ra una noche tórrida de agosto, de
esas que te privan de conciliar el
sueño. La ventana abierta dejaba oír los
ladridos inquietos y exigentes de los
perros de parcelas cercanas. Los
bólidos, con su música insistente y
machacona, parecían volar en el asfalto.
Violeta sabía que tenía que dormir,
pero su cuerpo no obedecía las órdenes
de su cerebro. El sonido de las aves de
la noche le hacía meditar perdidamente.
En el exterior, una falsa brisa removía
a su antojo las hojas del suelo. El tic-tac
del reloj de la mesilla retumbaba en su
cabeza como si fuera el encargado de
mantenerla en vela. De repente, sintió
un escalofrío y, llena de pavor, y como
un acto reflejo absurdo, se arropó
rápidamente hasta el cuello, sintiéndose
así protegida ante cualquier peligro o
amenaza. En este instante, la envolvió
un silencio tan incómodo que se asustó
de poder oír su propia respiración.
A la mañana siguiente, despertó con
una melodía misteriosa que no paraba de
tararear internamente, por lo que,
decidida, se sentó al piano para hacerla
sonar. Por más que la tocaba, no sabía
dónde la había oído antes, pero le
transmitía una energía muy positiva. Se
le ocurrió dar un paseo por los jardines
de su mansión, para tomar el aire fresco
de la mañana y así poder pensar con
claridad.
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Nos encontramos en París, la
ciudad del amor, en la cual se
encuentra un hombre sentado en
la terraza de un bar. |
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Todos alguna vez hemos tenido la
sensación de que la vida nos oculta,
celosa, secretos y misterios para poner
a prueba nuestra habilidad de
detectives, y también, para generar en
nosotros un sentimiento de angustia y
frustración al creernos pequeños e
insignificantes en el universo. A menudo
nos remontamos a situaciones vividas con
anterioridad, sintiendo un abismo en
nuestras entrañas, y una ansiedad de no
poder recordar en qué momento del pasado
vivimos lo ahora revivido por un
instante. Nos viene a la mente,
irremediablemente, la idea del déjà
vu. Violeta tenía esta sensación, y
eso la atormentaba y, a la vez, le
intrigaba y la llenaba de curiosidad.
Hasta ahora, dejaba estos momentos
pasar, no dándoles importancia. Pero
esta vez se propuso indagar para
encontrar respuestas al respecto. Llegó
a la conclusión de que, por un lado,
debía partir de cero en lo más profundo
de su memoria y, por otro, obtener
información de las personas que habían
formado y formaban parte de su vida, y,
también, pensar en los lugares en lo que
había estado y de los que guardaba un
buen recuerdo.
Regresó a casa, donde se encontraba
su marido trabajando en el despacho. Le
contó lo sucedido desde la noche
anterior, y le preguntó si conocía la
melodía, a lo cual éste le respondió que
no la había oído nunca. Le recomendó que
no se obsesionara con lo ocurrido, y que
se centrara en prepararse para sus
conciertos de piano de la nueva
temporada. Violeta agradeció el prudente
consejo de su esposo, pero, por otro
lado, le dolía no contar con su apoyo
para resolver este nuevo reto.
Como excelente pianista reconocida a
nivel internacional, se dispuso a
comenzar con sus ensayos frente al
piano, como hacía cada día. Fue durante
la interpretación de la simpática
Rapsodia Húngara N.º 2, de Franz
Liszt, cuando su mente hizo un recorrido
por los momentos felices de su vida a
modo de fotogramas de cine. Pudo
rememorar con nitidez los juegos de su
infancia, las grandiosas fiestas a las
que acudía con vestidos pomposos
elegidos cuidadosamente para cada
ocasión, los viajes a infinitud de
países acompañando a su madre, Valeria
Chantal, prestigiosa pianista, en sus
giras mundiales; y su enlace con
Jean-François, el amor de su vida, a
quien conoció en Francia, en uno de los
viajes que hizo junto a su madre.
Este bonito e idílico romance fue muy
sonado y comentado por los medios de
comunicación en su momento, dada la
situación de popularidad que había
adquirido a través de su progenitora.
Incluso un célebre escritor, Jorge
Ayala, fiel admirador de nuestra
pianista Violeta Faus, dedicaría, años
más tarde, uno de los pasajes de la
biografía escrita como homenaje a la
artista, a desentrañar todos los
detalles del nacimiento de esta historia
de amor: «Nos encontramos en París, la
ciudad del amor, en la cual se encuentra
un hombre sentado en la terraza de un
bar. En un determinado momento levanta
su mirada del libro y ve a lo lejos a
una bella mujer, de la cual se enamora a
primera vista. Ella, que se encuentra
distraída contemplando las hermosas
vistas a la ciudad desde un balcón, no
se ha percatado de la presencia de su
nuevo admirador... [...]».
El recuerdo de todos esos momentos le
había robado una sonrisa, pero no le
había revelado el origen de la
misteriosa melodía.
Continuó su ensayo con el melancólico
Nocturno N.º 19 en Mi Menor, de
Chopin, para ver si así lograba recordar
algo más. Pero fue inútil. Sólo le
sirvió para que por sus rosadas mejillas
rodaran lágrimas tan saladas como el
mar. Sentimientos de nostalgia y
añoranza por tiempos pasados se
apoderaron de ella de inmediato.
En su aflicción, decidió dar paso a
la Danza Española N.º 5, de
Granados, lo que sólo contribuyó a
acrecentar su desesperación. Bajó
bruscamente la tapa del piano y corrió
despavorida por los pasillos. Ya en el
exterior, fuera de lo que en aquellos
momentos le parecía una prisión, tomó
aire profundamente, como si se tratara
de la última vez que respiraría en su
vida, tal como lo haría un buceador
principiante…
Recapacitó por un momento y decidió
entrar de nuevo a la casa para terminar
el ensayo con el Bolero, de
Ravel, creyendo que, al ser una pieza
más alegre, le evocaría sentimientos
positivos. Mientras acariciaba las
teclas del piano con esta obra maestra,
se le ocurrió que podría sorprender en
la gala de apertura de la gira con la
misteriosa melodía que rondaba en su
cabeza, por lo que se la preparó
concienzudamente para no cometer ningún
error, proporcionándole matices propios,
adquiridos de su experiencia como
pianista, que la embellecían aún más y
la hacían más enigmática.
No faltaba el más mínimo detalle en
tan solemne acto. Las autoridades y
personalidades más ilustres, como en
todos estos casos, no podían faltar, ni
mucho menos ser relegadas a butacas que
estuvieran en segundo plano.
Violeta Faus había invitado a la
ceremonia a los mejores pianistas del
momento, entre ellos a sus amigos Felipe
Campuzano y Richard Clayderman, para que
engrandecieran el acto con la
interpretación de sus conocidas piezas.
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Llegó un
momento en que creyó estar sola, sin
cientos de ojos que la estuviesen
observando. Incluso, era capaz de
encontrar cada tecla intuitivamente,
prescindiendo del sentido de la vista.
Por primera vez, estaba tocando con el
alma...
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Como anfitriona, subió la
interminable escalinata hacia el
escenario con suma parsimonia; por un
lado, para hacerse rogar y que los
aplausos se prolongasen, y, por otro,
para no tropezar con el vestido de gala.
El acontecimiento fue un éxito
rotundo. Violeta reservó para el final
la presentación de la misteriosa
melodía, para cerrar con broche de oro
la mágica noche.
Mientras daba vida a tan singular
sinfonía, se vio inmersa en una nebulosa
de recuerdos. Llegó un momento en que
creyó estar sola, sin cientos de ojos
que la estuviesen observando. Incluso,
era capaz de encontrar cada tecla
intuitivamente, prescindiendo del
sentido de la vista. Por primera vez,
estaba tocando con el alma...
De pronto, se sentía muy cómoda,
parecía flotar en la atmósfera cálida y
protectora que la envolvía. Estaba
deleitándose con aquella música
compuesta por su madre en honor a su
padre, la cual tocaba cada día para
demostrarle su amor. En este caso, se
ponían de manifiesto aquellas
investigaciones que afirman que los
fetos perciben sonidos a partir del
quinto mes de gestación. Al poco tiempo
de venir al mundo, Violeta no volvería a
oír más aquella melodía, puesto que su
padre no pudo seguir luchando contra la
amarga enfermedad que arrastraba desde
hacía unos años.
Ahora, Violeta Faus lo veía todo
claro. Comprendía los momentos difíciles
y de depresión por los que había pasado
su madre, y el motivo por el que había
dejado en el olvido aquella canción, y
es que cualquier recuerdo relacionado
con su esposo la desestabilizaba. Era
una mujer muy frágil… muy sensible y muy
frágil. Valeria Chantal era una pianista
que, como se dice de los artistas, se
caracterizaba por su personalidad
bohemia y su sensibilidad extrema.
Un estrepitoso y rotundo aplauso la
despertó de aquella hipnosis momentánea,
haciéndola rebotar del asiento. Estaba
orgullosa y satisfecha. Además de
comenzar con éxito su gira, había
logrado descifrar un importante y
enigmático pasaje de su vida. ¿Cuál
sería su siguiente déjà vu?
*Relato galardonado en la Categoría A
(Local) en el XXV Certamen Literario de
Narración Corta “Jorge Guillén” 2008,
celebrado Torrox (Málaga). |