N.º 57

SEPTIEMBRE-OCTUBRE 2008

1

  

   

  

EL ENGAÑO

   

  

Por Aurora López Gutiérrez

  

  

 

OTRO DÍA MÁS por delante!, pensé abriendo los ojos después de un dulce sueño. Esa noche había dormido profundamente, quizás demasiado, pues no me sentía el cuerpo bajo el cuello. Necesito estirarme. Mis músculos deben de estar aún aletargados. Quizás me vendría bien una ducha de agua fría. ¡Agg! Pero, ¿qué me ocurre?, por más que lo intento, no reaccionan. ¡Bah!, debo estar aún dormida, soñando, me volveré a despertar más tarde.

   
      

 

Todos van saliendo, menos él, mi marido, que sigue a mi lado derecho, acariciando una de mis manos. Todo va a ir bien, me susurra, y sus ojos brillan de emoción contenida.

   

No es posible… es la segunda vez que me sucede. Es una sensación rara. A la vez vivo, y es como si no habitara en mí. Debe de ser una pesadilla, pero no… Estoy despierta, seguro que lo estoy, aunque parezca que mi mente se halle aislada, ocupando la nada, o si acaso, algo inerte. Esta situación se está volviendo incómoda. ¡Quizás esto sea la muerte! No, no lo creo. Debo serenarme, pensar con tranquilidad. Debe de haber una explicación... o eso creo.

Sí, puedo oír mi corazón, noto la sangre danzar por mis venas y golpear mi sien con trote acelerado. Es curioso. Nunca me habían parecido tan bellos mis latidos. Se asemejan a ritmos caribeños, o a lejanos tambores africanos, que se armonizan en una canción transmitiendo vida.

Mis ojos tienen esa vida. Miraré a mi alrededor. Todo es blanco. No estoy en mi cuarto. Mis sospechas eran ciertas, debe de ser un hospital; al menos, eso parece. Pero, ¿qué hago aquí? Vamos, tengo que recordar, es necesario. Quizás pueda gritar. Sí, debe de haber alguien cerca, alguien con quien poder hablar, que me explique qué pasó anoche.

¡Es terrible! Me pesa la boca, mi mandíbula está colapsada, me cuesta separar los labios. Siento que mi garganta está aprisionando los sonidos, no dejándolos en libertad. Se agolpan en mi paladar, pero no puedo expulsarlos. Tengo sed. ¡Dios! ¡Debo saber qué me ha sucedido!

Miles de imágenes bombardean mi mente. Aparecen difusas, desordenadas, con insólita velocidad, como flashes de vivencias olvidadas, aunque quizás sólo son sueños que produce mi abrumado subconsciente.

Me cuesta concentrarme, pero lo haré. Es preciso unir este rompecabezas, situarme unas horas antes... antes de que me sumiera en el sueño fatídico en el que hoy me he despertado.

De pronto, hace calor, hay demasiada gente a mi alrededor. Todos ríen, y sus risas me hacen daño en los oídos. Ahora recuerdo. Es la noche de fin de año, justo antes del nuevo milenio, y estamos en una fiesta. ¿Estamos? Sí, mi marido y yo, con mi mejor amiga. Los veo a los dos muy cerca, demasiado cerca. Todo me da vueltas y no dejo de escuchar esas malditas risas, cada vez más altas, más insoportables. Quizás he bebido demasiado… ¿Yo, la abstemia, bebiendo? Pido ayuda, pero nadie parece notar mi angustia, todos se ríen y no sé si es de mí. ¡Callaos!

Debo salir de aquí, notar el aire fresco en mi piel, calmar esta agonía… Noto que me quedo sin fuerzas, no es posible que haya podido subir a mi coche y estar conduciendo, apenas si puedo ver, y lo que distingo son manchas borrosas en la noche. Hay una curva, una curva interminable y aparece una luz, un reflejo cegador, blanco, intenso, que me inunda. Intento apartarme de él, giro el volante bruscamente, y entonces, me encuentro encima mismo del abismo. Durante unos intensos segundos me noto flotar, como en cámara lenta, para luego precipitarme rápidamente en el vacío, con un estruendo y un chirriar de metal que siento hasta dentro de mis huesos. Doy vueltas y más vueltas, pero ya no noto nada, ni dolor siquiera, sólo sé que la luz se va apagando, y vuelve la oscuridad, el reposo, la quietud y el silencio.

Mis ojos se llenan de lágrimas, pero no por mi cuerpo maltrecho, sino por el recuerdo del engaño. Mi marido y mi mejor amiga, sorprendidos en un furtivo beso en la penumbra de un apartado rincón, entre la algarabía de la celebración del año nuevo.

Pero sigo viva, y ahora estoy consciente de nuevo. Me trago mi amargura y entreabro los ojos, pero esta vez veo a alguien a mi lado. Es él, mi infiel marido, mirándome como si fuera la primera vez, con una mezcla de dulzura y de dolor en su mirada. De pronto, su rostro cambia, y un gesto de sorpresa aparece en su mirada. Se incorpora. Debo estar recobrando los otros sentidos, pues le oigo llamar a la enfermera, diciendo que he despertado del coma. ¿En coma? ¿He estado en coma? ¿Cuánto tiempo he estado ausente? ¿Días, semanas, quizás un año? En realidad, no importa ya…

La enfermera llega a comprobar mis constantes, y tras ella, un tropel de personas, ansiosas por entrar a la habitación. Veo a mi madre, mis hermanos y mis niños, mis dos preciosos niños pequeños que corren a abrazarme… ¿Cómo he podido olvidarme momentáneamente de ellos? Se me echan encima, con risas juguetonas. ¡Mami!, les oigo decir, y entonces aparece el dolor otra vez en mi cuerpo, pero esta vez es bien recibido. Sí puedo sentir. No es tan grave como había temido. Varios huesos rotos pero ningún daño neurológico, me decía mi mente adiestrada de fisioterapeuta, viendo ahora los anclajes y las férulas de fijación en mis extremidades. Unos cuantos meses de rehabilitación y probablemente, seré la misma de antes, pensé para animarme. Quiero desesperadamente abrazarles, pero eso tendrá que esperar un poco.

Ahora salgan, necesita descansar, decía la enfermera al tiempo que me administraba una dosis de analgésicos. Pero yo no quiero que se vayan, ya he descansado suficientemente mientras estaba vegetando en el coma. Todos van saliendo, menos él, mi marido, que sigue a mi lado derecho, acariciando una de mis manos. Todo va a ir bien, me susurra, y sus ojos brillan de emoción contenida. Una figura aparece en la puerta, en el otro extremo de la habitación. Es ella. Con la cabeza baja por la traición, parece que va a decir algo, pero la mirada fría y desaprobatoria de él la desanima, y sale de nuevo, tan silenciosamente como entró.

Quiero creer que todo ha terminado entre ellos, que sólo fue un desventurado y fugaz desliz. Quiero pensar que él se ha dado cuenta de lo que tiene, cuando ha estado a punto de perderlo, como suele pasar...

Me mira, y sus ojos suplican que no recuerde nada, que pueda tener otra oportunidad. Sí, ¿Por qué no? Fingiré amnesia por el trauma, como si mi mente hubiera borrado los sucesos de esa noche para evitar el dolor… Le miro y recuerdo todo lo bueno que hemos compartido. Y decidida, esbozo una sonrisa, sonrisa que él comparte y parece inundarle de alegría. Pero la mía tiene un segundo significado. El engaño se ha difuminado, no quedan apenas trazas borrosas que tienden a desaparecer, pero si alguna vez volviera a suceder, y mi sonrisa se vuelve ahora traviesa, será él el que se encuentre en el hospital, en agonía y con los huesos quebrados.

  

  

AURORA LÓPEZ GUTIÉRREZ (Málaga, 1973) estudió la educación primaria en el colegio Nuestra Señora del Pilar de Málaga y los de Bachillerato, en el Instituto Sierra Bermeja, también de Málaga. Es diplomada en Fisioterapia por la Escuela de Ciencias de la Salud de Málaga (II Promoción, 1991-94), y actualmente cursa 3.º de Magisterio (especialidad de Lengua extranjera: Inglés) en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Año VII. Número 57. Septiembre-Octubre 2008. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2008 Aurora López Gutiérrez. © 2002-2008 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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