as sensaciones de aquel singular y
frío anochecer quedarían grabadas para
siempre en lo más profundo de su
corazón. El joven miró el cielo, que
aquella noche estaba engalanado con un
precioso manto de estrellas.
Sintió la conexión de su alma con la
naturaleza. Las estrellas brillantes del
firmamento, los árboles centenarios que
le rodeaban, el olor a tierra húmeda...
Todos iban a ser testigos
trascendentales de su unión al
escultismo.
Mantenía su idea firme de vivir de
acuerdo con unos valores. Lealtad,
abnegación y pureza se convertirían en
las virtudes que presidirían su día a
día.
El rocío de la noche no calaba en sus
huesos, no mermaba la ilusión de su
espíritu. Ya no era un sueño, su vela de
armas era una realidad cercana.
Bajó la mirada hasta dar con aquellos
troncos que emanaban calor y luz,
quedándose hipnotizado por las
diferentes formas y figuras desprendidas
por las llamas. Fueron segundos los que
pasaron mientras contemplaba atónito el
fuego que, un rato antes, había ayudado
a encender con la antorcha que sus manos
habían fabricado.
Todo era perfecto. No había dejado
ningún detalle a la improvisación, salvo
el propio desarrollo del acto, que había
de ser secreto para todo aquel no
iniciado.
La habilidad manual, tan determinante
para realizar construcciones, no era su
fuerte, pero esos amarres cuadrados
aguantarían la bandeja de ceremonia que
portaba el deseo del joven, el elemento
que lo adhería al movimiento scout
para el resto de su vida, su pañoleta.
Una simple tela de colores enrollada
adquiría más significado para la
construcción de su personalidad que
cualquier otro presente de un valor
incalculable.
Representaba, junto a la formulación
oral del texto de la promesa, su
pertenencia a una ideología. Una forma
de ser y actuar basada en obtener la
felicidad consiguiendo que los demás lo
sean, en dejar el mundo en mejores
condiciones, en ayudar a aquel planeta
corrompido por una sociedad errante y
sin conciencia. La primera etapa en su
camino scout estaba a punto de
comenzar.
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Lord Baden Powell (1857-1941), fundador del Movimiento Scouts. |
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Un rumor melódico avanzaba entre los
árboles como una canción cuyos
intérpretes eran el viento, las ramas y
las hojas. La esencia del bosque estaría
presente.
El joven intentó abstraerse de la
situación, viendo desde fuera la magia
del momento como el espectador de cine
que ve la película de la que es
protagonista.
Sus padrinos de promesa se acercaron
para situarse a su lado. No había sido
una tarea ardua la elección de los
mismos. Pensó que para sellar su
compromiso, no existían mejores guías y
apoyos que la persona que nunca le
dejaría caminar solo, el amor de su
vida, y un amigo de verdad que era para
él como un tesoro por lo valioso y
difícil de encontrar. Un gesto de
complicidad de su amigo le tranquilizó
los nervios, que afloraban
ostensiblemente en todo su ser. Una
mirada infinita, llena de ternura, de su
pareja le llenó de ánimos y seguridad.
Unos acordes de guitarra rompieron el
silencio en que se hallaba el bosque.
Algunos scouts afinaban sus voces
entonando pequeños fragmentos de
melodías, que el viento incorporaba a su
etérea masa y trasladaba lejos, hasta
que se perdían por detrás de las altas
montañas.
El futuro scout no paraba de
pensar. Su mente recordaba las leyes a
las que se adscribiría, el código de
conducta que lo reconocería como miembro
del escultismo en cualquier parte del
mundo.
Ser digno de confianza era un
cometido laborioso en el mundo suspicaz
y escéptico en el que le había tocado
vivir...
Su ánimo era el arma para no rendirse
en su deber.
Estaba imbuido en sus pensamientos
hasta que un fuerte murmullo le devolvió
a la realidad. Alrededor del luminoso y
cálido fuego, los futuros hermanos
scouts iban ocupando su lugar
correspondiente para la ceremonia.
Al verlos a todos rodeándole, el
joven fue mirando uno a uno a cada
asistente y pronunciando para sus
adentros los tótems de los presentes:
panda, búfalo, oso, pantera, zorro,
lobo...
Sus ojos se alzaron buscando el cielo
por última vez.
Siempre le había atraído la
astronomía, y los paisajes que puede
deparar una noche estrellada le habían
dejado atónito en numerosas ocasiones,
como una obra de arte en la naturaleza
que no precisaba precio para
disfrutarla.
Por ello, su tótem, que era el nombre
con que sería conocido dentro del mundo
scout, no tenía que ver con
animales o plantas de la naturaleza,
sino con la grandeza de las estrellas y
las constelaciones. Por «Acuario» se le
conocería.
Intentó orientarse en aquel mapa de
pequeñas lucecitas para poder contemplar
la constelación que le daría nombre.
Su significado dignificaba aun más
los propósitos que en su labor debía
desarrollar. Derramar el agua de la
vida, la cual estaría centrada en servir
al prójimo y romper las barreras que
obstruyen la paz y el amor.
Un aullido de lobo, dulce susurro en
aquella mágica noche, coincidió con la
aparición del jefe de grupo, encargado
de dirigir la ceremonia.
El joven suspiró profundamente,
exhalando todo lo que había en su
interior y seguidamente inspiró con
fuerza, procurando atraer junto al aire
la esencia de la naturaleza, el aroma de
sus sueños, la fragancia de su ilusión.
La emoción le embargaba, relajó su
musculatura y una leve sonrisa se dibujó
en su rostro, iluminado por el fuego
cual foco alumbrando a la celebridad.
La vela de armas iba a comenzar...
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