l gallo, ese altanero animal
que impera en nuestros
corrales, el celoso pachá de
nuestros gallineros que
vigila su nutrido harén con
bizarra agresividad, ha
recibido, a lo largo de los
tiempos y en las distintas
sociedades, desigual favor
de parte de la superstición
popular. La Historia nos
pone de manifiesto que el
gallo no solo se ha tenido
como emblema de la
vigilancia y la actividad,
sino que en él se ha visto
también el símbolo del
valor, la abundancia, lo
masculino y la fecundidad,
además de ser el animal
predilecto para las
prácticas de adivinación y
hechicerías. La singularidad
del gallo es tal que de él
encontramos referencias
incluso en la Antigüedad
greco-latina como, por
ejemplo, cuando lo menciona
Platón (427-347 a. C.) en su
obra Fedón al relatar
los últimos momentos de
Sócrates, quien llega a
decir: «Critón, le debemos
un gallo a Asclepios [1].
Así que págaselo y no lo
descuides». En relación con
este acontecimiento cabe
decir que no son pocos los
estudios que han intentado
explicar el sentido de esta
frase en unos momentos tan
críticos, pues resulta
sorprendente esa invocación
a una divinidad en la que,
al parecer, el preclaro
maestro no creía.
El simbolismo del gallo más
evidente y más conocido está
relacionado con lo que es un
comportamiento natural de
esta ave, su canto al
amanecer. Con la llegada del
Cristianismo, la Iglesia lo
incorpora a su copiosa
simbología y lo va a
utilizar con bastante
frecuencia, sobre todo en la
literatura hagiográfica;
así, por ejemplo, la figura
de Pedro aparece vinculada a
esta ave para rememorar el
momento en que los tres
cantos de un gallo le
recuerdan al discípulo las
tres negaciones que le había
predicho su maestro,
narración en la que son
coincidentes los cuatro
evangelistas. Sebastián de
Covarrubias [2], en su
preciado libro Tesoro de
la lengua castellana,
además de hacerse eco de
este aspecto simbólico
relacionado con el
predicador evangélico, le
atribuye también al gallo
una suerte de inteligencia,
que él reconoce en la
puntualidad para indicarnos
con su canto las vigilias de
la noche y la madrugada;
esta característica le
permite al filólogo explicar
la elección de un gallo para
las veletas de los
cimborrios de catedrales y
las torres de las iglesias
[3], por razón del «oficio
que tiene de despertar y
convidar a las divinas
alabanzas desde el punto de
la medianoche». Y no debemos
olvidar la extendida
consideración de Jesucristo
como el «Gallus Mysticus»,
la tradicional «Misa del
Gallo», que se celebra en
Nochebuena para conmemorar
el nacimiento del Mesías, y
que el canto del gallo es el
tema del himno de Laudes de
la liturgia dominical de la
Iglesia romana.
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El gallo, a lo
largo de los
tiempos y en las
distintas
sociedades, ha
recibido
desigual trato
de parte de la
superstición
popular. |
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Esta vinculación de un gallo
al primer apóstol y el
relato evangélico en el que
el mismo Cristo elige a
Pedro como piedra angular de
su Iglesia [4] le ha
conferido al ave un valor
profiláctico que cobra
sentido en un determinado
poder para alejar el
demonio, lo que, para
muchos, no solo justifica
otra vez la presencia de
figuras de gallo en las
torres, sino que explica el
hecho de que, cuando se iba
a ocupar una casa nueva como
vivienda, se sacrificara un
gallo, con cuya sangre se
regaban las estancias que
iban a habitar tanto las
personas como los animales,
invocando la protección
sobre ellas.
Y hasta no hace mucho, el
canto mañanero del gallo
marcaba, para muchas gentes,
el fin de los aquelarres,
ahuyentaba la muerte,
exorcizaba de demonios y
espíritus malignos nuestros
cuerpos, y expulsaba a los
diablos, brujas y duendes
que, se supone, pululaban a
nuestro alrededor
aprovechando la soledad de
las noches. En bastantes
pueblos ribereños de la
España mediterránea, el
canto de un gallo antes de
la medianoche era augurio de
un naufragio o de la huida
de una joven del hogar
paterno, y en el Centro y
Norte peninsulares, era
presagio de triunfo y de
victoria sobre un
contendiente. Si el gallo
cantaba en el interior de la
casa, auguraba una
desavenencia grave entre los
cónyuges y, si lo hacía en
la puerta de la calle,
anunciaba una visita de
alguien. El canto a deshora
era señal de cambio del
tiempo o de que se acercaban
las brujas. Para neutralizar
sus malos augurios, se hacía
necesario echar un generoso
puñado de sal al fuego.
El poder de la adivinación
está también muy vinculado
al gallo. Diversos pueblos,
como babilonios, romanos y
árabes, realizaban prácticas
de alectomancia [5] teniendo
en cuenta el movimiento y el
paso de estas aves. Así,
para conocer en qué iba a
parar un determinado evento,
los romanos disponían de un
tablero cuya superficie
estaba dividida en 28
casillas, cada una de las
cuales se correspondía con
una letra del abecedario; se
ponía un grano de trigo en
cada una de las casillas y
se soltaba sobre el tablero
un gallo blanco, al que
previamente se le había
hecho tragar determinadas
palabras cabalísticas. Solo
restaba observar qué
letras iba picando y formar
con ellas un mensaje, del
que, según se pensaba,
contenía información sobre
el porvenir. Además, se
tiene constancia de que,
durante la Edad Media, llegó
a utilizarse este animal en
las ordalías, pruebas
rituales que tenían como fin
esclarecer jurídicamente la
certeza o falsedad de un
hecho, testimonio o
acusación.
Existe abundante literatura
sobre los poderes del gallo
como sanador de los
enfermos; así, los antiguos
griegos le reconocían
cualidades medicinales por
la alectoria [6] de su
hígado, incluso se le
atribuía también el poder de
devolver la fe a los no
creyentes y expulsar los
demonios de los cuerpos
posesos. Por otra parte, el
color del animal tiene
también su importancia. En
las misas negras se
sacrificaban gallos y
gallinas negros para obtener
los favores de Satanás; sin
embargo, en las ceremonias
de rito vudú, el gallo o la
gallina que se sacrifican
han de ser blancos, lo que
explica que en algunos
lugares se haya considerado
de mal agüero tener una
gallo blanco entre las aves
del corral.
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La presencia de
la figura de un
gallo en los
cimborrios de la
catedrales y de
las torres de
las iglesias se
justifica por el
poder que se le
atribuía a esta
ave de ahuyentar
al demonio. |
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Como se ve, la simbología
que pesa sobre el gallo es
tan extensa como variada,
muchos de cuyos significados
se sustentan sobre sus
propias características
naturales. Así, su actitud
en el corral le ha valido al
gallo ser símbolo de
virilidad, y también del
valor y la valentía que
deben engalanar al buen
guerrero, de ahí que fuese
consagrado a determinadas
divinidades bélicas. Otro
valor simbólico del gallo
está relacionado con la
violencia y la cólera,
sentidos que pueden
justificar su utilización,
desde antiguo, como animal
de pelea. En España, la
legislación sobre bienestar
animal está descentralizada
en su mayor parte y depende
de las Comunidades
Autónomas, lo que ha dado
origen a que las peleas de
gallos estén prohibidas por
los parlamentos de las
Comunidades Autónomas a
excepción de Andalucía y
Canarias, donde están
permitidas solo en aquellas
localidades donde se hayan
ido celebrando
tradicionalmente.
Actualmente, en Filipinas,
Bangkok y México, y otros
países más, continúan siendo
muy populares. En Grecia,
sin embargo, las peleas de
gallos (denominadas también
alectriomaquia) tenían un
marcado objetivo pedagógico:
los jóvenes aprendían del
valor y el coraje de estas
aves en el sentido de pelear
hasta la muerte; con todo,
en este noble objetivo se
detectan vestigios del
sentido violento que
caracteriza a este
espectáculo.
Los testículos del gallo
eran utilizados para la
elaboración de filtros de
amor y atravesar el corazón
con alfileres servía para
favorecer la consecución de
amores deseados. El gallo es
asimismo un símbolo de la
lujuria y de la pasión, con
lo cual también tiene una
connotación sexual. El modo
vulgar de designar el órgano
sexual masculino en inglés
es cock (gallo) y, en
francés, el vocablo
coquard significa «gallo
viejo», expresión
equivalente a la que
nosotros empleamos para
decir que alguien es un
«viejo verde».
En las montañas de Cantabria
existe una sorprende
creencia acerca del gallo de
la muerte. Se dice que, una
vez cada cien años, los
milanos ponen un huevo
colorado, del que sale una
pájara mitad negra y mitad
blanca, que vive justamente
cincuenta años. Al morir, la
descomposición de su cuerpo
genera un tipo de gusano que
acaba convirtiéndose en un
gallo negro: el «Gallo de la
Muerte», tan benéfico como
maléfico.
Por fin, y en relación con
el carácter premonitorio del
gallo, cabe decir que muchas
de estas creencias perviven
todavía en muchos pueblos de
España, tal como lo
atestigua, entre otros, el
siguiente dicho: «Si el
gallo canta a las nueve, al
otro día llueve; si canta
pares, agua a mares; si
canta nones, sólo a
montones». Se cree también,
por ejemplo, que cuando la
gallina canta como el gallo,
morirá alguna persona de la
familia, y que si el gallo
canta a una hora que no es
la acostumbrada, cambiará el
tiempo.
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Pelea de gallos. |
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En cuanto a las costumbres
de determinados pueblos de
España, en Málaga, por
ejemplo, era frecuente
apedrear gallos por Navidad,
sangrienta práctica
ilegalizada ya desde los
años cincuenta. En
Hispanoamérica aún pervive
esta costumbre, bajo otras
denominaciones, como «correr
el gallo» o el «gallo de San
Pedro». También existe una
explicación para
determinadas costumbres muy
arraigadas, como regalar
huevos de Pascua (de
chocolate) en Navidad,
huevos sorpresa, etcétera,
ya que el huevo es otra
referencia a la fecundidad
en la simbología del gallo.
Existe una multitud de
expresiones que muestran la
extensión del campo
semántico que protagoniza el
término «gallo». Entre las
que nos ofrece el
diccionario de la Real
Academia, destacan: en
menos que canta un gallo;
engreído como gallo de
cortijo; otro gallo le
cantara; entre gallos y
media noche; ponerse
gallito; como el gallo de
Morón, cacareando y sin
plumas, etcétera.
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NOTAS
1.
Asclepios. m. En la
mitología griega, Asclepio o
Asclepios (llamado Esculapio
por los romanos) fue el dios
de la Medicina y la
curación, al que, a la hora
de un ruego o de agradecer
un bien recibido, se tenía
por costumbre entregarle
como ofrenda un gallo.
2.
Sebastián de Covarrubias y
Orozco (Toledo, 1539-1613)
fue un lexicógrafo,
criptógrafo, capellán del
rey Felipe II, canónigo de
la catedral de Cuenca y
autor del monumental
diccionario, el Tesoro de
la lengua castellana o
española (1611), la
mejor obra lexicográfica
publicada entre el
diccionario español-latín de
Antonio de Nebrija (1492) y
el Diccionario de
Autoridades de la Real
Academia Española
(1726-1739). Su consulta
sigue siendo útil para
establecer el sentido de la
literatura clásica del Siglo
de Oro español.
3.
Los gallo de torre (o
veletas) que se tienen por
más antiguos son los de
Brescia (s. IX) y Roma, en
Italia; los de Wolstar, en
Alemania, y los de
Winchester, en Inglaterra.
4.
«Y yo también te digo que tú
eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi iglesia,
y las puertas del infierno
no prevalecerán contra ella»
(Mateo, 16:18).
5.
alectomancia o
alectomancía. f.
Adivinación por el canto del
gallo o por la piedra
(alectoria) de su hígado.
6.
alectoria. f. Cálculo
de naturaleza pétrea que
suele hallarse en el hígado
de los gallos viejos, y al
cual se atribuyeron
antiguamente poderes
mágicos.
REFERENCIAS
WEBGRÁFICAS Y
BIBLIOGRÁFICAS
BEIGBEDER, Olivier (1971):
La simbología. Oikos-Tau
Eds., Barcelona.
CARO BAROJA, Julio (1973):
Las brujas y su mundo.
Alianza Ed., Madrid.
CASTON BOYER, Pedro y otros
(1985): La religión en
Andalucía. (Aproximación a
la religiosidad popular).
Introducción de C.E.T.R.A.,
Eds. Andaluzas Unidas,
Sevilla.
MALINOWSKI, Bronislaw
(1948): Magia, ciencia y
religión. Ed. Planeta-DeAgostini,
Barcelona, 1985.
MORETA, Miguel Ángel y
Francisco ÁLVAREZ CURIEL
(1992): Supersticiones
populares andaluzas. Ed.
Arguval, Málaga.
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