I
ra invierno.
Era invierno
y llovía. Yo
miraba tras
mi ventana a
la calle
desde una
habitación
alumbrada
por la tenue
luz de un
flexo. Se
reflejaba mi
rostro en un
cristal
mojado y con
vaho. Estaba
todo en
silencio,
sólo se
escuchaban
las gotas de
lluvia
chocar
contra el
suelo y el
agua fluir
calle abajo.
Yo tenía la
mente en
blanco, pues
estaba
inmerso en
la lluvia,
era parte de
ella y me
sentía por
dentro igual
que la
ciudad esa
noche:
vacío.
En un
instante, mi
mente cambió
de color y
de forma, y
dibujó una
silueta que
se reflejó
también en
el cristal.
No había
nadie más
que yo, pero
ella vivía
conmigo. En
ese momento,
comenzó a
llover más
fuerte y yo
sentía cómo
el frío
penetraba ya
en mi
cuerpo.
Sabía que la
causa era
ella, por
eso no me
abrigué, y
seguí
tiritando el
resto de la
noche.
Amanecí
junto a
ella, pero
no la besé.
Tan rápido
como abrí
los ojos, ya
no estaba
allí. Cada
noche dormía
conmigo, la
podía ver,
tocar,
besar… pero
al
despertar,
huía de mí,
y yo volvía
al mundo
real.
II
Cuando
conseguí
evadirme de
mis propios
pensamientos,
estaba ya
montado en
mi coche, de
camino al
trabajo. El
tráfico era
denso, al
igual que la
niebla; no
había parado
de llover
desde anoche
y yo me
distraía con
el zigzag
del
limpiaparabrisas,
pero
mantenía la
mirada en el
infinito.
Trabajaba en
un periódico
local, era
un
periodista
fracasado y
sin futuro.
Me incliné
por esta
profesión
por mi amor
a las
letras: me
encanta
escribir.
Encontraba
en los
libros la
única manera
de evadirme
del mundo
que me rodea
y calmar, al
mismo
tiempo, a
una mente
inquieta que
soñaba con
múltiples
realidades
paralelas.
Pero mis
sueños se
vieron
interrumpidos
al intentar
plasmarlos
en mi propia
novela: una
historia de
amor
inacabada
que jamás
conseguí
retomar.
—Buenos días
—dije al
entrar.
—No tan
buenos, hoy
ha habido un
accidente
múltiple a
causa de la
lluvia y la
niebla en la
A-7, a la
altura de
Guadalmar.
Ha habido un
par de
heridos
graves, y
quiero que
escribas
sobre ello y
no te
duermas que
vamos hoy
con prisa,
hay mucho
trabajo.
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Trabajaba en un periódico local, era un periodista fracasado y sin futuro. Me incliné por esta profesión por mi amor a las letras: me encanta escribir. |
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Rara vez me
asignaban
una noticia
importante,
y jamás una
en primera
página.
Sinceramente,
no estaba
contento con
mi trabajo y
me parecía
monótono
todo lo que
hacía,
necesitaba
un cambio,
una nueva
vida. Estaba
anclado en
mi mundo y
quería
volar,
conocer las
estrellas.
Mientras
escribía
sobre
accidentes,
heridos,
ambulancias
y carreteras
colapsadas,
se me vino a
la cabeza la
imagen de un
viaje. Así
podría
despejarme
un tiempo y
cambiar de
aires, tomar
el rumbo de
mi vida al
volante,
conocer
sitios
nuevos,
retomar la
novela que
nunca
acabé.
Incluso,
quizás me
esperancé
con la idea
de volver a
verla. Había
pasado tanto
tiempo…
—No —pensé—,
ella seguro
que ya no me
recuerda.
Nos
prometimos
el futuro un
tiempo
atrás, pero
el azar
logró
separarnos.
Yo ahora
pensaba en
unir lo que
el destino
dejó a
medias. Era
una decisión
demasiado
arriesgada,
pero
necesitaba a
mi musa a mi
lado para
completar mi
vida. Decidí
pensar sobre
ello más
adelante,
tenía que
trabajar.
Cuando volví
a casa
seguía aún
pensando en
mi viaje;
aunque
quizás sólo
pensara en
ella. Me
tumbé en la
cama sin
deshacerla y
miré hacia
la ventana,
el cielo
seguía gris,
pero ya no
llovía, un
rayo de sol
se abría
paso entre
las nubes
como un hilo
de esperanza
sobre un
mundo
atormentado,
el primer
rayo de luz
después de
dos días
grises. Es
la calma
tras la
tormenta,
pensé, pero
quizás no me
refería al
tiempo;
puede que
sólo pensara
en ella.
III
Era verano,
mi primer
verano como
periodista.
Acababa de
terminar la
carrera y no
cabía en mí
de la
alegría. Un
halo de
esperanza me
envolvía.
Soñaba
despierto
con el
futuro y no
podía
remediar que
mis labios
dibujaran
una inocente
sonrisa al
hacerlo.
Había echado
currículos
en algunos
periódicos
locales y
nacionales:
mi más bello
sueño podría
verse
cumplido
dentro de
poco. Me
encantaba
escribir,
desde
pequeño lo
hacía, no
recuerdo un
pasado
próximo en
el que no me
imagine
escribiendo
en mi
cuarto; pero
el futuro
era hoy mi
centro de
atención. Un
brillo en
mis ojos me
delataba,
por fin
tenía alas y
podía
empezar a
volar.
Me sentía
aún más
feliz
conforme
pasaba el
tiempo, ya
que, dentro
de unas
horas, la
vería. Había
quedado con
Sara y
miraba el
reloj
impaciente
por que las
agujas
marcaran de
una vez la
hora de
nuestro
encuentro.
Tenía hoy
más ganas de
verla que
cualquier
otro día, ya
que hoy
sería una
cita
especial,
aunque ella
no lo sabía.
Quizás ese
brillo en
mis ojos no
representara
un futuro
tan lejano,
pensé, era
la manera
que tenían
mis ojos de
decirme que
necesitaban
verla.
—¡Hola!
—dije con
entusiasmo—.
¿Cómo estás?
—Muy bien,
¿y tú? —me
contestó
ella
mientras me
besaba en la
mejilla.
—Muy bien,
tengo que
decirte algo
—le dije
conteniendo
mi alegría
torpemente—
¡He aprobado
las que me
quedaban!
¡Ya tengo la
carrera!
En ese
momento me
abrazó de un
salto
mientras
mostraba sin
pudor una
amplia
sonrisa. Ver
su cara en
ese momento
fue lo mejor
que me había
pasado aquél
día, sin
duda; aún
hoy pienso
en ella y no
puedo evitar
sonreírme.
—Enhorabuena
—concluyó—.
¡Vamos a
tomarnos
algo para
celebrarlo!
Al poco rato
estábamos en
una
cafetería
hablando del
futuro, de
nuestros
sueños,
nuestras
inquietudes…
Me encantaba
hablar con
ella, sentía
que me
entendía sin
necesidad de
pronunciar
palabra, y
eso, para
mí, era muy
importante.
Conversábamos
mucho, nos
podíamos
pasar horas
y horas
haciéndolo,
hablábamos
del pasado,
presente y
futuro, de
nuestros
temores, de
nuestros
sueños…
Siempre
había algo
de qué
hablar
cuando
estaba con
ella;
incluso, a
veces no, y
nos
comunicábamos
en el
silencio.
Pero, al
despedirnos,
me invadía
la extraña
sensación de
que me
faltaba algo
por decir.
Hoy eso no
pasaría.
Tras pagar
la cuenta en
la
cafetería,
fuimos al
paseo
marítimo de
la ciudad.
Estaba
atardeciendo
y nos
sentamos en
un banco a
ver el mar.
Aún había
gente en la
playa, pero,
cuando
estaba con
ella, me
olvidaba de
los demás,
no me
importaba
nada ni
nadie.
Estaba vacío
para mí el
mundo, solo
existían el
mar, el
banco en el
que
estábamos
sentados,
ella y yo.
Nos quedamos
en silencio
unos
minutos,
escuchando
las olas
romper
contra la
arena. Poco
a poco iba
oscureciendo
y mi corazón
cada vez
latía con
más fuerza.
Me miró. La
miré. Clavé
mis ojos en
los suyos de
tal manera
que no pude
escuchar lo
que me
estaba
diciendo.
Sonrió, yo
aparté mi
vista
bruscamente,
pues sentí
una presión
en el pecho
que captó
toda mi
atención.
Pensé en
besarla,
pero me
faltaron
fuerzas.
Predije que
me iba a
arrepentir
si no hacía
nada, así
que decidí
decirle lo
que sentía.
IV
Me encantaba
conducir, y
más aún
cuando sabía
que cada
kilómetro
que recorría
me acercaba
más a ella.
A media
mañana paré
en un área
de servicio
a estirar
las piernas
y a
desayunar.
Tuve que
abrir el
maletero
para ponerme
algo de
abrigo al
bajar del
coche, hacía
frío; la
noche
anterior
había
llovido y el
suelo aún
seguía
mojado,
anduve hacia
el bar
esquivando
los charcos
que se
habían
formado,
entré y me
senté en una
mesa.
—Buenos
días —me
dijo el
camarero.
—Buenos
días.
—¿Qué va a
tomar? —me
preguntó
mientras se
sacaba del
bolsillo de
la camisa un
bolígrafo.
—Ponme un
café con
leche y un
sándwich
mixto, por
favor.
—Muy bien
—dijo
mientras
escribía.
|
|
|
|
Poco a poco iba oscureciendo y mi corazón cada vez latía con más fuerza. Me miró. La miré. Clavé mis ojos en los suyos de tal manera que no pude escuchar lo que me estaba diciendo. |
|
|
|
Miraba a mi
alrededor y
me sentía
bien,
alejado de
la rutina y
del estrés
del trabajo.
Hacía ya
unas semanas
que llevaba
preparando
el viaje y
aún no
estaba muy
seguro de mi
decisión de
ir a verla,
ni de lo que
iba a decir
cuando la
viera, ni de
lo que iba a
hacer. Sólo
seguía a mi
instinto. Lo
único que
tenía claro
lo estaba
consiguiendo
ya: cambiar
de aires y
despejarme
de la
monotonía de
mi vida.
Al poco,
empecé a
pensar en lo
que pasaría
cuando
llegara a
Jaén, que
era donde
ella vivía.
Quizás ha
rehecho su
vida y no
quiere
volver a
verme,
pensé, o tal
vez ni
siquiera
vive allí
ya, o puede
que haya
conocido a
alguien en
estos dos
años y se
haya
olvidado de
mí».
No había
tenido
contacto con
ella casi
desde que
nos
separamos;
al principio
nos
llamábamos a
diario,
hablábamos
horas y
horas, pero
poco a poco
fuimos
perdiendo la
costumbre
hasta que se
quedó en
nada.
Me sentí
como un
idiota y
pensé en
volver. No
sabía qué me
iba a
encontrar
allí, ni
siquiera la
había
llamado
avisándola
de que iba,
estaba
actuando sin
pensar y no
podía evitar
creer que
así era
mucho más
probable que
nada saliera
bien.
En ese
momento se
acercó el
camarero con
mi desayuno
y lo puso en
mi mesa.
—Gracias
—dije.
Cuando
acabé, salí
a que me
diera un
poco el
aire. Corría
un viento
frío que me
golpeaba en
la cara; yo
mantenía la
mirada en el
infinito,
con la mente
en blanco.
Me encendí
un cigarro.
Tenía que
decidir si
debía seguir
hacia
delante o,
por el
contrario,
volver otra
vez a mi
ciudad, mi
trabajo y mi
vida.
El simple
hecho de
plantearme
esta
cuestión
hizo darme
cuenta de lo
mucho que
necesitaba
correr el
riesgo de
seguir. En
ese
instante, el
miedo y la
incertidumbre
se
transformaron
en
excitación y
en aun más
ganas de
verla.
Me monté en
el coche y
seguí con mi
camino
planeado,
volví a
pensar lo
poco
prevista que
tenía mi
actuación
cuando
llegara, el
riesgo me
excitaba aún
más. A cada
kilómetro
recorrido
crecía mi
ilusión, la
siguiente
parada sería
su ciudad.
V
—¿Quieres
que te
cuente una
historia?
—dije—.
Aunque aún
no sé el
final, a ver
qué final le
pondrías tú.
—Sabes que
me encantan
tus
historias
—contestó.
El verde de
sus ojos me
inspiraba,
aunque ella
no lo sabía.
—Cuéntame
—añadió
finalmente.
Tomé aire,
intentando
hacer tiempo
para pensar
qué iba a
decir.
—Es la
típica
historia,
quizás, de
«chico
conoce
chica, chica
conoce
chico»
—dije—.
Cuando se
conocieron,
no sentían
el uno por
el otro más
que una
simple
amistad,
aunque
hablaban
mucho.
Percibían un
gran
entendimiento
entre ellos,
reían,
lloraban y
soñaban
juntos. Esa
amistad fue
creciendo y,
al tiempo,
el chico
empezó a
sentir que
cuanto más
la conocía,
más quería
conocerla;
cuanto más
hablaba con
ella, más
quería
hacerlo;
cuanto más
estaban
juntos, más
tiempo
necesitaba
estar a su
lado… y así
siguió
pasando el
tiempo,
hasta que se
dio cuenta
de que
sentía algo
más que una
amistad
hacia ella.
Al
principio,
intentó
ignorarlo,
pensó que
podría ser
pasajero y
no quería
arriesgarse
a perderla
si ella no
sentía lo
mismo. Temía
perderla.
Escondió así
sus
sentimientos
hasta que un
día no pudo
aguantarlo
más y le
confesó lo
que sentía…
Y aquí
termina la
historia,
sólo le
falta el
final…
Quiero que
sepas que el
chico de la
historia soy
yo y la
chica eres
tú… Por eso,
no le he
puesto
final:
porque no
quiero que
tenga final.
Ella no
respondió.
Estuvimos un
instante en
silencio, a
mí me
pareció una
eternidad.
Me miraba
fijamente
sin saber
muy bien qué
decir. Sin
pronunciar
palabra, me
besó.
Fue como si
nunca antes
nadie me
hubiera
besado.
Sentí mi
corazón
expandiéndose
en mi pecho.
VI
Cuando
llegué a su
pueblo no
sabía muy
bien qué
hacer. No
sabía dónde
vivía, así
que no podía
darle una
sorpresa,
tenía que
llamarla por
teléfono.
Eso hice.
—¿Diga?
—dijo ella
cuando
descolgó el
teléfono—.
¿Quién es?
—Soy yo,
Andrés. ¿Qué
tal estás?
—contesté.
—¿Andrés?
¡Cuánto
tiempo! Muy
bien, ¿y tú?
Hace mucho
que no
hablamos
—contestó
ella
sorprendida
de mi
llamada.
—Muy bien
también.
Pues eso se
puede
remediar ¿A
que no sabes
dónde estoy?
—dije
mientras mi
corazón
intentaba
salir de mi
pecho. Hacía
mucho que no
escuchaba su
voz y no
podía
disimular mi
alegría.
—¿Estás
aquí?
—preguntó
más
sorprendida
aún—. No
puede ser.
—Pues sí
—dije
mientras
sonreía—.
Estoy cerca
de un bar
llamado “La
Boloñesa”.
¿Quedamos
aquí?
—No me puedo
creer que
estés aquí.
Voy para
allá.
Espérame,
estaré allí
en un cuarto
de hora.
Al pasar
algo más del
tiempo
indicado,
llegó ella.
El tiempo se
detuvo en el
instante en
que la vi
aparecer. No
había nadie
más en el
mundo, no
escuchaba
ningún
sonido más
que el de mi
corazón
palpitando
cada vez más
fuerte y más
rápido,
intentando
sincronizarse
con el ruido
de sus
tacones
sobre el
suelo al
andar.
Estaba igual
de guapa que
siempre.
Tuve que
tragar
saliva para
evitar que
el corazón
se me
escapara de
mi cuerpo.
No podía
esperar más
y me acerqué
a ella.
Nos
abrazamos
durante un
largo
tiempo, nos
dimos dos
besos a modo
de saludo.
Cuando la
solté de
entre mis
brazos,
sentí el
impulso de
volverla a
abrazar
durante más
tiempo aún.
Impulso que
logré
apaciguar.
—¿Cómo es
que has
venido?
—preguntó
mientras
entrabamos
en el bar.
—Pues no lo
sé, me
dieron unas
semanas de
vacaciones
y, como
hacía mucho
tiempo que
no te veía,
decidí venir
a verte.
Nos sentamos
y nos
sirvieron
unos
refrescos.
Ella estaba
muy callada.
Me
incomodaba
su silencio.
Intenté
romper el
hielo:
—Bueno,
cuéntame:
¿qué es de
tu vida?
¿Qué tal te
va todo? —le
dije sin
saber muy
bien qué
preguntar.
Se quedó
pensativa,
como si no
hubiera
escuchado
mis
preguntas.
—¿Por qué no
llamaste
antes? —dijo
finalmente.
—Quería
darte una
sorpresa,
pensé que te
alegrarías
de verme
—respondí.
—No, si yo
me alegro;
pero no sé,
me pillas de
improviso…
no te
esperaba… la
verdad —dijo
titubeantemente.
—Pasamos muy
buenos ratos
juntos y
tenía ganas
de verte,
pensaba en
ti a menudo
y en la
manera en la
que nos
separamos.
Te echaba de
menos y
pensé que,
quizás,
podríamos
recuperar
los momentos
que no
pudimos
vivir al
separarnos.
Me dolía
cada palabra
que
pronunciaba,
en su cara
veía su
incomodidad.
En ese
momento me
arrepentí de
todo lo que
había hecho
y se me vino
el mundo
encima.
Permaneció
unos
instantes
callada.
Estaba un
poco
inquieta,
miraba hacia
todos lados,
intentando
que su
mirada no se
encontrara
con la mía,
como si se
sintiera
culpable por
lo que me
iba a decir.
|
|
|
|
|
Me monté en
el coche y
seguí con mi
camino
planeado,
volví a
pensar lo
poco
prevista que
tenía mi
actuación
cuando
llegara, el
riesgo me
excitaba aún
más. A cada
kilómetro
recorrido
crecía mi
ilusión, la
siguiente
parada sería
su ciudad. |
|
|
—Es cierto
que pasamos
muy buenos
ratos juntos
y agradezco
que hayas
venido a
visitarme;
pero, por
circunstancias,
tuvimos que
separarnos.
Yo rehíce mi
vida aquí,
intentando
mirar
siempre
hacia
delante,
hacia el
futuro.
Todos los
buenos
momentos que
pasamos
juntos
fueron
inolvidables;
pero
pertenecen
al pasado
—dijo con un
tono
comprensivo,
hablando
despacio,
para que me
diera tiempo
a asimilar
cada
palabra.
Me quedé en
silencio,
martirizándome
mentalmente.
Sin decir
nada me
levanté de
la silla y
dejé el
dinero de
los
refrescos
sobre la
mesa.
—Me ha
encantado
volverte a
ver. Sigues
igual de
guapa que
siempre.
Adiós —dije
antes de
irme.
Anduve.
Anduve y no
sabría muy
bien decir
hacia dónde.
Un viento
frío me
golpeaba en
la cara, al
igual que lo
hacía la
realidad,
que aún era
más fría.
Ese viento
marcaba mi
rumbo,
andaba
contrario a
él.
Acabé en un
pequeño
mirador.
Estaba
atardeciendo.
El aire era
frío y muy
húmedo. Me
senté en el
único banco
que había y
encendí un
cigarrillo.
Mientras el
sol se
ocultaba
tras un
horizonte
que se
dibujaba
rojo como el
fuego, yo no
dejaba de
pensar en lo
que acababa
de pasar, en
todo el
tiempo
perdido, en
todas las
ilusiones
creadas en
vano. Quizás
debí prever
este
desenlace,
quizás lo
hice y no lo
quise creer.
Debí haberla
olvidado
hace mucho
tiempo,
pensé, igual
que ella me
olvidó a mí.
Había pasado
muchos
momentos a
su lado,
tantos, que
es posible
que ya no
supiera
diferenciar
los reales
de los
imaginarios.
VII
Esa misma
noche llegué
a mi casa.
Tuve una
extraña
sensación al
abrir la
puerta, me
sentí como
un idiota al
haberme ido
sin más;
pero aquí me
sentía
seguro. Me
senté en el
sofá y
recapacité
sobre todo
lo que había
pasado y
sobre todo
lo que
pasaría.
Bruscamente,
intentaba
olvidar lo
inolvidable.
Sabía que no
era posible.
Estaba
cansado y me
acosté. He
de reconocer
que esa
noche tuve
miedo de
volver a
soñar con
ella. Saqué
un
atrapasueños
del armario
y lo coloqué
sobre mi
almohada,
puede que él
absorbiera
su imagen de
mi cabeza.
Puede que
así volviese
a creer en
mis sueños.
|