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										l castillo de 
										Dunstanburgh se halla emplazado sobre un 
										espectacular saliente de la costa de 
										Northumberland, al norte de Inglaterra, 
										entre los pueblos de Craster y Embelton, 
										en la frontera misma con Escocia. 
										Considerado la mayor construcción 
										medieval del condado, el lugar que hoy 
										ocupa la fortaleza fue un asentamiento 
										humano en tiempos prehistóricos. 
										
										
										
										Los primeros indicios de esta 
										edificación datan de comienzos del siglo 
										XIV, concretamente de 1313, cuando el 
										conde Thomas de Lancaster, primo hermano 
										de Eduardo II, rey de Inglaterra, da 
										comienzo a la construcción de la enorme 
										fortaleza. En 1322, ejecutado ya el 
										conde por orden real, la edificación 
										estaba prácticamente acabada. 
										
										
										
										A pesar de su ubicación fronteriza, el 
										castillo de Dunstanburgh no jugó un 
										papel relevante en las guerras 
										señoriales que tuvieron lugar durante el 
										siglo XV. Estos enfrentamientos han 
										pasado a la Historia como la Guerra de 
										las Dos Rosas y tienen su origen en la 
										rivalidad entre las Casas de York y 
										Lancaster, ambas aspirantes al trono de 
										Inglaterra. A finales de ese mismo 
										siglo, John de Gaunt, tercer hijo del 
										rey Eduardo III, sometería la estructura 
										a unas obras de reparación y mejora 
										estética con motivo de su nombramiento 
										como primer duque de Lancaster. 
										
										
										
										No obstante, quizá por su escaso valor 
										estratégico, el castillo cayó en un 
										paulatino abandono, que, con el paso de 
										los años, fue motivo de un notable 
										deterioro en su estructura, hasta el 
										punto de que gran parte de las piedras 
										de sus gruesos muros fueron sustraídas 
										para la construcción de otros edificios 
										en la zona.    
										
										
										
										Actualmente, el castillo es una 
										pertenencia del Nacional Trust, se halla 
										bajo la tutela de la English Heritage y 
										cuenta con el Grado I de protección 
										nacional. Su ubicación en punto costero 
										de Northumberland clasificado como Área 
										de Belleza Natural y el sugestivo 
										aspecto medieval de esta pieza 
										arquitectónica hacen de la zona un 
										paraje de incomparable belleza. 
										
										  
										 
										
											
												
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													El 
													castillo de Dunstanburgh se halla emplazado sobre un 
										espectacular saliente de la costa de 
										Northumberland, al norte de Inglaterra, 
										entre los pueblos de Craster y Embelton, 
													en la frontera misma con 
													Escocia.  | 
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										Como no podía ser de otra manera en una 
										tierra plagada de leyendas y tan dada al 
										mito, existe una leyenda vinculada a 
										esta fortaleza. Es raro que no te la 
										cuente alguien cuando se visita esta 
										joya medieval. Voy a referirla tal como 
										me la narraron a mí cuando hice una 
										visita con motivo de unas inolvidables 
										vacaciones de verano. 
										
										
										
										Cuenta una antigua tradición inglesa que 
										un caballero de noble linaje llamado Sir 
										Guy The Seeker cabalgaba cierto día por 
										aquella zona a lomos de su corcel, 
										cuando fue repentinamente sorprendido 
										por una terrible tormenta. Tal era el 
										ímpetu de la lluvia y la fuerza del 
										viento que se vio obligado a buscar 
										refugio en el castillo de Dunstanburgh. 
										
										
										
										Una vez a salvo del mal tiempo, el joven 
										caballero se cobija en una estancia 
										dominada por la oscuridad más absoluta. 
										En ese instante, notó una desconocida 
										presencia entre la densa penumbra que 
										dominaba su refugio. 
										
										
										
										Alterado un tanto por el imprevisto, le 
										pregunta al extraño por su identidad, 
										quien le responde diciendo simplemente 
										que es hechicero. A continuación, le 
										pide a Sir Guy que le acompañe hasta un 
										determinado lugar de la fortaleza, en 
										donde, como contrapartida a la confianza 
										depositada en él, promete obsequiarle 
										con la mirada de una joven doncella de 
										extraordinaria belleza. Sir Guy así lo 
										hace y acompaña al hechicero. 
										
										
										
										Comienzan a andar a la luz de una 
										antorcha, descienden por una tortuosa 
										escalera espiral y, a una señal del 
										brujo, se detienen en un enorme salón de 
										cuyas paredes, por efecto de la inquieta 
										luz de las antorchas, parecían haberse 
										adueñado un ejército de zigzagueantes 
										duendecillos. 
										
										
										
										Una inexplicable escena cobró cuerpo 
										ante los ojos del noble muchacho: en 
										aquella enorme estancia había cien 
										caballeros con sus respectivos corceles, 
										todos sumidos en un profundo sueño. Pero 
										lo que más atrajo su atención fue la 
										urna de cristal que se hallaba situada 
										en el centro. Sir Guy se acerca para ver 
										el contenido. Su curiosidad se vio 
										desborda al comprobar que, dentro de 
										aquella suerte de ataúd, yacía 
										plácidamente dormida la más bella 
										doncella que jamás había visto. 
										
										
										
										El joven caballero se aproximó para 
										recrear su vista con la contemplación de 
										belleza tan sublime, cuando se percata 
										de la que la urna que enclaustraba a la 
										dormida muchacha está protegida por dos 
										grandes serpientes, una a cada lado. 
										
										
										
										El hechicero levanta su brazo y con su 
										dedo índice apunta hacia una mesa que 
										hay cerca de la urna. Le pide fijarse 
										atentamente en una espada y un cuerno 
										que hay colocados sobre ella, y le 
										advierte de que solo la elección 
										correcta de uno de los dos objetos podrá 
										salvar a la dama. 
										
										
										
										Sir Guy observa alternativamente la 
										espada y el cuerno, el cuerno y la 
										espada, medita las posibilidades de una 
										u otra opción y, por fin, se decide por 
										el cuerno, que coge con la rapidez de un 
										rayo y lo hace sonar. 
										
										
										
										Al instante, los cien caballeros que 
										allí dormían se alzaron todos a un 
										tiempo contra él con intención de 
										atacarle y darle muerte, pero, en ese 
										momento, una voz lejana, como envuelta 
										en un eco que la hacía parecer de 
										ultratumba, le advertía «¡Te has 
										equivocado!». Tanta emoción hizo que el 
										caballero cayese desfallecido sobre las 
										grandes losas de aquel suelo. 
										
										
										
										Cuando Sir Guy recobró la consciencia, 
										se encontraba tumbado hacia el lado 
										externo del umbral de la entrada al 
										castillo. Nadie había con él. Se hallaba 
										solo. «¡No es posible! ¿Dónde estaba el 
										hechicero? ¿Dónde estaba aquella 
										doncella que le había cautivado el alma 
										con solo verla?», se preguntaba el 
										joven, desconcertado. 
										
										
										
										Temiendo que pudiera hallarse en un 
										terrible peligro, se dispuso a 
										rescatarla. Era evidente que la llama 
										del amor más ardiente le había prendido 
										en sus adentros de manera inusitada. 
										
										
										
										Entró de inmediato al interior de la 
										fortaleza, recorrió los oscuros 
										pasadizos, descendió por la angosta 
										escalera y empezó a buscar por todas 
										partes. Buscó y buscó, pero no halló a 
										nadie. La estancia donde había estado 
										hacía muy poco tiempo se abría ante él 
										totalmente vacía y sin señales que 
										evidenciaran que allí había estado 
										persona alguna. 
										
										  
										 
										
											
												
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													Cuando el estruendo de los 
													truenos rompe la quietud de 
													la noche, el viento ulula 
													entre las almenas del 
													castillo y las olas braman 
													al romperse bruscamente 
													sobre las viejas piedras del 
													acantilado, el angustiado 
													espíritu de Sir Guy vaga por 
													los austeros pasadizos y la 
													tortuosa escalera espiral 
													del castillo en busca de la 
													bella dama que no pudo 
													salvar.  | 
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										Continúa relatando la tradición que, 
										desde aquel día, el caballero Guy The 
										Seeker dedicó su vida a la búsqueda de 
										la doncella. Tal fue el impacto que le 
										había causado la belleza de aquella 
										joven, que había decidido dedicar su 
										vida buscarla y no parar hasta 
										encontrarla. 
										
										
										
										Y así pasó un año. Luego, otro y otro. 
										Pasaron muchos años. La buscó con 
										frenesí por todas partes, pero todo su 
										esfuerzo resultó infructuoso: no logró 
										hallarla nunca. 
										
										
										
										El desdichado Sir Guy The Seeker vivió 
										el resto de sus días sumido en la más 
										profunda tristeza. Un día fue encontrado 
										muerto en sus aposentos. Su cara era el 
										fiel reflejo de la soledad y el 
										desconsuelo que lo habían acompañado en 
										la búsqueda de aquella joven de singular 
										belleza. 
										
										
										
										Hay quien dice que en los días de 
										tormenta, cuando el estruendo de los 
										truenos rompe la quietud de la noche, el 
										viento ulula entre las almenas del 
										castillo y las olas braman al romperse 
										bruscamente sobre las viejas piedras del 
										acantilado, el angustiado espíritu de 
										Sir Guy vaga por los austeros pasadizos 
										y la tortuosa escalera espiral del 
										castillo en busca de la bella dama que 
										no pudo salvar. En esos días, las gentes 
										que ocasionalmente han pasado por allí 
										aseguran haber oído sus afligidos gritos 
										llamando a la doncella.  |