abían pasado los meses. No muchos. Los
necesarios para poder mirar a otro mundo
a través de una mágica ventana. Y es que
a veces se sentía un poco bruja en este
sentido. Parecía que se iba a subir
encima de su escoba y volar. Volar por
encima de la ciudad, de la gente, de sus
pensamientos y, lo que era mejor de
todo, no tener miedo a nada. Claro que
eso de no tener miedo a nada es muy
fácil decirlo, pero ella hoy se sentía
así. Orgullosa de su «sin miedo» y
dispuesta a dejarse llevar más allá del
destino que tenía marcado hace tanto
tiempo. Impuesto por sus ya «no miedos»
y que ahora sólo eran fugaces estelas
dispersas en el haz que dejaba su
escoba.
El día de la revelación quedaba ya
lejos, y ahora sólo le quedaba el
recuerdo amargo de todas las cosas que
tuvo que perder a cambio. Pero esos
recuerdos eran envolventes y se
difuminaban en un cálido y al principio
espeso aura que la acompañaba durante
sus viajes hacia su inhóspito pasado.
Era la hora del cambio, y el aquelarre
estaba a punto de comenzar. Tan sólo era
necesario preparar la ceremonia como se
merecía. Todo lo que la rodeaba aquel
día era auspicioso. Todo, pero aún le
faltaba algo sin ella saberlo. Ese
brillo centelleante que dejan algunas
brujas cuando no se detienen. El suyo
todavía era tenue y opalino, diría yo. Y
es que de estelas está el mundo lleno,
pero hay algunas que no se olvidan y la
suya iba a ser memorable algún día.
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Era la hora del cambio, y el
aquelarre estaba a punto de
comenzar.
("El aquelarre",
óleo de Francisco de Goya.) |
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Desde el día de la revelación, así
estaba designado. Había cambiado y, con
ella, su mundo mágico. Alguien se había
atrevido a revelar su otra historia y
ahora el mundo se rebelaba contra ese
alguien. Pero eso había sido su válvula
de escape. Los barrotes de su celda se
rompieron aquel día y entonces fue hora
de enfrentarse al mundo. Al principio,
fue difícil saltar. ¿Saltar o volar?
Ella decidió volar. No era el momento de
andarse con chiquitas. Era la hora de
renacer, como el ave Fénix, pero, en vez
de sus cenizas, de su estela de humo,
densa, convirtiéndose en estela
brillante y mágica.
Aprender a volar no es fácil. Pero luego
es como todo, como andar en bici,
o nadar. Todo es cuestión de empezar y
soltarse, pero claro… ¡no de la escoba!
Aún había instantes en los que sentía
miedo. Miraba hacia atrás y sentía la
necesidad de aferrarse de nuevo a esas
cadenas que tanto tiempo la apresaron.
Pero, por otro lado, pensaba que ser
bruja tampoco le disgustaba. Estaba
claro que era su destino, aunque ella lo
había ignorado durante tanto tiempo.
Así pues, se decidió a transformarse
desde fuera. El aspecto era importante
en una bruja, y, además, ella quería ser
una moderna. La moda era importante y,
la verdad, no sabía mucho de las últimas
tendencias en la moda mística, y las
pasarelas de estos personajes estaban
en otras esferas, hasta ahora,
desconocidas para ella.
Una amiga le regaló el sombrero. La
verdad que lo agradeció. No por el hecho
en sí ―esto era un detalle, sin duda―,
sino porque no hubiese sabido cuál era
el adecuado para ella. Pero su amiga sí
que sabía. Sabía qué estilo era el
apropiado para cada ocasión y, desde
luego, sabía qué sombrero le conferiría
personalidad. Ahora ya sería otra cosa.
No era muy grande porque, para empezar a
volar, es mejor con uno mediano. Además,
hay lugares en los que siempre tocas con
la punta del sombrero en algún sitio y,
para evitar esto, hay que tener
experiencia. No queda muy bien que una
bruja llegue a un sitio y choque con el
sombrero en el techo, o se le doble la
punta, o se caiga al suelo… ¡Qué mala
señal! Eso había que evitarlo, no era
muy glamoroso, y eso, su amiga, ya bruja
desde hace más tiempo, lo sabía muy
bien.
Pero, además, es que el sombrero era
bastante especial. Servía para todas las
ocasiones, las más y las menos formales.
Sin duda, su amiga sabía que siempre iba
de un lado a otro con prisa y no tenía
tiempo de cambiarlo, de modo que le
eligió uno trivial. Servía lo mismo para
el día que para la noche. Porque era
negro, claro. Pero también quedaba bien
con ropa informal, por si llevaba la
falda corta, que eso, en las brujas
jóvenes de ahora, queda muy bien. Y,
para las ocasiones especiales, llevaba
un pequeño tul negro que colgaba desde
la punta y cubría unas pequeñas
estrellas plateadas alrededor de la
copa. Para los vuelos largos y de gran
velocidad, tenía un seguro de viaje. Se
sujetaba con dos cintas al cuello de
brillantes lentejuelas negras, el estilo
nunca estaba de más. El tul negro le
concedía además una elegancia, graciosa
por otro lado, ya que, en los tiempos
que corren, las brujas suelen buscarse
atuendos más despreocupados. Pero ella
está conformando su estilo y, poco a
poco, iba consiguiendo que, además,
fuese bastante peculiar.
Era ya más de mediodía cuando decidió
salir a la calle para experimentar cómo
era ser bruja por el día. Siempre había
pensado que las brujas sólo salían por
las noches. Los fantásticos aquelarres
que todos conocen.
Y diría yo que poco más pensaba ella que
hacían los seres mágicos como ella.
Nunca habría imaginado que las brujas
también tienen una vida diurna. Casi
normal. Pero ¿qué hacen en su vida
cotidiana? Esto era algo que poco a poco
iba a tener que comprobar, porque ahora
ya no había vuelta atrás. El vuelo había
comenzado y con él su vida había dado un
giro de ciento ochenta grados.
Iba caminando por la calle embelesada en
sus pensamientos. No podía parecer
normal, se decía. Y es que estaba segura
de que todo el mundo notaría el cambio.
Una no se hacía bruja de la noche a la
mañana y, de todos modos, no es
frecuente ver, en los tiempos que
corren, una brujita como ella. Así, como
si nada, y como si fuese de lo más
normal.
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Así pues, se decidió a
transformarse desde fuera.
El aspecto era impor-tante
en una bruja, y, además,
ella quería ser una moderna.
La moda era importante. |
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Las últimas tendencias en el gremio
hacen que cada vez sean más los brujos y
brujas que se retiren a vivir solitarios
en algún pueblecito aislado. Son esos
personajes de los que todo el pueblo
dice que son raros, que salen poco y que
parecen tan absortos en su mundo que
viven distraídos dentro de él. Y es que
la gente dice que tiene que haber de
todo, pero lo que no saben es que en
este todo también entran incluidos
brujas y magos y algún que otro duende,
que todavía no ha emigrado. Porque ¡hay
que ver cómo está hoy en día el
alojamiento en las ciudades…! Con los
nuevos planes urbanísticos ya no dejan
ni una sola buhardilla ni azotea libre
para habitar. Son viejas y
destartaladas, sí, pero desde luego que
son un buen lugar para que una bruja
pueda vislumbrar toda la ciudad y, sin
ser constantemente observada, puede
hacer una vida, dentro de lo que su
rango conlleva, más o menos cómoda.
Tendría que comprarse también unos
zapatos, cómodos, para poder volar con
su escoba sin tener demasiados
impedimentos. Pero cuando llegó al
centro comercial, se dio cuenta de que
este año ya no se llevaban los zapatos
de punta. «¡Es una pena! —se dijo—.
Ahora ya no estaré a la moda». Pero
enseguida se dio cuenta de que lo que
necesitaba eran unas botas. Unas botas
de punta con un poquito de tacón. Así
estaría a la última en todos los
ámbitos, brujales y no.
Después de pasarse por las últimas
tiendas donde podría encontrar prendas
para su nuevo atuendo, se dio cuenta de
que no le iba a resultar tan difícil eso
de camuflarse en la vida cosmopolita de
su ciudad. Resulta que muchas de las
jovencitas de las colas de las más
famosas tiendas de ropa casual,
llevaban en sus manos prendas que ella
misma se pondría para el más elegante
evento brujil. Era una suerte poder
encontrar tanta variedad de ropa en una
sociedad actual. Antiguamente, y según
le habían comentado otras brujas más
viejas, la ropa pasaba de generación en
generación de brujas. Se compraban en
mercados de segunda mano, donde, por
cierto, se podían encontrar los más
variados ingredientes para pócimas
especiales, así como mascotas y otros
instrumentos indispensables para estas
personas que practicaban las más
extravagantes ciencias ocultas.
Ella todavía no conocía ninguno de estos
mercados, pero estaba deseando
descubrirlos. Lo difícil era
encontrarlos, ya que, evidentemente, no
estaban a la vista de la gente mundana
y, por supuesto, también las fechas eran
concretas, según el calendario lunar,
tengo entendido. Tendría que quedar con
su más íntima amiga para recorrerlos por
completo. Era necesario que conociese a
los mercaderes que, a partir de ahora,
le suministrarían tantas cosas
necesarias para sus quehaceres
habituales. Aunque esto no lo tenía
todavía muy claro. A qué iba a dedicar
su jornada laboral a partir de ahora era
algo que desconocía. «Ya te llegará la
inspiración», le dijeron. Pero eso era
algo que ella todavía no sabía. No sabía
que su destino estaba escrito desde hace
mucho tiempo. Sólo fue cuestión de
desprenderse de viejas costumbres y
dejarse llevar por las sensaciones
mágicas que venía teniendo desde hace
tiempo.
Está claro que una bruja no se hace.
Nace. Y ella siempre había tenido la
sensación de que era especial. No eran
sentimientos banales. Lo único que
ocurría es que hasta ahora su vida había
sido tan sólo un prólogo de lo que sería
en adelante. Una preparación para
conocer su místico futuro. Porque poco a
poco se daría cuenta de que todo en su
vida iba a estar interrelacionado. El
pasado con el presente y más tarde o más
temprano también lo estaría también con
el futuro.
Pero hoy quería olvidar. Había comenzado
una nueva etapa y de ella quería
aprender. Aprender todo lo necesario
para hacer las cosas bien. Con la magia,
no puede una andar bromeando. Era
cuestión de concentrarse al máximo.
Tendría que aprender a ser menos
despistada. Si es que esto era posible.
Tal vez hubiese algún conjuro para esto.
Pero de pronto se acordó de que era una
de las primeras normas que había
recibido. No podría utilizar los
conjuros para su propio beneficio.
«¡Bueno! —pensó—; de todos modos, una ya
está acostumbrada a superar las
dificultades». Y de nuevo se lo tomó
como otro reto más.
Pero aquellos recuerdos de su vida
pasada emergían cada vez más en su
mente. No podía imaginar cómo sería
capaz de romper con todo y comenzar de
nuevo otra vida totalmente distinta.
Estaba claro que últimamente sus
pensamientos declinaban hacia algo que
ella no sabía exactamente lo que era.
Una tristeza enorme se había apoderado
se su corazón, hasta el punto de que un
día se dio cuenta de que ya no sabía ni
siquiera sonreír. Aquellos recuerdos
evocadores de vivencias hondas e
imborrables hacían que se diese cuenta
de que estaba a punto de caer de nuevo
en el mismo abismo. Entonces, levantaba
altiva la cabeza, hacía como si se
acordase de algo para ella importante y
transmutaba los oscuros recuerdos en
etéreas sensaciones banales, a la vez
que, para quitarle importancia, movía su
melena al viento.
Cuando llegó de nuevo a casa, se sentó
agotada en el sofá. No sabía que se
podía llegar a gastar tanta energía en
planificar una nueva existencia. De
pronto, se acordó de algo importante que
hasta el momento no había pensado. Ahora
tendría también que elegir un nuevo
nombre. Una no podría introducirse en
esas Mágicas Artes con un nombre que no
dijese nada. Así pues, no había más que
hablar.
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Una estela brillante surcó
el cielo. Algunas de las
lentejuelas de su sombrero
caían sobre el éter
anochecido y se mezclaban
con las chispeantes gotas de
agua que caían sobre la
ciudad. |
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El resto de la tarde lo dedicó a
buscarse un nuevo nombre que realmente
dijese algo, pero algo de sí misma.
Pensó en nombres de piedras, de
planetas, de estrellas, incluso de
constelaciones. Pero eso era demasiado
nada para ella. Ahora que había
cambiado, no quería ser tan fría. Quería
un nombre que, al pronunciarlo,
embriagase más dulzura. Los tiempos
banales ya habían pasado. Pensó en
llamarse Lavinia. Era un nombre que
siempre le había gustado. Pero también
era demasiado normal. No decía mucho.
Sí, sonaba dulce al pronunciarlo, pero
quería algo que le otorgase más
personalidad.
Pensó en algo que realmente le gustase.
Algo que transmitiese de ella lo que
era, y pensó en la Luna. ¡Eso era! Pero
no se podía llamar Luna a secas. Era un
nombre demasiado común para una bruja
con su nueva personalidad. Sería la luna
de quién la buscase. Por eso, decidió
llamarse Miluna. Era un nombre que
realmente le pegaba.
Quería ser alguien para los demás y
estaba claro que ahora sí le decía algo
«Mi-Luna». Sería para aquellos que la
encontrasen y que la estuviesen buscando
su mejor día, y ella, Miluna, su mejor
compañía. Como lo es la Luna de todos
aquellos que la sueñan y la buscan.
Ahora, Miluna podía estar tranquila. Ya
tenía casi todo lo que necesitaba. Su
nuevo nombre, su nuevo atuendo de bruja
y su nuevo yo.
Habían pasado las horas y se dio cuenta
de que ya casi anochecía. No esperó más.
Era el momento. Debía contárselo a su
mejor amiga, que le había ayudado a
descifrar su secreto. Miluna cogió su
escoba y se fue volando. Era su primer
vuelo. Era su primera noche de bruja y,
por fin, sabía quién era realmente.
Una estela brillante surcó el cielo.
Algunas de las lentejuelas de su
sombrero caían sobre el éter anochecido
y se mezclaban con las chispeantes gotas
de agua que caían sobre la ciudad. Al
verlas dispersarse, parecían pequeños
copos de nieve que anuncian la llegada
del invierno. Miluna estaba eufórica.
Con su nueva vida, había comenzado su
gran sueño.
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