A Pablo, mi admirado Iconoclasta,
porque sin su relato original,
no hubiera sido posible el mío.
LA AUTORA
e vuelto a hacerlo. No sé durante cuántas noches más podré permanecer así, casi inmóvil, amparada en la oscuridad, observándoles.
Cada ruido, cada sonido, me hace girar la cabeza, creyéndome descubierta. Pero no. Es sólo el latido de mi propio corazón el que se escucha.
… … … … …
Es en uno de mis largos paseos nocturnos cuando todo comienza.
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Ella está llevando un juego masturbatorio con un objeto que no consigo ver bien, pero su expresión lasciva y su len-gua paseándose por sus labios lo dicen todo. |
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Él está en el jardín, mirando a través de una ventana, y, sin darle más importancia, sigo mi camino, pero a mi vuelta, aún continúa allí. Entonces, me acerco sin hacer ruido, aunque está tan concentrado en la mujer a la que espía, que dudo que me haya oído llegar.
Lentamente, me sitúo en un rincón escondido del jardín, donde poder mirar cómodamente.
Ella está llevando un juego masturbatorio con un objeto que no consigo ver bien, pero su expresión lasciva y su lengua paseándose por sus labios lo dicen todo. Mira hacia la ventana sin ver, abandonada a su propio placer. Esto hace que él se encienda y lleve la mano a su pene, masajeándolo lentamente, para continuar después con un ritmo más acompasado.
Le miro, le disfruto entre la agitación que me produce ver cómo se toca, y quisiera que fuera mi mano y no la suya la que diera vida a su verga.
Él emite un ruido y todo se precipita. La mujer está ahora fuera de sí y se lanza contra la ventana donde él se encuentra. Está cambiando. Su cuello se tensa y sus venas se hacen exageradamente visibles, palpitando como pequeños corazones; sus uñas crecen y sus dientes se vuelven afilados, acerados. Sus amarillentos ojos se clavan en él y parece no reconocerle. Entonces veo el arma. Contengo la respiración, y cuando parece que él va a disparar, suena el timbre de la puerta.
Los sucesos posteriores parecen sacados de un relato gótico y, sin embargo, continúo mirando, en silencio, reteniendo en mi memoria cada escena.
Ella empieza a acariciar al hombre que ha ido a visitarla, y sin esperar demasiado, introduce el falo en su boca. Él parece disfrutar. Pero entonces su cara cambia, no es placer, sino dolor lo que le transfigura. La mujer está devorando literalmente el miembro del hombre, y, cuando casi no puedo reprimir las náuseas, entra él, el sin nombre, y la toma por detrás. Y ella le acoge. Entonces sé que le estaba esperando; que no es la primera vez que ocurre.
La toma por la cintura y la penetra, la embiste sin piedad. Ella sonríe lujuriosa, mientras el rostro del sin nombre pasa del dolor al placer simultáneamente, y me estremezco.
Mi propia excitación va en aumento y no puedo, ni quiero evitar acariciarme. Mi vagina está completamente húmeda, hambrienta, y mis dedos se apoderan de ella tratando de calmarla.
Humedezco mis dedos y los acerco a mis pezones, acariciándolos, imaginando su lengua formando círculos y, ya humedecidos, soplando sobre ellos, provocándome estremecimientos de placer.
Bajo mi mano hasta la zona de media luna, debajo del ombligo, y levanto despacio el elástico de mi braguita, pasando un dedo y soltándolo, anticipando la aproximación al pubis.
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...Y cuando comience a surgir el grito del éxtasis de nuestras gargantas, rasgaré mi piel… y le ofreceré a ella mi cuello. |
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Mis muslos parecen tener vida propia y se separan para que mis dedos los acaricien por su parte interna. La gran excitación hace que gran parte de los capilares se desvíen hacia el interior de ellos, haciendo que mi temperatura aumente. Sigo acariciándolos suavemente, de arriba abajo, rozando levemente mi coño ya preparado. Acaricio con la yema de mis dedos la parte superior del nacimiento del clítoris, hasta llegar a su raíz y esto hace que se hinche por completo y que salga orgulloso. Sigo haciendo círculos en el perineo, presionando la ingle y el exterior de mis labios vaginales. Jugueteo con ellos, explorando cada pliegue, apretándolos con suavidad, introduciendo luego dos dedos en mi vagina, moviéndolos de un lado a otro extendiendo mi flujo.
El ritmo de mi respiración aumenta al tiempo que me sacuden repetidas contracciones de placer. Espero, sin dejar de acariciarme, hasta que no puedo reprimir un ahogado gemido, que queda oculto por el grito de él, mientras ella retuerce sus caderas con las sacudidas de múltiples orgasmos, liberándole al fin.
Después, entre jadeos y aún temblando, me alejo en la oscuridad.
… … … … …
Desde entonces vuelvo cada tres noches, y sigo sus juegos nocturnos con ansiedad. Sé que ella quiere terminar con esto, pero él no la deja, y todo se repite. Una comunión de sangre y sexo salvaje, para después pasar a las caricias tibias, sensuales, de una pareja cualquiera.
Y aquí estoy, esperando. No sé cuanto más podré soportarlo. Puede que hoy, o quizás la próxima vez, cuando esté casi a punto de explotar de deseo, cuando mi humedad gotee por mis muslos, entraré y la vagina de la mujer será sustituida por mi boca, donde su pene bailará con mi lengua sinuosa hasta que crezca, palpitante y caliente; y cuando esté a punto de estallar, cuando su lava esté a punto de inundarme, me abriré para él. Dejaré que me posea, que se meta en mí con toda su fuerza, tiñendo de rojo mi flujo vaginal, y cuando comience a surgir el grito del éxtasis de nuestras gargantas, rasgaré mi piel… y le ofreceré a ella mi cuello.