bicado en La Mancha, Villarrubia de los
Ojos se levanta geográficamente en la
zona septentrional de la provincia de
Ciudad Real. Su
término municipal es montañoso en la
mitad norte y completamente llano en la
mitad sur, lo que hace que el río
Gigüela carezca de corriente a su paso
por él y forme vegas que suelen
encharcarse con frecuencia. En el
extremo sureste, en una zona ligeramente
ondulada, se sitúan los llamados Ojos
del Guadiana, paraje hoy convertido en
terreno de cultivo, donde se decía que
reaparecía el río Guadiana tras
esconderse en Argamasilla de Alba.
Villarrubia de los Ojos se sitúa a media
altura de un cerro, a caballo entre las
estribaciones de los Montes de Toledo y
la Llanura Manchega, situación
orográfica que lo convierte en uno de
los mejores miradores de toda la región.
Muy cercano
se halla Daimiel,
en cuyo término municipal se hallan unos
humedales que se llaman ‘tablas’, de un
enorme interés ecológico y de una
belleza excepcional, para cuyo cuidado y
disfrute de los amantes de la naturaleza
se ha instituido el muy conocido Parque
Nacional de Las Tablas de Daimiel.
|
|
|
|
|
Paisaje de los humedales que
conforman el parque nacional
de las Tablas de Daimiel. |
|
|
Entre los moradores de
Villarrubia de los Ojos existe una
tradición que refiere un hecho de gran
trascendencia por la influencia que tuvo
en el devenir de la historia de España,
suceso del que, aunque me considero
amante de la historia de los pueblos,
confieso honestamente no tenía la menor
noticia. Me viene ahora a la memoria la
anecdótica circunstancia que propició la
relación del hecho por un extraño
personaje que llegamos a conocer de
manera casual. Y fue tal el impacto
emocional que me causó el desenlace de
todo aquello que no puedo sustraerme a
daros cuenta de él en las líneas que
siguen. Os cuento.
Aquel verano habíamos decidido dedicar
nuestro viaje vacacional a una visita al
Parque de Las Tablas de Daimiel. Nos
atraía especialmente lo que nos habían
contado de la belleza de su naturaleza.
Gracias a un año de abundantes lluvias,
el humedal estaba en su máximo
esplendor. Mil tipos de plantas y
centenares de especies de aves hacían
nuestras delicias y embelesaban nuestros
sentidos. Yendo de un lado para otro, no
nos percatamos de que la tarde había
caído y se nos había hecho de noche.
Rodeados por la más absoluta penumbra,
hallar el coche que nos había traído era
poco menos que imposible.
Lo habíamos dejado en algún tramo del
camino, pero por muchas que vueltas
dimos, no lográbamos encontrarlo. La
oscuridad se acrecentaba a cada momento.
Por fin, a un lado de aquella vereda,
llamó nuestra atención una destartalada
cabaña medio derrumbada. Nuestra
inquietud por habernos extraviado en
aquellos parajes desconocidos pareció
hallar sosiego al observar que una luz
mortecina parecía salir a través de uno
de sus desvencijados ventanales.
|
|
|
|
|
En las noches de luna llena,
cuando la niebla baja a las
lagunas de las Tablas,
cubriendo de penumbra estos
parajes, no son pocas las
gentes de estas tierras que
aseguran haber oído una voz
clamando, entre los jirones
de la espesa bruma, el
nombre de una dama, Isabel. |
|
|
Atisbamos por el resquicio que
nos permitía una ventana con la
esperanza de encontrar a alguien que nos
orientara. A través de un vidrio
cubierto de polvo, logramos percibir la
silueta de un hombre. Llamamos, abrió la
puerta y amablemente nos rogó la
entrada. Un señor de elegante pose y
extrañas vestiduras, nos indicó la
dirección adecuada, pero antes de
emprender nuestro regreso, nos invitó a
compartir un refrigerio como cumple a la
hospitalidad manchega. Su aspecto triste
y la extrema soledad que dominaba toda
la estancia suscitó en nosotros un
sentimiento de piedad que nos movió a
aceptar la invitación.
Aquella desorientada caminata nos había
abierto el apetito. En tanto dábamos
cuenta con voracidad de las viandas con
que aquel hombre nos había agasajado,
con voz suave pero de tono firme, llamó
nuestra atención, proponiéndonos
acompañar el refrigerio con la relación
de un acontecimiento que había tenido
lugar, hacía ya mucho tiempo,
precisamente en aquel mismo lugar. No
presentamos inconveniente alguno a
aquella forma de hacernos pasar un mejor
rato. El relato no se hizo esperar.
En las noches de luna llena, cuando la
niebla baja a las lagunas de las Tablas,
cubriendo de penumbra estos parajes
—empezó a narrar con evidente desparpajo
nuestro imprevisto anfitrión—, no son
pocas las gentes de estas tierras que
aseguran haber oído una voz clamando,
entre los jirones de la espesa bruma, el
nombre de una dama, Isabel. Afirman que
la voz que pronuncia tal nombre
corresponde a un hombre de alto linaje y
que lo pronuncia con tanta melancolía
que llega a lo más profundo del alma del
que la oye.
Hay quien ha llegado a decir con
rotundidad que la voz corresponde al
fantasma de Don Pedro Girón,
vigesimo octavo Maestre de la Orden de
Calatrava y primer duque de Osuna, que
todavía busca desesperado a su amada
Isabel en el lugar mismo en donde él
halló muerte el día en que se dirigía a
su encuentro.
Por lo que he podido averiguar en los
anales de la Historia, Don Pedro Girón
era un hombre de cuerpo erguido y
carácter altanero, a lo que había que
añadir su ambición desmesurada y su
enfermizo afán de poder. Don Pedro se
había criado como paje en la corte del
rey Juan II (1405-1454), junto a su
hermano, el conocido Don Juan Pacheco.
Fallecido el rey Juan y subido al trono
de Castilla y de León su hijo Enrique IV
(1425-1474), la manipulación de Don Juan
Pacheco sobre la débil voluntad del
joven rey Enrique se hizo patente de
inmediato, lo que fue motivo de airadas
críticas de parte de la nobleza.
|
|
|
|
|
Caballero de
la Orden Militar y
Religiosa de Calatrava,
con el emblema de la orden,
la Cruz de Calatrava,
compuesta de flores de lis
en su capa. |
|
|
Su influencia sobre el rey
era escandalosa. En poco tiempo, había
logrado acaparar grandes riquezas y ser
nombrado marqués de Villena, conde Xiquena, duque de Escalona, Maestre de
la Orden Santiago y Mayordomo Mayor del
rey. Y para su hermano Don Pedro, había
logrado del rey la concesión del título
de duque de Osuna y los nombramientos de
Maestre de la Orden de Calatrava,
Notario Mayor y alguacil de Medina del
Campo.
Tal era el poder que habían acumulado en
sus manos ambos hermanos que no era muy
equivocado ver en ellos una inminente
amenaza para la corona, más aún cuando
entró en los planes de Maestre Don Pedro
pretender la mano de la infanta Isabel.
La joven Isabel había sido ya designada
para ser proclamada reina a causa de la
esterilidad de su hermano el rey, quien,
por presión de los hermanos, dio su
aprobación a tal casamiento,
a pesar de que la infanta era aún una
muchacha y Don Pedro le doblaba
sobradamente la edad.
Sin embargo, las ansias de poder del
noble estaban lejos de coincidir con las
veleidades del destino, no proclive a
bendecir a Don Pedro en sus propósitos
matrimoniales, a juzgar por los extraños
hechos que tuvieron lugar la noche del 2
de mayo de 1446, cuando el Maestre se
dirigía a Ocaña para encontrarse con su
futura esposa.
Don Pedro Girón y una nutrida comitiva
de casi tres mil hombres habían partido
a media tarde de la hermosa y noble
ciudad de Almagro. La prisa les acuciaba
un tanto por la demora que habría
sufrido la hora de partida, y el asunto
que traía entre manos no admitía
dilación. Quería consumar cuanto antes
todos los detalles de una boda que le
auguraba gran fortuna, al quedar su
estirpe directamente emparentada con la
casa real.
El camino era llano y fácil de recorrer,
pero, al llegar a las faldas de los
montes de Toledo, la noche se había
precipitado ya y no era deseo de la
noble comitiva atravesar caminos y
puertos de montaña rodeados de tal
oscuridad y peligros ciertos. Decidió,
pues, Don Pedro hacer noche en la aldea
de Villarrubia de los Ojos, a los pies
de la sierra que se alzaba ante ellos.
Nada hacía presagiar el trágico e
inesperado suceso que tendría lugar
aquella apacible noche de primavera.
|
|
|
|
|
Hay quien ha llegado a decir con
rotundidad que la voz corresponde al
fantasma de Don Pedro Girón, vigésimo octavo
Maestre de la Orden de
Calatrava y primer duque de
Osuna. |
|
|
El noble y su grupo de
acompañantes principales se habían
alojado en una cómoda posada situada en
un magnífico mirador, desde donde se
divisaba la llanura manchega en toda su
extensión, acompañada del sonido
cantarín de los ríos Guadiana y
Cigüela.
Esa noche, Don Pedro compartió suculenta
cena acompañado de sus hombres de mayor
confianza, y se hallaba muy animado por
el encuentro que habría de tener en
breve con su prometida. Aturdido por el
buen vino y las abundantes viandas del
terreno, se retiró a dormir sin sospecha
alguna de la desventura que le acechaba.
A la mañana siguiente, su paje fue a
avisarle de que todo estaba dispuesto
para partir hacia Ocaña. Cuando abrió la
puerta de la estancia y penetró en el
habitáculo, una gélida exclamación de
terror brotó de su boca. En la penumbra
de la alcoba, tendido sobre el lecho,
yacía el cuerpo sin vida del Maestre con
los ojos abiertos y una horrible mueca
de sorpresa en su rostro.
Afirman los cronistas haber encontrado
en su muerte indicios de un complot
entre miembros de la corte contrarios a
la boda, que lograron llevar a cabo su
propósito de envenenarlo aquella noche,
si bien las circunstancias de su
fallecimiento nunca han llegado a
esclarecerse.
El caso es que desde aquel día, muchos
han sido los testimonios aportados por
las gentes de toda condición que viven
en los márgenes del río Guadiana, en
todos los cuales se asegura
categóricamente haber visto a Don Pedro
Girón ululando y maldiciendo por las
vericuetos que surcan los humedales,
reflejando en aquellas láminas de agua
como espejos la triste figura del
desventurado Calatravo. Aun hoy, hay
unos que han afirmado haber oído el
nombre de Isabel traído por el viento en
las noches de luna llena, y otros que
aseguran haber escuchado las maldiciones
proferidas por su atormentado espíritu
contra los traidores que provocaron
muerte.
Terminada la relación suceso, el efecto
del vino y el calor de aquel hogar
habían conseguido que nos sintiéramos un
poco aturdidos y, a la vez, conmovidos
por la historia del Calatravo. Habíamos
olvidado por completo que estábamos
perdidos y que aún nos quedaba un trecho
de camino por recorrer antes de llegar a
nuestros coches. Nos apresuramos a darle
las gracias a tan amable señor por su
hospitalidad y ayuda, y partimos
enseguida.
Sin embargo, antes de marchar, nos
pidió, con gesto triste y apesadumbrado,
que le hiciéramos un favor y
entregáramos un sobre al guarda del
paraje.
Retomamos el camino por la senda que nos
había indicado aquel extraño personaje.
Llegados a un punto, algo involuntario
nos hizo detener repentinamente los
pasos a todos. Por un momento, miramos
hacia atrás. Nuestra sorpresa fue enorme
cuando nos dimos cuenta de que, por más
empeño que poníamos, no lográbamos
localizar la cabaña que acabábamos de
abandonar hacía tan solo unos minutos y
en la que un hombre nos había contado
esta historia. Aquella casa destartalada
de desvencijados ventanales había
desaparecido de manera inexplicable.
Sin habernos recuperado todavía de aquel
hecho tan extraño, la curiosidad nos
movió a abrir el sobre que se nos había
confiado. En él rezaba lo siguiente:
«Isabel, amada mía, espérame en Ocaña.
Intentaré llegar al alba».
|