A MEDIADOS DE la primera mitad del siglo XVIII, la localidad de Puente
Genil fue testigo excepcional de un dramático suceso que terminó con el
fatal desenlace de la muerte de un niño pequeño en circunstancias
ciertamente extrañas. Tal vez los hechos que incidieron en el caso se
han ido desdibujando en la memoria por los muchos años transcurridos,
pero, curiosamente, todo lo que de portentoso rodeó a este trágico
acontecimiento se recuerda todavía, en forma de leyenda, entre las
gentes del lugar.
En las líneas que siguen intentaremos referir los detalles que
concurrieron en esta desgraciada historia de la manera más objetiva
posible, procurando evitar cualquier valoración subjetiva sobre el
carácter sobrenatural con que en su momento fue tratada la cuestión; se
procurará soslayar, asimismo, todo juicio sobre la adecuación de las
actuaciones que, por parte de las autoridades sociales y religiosas, se
llevaron a cabo una vez se tuvo noticias aproximadas de lo que pudo
haber sucedido.
Como queda dicho, el episodio tuvo lugar en la antigua Villa de Don
Gonzalo, la actual Puente Genil, en la provincia andaluza de Córdoba,
durante los últimos días del mes de diciembre de 1731. El niño, que
alcanzó desde el primer momento la consideración de mártir, se llamaba
Alonso Ruperto de los Ríos y Sánchez, era hijo de Diego y Ana, un
matrimonio de campesinos de esta tierra, y había nacido el 27 de marzo
de 1728. Tres años más tarde, exactamente el 27 de diciembre, faltó
inexplicablemente de su hogar y, a pesar del dispositivo de búsqueda que
se llevó a cabo durante días enteros, rastreando los lugares donde se
suponía que el pequeño podría haberse extraviado, no se halló respuesta
alguna capaz de dar una explicación convincente de su extraña
desaparición.
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Parroquia de la Purificación, en donde quedó deposisitado el
cuerpo del niño mártir. |
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La atmósfera de preocupación alcanzó tal grado entre familiares y
vecinos que acabó desbordando la fantasía popular. Hubo gente que afirmó
haber visto, por las inmediaciones de aquel paraje, a un hombre embozado
en una capa y de aspecto frailesco en compañía de un niño de parecida
edad, con dirección a la fuente de Vado-Castro, pero nadie supo dar con
rastro del mismo ni aportar otros detalles conducentes a su
localización. Todos los esfuerzos resultaron infructuosos.
Sin embargo, lo más extraño de este asunto iba a suceder unos días más
tarde. El 3 de enero de 1732, unos ganaderos que pastoreaban sus
animales por la sierra de Cabeza Mesada encontraron en una vereda el
cuerpo de un pequeño que respondía a la descripción del niño
desaparecido. Una primera valoración pericial del cuerpo lo identificó
como el de Alonso Ruperto, y el estado en que se encontraba el cadáver
parecía determinar, con un alto grado de probabilidad, que llevaba
muerto hacía ya varios días.
El hallazgo conmovió a toda la población. El cuerpo presentaba
relevantes muestras de haber sufrido terribles puntazos en el pecho,
manos y pies, lo que, por similitud con las heridas de Cristo en la
cruz, indujo a pensar que había padecido martirio. Por otra parte, desde
aquel momento empezaron a mostrarse evidentes señales de prodigio en él.
Sorprendentemente, a pesar de haber permanecido varios días expuesto a
la intemperie y a la acción depredadora de las alimañas, no había
entrado en la fase de putrefacción propia de los cadáveres ni presentaba
desgarro alguno en sus carnes. Lo extraordinario del hecho no paraba
aquí. Depositado en la casa de su abuelo, Diego de los Ríos León, el
cadáver del pequeño continuaba inexplicablemente sin dar señales de
corrupción; incluso se observaron muestras de que aún manaba sangre
fresca de las incisiones practicadas en su cuerpo.
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Detalle de la urna en que se hallan los restos mortales del niño considerado mártir por la tradición
popular (I). |
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Los fenómenos referidos fueron razón más que suficiente para que se
crease un halo de misterio en torno al luctuoso suceso. La población
pasó por momentos de angustiosa incertidumbre al no saber reaccionar
ante tales acontecimientos. Por fin, pasados unos días, se impuso la
convicción de que algo sobrenatural se había
operado en aquella muerte, lo cual motivó la conveniencia de depositar
el cuerpo en un arca, que fue sellada con tres llaves, y trasladar el
lecho mortuorio a la iglesia de la Purificación, adonde, el 6 de enero,
fue llevado en solemne procesión presidida por todas las autoridades y
seguida de la totalidad de la población. Justamente en ese lugar se
encuentra todavía su cuerpo momificado.
Es de destacar el interés que mostraron los marqueses de Priego de
Córdoba en dar a conocer la singularidad de lo sucedido a las
autoridades civiles y eclesiásticas a fin de instruir el oportuno
expediente para la averiguación de lo sucedido, y, de confirmarse lo que
parecía una evidencia, informar de tan sorprendente acontecimiento a la
Santa Sede y pedir a Su Santidad el Papa la canonización del niño Alonso
Ruperto.
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Detalle de la urna en que se hallan los restos mortales del niño
mártir de Puente Genil (II). |
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El citado informe se amplió unos años después con algunos hechos
milagrosos más que acontecieron durante ese tiempo y que fueron
atribuidos por el fervor popular a la intercesión del niño mártir, al
tiempo que lo extraordinario del caso iba divulgándose por estas tierras
y comarcas vecinas.
Y esta tradición, veamos o no en ella un fundamento real, pervive
todavía entre los habitantes de la Villa, de la misma forma misteriosa
con la que empezó hace ya casi dos siglos.
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NOTA del EDITOR
Una primera redacción de esta creencia popular vio la luz en el número
42 de la revista, correspondiente al bimestre julio-agosto de 2006. En
esta ocasión, hemos creído pertinente introducirle unas ligeras
modificaciones formales, muy pocas, en orden a una narración más fluida
y coherente de lo acontecido.
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