ra su último día como cartero,
después de haber recorrido durante treinta y
cinco años las callecitas arboladas de Villa del
Parque.
Sus compañeros le pidieron que se
quedara para brindar, que ese día no saliera a
repartir correspondencia y los ayudara
simplemente a clasificarla. Fue entonces cuando
descubrió el sobre con un extraño destinatario:
«Para Dios».
Santiago pensó que era una broma de
despedida. Pero no, todos estaban sorprendidos,
nunca habían tenido que llevar una carta
destinada a Dios.
Finalmente la abrieron. En su
interior, Santiago halló el pedido desesperado
de un desempleado que requería el milagro de
hallar mil pesos para comprar un remedio a su
hijito, muy enfermo.
Todos se miraron consternados. Se
llevaron las manos a los bolsillos, y junto con
el guardia y un heladero de visita, juntaron
ochocientos pesos.
Santiago se calzó el uniforme, montó
su bicicleta y partió en la última misión.
Al llegar, descubrió una casita
humilde, sigilosamente pasó el sobre debajo de
la puerta y se marchó.
Al día siguiente, ya jubilado,
Santiago no fue a trabajar, pero sus compañeros,
al abrir el saco del buzón, hallaron nuevamente
una carta «Para Dios», escrita por el mismo
hombre. En su texto pudieron leer el siguiente
mensaje:
“Gracias, Señor, por haber escuchado
mi ruego. Mi hijo sanará. Eso sí, de los mil
pesos que me mandaste sólo he recibido
ochocientos. Los otros doscientos se los deben
haber quedado en el correo”.
|