a abeja reina probó su miel. Esa
mañana había amanecido triste, sin ganas de
volar. Contempló la comida que iban preparando
en cada celdilla del panal y la vio sin brillo,
blanda y sin color. ¿Qué sucede aquí?, murmuró
indignada, y remontó vuelo dando varias vueltas
por el jardín.
Como le dolía la cabeza, decidió
salir a pasear por los alrededores para sentirse
mejor y fue entonces cuando, sentada sobre una
rama, a orillas del canal de riego, descubrió a
una niña sollozando. Tenía las manos apoyadas
sobre su rostro para evitar que se le cayeran
dos traviesas lágrimas que asomaban de sus
grandes ojos.
La pequeña abeja no podía entender lo
que le ocurría a la niña, pero, con su zumbido,
consiguió llamar su atención. Paula reconoció en
seguida el sonido familiar que producía su
visitante, ya que solía cuidar el panal al
regresar de la escuela. Regaba las plantas para
que tuvieran muchas flores en primavera y así
después saborear la más rica miel de todo el
valle.
La chacra era de sus abuelos y estaba
situada junto al río Chubut, en las proximidades
de Gaiman. Sus añosos árboles guardaban la
historia de los primeros colonos galeses que
poblaron la región. La abeja zumbó al oído de la
pequeña como si le contara un secreto, pero no
logró que sonriera.
Pasaron los días y también las
semanas. Llegó la primavera y pronto también el
verano. Paula terminó de estudiar y, durante las
vacaciones, se dedicó a cuidar la colmena. La
visitó por las mañanas y también por las tardes.
A pesar de su dedicación, la miel continuaba sin
sabor. Se escurría como agua y las celdillas del
panal habían quedado casi vacías.
Paula revisó entonces a las abejas
una por una y las interrogó, sin obtener
respuesta, y, muy pensativa, se quedó frente al
panal. ¡Al fin descubrió lo que pasaba! Su amiga
se había ido de la chacra y era ni más ni menos
que... la abeja reina.
—¡Abeja, abejita! —, clamó la
pequeña, sin obtener respuesta.
De repente, un rayo de sol iluminó su
cara, provocándole una espontánea sonrisa. La
niña había recuperado su alegría y,
definitivamente, las penas que la preocuparan se
habían alejado.
De pronto, sintió una cosquilla en la
nariz. Quiso mirar y los ojos se le pusieron
bizcos.
—Pero ¿qué es esto? —, preguntó
sorprendida, y un dulce zumbido comenzó a sonar
como respuesta. La abeja reina había regresado
al ver que su amiga estaba nuevamente contenta y
ese día en el panal volvió a reinar la alegría,
y la miel salió desde entonces más dulce que
nunca.
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