N.º 65

ENERO-FEBRERO 2010

3

    

    

   

   

   

   

   

SOMBRAS

   

Por  Enrique Martínez Llenas

   

   

E

l sol, nuevamente herido de muerte, se ocultaba avergonzado bajo el horizonte, tiñendo de rojo el cielo con su sangre. No muy lejos, la luna, todavía pálida y desdibujada, comenzaba su periplo habitual, acompañada por un viento brusco, seco y arrogante, que hacía crujir las coyunturas de la vieja casa de madera dentro de la cual ella, sentada en la penumbra del ocaso, miraba sin ver la botella de ginebra que descansaba sobre la rayada y vetusta mesa de madera del comedor.

De pronto, se inquietó, y miró rápidamente hacia los lados. «Otra vez», pensó, sin poder saber con certeza si la sombra era real o un producto de su imaginación, desbordada por la soledad y el hastío desde la reciente muerte de él. Sí, de él, que la había dejado huérfana de compañía para siempre, huyendo de la vida como el cobarde que siempre había sido; eso sí, muy macho para pegarle a ella, para insultarla y basurearla sin piedad durante muchos inolvidables años. Y sin embargo, aún con remordimiento por su alegría ante la muerte de él, ella sabía que lo necesitaba, que nada volvería a ser lo mismo.

    
     

 

Más tarde, la vio correr apresurada y furtiva, para esconderse cuando ella abría la puerta, al volver del mercado o de la panadería. No lograba definirla con nitidez: era como una idea fugaz, como un pensamiento indefinido que quiere brotar y no puede.

    

Se interrumpió nuevamente; el veloz y casi imperceptible movimiento a su alrededor la sacó de sus negros pensamientos por segunda vez. Había comenzado a aparecer, creía sin seguridad, a los pocos días de la muerte de él, cuando, ya sola, volvió a la casa después de pasar una semana en el hospital acompañándolo en su agonía, desgarrada por la culpa ante lo que había hecho. Claro que fue a petición de él, pero eso no la absolvía; podía haberse negado escudándose en los consejos del médico, que le había prohibido terminantemente el alcohol. Pero fue débil, o cómplice, según como se lo quiera ver.

«Ve al mercado y tráeme dos botellas de ginebra de la que me gusta. Estoy harto de esta vida de parásito. Si me revientan las tripas, mejor. No aguanto más», le había dicho. Ella, mansa, las compró y se las trajo. No llegó a tomar más que la primera, porque, en menos de media hora, un terrible vómito de sangre lo arrojó al suelo hecho un guiñapo gimoteando, y ya nunca despertó. Pasó una semana en coma en el hospital hasta que se fue.

La sombra apareció al poco, como su culpa, haciendo crujir las tablas del piso de madera justo por debajo de donde se había filtrado la sangre de él. Luego, comenzaron los ruidos de arañazos en los tabiques del baño y la cocina. Más tarde, la vio correr apresurada y furtiva, para esconderse cuando ella abría la puerta, al volver del mercado o de la panadería. No lograba definirla con nitidez: era como una idea fugaz, como un pensamiento indefinido que quiere brotar y no puede. Hasta llegó a fingir estar dormida para tentarla a salir, pero la muy astuta no se dejó engañar: se presentó sólo cuando ella se despertó por la mañana, en el momento de emerger de la bruma de las pesadillas, y se le escapó, como siempre. Y así, día tras día, jugando a las escondidas y de sufriendo por la ausencia de quien creía odiar.

Tomó la botella de ginebra que aún quedaba y la destapó. No pensaba beberla, el olor la asqueaba y le traía malos recuerdos y remordimientos. «Cómo pudiste matarte con ésta porquería, estúpido», pensó, en la penumbra de la sala, mientras se levantaba y, lentamente, con circunspección y casi devoción, comenzaba a mojar con la bebida las desteñidas cortinas, la tela raída del único sillón que tenía, sus propias ropas y, por fin, las tablas de donde había brotado ella, la mala sombra que la acompañaba y torturaba con su silencio en los inútiles días pasados desde la muerte de él.

Después, encendió por fin el fósforo y lentamente lo acercó al charco sobre las tablas del piso.

  

  

  

*Publicado en la selección de autores noveles, titulada Manos que cuentan, Ed. Dunken, Argentina, 2009.

   

   

 

Enrique J. Martínez Llenas, argentino de origen y con nacionalidad también española, ejerce la Medicina en Valencia desde el año 2002. Ha comenzado muy recientemente a escribir de forma autodidacta y para dar rienda suelta a su imaginación, y ha descubierto en esa actividad lo que necesitaba para continuar su desarrollo personal hacia el futuro.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año IX. II Época. Número 65. Enero-Febrero 2010. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2010 Enrique J. Martínez Llenas. © 2002-2010 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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