N.º 70

ENERO-FEBRERO 2011

3

    

    

   

   

   

   

   

¿PARA SIEMPRE?

   

Por María del Mar González Martín

   

  

   

-¡P

i-pi-pi-pi! —tronó el despertador en la habitación de Claudia— ¡Pi-pi-pi!

—¡Maldito despertador! —resonó la voz quebrada de una Claudia ojerosa y cansada, que apagó con furia el agudo timbre de aquel miserable despertador.

Claudia parecía sacada de una película de terror: aquella tez pálida, los ojos hinchados, el rostro demacrado…

Confundida, miró a su derecha (siempre dormía al lado izquierdo de la cama, era una costumbre que había heredado de su abuela). Él no estaba. Marcos había decidido dar el paso que ella tantas veces había deseado. Marcos se había marchado, la había dejado en paz para siempre (¿para siempre?, no hay nada para siempre). Ahora, Claudia podía sentir cómo una paz infinita se apoderaba de su ser. Ya no tendría que dar explicaciones sin sentido, ni aguantar absurdas conversaciones que solían tornarse en burdas discusiones hasta el amanecer. Ahora, en este preciso instante, Claudia era «libre».

Pasó aproximadamente una hora sobre su cama, tarareando canciones y saboreando aquella soledad, soledad que le proporcionaba una gran sensación de placer. Sin más, se deslizó de las sábanas rosadas dejando atrás aquella cama, ahora tan fría, que parecía haber olvidado aquellas interminables escenas de pasión; se enfundó su vieja bata gris y observó los retazos de la noche anterior en el salón. La botella de vino había acabado hecha añicos sobre el suelo, los pedazos aún permanecían esparcidos frente al televisor, como si se trataran de un rompecabezas inacabado. Por un momento se quedó mirando aquella escena, inmóvil, pensativa...

Recogió los cristales que yacían en el suelo como muertos olvidados de una guerra, y, ciertamente, aquellos trazos de vidrio habían tomado parte de una batalla aquella noche.

Se dio una ducha con agua tibia, salió de la bañera y vio la nota que Marcos le había dejado junto al cepillo de dientes. La leyó:

«Me voy, pero te llevo conmigo y nunca olvides que de uno u otro modo tú siempre me llevarás contigo.

Un beso, Marcos.»

   
     

  

Se dio una ducha con agua tibia, salió de la bañera y vio la nota que Marcos le había dejado junto al cepillo de dientes. La leyó.

   

Claudia rompió furiosa la nota y la tiró por el retrete, no quería saber nada de él. Para ella, Marcos ya pertenecía al pasado. Ahora, el futuro comenzaba a abrirse camino ante ella y no iba a permitir que él formara parte de su nueva vida.

Pasaron minutos, días, semanas, meses, más meses, algunos años y su nueva compañera «soledad» parecía haber echado raíces en el modesto apartamento de Claudia, y no sólo allí, sino en su vida. Pero en su soledad, Claudia era feliz, había encontrado la libertad dentro de sí misma, y esa libertad le proporcionaba una felicidad absoluta, radiante, tan intensa que nunca antes la había experimentado.

Las noches en la vida de Claudia siguieron su curso. Unas, acompañada por sus pequeños placeres, pasaba horas enteras acariciando su guitarra, componiendo canciones tal como emanaban de su interior, que el aire se llevaba; otras noches transcurrían en compañía de diferentes hombres que le hacían más llevadera su profunda soledad.

Aquella fría mañana de enero llovía intensamente. Una nube oscura había ocultado el cielo y se había hecho con la ciudad, descargando su furia en forma de enormes e persistentes gotas de agua. Claudia, medio dormida sobre la misma cama de siempre, sintió su respiración, y el mundo pareció encogerse por un instante.

—¿Carlos?

—Dime, amor.

Un hombre corpulento medio desnudo se levantó del lado derecho de la cama y besó los carnosos labios de Claudia. Ella no movió ni un músculo, sus ojos se entreabrieron mientras una lágrima corría solitaria por su mejilla.

Claudia volvió a cerrar sus bellos ojos verdes y descansó por un instante. Se quedó dormida casi sin darse cuenta.

Pasaron pocos minutos, cuando oyó que la puerta de su apartamento se cerraba de un portazo. Tímidamente entreabrió el ojo izquierdo, bajó la sábana rosada que cubría su cuerpo desnudo y se vistió con la misma bata de siempre.

Como cada día, miró el salón y parecía tranquilo, volvió a mirar… los cristales rotos cubrían el suelo desparramados frente al televisor. Se dirigió al baño; junto al cepillo de dientes, no había nada.

Claudia, temblando, volvió a ocupar su lugar (siempre el izquierdo) en aquella cama de sábanas rosadas y cerró sus ojos. Los párpados le pesaban demasiado, se fundió en un profundo sueño…

— ¡Pi-pi-pi-pi! —aquel sonido chirriante martilleó los oídos de Claudia.

   

   

 

María del Mar González Martín (Málaga, 1982). Inicia los estudios universitarios de Turismo en la Escuela de Turismo en Málaga y, durante varios años, se dedica a actividades comerciales. Estudia Magisterio, centrando su interés en la especialidad de Maestro en Lengua Extranjera (sección Inglés) en la Facultad de Ciencias de la Educación, hasta conseguir su diplomatura por la Universidad de Málaga.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año X. II Época. Número 70. Enero-Febrero 2011. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2011 María del Mar González Martín. © La imagen ha sido digitalizada expresamente por la autora, se usa exclusivamente como ilustración y los derechos pertenecen a su creadora. Edición en CD: Depósito Legal MA-265-2010. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. © 2002-2011 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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