os padres se fueron a pasar una semana con unos
familiares de otra ciudad. La hija quedó sola en
aquella casa, tan sola que, al sonar el teléfono, se
estremeció. El teléfono sonó cada hora. Una
respiración jadeante, entrecortada, salía del tubo.
La joven no sabía cómo reaccionar. ¿Dejar que suene
y no atender? ¿Descolgar el aparato? ¿Cortar la
línea? ¿Llamar a la seguridad? ¿Qué hacer?
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La hija quedó sola en aquella casa, tan sola
que, al sonar el teléfono, se estremeció. El
teléfono sonó cada hora. |
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Luego de dar vueltas a la idea, decide llamarlo a
él, su amigo, tres años mayor que ella para que la
aconseje. Él vive a veinte minutos de la casa. Al
escucharla aquella madrugada, no vacilo un instante,
y corrió a su Kawasaki y partió, a su encuentro.
Llegó cuando la luna y las estrellas estaban
despidiéndose.
La encontró débil, sin fuerzas, angustiada. La
abrazó y comenzó a consolarla. Sus manos recorrieron
su espalda en un sube y baja primeramente de amistad
y luego comenzó a apretarla contra su cuerpo.
Ella comenzó a experimentar un calor extraño.
Intentó relajarse en sus brazos, unos brazos tan
fuertes, tan únicos... Inició también un recorrido
por la espalda de él, pero con más intensidad.
De una manera inconsciente, se encontraron frente a
frente, sus narices se rozaron, sus labios se
unieron, sus bocas se entreabrieron... Empezaron a
explorarse internamente con sus lenguas... ¡Qué
sabor! ¡Qué éxtasis!
Las ropas terminaron diseminadas por toda la casa.
Se encontraron, se fundieron en una llama de pasión
ardiente. Tanto fuego, tanta exploración llegó al
paroxismo de la explosión cuando se amaron.
Terminaron en la ducha, pero ni ésta pudo aplacar el
fuego que se había encendido.
¿El teléfono? Creo que volvió a sonar... Pero eso
¿quién lo sabe?
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