N.º 63

SEPTIEMBRE-OCTUBRE 2009

1

GIBRALFARO

NARRATIVA BREVE

   

   

   

   

   

POR ÉL

   

Por Rosana Victoria Molero

   

   

B

lanca salía de la plaza dando grandes zancadas. Estaba enfadada y, además, se le había hecho de noche. Quería llegar cuando antes a casa y olvidarse de todo.

Al girar a la izquierda, decidió meterse por uno de los callejones, que sabía con certeza que la conducirían a casa más rápidamente.

La pequeña calle era más o menos larga e iba a dar a la principal, desierta a esas horas, de aquel pueblo.

Oyó el ruido de una moto. Se volvió, pero no vio nada.

   
     

 

No era la primera vez que pasaba por ese callejón, pero esa noche quería huir de allí como fuera.

   

No era la primera vez que pasaba por ese callejón, pero esa noche quería huir de allí como fuera. Aceleró el paso. Volvió a girarse y esta vez sí logró distinguir dos sombras.

Por fin, llegó a la calle principal, que, a pesar de todo, no le inspiró más seguridad.

A ese ritmo, todavía tardaría unos diez minutos hasta llegar a su casa.

Boom, boom. Su corazón latía alocadamente a causa del nerviosismo.

«Tal vez esas personas se dirijan al mismo sitio que yo», pensó para tranquilizarse un poco.

A pesar de todo, decidió apretar el paso. Se adentró por la calle que conducía a otra pequeña plaza que tenía una fuente en el centro, a unos siete minutos de casa. Allí había conocido a sus primeros amigos.

Boom, boom.

Se giró. Los dos hombres estaban más cerca de ella.

Boom, boom. Soledad.

Estaba completamente sola. Uno de los hombres le sonrió.

Boom, boom. Pánico.

Ésa fue la señal para que echara a correr. Los hombres salieron tras ella.

Blanca sabía que o los despistaba o terminarían alcanzándola.

Aunque corriera a mucha velocidad, ellos eran más rápidos.

Giró a la derecha bruscamente para intentar quitárselos de encima. Pero, al hacer eso, supo que había cometido un grave error: se estaba alejando de casa.

No aguantaría mucho más a esa velocidad.

Boom, boom. El corazón se le iba a salir del pecho.

Volvió a girar a la derecha y llegó a una estrecha calle que dirigía a la piscina natural, pero la encontró totalmente sola.

Se giró. Los hombres seguían detrás de ella, pero ya no sonreían: sus caras mostraban cansancio… y enfado. A pesar de no distinguir bien sus facciones, estaba segura de ello.

De pronto, oyó de nuevo la moto, y ésta fue a colocarse a su lado.

Rápidamente, Blanca reconoció los ojos azules de quien la conducía, pero esto no le hizo aminorar la marcha.

—Sube y no seas cabezota —le dijo.

Finalmente terminó cediendo. Echó un último vistazo hacia atrás y vio parados a aquellos dos hombres, pero no pudo alcanzar a verles el rostro debido a la escasa luminosidad.

—Ponte el casco —dijo Álex tajante.

Después de un breve silencio, Blanca repuso:

—No hace falta, bájame aquí —pidió—. Ya estoy a salvo.

—¿Me tomas por tonto? —espetó él—. ¿Te acabo de quitar de en medio a esos tíos para dejarte dos calles más lejos? Ni en broma.

Ella se puso el casco que él le tendía.

—Vale. Entonces llévame a casa.

—No. Primero quiero hablar contigo.

—Pero yo contigo no.

—Por favor… —imploró él con insistencia.

De pronto, Blanca cayó en la cuenta del peligro que había corrido y no tuvo más remedio que desistir. Es cierto que llevaba intentado evitar hablar con él desde lo ocurrido aquella tarde de la semana anterior, pero después de lo que acaba de pasar, no podía negarle lo que le pedía.

Se abrazó a la cintura de él y apoyó la cabeza en su espalda.

Boom, boom. Añoranza.

Lágrimas empezaron a correr por sus mejillas. ¡A saber lo que le podría haber ocurrido...!

Y a pesar del enfado entre ellos, Álex la había librado de aquellos hombres. Blanca no sabía cómo lo hacía, pero siempre estaba ahí para ayudarla.

   
     

 

 

Blanca elevó la vista hacia el cielo, un precioso manto oscuro impregnado de estrellas, mientras se abrazaba más fuerte a él.

   

La chica seguía llorando en silencio, hasta que llegaron a un descampado cubierto de un cielo de estrellas.

Ella seguía abrazada a él.

—¿Por qué lloras? —le preguntó Alex.

—Tengo miedo —susurró Blanca.

El chico se desasió de los brazos de ella y bajó la patilla de la moto. La ayudó a quitarse el casco y a que se bajara. En cuanto lo hizo, él la abrazó con todas sus fuerzas y Blanca le devolvió el abrazo.

—No tengas miedo. Yo estoy contigo, ¿vale?

Ella asintió, y dijo:

—Te he echado de menos.

A su amigo le pilló por sorpresa aquella revelación, pero respondió enseguida:

—Y yo a ti. Y no sabes hasta qué punto.

Él cerró los ojos y olió su pelo, un delicado olor a lavanda.

—¿Cómo sabías que necesitaba ayuda? Porque tu moto la oí antes de que me siguieran.

—Pensaba esperarte en la puerta de tu casa para hablar contigo —confesó él—. Cuando vi que te seguían.

La chica se estremeció.

—No te preocupes. No eran de aquí, así que lo más seguro es que no vuelvan. Aunque si quieres… podemos dar parte a la policía.

—Me sentiría más segura. Pero no vi bien sus caras —se entristeció ella.

—Yo sí. Me he quedado bien con la cara de uno de ellos —dijo ufano el chico.

Ella sonrió.

—¿Qué te hace tanta gracia? —inquirió Álex, sorprendido.

—Nada —contestó. Y luego añadió—. Gracias.

—De nada —sonrió el chico—. No sé cómo he podido estar una semana enfadado contigo. Perdóname.

Blanca elevó la vista hacia el cielo, un precioso manto oscuro impregnado de estrellas, mientras se abrazaba más fuerte a él.

   

   

 

    

Rosana Victoria Molero Martín (Málaga, 1992) cursó la Educación Primaria en el C. P. ‘Luis de Góngora’ de Málaga y los correspondientes a la ESO, en el Colegio ‘Sierra Blanca’, también de Málaga, donde, en la actualidad, estudia 2.º de Bachillerato.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año VIII. II Época. Número 63. Septiembre-Octubre 2009. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2009 Rosana Victoria Molero. © 2002-2009 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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