mis hijos no les ha faltado
talento; al contrario, se la
ingenian estupendamente para
resolver cualquier situación. Si no
me cree, basta con conocer la
historia del tío abuelo, para
entender por qué se las apañan muy
bien frente cualquier problema.
Este, me refiero a mi tío abuelo,
era un vago, lo que se diría un
nini, ni hacía una cosa ni hacía
la otra. Para la bisabuela no había
un lugar en su casa para un muchacho
de pantalones pachucos de color
gris, camisa de jersey beige, que se
rascaba la panza sobre su sillón de
peluche rosa, sobre el codo y
mascando chicle, alineándose el
sombrero de ala ancha con una pluma.
Este hijo nonato de Tintan, la tenía
harta, hasta la coronilla.
Limpiándose el sudor, luego de haber
pelado una guajolota y estar
desplumando una gallina, lo
observaba desde el pasillo adyacente
a la cocina pensando qué hacer con
él. Cada vez que el nini
respiraba, le daba el jalón huraño a
las plumas, provocando un
estruendoso grito de terror, del
resto del gallinero.
El nene, que estudio Diseño, una
carrera incipiente y con poca
demanda, decía que «no hay trabajo»,
que «nadie me quiere contratar».
Julia, la ayudanta de la bisabuela,
al verla tan alterada, le dijo que
le pidiera a su otro hijo, a
Jorgito, que lo recomendara en el
hospital, al menos, de camillero o
limpiando pisos, y ya después iba a
ir subiendo de categoría. —Todo es
mejor que verlo de flojo—, dijo mi
bisabuela, echando el pollo a la
olla.
Aunque molesto, el superintendente
del Hospital Colonia reaccionó
buscándole acomodo al nini,
era el momento de transición, todo
lo moderno se volvió nuevo al pasar
de los ferrocarriles al Seguro
Social. El destino del nene fueron
los sótanos, bajo la entrada
accesoria de ambulancias, tuvo a
bien el señor Pancetas de apelativo
Joel, colocar una mesa y ¿un
escritorio? —un restirador— le dijo
el nene.
Como todos le tenían miedo al
bisabuelo, Oficial Mayor del
nosocomio y quien firmaba los
cheques, no tardaron en darle al tío
Luis, un sitio entre ellos en la
hora del chisme. Lo que no lo hacía
popular es que era más difícil
sacarle las palabras que el chicle.
Ya sea sentado en las jardineras,
panza al sol o de lado, mi tío
permanecía mirando las plantas y
disfrutando a la pajarera que se
reunía todos los días en torno a la
salida del agua que formaba un
charco cerca de los aparatos de
ventilación, en donde tomaban un
delicioso baño. Con su atuendo, al
que se le agregó un chaleco y un
saco, Luis, disfrutaba la jornada
laboral, lustrándose los zapatos,
con fervor, luciendo las puntas
tejidas de sus tejanos color miel, o
limpiándose las uñas, repasándose
una y otra vez una excelente
manicura por la cual tenía las más
anchas, resistentes y hermosas para
presumir, en la ciudad de México.
Pancetas, quien estaba aprovechando
la presencia del nene para remarcar
su poderío, correteaba empleadas,
pues pensó que bajo su mando no
habría ninguna queja, y sobre él
ninguna demanda, ya que ante la
llegada del pariente del jefe, había
que ser permisivos, se sorprendió al
ver llegar a Jorgito para pedirle un
reporte completo de actividades
realizadas, con el producto de los
proyectos de diseño «para fin de
mes».
Joel se estremeció al ver al extremo
derecho de la oficina, cerca del
marco de la puerta, ahora casi
completamente llena por su hermano,
el pelirrojo y regordete hombre
altísimo, cuando arrancó las hojas
de más, al aún panzón librito,
descubriendo la fecha «13 de
agosto».
—Esto no tenía remedio —dijo, con el
fuete en las manos, cuando iba
dirigiendo sus pies al sótano, e
ingresó al oscuro lugar para llegar
al restirador del nene, que
disfrutaba mordiendo un taco de
papas, mientras estaba mirándolo.
El sobalterno del tío caminaba de
uno a otro lado golpeándose el muslo
con el fuete, haciendo gestos con la
boca, puso nervioso el tío quien
dejó de comer tacos y bebió de golpe
una gaseosa para pasar el bocado;
fingiendo humildad y respeto al
jefe, se sentó en el restirador,
alineándose la ropa y el pelo,
esperando instrucciones. Pero Joel
Placetas tenía la mente muy lejos y
muy cerca, sus ojos volaron a un
cuadrilátero imaginario en donde el
nini en calzoncillos rojos,
peleaba con él que vestía unos
verdes sobre la lona, en donde ahora
le estaba aplicando la urracarrana
voladora, y disponiéndose a
aplicarle un candado, pensamiento
que interrumpió de golpe la sirena
de la ambulancia.
Esto era un acontecimiento; en aquel
gran hospital, en mucho tiempo no se
habían movilizado las unidades para ir a una
atención de urgencias.
Reponiéndose, Joel le dijo a Luis
que le quedaban diecisiete días para
desarrollar sus ideas originales y
que tenía que presentarlas.
Pasando saliva, con permiso especial
de la manzana de Adán, el nini
concibió un pensamiento, y, de
inmediato, comenzó el desarrollo de
su primera idea, «echar los puercos
al mar».
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Esto era un acontecimiento; en aquel
gran hospital, en mucho tiempo no se
habían movilizado las unidades para ir a una
aten-ción de urgencias.
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José, además de ambulancias, en
aquel sótano toleraba la presencia
de puercos, animales de crianza que
traían los ferrocarrileros y dejaban
eventualmente como pago o muestra de
gratitud al director médico o al
tío, y que, de tres, pasaron a ser
18.
Estos cochinitos vivían allí, pues
nadie sabía qué hacer con ellos, se
quedaron atrapados entre la época y
el crecimiento de la urbe en la que,
poco a poco, se dejaba de cebar la
granja y se iba al mercado o al
‘súper’ a comprar los alimentos.
Pintando un avión que cruzaba el
cielo sobre el hospital y arrojaba
en medio del mar una caja de madera
a la que habían atado cadenas, José
caricaturizó el «desembarco de los
animales en la nada», como ejemplo
de «la sanidad» y el deseo «de la
institución para dejar atrás las
prácticas que, impiden el desarrollo
de la medicina moderna», para lo que
«dio mejor vida y sepultura a sus
conejillos de indias, nada menos que
una docena de temerosos puerquitos
que habían donado su vida para el
bien de la humanidad».
Lo que nadie imaginó es que el nene
hizo copias de su caricaturesca
plana de dibujos en serie, del
evento descrito, como boletín de la
institución, y que se fue caminando
por la misma acera hasta los
principales periódicos de México,
depositando, en cada uno, el sobre
conteniendo esta historia.
Al día siguiente, cuando el tío, al
ver el periódico, advirtió aquel
retrato digno de Mérigo, de colores
fijos y trazos firmes, con aquella
historia inventada y no autorizada,
tiró su taza de café y golpeó la
mesa con fuerza gritando, pero
temblaba como la gelatina cuando
recibió una llamada del presidente
de la República, quien le pidió ir a
la Cámara de Diputados y Senadores a
explicar los pormenores de este
procedimiento.
El nene, mientras tanto, llegó como
siempre a su changarro del sótano y
se instaló en su banco a esperar, y,
mientras se limaba las uñas, pensó
en la gente que llegaba a consulta.
No eran clase media ni clase alta
quienes acudían a pedir el servicio
de los médicos, sino las clases más
bajas, los ferrocarrileros y sus
familias, además de algunos
empleados y empleadas de mercados y
tiendas, funerarias y florerías de
la colonia Cuauhtémoc.
El nene concibió la gran idea de
nombrar a la consulta «Citas
médicas», y de hacer un cronograma
con lo que llamó «Práctica de la
Medicina Preventiva, acudiendo
pronto a su médico», en el que
contempló la triada «cita médica +
aplicación de vacunas + visita al
dentista = excelente salud», pero,
además, «en el mejor lugar de
América Latina», inspirado en la
historia del lugar, creado por el
«Excelentísimo Señor Presidente de
la República Mexicana Don Francisco
Díaz», en quien vio, a la gloria del
pasado, con ojos desprolijos de
interés o conocimientos, un signo de
pesos.
Pensó que había muchas asistentes
médicas y pocos derechohabientes,
pronto dibujó a las mujeres que veía
sentadas en sus lugares tejiendo y
platicando, atendiendo teléfonos
«amablemente»; además, a los médicos
—que se rascaban la testa y la
coronilla—, brillantes e interesados
en sus pacientes, pesándolos en
básculas ubicadas en los
consultorios llenos de familias; y
las moscas que se instalaban en los
asientos vacíos ahora estaban detrás
de los cristales, como intentando
entrar al lugar que brillaba de
limpio.
El nene convocó a una «Jornada
Nacional de Atención Social» al que
llamó «Derechohabiente», y le puso
una lista con los números
telefónicos de cada terminal en
consultorio, a la que la gente, que
poco a poco iba adquiriendo
teléfonos en sus casas y quería
utilizarlos, podía llamar para
solicitar
«Atención
y Citas Médicas desde su Domicilio».
El abuelo, que había salido volando
de la oficina con sus abogados y
directores de área a comparecer ante
los diputados, no acudió a ver al
nene para reclamarle, ni pudo
impedir su siguiente golpe, por lo
que el subalterno, al salir de la
oficina, se dirigió nuevamente a los
principales periódicos de la ciudad,
para depositar sus creaciones en
El Excélsior y El Universal,
que, para el día siguiente, tenían
dispuesto reproducir, en media
plana, el dibujo caricaturizado en
seis cuadros con la descripción de
lo que tituló «Lo que toda familia
mexicana tiene que hacer para sacar
una cita con su salud».
El papel blanquecino, escrito y
dibujado con tinta china negra,
decía: «Señora, señor, ustedes y sus
hijos no están seguros, podrían
tener una enfermedad silenciosa y
mortal, acuda a su médico. La gente
saludable distingue a la patria».
Al siguiente día, el presidente de
México fue felicitado, y el tío
llamado para explicarse ante la
Organización de las Naciones Unidas
‘por tan magnífico plan de atención
a las clases proletarias y a la
burguesía’.
Cuando volvió del viaje a Nueva
York, le preguntó al nene —oye, y
¿cómo crees que va a llegar tanta
gente al hospital, si apenas, y con
muchos trabajos, es suficiente el
camión y el trolebús para el
transporte de las masas en la
ciudad?—. El tío José no respondió,
pero comenzó a dibujar su siguiente
inventó —voy a hacer el metro —le
dijo—; es el mejor transporte del
mundo—. Jorgito sonrió y se fue a
dormir, pero, tras salir el
periódico a la mañana siguiente,
sufrió las consecuencias de un mareo
con taquicardia, sudoración excesiva
y desvalimiento, mientras el
presidente le pedía por teléfono ir
a Japón a explicarles cómo funciona.
El nini le dijo —no te
preocupes, es lo nuevo en
ferrocarriles; pronto, todos van a
querer subirse al vagón. |