origen en la rivalidad entre las Casas de York y Lancaster, ambas aspirantes al trono de Inglaterra. A finales de ese mismo siglo, John de Gaunt, tercer hijo del rey Eduardo III, sometería la estructura a unas obras de reparación y mejora estética con motivo de su nombramiento como primer duque de Lancaster.

No obstante, quizá por su escaso valor estratégico, el castillo cayó en un paulatino abandono, que, con el paso de los años, fue motivo de un notable deterioro en su estructura, hasta el punto de que gran parte de las piedras de sus gruesos muros fueron sustraídas para la construcción de otros edificios en la zona.  

Actualmente, el castillo es una pertenencia del Nacional Trust, se halla bajo la tutela de la English Heritage y cuenta con el Grado I de protección nacional. Su ubicación en punto costero de Northumberland clasificado como Área de Belleza Natural y el sugestivo aspecto medieval de esta pieza arquitectónica hacen de la zona un paraje de incomparable belleza.

  

              

              
 

El castillo de Dunstanburgh se halla emplazado sobre un espectacular saliente de la costa de Northumberland, al norte de Inglaterra, entre los pueblos de Craster y Embelton, en la frontera misma con Escocia.

 

  

Como no podía ser de otra manera en una tierra plagada de leyendas y tan dada al mito, existe una leyenda vinculada a esta fortaleza. Es raro que no te la cuente alguien cuando se visita esta joya medieval. Voy a referirla tal como me la narraron a mí cuando hice una visita con motivo de unas inolvidables vacaciones de verano.

Cuenta una antigua tradición inglesa que un caballero de noble linaje llamado Sir Guy The Seeker cabalgaba cierto día por aquella zona a lomos de su corcel, cuando fue repentinamente sorprendido por una terrible tormenta. Tal era el ímpetu de la lluvia y la fuerza del viento que se vio obligado a buscar refugio en el castillo de Dunstanburgh.

Una vez a salvo del mal tiempo, el joven caballero se cobija en una estancia dominada por la oscuridad más absoluta. En ese instante, notó una desconocida presencia entre la densa penumbra que dominaba su refugio.

Alterado un tanto por el imprevisto, le pregunta al extraño por su identidad, quien le responde diciendo simplemente que es hechicero. A continuación, le pide a Sir Guy que le acompañe hasta un determinado lugar de la fortaleza, en donde, como contrapartida a la confianza depositada en él, promete obsequiarle con la mirada de una joven doncella de extraordinaria belleza. Sir Guy así lo hace y acompaña al hechicero.

Comienzan a andar a la luz de una antorcha, descienden por una tortuosa escalera espiral y, a una señal del brujo, se detienen en un enorme salón de cuyas paredes, por efecto de la inquieta luz de las antorchas, parecían haberse adueñado un ejército de zigzagueantes duendecillos.

Una inexplicable escena cobró cuerpo ante los ojos del noble muchacho: en aquella enorme estancia había cien caballeros con sus respectivos corceles, todos sumidos en un profundo sueño. Pero lo que más atrajo su atención fue la urna de cristal que se hallaba situada en el centro. Sir Guy se acerca para ver el contenido. Su curiosidad se vio desborda al comprobar que, dentro de aquella suerte de ataúd, yacía plácidamente dormida la más bella doncella que jamás había visto.

El joven caballero se aproximó para recrear su vista con la contemplación de belleza tan sublime, cuando se percata de la que la urna que enclaustraba a la dormida muchacha está protegida por dos grandes serpientes, una a cada lado.

El hechicero levanta su brazo y con su dedo índice apunta hacia una mesa que hay cerca de la urna. Le pide fijarse atentamente en una espada y un cuerno que hay colocados sobre ella, y le advierte de que solo la elección correcta de uno de los dos objetos podrá salvar a la dama.

Sir Guy observa alternativamente la espada y el cuerno, el cuerno y la espada, medita las posibilidades de una u otra opción y, por fin, se decide por el cuerno, que coge con la rapidez de un rayo y lo hace sonar.

Al instante, los cien caballeros que allí dormían se alzaron todos a un tiempo contra él con intención de atacarle y darle muerte, pero, en ese momento, una voz lejana, como envuelta en un eco que la hacía parecer de ultratumba, le advertía «¡Te has equivocado!». Tanta emoción hizo que el caballero cayese desfallecido sobre las grandes losas de aquel suelo.

Cuando Sir Guy recobró la consciencia, se encontraba tumbado hacia el lado externo del umbral de la entrada al castillo. Nadie había con él. Se hallaba solo. «¡No es posible! ¿Dónde estaba el hechicero? ¿Dónde estaba aquella doncella que le había cautivado el alma con solo verla?», se preguntaba el joven, desconcertado.

Temiendo que pudiera hallarse en un terrible peligro, se dispuso a rescatarla. Era evidente que la llama del amor más ardiente le había prendido en sus adentros de manera inusitada.

Entró de inmediato al interior de la fortaleza, recorrió los oscuros pasadizos, descendió por la angosta escalera y empezó a buscar por todas partes. Buscó y buscó, pero no halló a nadie. La estancia donde había estado hacía muy poco tiempo se abría ante él totalmente vacía y sin señales que evidenciaran que allí había estado persona alguna.

  

              

              

Cuando el estruendo de los truenos rompe la quietud de la noche, el viento ulula entre las almenas del castillo y las olas braman al romperse bruscamente sobre las viejas piedras del acantilado, el angustiado espíritu de Sir Guy vaga por los austeros pasadizos y la tortuosa escalera espiral del castillo en busca de la bella dama que no pudo salvar.

  

Continúa relatando la tradición que, desde aquel día, el caballero Guy The Seeker dedicó su vida a la búsqueda de la doncella. Tal fue el impacto que le había causado la belleza de aquella joven, que había decidido dedicar su vida buscarla y no parar hasta encontrarla.

Y así pasó un año. Luego, otro y otro. Pasaron muchos años. La buscó con frenesí por todas partes, pero todo su esfuerzo resultó infructuoso: no logró hallarla nunca.

El desdichado Sir Guy The Seeker vivió el resto de sus días sumido en la más profunda tristeza. Un día fue encontrado muerto en sus aposentos. Su cara era el fiel reflejo de la soledad y el desconsuelo que lo habían acompañado en la búsqueda de aquella joven de singular belleza.

Hay quien dice que en los días de tormenta, cuando el estruendo de los truenos rompe la quietud de la noche, el viento ulula entre las almenas del castillo y las olas braman al romperse bruscamente sobre las viejas piedras del acantilado, el angustiado espíritu de Sir Guy vaga por los austeros pasadizos y la tortuosa escalera espiral del castillo en busca de la bella dama que no pudo salvar. En esos días, las gentes que ocasionalmente han pasado por allí aseguran haber oído sus afligidos gritos llamando a la doncella.

   

   

Sandra Fernández Fernández (Alhaurín el Grande, Málaga, 1986). Diplomada en Maestro en lengua extranjera  por la Universidad de Málaga. Cursó los estudios de Magisterio en la Facultad de Ciencias de la Educación de esa Universidad de Málaga.

 

José Antonio Molero Benavides (Cuevas de San Marcos, Málaga, 1946). Profesor de Lengua, Literatura y sus Didácticas en la Facultad de Ciencias de la Educación de la UMA. Desde que apareció su primer número, está al frente de la dirección (en su web) de GIBRALFARO, revista digital de publicación bimestral patrocinada por el Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Málaga.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Año XI. II Época. Número 75. Enero-Marzo 2012. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2012 Sandra Fernández Fernández & José Antonio Molero. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones del texto, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es). Edición en CD: Director: Antonio García Velasco. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2012 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.