uy próximo a Málaga, a unos
cuantos minutos de haber
dejado atrás las últimas
casas que dibujan el
perímetro de la capital de
la provincia, Cártama se nos
ofrece como un pueblo que ha
sabido hermanar
magistralmente la modernidad
de los tiempos y la
tradición andaluza.
Por la trama de la historia
que tengo pensada referiros
ahora, conviene deciros que,
desde hace mucho, los
cartameños pusieron la
suerte de sus almas y de su
villa bajo la advocación de
la Virgen de los Remedios,
su Patrona, cuya festividad
se celebra el mes de abril.
El día 22 de ese mes, la
sagrada imagen es bajada de
su ermita en lo alto del
monte a la iglesia
parroquial de San Pedro
Apóstol, en pleno seno de la
urbe, en la cual permanecerá
hasta el primer domingo de
junio, fecha en que tornará
a su santuario.
Con la bajada de la Virgen
dan comienzo las fiestas del
pueblo, las cuales duran
unos cuatro o cinco días,
según el día de la semana en
que comiencen. Aunque para
venerar a la Virgen
cualquier momento es bueno,
el gran día de la Patrona
es, sin duda, el 23 de
abril, cuando se celebra su
festividad con una
multitudinaria procesión. El
trono que porta la imagen de
la Madre de Dios es llevado
a hombros, por las calles
principales del pueblo,
tanto por hombres como
mujeres, que se sustituyen
mediante turnos.
Esta devoción mariana tiene
sus orígenes en los últimos
años de la Reconquista,
después de serles arrebatada
a los musulmanes la plaza de
Cártama, momento en que
tiene lugar el hallazgo
casual de la imagen por un
pastor en la colina misma
sobre cuyas estribaciones se
alza la villa. La devoción
se consolida definitivamente
con motivo de una epidemia
que sufrió la población en
1579, de la que logran
salvarse muchas familias,
según se cuenta, gracias a
la milagrosa intercesión de
la Virgen, lo que lleva a
sus moradores a consagrar la
imagen y ponerla bajo la
advocación de Nuestra Señora
de los Remedios.
Mucho se ha escrito con
respecto a la aparición de
la imagen. La explicación
más admitida tiene como base
una antigua creencia,
aureolada de candor y
sencillez, que ha ido
pasando a lo largo del
tiempo de padres a hijos, y
cuyos orígenes pueden
datarse en torno al 1485,
año en que la plaza
musulmana de Cártama cae
bajo el empuje conquistador
de las armas castellanas.
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Imagen sobre su
trono de la
Virgen de los
Remedios,
Patrona de
Cártama.
(Foto tomada de
la sección «Turismo»
de la web de la
Diputación
Provincial de Málaga.) |
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Cuenta la tradición que, un
día del año citado, un
pastor de ovejas que
apacentaba su rebaño entre
los riscos de la colina
halló colocada, entre los
tallos de una frondosa
esparraguera, una pequeña
estatuilla cuya esmerada
talla daba forma a una dama
de lindo rostro y de muy
suaves perfiles.
Aunque en un principio se
extraña por no haberse
percatado de su presencia en
cualquiera de las tantas
veces que antes había estado
allí, un gesto de alegría
inunda el rostro de aquel
hombre al pensar en lo
contenta que iba a ponerse
su hija con aquella figura,
que podría utilizar en sus
juegos como muñeca.
Sin más cuestión que
plantearse, el pastor aparta
a un lado el ramaje que
rodeaba la estatuilla, la
coge y la guarda
cuidadosamente en el zurrón
de esparto en que llevaba la
comida. Y como las penumbras
de la noche estaban a punto
de caer, el pastor emprende
su retorno al hogar.
Al llegar a casa y buscar en
el zurrón la pequeña figura
que traía para su niña,
comprobó muy extrañado que
no se hallaba en donde él la
había puesto. Al momento
pasó por su cabeza la
posibilidad de que, llevado
quizá por la sorpresa del
hallazgo, bien pudo haberla
olvidado en aquel sitio,
aunque también se planteó
otra posibilidad aún peor,
podría haberla extraviado
durante el regreso a casa.
La suerte que pudo haber
corrido aquella extraña
figurilla no le propició
conciliar el sueño aquella
noche. Por eso, al día
siguiente, para salir de
dudas, volvió al mismo
pastizal del día anterior
nada más se hizo el alba.
Entonces, una alegría aún
mayor que la que había
experimentado antes le
recorre su cuerpo entero:
allí, exactamente en el
mismo sitio, entre los
tallos de la esparraguera de
abundantes hojas, se hallaba
la escultura que
representaba una bella dama.
Se aseguró esta vez de
introducirla en el zurrón,
que cierra con una cuerda, y
se lo cuelga al hombro
ceñido con una correa. Ya en
casa, el hombre se dispone a
coger la figurilla, y su
asombro desborda toda la
capacidad humana de sorpresa
cuando, al abrir de nuevo el
zurrón, comprueba que,
nuevamente, sin que se
hubiesen aflojado las
ataduras ni roto el zurrón,
no había el menor rastro de
la imagen que había
depositado allí no hacía
mucho.
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La ermita que da
cobijo a la
Virgen de los
Remedios está
situada en el
mismo sitio en
fue descubierta
en 1485, casi en
la cumbre del
monte que sirvió
a los cartameños
para nombrarla en
un comienzo.
(Foto tomada de
la sección «Turismo»
de la web de la
Diputación
Provincial de
Málaga.) |
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Este prodigioso hecho se
repitió tres veces
consecutivas, lo que induce
al pastor, hombre de
sencilla fe y cristiano
viejo, a interpretar el
extraño suceso como una
señal del cielo.
De inmediato corre a casa
del cura del pueblo, a quien
le expone lo ocurrido.
Sorprendido también por lo
raro del relato, el preste
cree pertinente compartir su
sorpresa con algunas otras
personas tenidas por
piadosas, a fin de que le
expusieran su opinión sobre
el alcance que pudiera tener
tan inusual acontecimiento.
Como no podía ser otra
manera, todos coinciden en
que era imposible que lo
referido por su convecino
fuese una invención; el
hecho entrañaba tanto
portento que estaba por
encima de la ciencia y de
los recursos del pobre
pastor.
Por fin, y aunque ninguno se
había atrevido antes a
manifestarse en tal sentido,
el cura y las personas
consultadas concluyen que la
pequeña escultura hallada
por aquel humilde pastor era
una imagen de la Virgen
María y que el hecho de
persistir en aquel sitio
dejaba bien claro que la
Señora del Cielo había
querido manifestar su
voluntad de que le fuese
rendido culto y devoción en
el mismo lugar en que había
sido hallada.
La explicación de los hechos
fue admitida como cierta por
todos los habitantes de la
localidad y de otras
vecinas. Puesto en
conocimiento el obispo de la
voluntad de la Virgen, dio
permiso para levantar en
aquella colina una ermita en
su honor bajo la advocación
de la «Virgen del Monte»,
nombre con el que todavía se
conoce el monte en que se
levanta el santuario.
Hasta aquí la parte de esta
creencia que entra en lo
estrictamente legendario.
Que creamos o no lo narrado
hasta ahora sólo dependerá
de nuestra permeabilidad a
lo extraordinario. Con todo,
no para aquí la explicación
del hecho que supone esta
festividad cartameña. La
historia quedaría incompleta
si no la complementamos con
este otro relato que, aunque
está avalado por la
Historia, presenta algunos
ribetes de fantasía, fruto,
como ocurre siempre, del
fervor religioso de la gente
sencilla.
1579 fue un año de tristeza
para toda España. Ese año
tuvo lugar otro brote de
peste negra. Nuevamente,
este azote de la humanidad
había hecho acto de
presencia, cebándose con
vida de los más humildes.
Eran tantos los que morían
que apenas si había tiempo
durante el día para darles
cristiana sepultura. Pasaban
los días y los contagios, en
vez de disminuir, aumentaban
en proporción aterradora. La
gente solo se ocupaba en
prepararse para bien morir,
dejando a un lado todos los
negocios y cosas terrenas,
incluso el cuidado de sus
propios hijos.
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Y todos los
años, llegado el
22 de abril, la
imagen de la
Virgen es bajada
al pueblo y
acompañada
devotamente por
la gente a lo
largo de su
recorrido hasta
la iglesia
parroquial. |
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La comarca del Bajo
Guadalhorce también entraba,
y con ella Cártama, en los
planes funestos de la
Muerte. El estado de pavor y
consternación era
verdaderamente tremendo. Y,
aunque el mal había afectado
hasta esos momentos a pocos
vecinos, el temor a ser
víctima de la peste llenaba
la iglesia y las gentes no
cesaban en sus rogativas y
plegarias, pidiendo el
perdón de sus pecados al
Altísimo para que la mano
divina los preservase del
letal contagio.
Así las cosas, alguien
sugirió la idea de sacar en
sencilla procesión rogativa
a la Virgen del Monte. En
medio de lágrimas y de dolor
desesperado, aquellos
aldeanos bajan del santuario
a la Virgen y pasean la
sagrada imagen por aquellas
calles desoladas y tristes,
con un fervor y una fe
indescriptibles. El silencio
podía oírse entre tanta
gente.
De pronto, algo portentoso
empieza a hacer acto de
presencia. Al paso de la
procesión por las casas en
que la peste había
encontrado un resquicio de
entrada, los que estaban
apestados comienzan a notar
una mejoría en su estado de
postración. Era el 23 de
abril de 1579. A partir de
ese día, el número de
afectados empieza a bajar
ostensiblemente. El milagro
no pudo ser más rotundo. La
terrible enfermedad había
cesado a los pocos días de
su primer brote. Desde
entonces, la Virgen del
Monte se llamó de «los
Remedios», en señal de
gratitud por haber sido ella
la «remediadora» de aquel
mal, la que puso término al
violento azote que iba a
acabar con la población.
Y todos los años, llegado el
22 de abril, la imagen de la
Virgen es bajada al pueblo y
acompañada devotamente por
la gente a lo largo de su
recorrido hasta la iglesia
parroquial. Es la tarde del
23 de abril cuando el pueblo
y los peregrinos en masa
acompañan a la Virgen con
entusiasmo y delirio por las
calles, con todos los
fastuosos honores debidos a
la que es reina de cielos y
tierra, en agradecimiento de
los favores recibidos a lo
largo del año y como
conmemoración del prodigio.
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Una instantánea
de la Romería
que se celebra
en Cártama cada
23 de abril, en
honor de la
Virgen de los
Remedios. |
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Desde 1579, este hecho se
repite anualmente. Las filas
de devotos con luminarias
son interminables. Mujeres y
hombres llegados de todas
partes llevan no una vela de
cera, sino haces de cuatro,
ardiendo a la vez y sobre la
fachada de muchas casas
giran sin cesar ruedas de
fuego. No hay balcón que no
esté engalanado con colchas,
tapices, mantones de manilas
o banderas. La función y el
recogimiento no decrecen. Al
término de la procesión, la
Virgen entra en el templo en
medio del clamor popular y
allí queda depositada hasta
el primer domingo de junio,
que vuelve a su ermita. |