bicada en el centro geográfico de
Andalucía, Antequera se nos presenta
como el núcleo germinal de la vega que
tiene su mismo nombre y que da origen a
la comarca más septentrional de la
provincia de Málaga. Desde antiguo,
Antequera era una senda de obligado
paso, y aún hoy continúa siéndolo. Esta
característica geográfica la ha
convertido en el centro del entramado de
redes de comunicaciones que enlazan a
Andalucía con los demás pueblos de
España.
Zona de gran belleza paisajística y
riqueza monumental, en Antequera se
encuentran las tres cuartas partes del
patrimonio histórico-artístico de la
provincia, y sus tierras son testimonio
vivo de numerosos hechos que, fundados o
ficticios, históricos o irreales,
religiosos o profanos, las gentes de
esta parte de Andalucía se han ido
transmitiendo de boca en boca a través
de las generaciones.
Sucedidos que nadie recuerda ya el
momento en que ocurrieron, portentos que
sobrepasan los límites de la razón
humana, apariciones extrañas que
sugieren la existencia de otra
dimensión… muchos son los
acontecimientos que los antequeranos
atesoran en su memoria, negándose
obstinadamente a su olvido porque todo
ello forma parte de la manera de ser de
estas gentes y constituye un puntal más
de su acervo cultural.
Tal es el caso que me propongo relataros
en las líneas que siguen. Una historia
relacionada con la sagrada imagen que
recuerda cada día a los antequeranos que
la Virgen de los Remedios está entre
ellos, procurando que nada les ocurra ni
a sus familias ni a la villa de
Antequera, porque para algo es la Virgen
y es su Santa Patrona.
La imagen de la Virgen de los Remedios
es muy querida y venerada en esta tierra
andaluza desde hace siglos; sin embargo,
muy poco se sabe de los orígenes de esta
devoción mariana en Antequera. La
tradición, siempre complaciente con las
querencias populares, localiza el
momento a comienzos del siglo XVI y lo
atribuye a una intervención divina,
aparte de lo cual, hasta el día de hoy,
ningún historiador ha sabido dar una
explicación convincente.
Pasemos, pues, al relato de los hechos
tal como nos han sido referidos.
Era Carlos I rey de todas las tierras de
España. En 1519, un año antes de que el
nieto de los Reyes Católicos fuese
investido con la dignidad imperial de
los Austrias, tiene lugar en Antequera
un hecho portentoso cuya memoria aún
perdura en nuestros días: el mismo
apóstol Santiago es enviado por Dios
para hacer entrega de una talla de la
Virgen a fray Martín de las Cruces,
hermano capellán del convento de los
Franciscanos Terceros, situado, por
aquel entonces, en un lugar conocido
como “Las Suertes”, a unos seis
kilómetros del centro de la villa.
Se cuenta que, en torno al año
mencionado, una terrible hambruna estaba
azotando las comarcas de esta zona. Una
sequía que parecía no tener fin había
hecho acto de presencia, dejando sin
agua las fuentes, yermos los campos y
diezmado el ganado. Movido por la
necesidad de paliar la penuria en que se
hallaba su familia, un pastor de
Antequera, cuyo nombre no está recogido
en la historia, decide desplazarse a
tierras de la vecina Córdoba en busca de
trabajo.
Al día siguiente, nada más rayar el
alba, el pastor da comienzo al trayecto,
que hace a pie. La caminata se deja notar
y, a fin de comer un poco y dar descanso
a sus fatigados pies, pone un alto en el
camino. Mira a su alrededor escudriñando
una paraje acogedor a tal menester.
Atraído quizá por el continuo ir y venir
de gente, toma como parada el Santuario
de Villaviciosa de Córdoba.
No había hecho más que llegar cuando, de
improviso, su mirada se siente atraída
por la belleza de una imagen de la
Virgen que ocupaba el centro del altar
del santuario. Gente devota no paraba de
implorar con sus rezos la intervención
de la Madre de Dios en alguna enfermedad
o suplicaba un alivio para algún mal.
Supo entonces el de Antequera que la
talla la había dejado allí un pastor de
aquellas tierras momentos antes de su
muerte, el cual la había sustraído,
aprovechando un descuido, a unos
trabajadores que afirmaban haberla
encontrado mientras dragaban una viña en
la región del Alentejo, en la localidad
portuguesa de Vila Viçosa. Supo también
de la multitud de contingencias buenas
que le acaecieron al pastor cordobés
durante el tiempo que tuvo bajo su
custodia la sagrada figura, para las
cuales no hallaba otra explicación que
la intercesión de la Virgen.
Una idea empieza a tomar forma en la
imaginación de aquel hombre. Los tiempos
que corrían eran adversos y él tenía una
familia que alimentar, pensaba; grandes
eran sus necesidades y él no hallaba
remedio alguno con qué mitigarlas. Su
encuentro con aquella talla de la
Virgen, se decía, no podía ser casual.
Tenía que tener un sentido más
comprometido.
Dejándose llevar por el instinto más
primario, el pastor tomó una
determinación: coger la figura y
llevarla consigo a su casa, que la
Virgen sabría comprenderlo bien. Y así
lo hizo. Alargó la mano hasta la
hornacina que guardaba la talla, tomó la reverenciada imagen y
regresó a su tierra, con el fin de traer
un poco de buena estrella a su familia y
a su pueblo.
Casualidad o portento, nada más
regresar, el pastor halló trabajo y una
bien compensada remuneración al servicio
de un rico hacendado cuyos ganados
pacían cerca del convento de los
Franciscanos Terceros. Sus
presentimientos parecían cumplirse. Sin
embargo, la situación de comodidad que
le proporcionaba el empleo pareció
despertar en él un incontenible
sentimiento de culpabilidad. Y así,
intentando limpiar su conciencia del
hurto cometido, hizo donación, sin más
comentario, de la imagen al convento.
Pronto advirtieron los religiosos que se
trataba de la imagen que había sido
sustraída de la ermita de Villaviciosa
de Córdoba, y, a fin de proceder a su
restitución, entran en contacto con las
autoridades religiosas del santuario, en
cuyo nombre acude el mismo deán del
sacro recinto, quien se hace cargo de ella y
la traslada a su morada.
Lógicamente, la restitución de la imagen
a su lugar de origen vino acompañada de
una lamentable realidad: la ermita de
los Franciscanos quedó sin Virgen, y
fray Martín de las Cruces, que estaba
muy confortado con la presencia de la
imagen en el oratorio en que él oficiaba
las misas a diario, no hacía más que
implorar al cielo una solución.
Unos diez días más tarde, de manera
inesperada, llega al monasterio
franciscano un hidalgo montado en un
radiante caballo blanco. Envuelto en un
halo refulgente, portaba en una mano una
resplandeciente cruz roja y en la otra
una imagen. El enigmático caballero
requirió al bedel del convento la
inmediata presencia del hermano
capellán, quien, al llegar, se queda
boquiabierto ante aquel visitante de
aura celestial. El caballero baja de su
corcel, erguido y con paso firme se
acerca cautamente al capellán y le pide
que tome en sus manos aquella imagen, al
tiempo que le dice: «Aquí tienes el
remedio de tus fatigas y el remedio para
la ciudad de Antequera». ¡Oh palabras…!
Santas palabras, que quedarían grabadas
para siempre en la mente de fray Martín.
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Momento en que el apóstol
Santiago hace entrega de la
imagen de la Virgen a Fray
Martín de las Cruces.
Grabado de Juan Moreno
Tejada de 1733, |
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Un tiempo más tarde, en 1546, evocando
las palabras de tan misterioso caballero
y sabedores ya de que había sido el
apóstol Santiago, hijo de Zebedeo y
Salomé, el discípulo de Cristo, el
Protector y Patrono de España, los
antequeranos piden a su Consistorio
poner aquella sagrada figura de la
Virgen bajo la advocación de Nuestra
Señora de los Remedios y proclamarla
patrona de la villa.
Mucha fue la devoción que despertó la
Virgen entre los habitantes de Antequera
y sus cercanías, a cuya presencia acudía
a diario una multitud de personas, unas
a pedirle algo con que remediar un mal y
otras a darle las gracias por algún
favor recibido. Era tanta la gente que,
pronto, aquel primer recinto franciscano
se hizo pequeño para dar cobijo a tantos
devotos; además, la distancia que lo
alejaba de la urbe se convertía en un
serio obstáculo para los enfermos e
impedidos. En 1607, los frailes Terceros
convinieron en la necesidad del traslado
de aquella imagen de la Virgen a otro
oratorio más asequible a todos en el
centro del municipio.
El fervor y la devoción ante su
manifiesto amparo a la ciudad y los
milagros a causa de su intercesión
continuó aumentando entre las gentes de
toda condición. Y así, en 1922, un
consejo formado por eclesiásticos y
personas muy principales de Antequera
solicitó del papa Pío XI la coronación
canónica de la idolatrada imagen, acto
que lleva a efecto en nombre de Su
Santidad don Vicente Casanova y Marzol,
a la sazón arzobispo de Granada, en una
ceremonia que se celebró en el Paseo
Real de Alfonso XIII el 10 de septiembre
de ese mismo año.
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Retablo mayor de la iglesia
conventual de Nuestra Señora
de los Remedios de Antequera. |
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NOTAS
1
Esta piadosa escena ha quedado ilustrada
en el ático del retablo mayor de la
iglesia de Los Remedios, donde fue
ubicada finalmente, y en la cual aparece
el Apóstol Santiago sobre el albo
caballo, haciendo entrega de la mariana
imagen a fray Martín de las Cruces. |