lanca salía de la plaza dando grandes
zancadas. Estaba enfadada y, además, se
le había hecho de noche. Quería llegar
cuando antes a casa y olvidarse de todo.
Al girar a la izquierda, decidió meterse
por uno de los callejones, que sabía con
certeza que la conducirían a casa más
rápidamente.
La pequeña calle era más o menos larga e
iba a dar a la principal, desierta a
esas horas, de aquel pueblo.
Oyó el ruido de una moto. Se volvió,
pero no vio nada.
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No
era la primera vez que pasaba
por ese callejón, pero esa noche
quería huir de allí como fuera. |
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No era la primera vez que pasaba por ese
callejón, pero esa noche quería huir de
allí como fuera. Aceleró el paso. Volvió
a girarse y esta vez sí logró distinguir
dos sombras.
Por fin, llegó a la calle principal,
que, a pesar de todo, no le inspiró más
seguridad.
A ese ritmo, todavía tardaría unos diez
minutos hasta llegar a su casa.
Boom, boom.
Su corazón latía alocadamente a causa
del nerviosismo.
«Tal vez esas
personas se dirijan al mismo sitio que
yo», pensó para tranquilizarse un poco.
A pesar de todo, decidió apretar el
paso. Se adentró por la calle que
conducía a otra pequeña plaza que tenía
una fuente en el centro, a unos siete
minutos de casa. Allí había conocido a
sus primeros amigos.
Boom, boom.
Se giró. Los dos hombres estaban más
cerca de ella.
Boom, boom.
Soledad.
Estaba completamente sola. Uno de los
hombres le sonrió.
Boom, boom.
Pánico.
Ésa fue la señal para que echara a
correr. Los hombres salieron tras ella.
Blanca sabía que o los despistaba o
terminarían alcanzándola.
Aunque corriera a mucha velocidad, ellos
eran más rápidos.
Giró a la derecha bruscamente para
intentar quitárselos de encima. Pero, al
hacer eso, supo que había cometido un
grave error: se estaba alejando de casa.
No aguantaría mucho más a esa velocidad.
Boom, boom.
El corazón se le iba a salir del pecho.
Volvió a girar a la derecha y llegó a
una estrecha calle que dirigía a la
piscina natural, pero la encontró totalmente
sola.
Se giró. Los hombres seguían detrás de
ella, pero ya no sonreían: sus caras
mostraban cansancio… y enfado. A pesar
de no distinguir bien sus facciones,
estaba segura de ello.
De pronto, oyó de nuevo la moto, y ésta
fue a colocarse a su lado.
Rápidamente, Blanca reconoció los ojos
azules de quien la conducía, pero esto
no le hizo aminorar la marcha.
—Sube y no seas cabezota —le dijo.
Finalmente terminó cediendo. Echó un
último vistazo hacia atrás y vio parados
a aquellos dos hombres, pero no pudo
alcanzar a verles el rostro debido a la
escasa luminosidad.
—Ponte el casco —dijo Álex tajante.
Después de un breve silencio, Blanca
repuso:
—No hace falta, bájame aquí —pidió—. Ya
estoy a salvo.
—¿Me tomas por tonto? —espetó él—. ¿Te
acabo de quitar de en medio a esos tíos
para dejarte dos calles más lejos? Ni en
broma.
Ella se puso el casco que él le tendía.
—Vale. Entonces llévame a casa.
—No. Primero quiero hablar contigo.
—Pero yo contigo no.
—Por favor… —imploró él con insistencia.
De pronto, Blanca cayó en la cuenta del
peligro que había corrido y no tuvo más
remedio que desistir. Es cierto que
llevaba intentado evitar hablar con él
desde lo ocurrido aquella tarde de la
semana anterior, pero después de lo que
acaba de pasar, no podía negarle lo que
le pedía.
Se abrazó a la cintura de él y apoyó la
cabeza en su espalda.
Boom, boom.
Añoranza.
Lágrimas empezaron a correr por sus
mejillas. ¡A saber lo que le podría
haber ocurrido...!
Y a pesar del enfado entre ellos, Álex la había librado de aquellos hombres.
Blanca no sabía cómo lo hacía, pero
siempre estaba ahí para ayudarla.
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Blanca elevó la vista hacia el cielo, un
precioso manto oscuro impregnado de
estrellas, mientras se abrazaba más
fuerte a él. |
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La chica seguía llorando en silencio,
hasta que llegaron a un descampado
cubierto de un cielo de estrellas.
Ella seguía abrazada a él.
—¿Por qué lloras? —le preguntó Alex.
—Tengo miedo —susurró Blanca.
El chico se desasió de los brazos de
ella y bajó la patilla de la moto. La
ayudó a quitarse el casco y a que se
bajara. En cuanto lo hizo, él la abrazó
con todas sus fuerzas y Blanca le
devolvió el abrazo.
—No tengas miedo. Yo estoy contigo,
¿vale?
Ella asintió, y dijo:
—Te he echado de menos.
A su amigo le pilló por sorpresa aquella
revelación, pero respondió enseguida:
—Y yo a ti. Y no sabes hasta qué punto.
Él cerró los ojos y olió su pelo, un
delicado olor a lavanda.
—¿Cómo sabías que necesitaba ayuda?
Porque tu moto la oí antes de que me
siguieran.
—Pensaba esperarte en la puerta de tu
casa para hablar contigo —confesó él—.
Cuando vi que te seguían.
La chica se estremeció.
—No te preocupes. No eran de aquí, así
que lo más seguro es que no vuelvan.
Aunque si quieres… podemos dar parte a
la policía.
—Me sentiría más segura. Pero no vi bien
sus caras —se entristeció ella.
—Yo sí. Me he quedado bien con la cara
de uno de ellos —dijo ufano el chico.
Ella sonrió.
—¿Qué te hace tanta gracia? —inquirió
Álex, sorprendido.
—Nada —contestó. Y luego añadió—.
Gracias.
—De nada —sonrió el chico—. No sé cómo
he podido estar una semana enfadado
contigo. Perdóname.
Blanca elevó la vista hacia el cielo, un
precioso manto oscuro impregnado de
estrellas, mientras se abrazaba más
fuerte a él. |