OTRO DÍA MÁS
por delante!, pensé abriendo los
ojos después de un dulce sueño. Esa noche
había dormido profundamente, quizás
demasiado, pues no me sentía el cuerpo bajo
el cuello. Necesito estirarme. Mis músculos
deben de estar aún aletargados. Quizás me
vendría bien una ducha de agua fría. ¡Agg!
Pero, ¿qué me ocurre?, por más que lo
intento, no reaccionan. ¡Bah!, debo estar
aún dormida, soñando, me volveré a despertar
más tarde.
|
|
|
|
|
Todos van saliendo, menos él, mi marido, que sigue a mi lado derecho, acariciando una de mis manos. Todo va a ir bien, me susurra, y sus ojos brillan de emoción contenida. |
|
|
No es posible… es la segunda vez que me
sucede. Es una sensación rara. A la vez
vivo, y es como si no habitara en mí. Debe
de ser una pesadilla, pero no… Estoy
despierta, seguro que lo estoy, aunque
parezca que mi mente se halle aislada,
ocupando la nada, o si acaso, algo inerte.
Esta situación se está volviendo incómoda.
¡Quizás esto sea la muerte! No, no lo creo.
Debo serenarme, pensar con tranquilidad.
Debe de haber una explicación... o eso creo.
Sí, puedo oír mi corazón, noto la sangre
danzar por mis venas y golpear mi sien con
trote acelerado. Es curioso. Nunca me habían
parecido tan bellos mis latidos. Se asemejan
a ritmos caribeños, o a lejanos tambores
africanos, que se armonizan en una canción
transmitiendo vida.
Mis ojos tienen esa vida. Miraré a mi
alrededor. Todo es blanco. No estoy en mi
cuarto. Mis sospechas eran ciertas, debe de
ser un hospital; al menos, eso parece. Pero,
¿qué hago aquí? Vamos, tengo que recordar,
es necesario. Quizás pueda gritar. Sí, debe
de haber alguien cerca, alguien con quien
poder hablar, que me explique qué pasó
anoche.
¡Es terrible! Me pesa la boca, mi mandíbula
está colapsada, me cuesta separar los
labios. Siento que mi garganta está
aprisionando los sonidos, no dejándolos en
libertad. Se agolpan en mi paladar, pero no
puedo expulsarlos. Tengo sed. ¡Dios! ¡Debo
saber qué me ha sucedido!
Miles de imágenes bombardean mi mente.
Aparecen difusas, desordenadas, con insólita
velocidad, como flashes de vivencias
olvidadas, aunque quizás sólo son sueños que
produce mi abrumado subconsciente.
Me cuesta concentrarme, pero lo haré. Es
preciso unir este rompecabezas, situarme
unas horas antes... antes de que me sumiera
en el sueño fatídico en el que hoy me he
despertado.
De pronto, hace calor, hay demasiada gente a
mi alrededor. Todos ríen, y sus risas me
hacen daño en los oídos. Ahora recuerdo. Es
la noche de fin de año, justo antes del
nuevo milenio, y estamos en una fiesta.
¿Estamos? Sí, mi marido y yo, con mi mejor
amiga. Los veo a los dos muy cerca,
demasiado cerca. Todo me da vueltas y no
dejo de escuchar esas malditas risas, cada
vez más altas, más insoportables. Quizás he
bebido demasiado… ¿Yo, la abstemia,
bebiendo? Pido ayuda, pero nadie parece
notar mi angustia, todos se ríen y no sé si
es de mí. ¡Callaos!
Debo salir de aquí, notar el aire fresco en
mi piel, calmar esta agonía… Noto que me
quedo sin fuerzas, no es posible que haya
podido subir a mi coche y estar conduciendo,
apenas si puedo ver, y lo que distingo son
manchas borrosas en la noche. Hay una curva,
una curva interminable y aparece una luz, un
reflejo cegador, blanco, intenso, que me
inunda. Intento apartarme de él, giro el
volante bruscamente, y entonces, me
encuentro encima mismo del abismo. Durante
unos intensos segundos me noto flotar, como
en cámara lenta, para luego precipitarme
rápidamente en el vacío, con un estruendo y
un chirriar de metal que siento hasta dentro
de mis huesos. Doy vueltas y más vueltas,
pero ya no noto nada, ni dolor siquiera,
sólo sé que la luz se va apagando, y vuelve
la oscuridad, el reposo, la quietud y el
silencio.
Mis ojos se llenan de lágrimas, pero no por
mi cuerpo maltrecho, sino por el recuerdo
del engaño. Mi marido y mi mejor amiga,
sorprendidos en un furtivo beso en la
penumbra de un apartado rincón, entre la
algarabía de la celebración del año nuevo.
Pero sigo viva, y ahora estoy consciente de
nuevo. Me trago mi amargura y entreabro los
ojos, pero esta vez veo a alguien a mi lado.
Es él, mi infiel marido, mirándome como si
fuera la primera vez, con una mezcla de
dulzura y de dolor en su mirada. De pronto,
su rostro cambia, y un gesto de sorpresa
aparece en su mirada. Se incorpora. Debo
estar recobrando los otros sentidos, pues le
oigo llamar a la enfermera, diciendo que he
despertado del coma. ¿En coma? ¿He estado en
coma? ¿Cuánto tiempo he estado ausente?
¿Días, semanas, quizás un año? En realidad,
no importa ya…
La enfermera llega a comprobar mis
constantes, y tras ella, un tropel de
personas, ansiosas por entrar a la
habitación. Veo a mi madre, mis hermanos y
mis niños, mis dos preciosos niños pequeños
que corren a abrazarme… ¿Cómo he podido
olvidarme momentáneamente de ellos? Se me
echan encima, con risas juguetonas. ¡Mami!,
les oigo decir, y entonces aparece el dolor
otra vez en mi cuerpo, pero esta vez es bien
recibido. Sí puedo sentir. No es tan grave
como había temido. Varios huesos rotos pero
ningún daño neurológico, me decía mi mente
adiestrada de fisioterapeuta, viendo ahora
los anclajes y las férulas de fijación en
mis extremidades. Unos cuantos meses de
rehabilitación y probablemente, seré la
misma de antes, pensé para animarme. Quiero
desesperadamente abrazarles, pero eso tendrá
que esperar un poco.
Ahora salgan, necesita descansar, decía la
enfermera al tiempo que me administraba una
dosis de analgésicos. Pero yo no quiero que
se vayan, ya he descansado suficientemente
mientras estaba vegetando en el coma. Todos
van saliendo, menos él, mi marido, que sigue
a mi lado derecho, acariciando una de mis
manos. Todo va a ir bien, me susurra, y sus
ojos brillan de emoción contenida. Una
figura aparece en la puerta, en el otro
extremo de la habitación. Es ella. Con la
cabeza baja por la traición, parece que va a
decir algo, pero la mirada fría y
desaprobatoria de él la desanima, y sale de
nuevo, tan silenciosamente como entró.
Quiero creer que todo ha terminado entre
ellos, que sólo fue un desventurado y fugaz
desliz. Quiero pensar que él se ha dado
cuenta de lo que tiene, cuando ha estado a
punto de perderlo, como suele pasar...
Me mira, y sus ojos suplican que no recuerde
nada, que pueda tener otra oportunidad. Sí,
¿Por qué no? Fingiré amnesia por el trauma,
como si mi mente hubiera borrado los sucesos
de esa noche para evitar el dolor… Le miro y
recuerdo todo lo bueno que hemos compartido.
Y decidida, esbozo una sonrisa, sonrisa que
él comparte y parece inundarle de alegría.
Pero la mía tiene un segundo significado. El
engaño se ha difuminado, no quedan apenas
trazas borrosas que tienden a desaparecer,
pero si alguna vez volviera a suceder, y mi
sonrisa se vuelve ahora traviesa, será él el
que se encuentre en el hospital, en agonía y
con los huesos quebrados. |