N.º 73

AGOSTO-OCTUBRE 2011

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EL DISEÑADOR DEL METRO

   

Por Livia Díaz

   

  

   

A

 mis hijos no les ha faltado talento; al contrario, se la ingenian estupendamente para resolver cualquier situación. Si no me cree, basta con conocer la historia del tío abuelo, para entender por qué se las apañan muy bien frente cualquier problema.

Este, me refiero a mi tío abuelo, era un vago, lo que se diría un nini, ni hacía una cosa ni hacía la otra. Para la bisabuela no había un lugar en su casa para un muchacho de pantalones pachucos de color gris, camisa de jersey beige, que se rascaba la panza sobre su sillón de peluche rosa, sobre el codo y mascando chicle, alineándose el sombrero de ala ancha con una pluma.

Este hijo nonato de Tintan, la tenía harta, hasta la coronilla. Limpiándose el sudor, luego de haber pelado una guajolota y estar desplumando una gallina, lo observaba desde el pasillo adyacente a la cocina pensando qué hacer con él. Cada vez que el nini respiraba, le daba el jalón huraño a las plumas, provocando un estruendoso grito de terror, del resto del gallinero.

El nene, que estudio Diseño, una carrera incipiente y con poca demanda, decía que «no hay trabajo», que «nadie me quiere contratar». Julia, la ayudanta de la bisabuela, al verla tan alterada, le dijo que le pidiera a su otro hijo, a Jorgito, que lo recomendara en el hospital, al menos, de camillero o limpiando pisos, y ya después iba a ir subiendo de categoría. —Todo es mejor que verlo de flojo—, dijo mi bisabuela, echando el pollo a la olla.

Aunque molesto, el superintendente del Hospital Colonia reaccionó buscándole acomodo al nini, era el momento de transición, todo lo moderno se volvió nuevo al pasar de los ferrocarriles al Seguro Social. El destino del nene fueron los sótanos, bajo la entrada accesoria de ambulancias, tuvo a bien el señor Pancetas de apelativo Joel, colocar una mesa y ¿un escritorio? —un restirador— le dijo el nene.

Como todos le tenían miedo al bisabuelo, Oficial Mayor del nosocomio y quien firmaba los cheques, no tardaron en darle al tío Luis, un sitio entre ellos en la hora del chisme. Lo que no lo hacía popular es que era más difícil sacarle las palabras que el chicle.

Ya sea sentado en las jardineras, panza al sol o de lado, mi tío permanecía mirando las plantas y disfrutando a la pajarera que se reunía todos los días en torno a la salida del agua que formaba un charco cerca de los aparatos de ventilación, en donde tomaban un delicioso baño. Con su atuendo, al que se le agregó un chaleco y un saco, Luis, disfrutaba la jornada laboral, lustrándose los zapatos, con fervor, luciendo las puntas tejidas de sus tejanos color miel, o limpiándose las uñas, repasándose una y otra vez una excelente manicura por la cual tenía las más anchas, resistentes y hermosas para presumir, en la ciudad de México.

Pancetas, quien estaba aprovechando la presencia del nene para remarcar su poderío, correteaba empleadas, pues pensó que bajo su mando no habría ninguna queja, y sobre él ninguna demanda, ya que ante la llegada del pariente del jefe, había que ser permisivos, se sorprendió al ver llegar a Jorgito para pedirle un reporte completo de actividades realizadas, con el producto de los proyectos de diseño «para fin de mes».

Joel se estremeció al ver al extremo derecho de la oficina, cerca del marco de la puerta, ahora casi completamente llena por su hermano, el pelirrojo y regordete hombre altísimo, cuando arrancó las hojas de más, al aún panzón librito, descubriendo la fecha «13 de agosto».

—Esto no tenía remedio —dijo, con el fuete en las manos, cuando iba dirigiendo sus pies al sótano, e ingresó al oscuro lugar para llegar al restirador del nene, que disfrutaba mordiendo un taco de papas, mientras estaba mirándolo.

El sobalterno del tío caminaba de uno a otro lado golpeándose el muslo con el fuete, haciendo gestos con la boca, puso nervioso el tío quien dejó de comer tacos y bebió de golpe una gaseosa para pasar el bocado; fingiendo humildad y respeto al jefe, se sentó en el restirador, alineándose la ropa y el pelo, esperando instrucciones. Pero Joel Placetas tenía la mente muy lejos y muy cerca, sus ojos volaron a un cuadrilátero imaginario en donde el nini en calzoncillos rojos, peleaba con él que vestía unos verdes sobre la lona, en donde ahora le estaba aplicando la urracarrana voladora, y disponiéndose a aplicarle un candado, pensamiento que interrumpió de golpe la sirena de la ambulancia.

Esto era un acontecimiento; en aquel gran hospital, en mucho tiempo no se habían movilizado las unidades para ir a una atención de urgencias.

Reponiéndose, Joel le dijo a Luis que le quedaban diecisiete días para desarrollar sus ideas originales y que tenía que presentarlas.

Pasando saliva, con permiso especial de la manzana de Adán, el nini concibió un pensamiento, y, de inmediato, comenzó el desarrollo de su primera idea, «echar los puercos al mar».

   
     

  

Esto era un acontecimiento; en aquel gran hospital, en mucho tiempo no se habían movilizado las unidades para ir a una aten-ción de urgencias.

   

José, además de ambulancias, en aquel sótano toleraba la presencia de puercos, animales de crianza que traían los ferrocarrileros y dejaban eventualmente como pago o muestra de gratitud al director médico o al tío, y que, de tres, pasaron a ser 18.

Estos cochinitos vivían allí, pues nadie sabía qué hacer con ellos, se quedaron atrapados entre la época y el crecimiento de la urbe en la que, poco a poco, se dejaba de cebar la granja y se iba al mercado o al ‘súper’ a comprar los alimentos.

Pintando un avión que cruzaba el cielo sobre el hospital y arrojaba en medio del mar una caja de madera a la que habían atado cadenas, José caricaturizó el «desembarco de los animales en la nada», como ejemplo de «la sanidad» y el deseo «de la institución para dejar atrás las prácticas que, impiden el desarrollo de la medicina moderna», para lo que «dio mejor vida y sepultura a sus conejillos de indias, nada menos que una docena de temerosos puerquitos que habían donado su vida para el bien de la humanidad».

Lo que nadie imaginó es que el nene hizo copias de su caricaturesca plana de dibujos en serie, del evento descrito, como boletín de la institución, y que se fue caminando por la misma acera hasta los principales periódicos de México, depositando, en cada uno, el sobre conteniendo esta historia.

Al día siguiente, cuando el tío, al ver el periódico, advirtió aquel retrato digno de Mérigo, de colores fijos y trazos firmes, con aquella historia inventada y no autorizada, tiró su taza de café y golpeó la mesa con fuerza gritando, pero temblaba como la gelatina cuando recibió una llamada del presidente de la República, quien le pidió ir a la Cámara de Diputados y Senadores a explicar los pormenores de este procedimiento.

El nene, mientras tanto, llegó como siempre a su changarro del sótano y se instaló en su banco a esperar, y, mientras se limaba las uñas, pensó en la gente que llegaba a consulta.

No eran clase media ni clase alta quienes acudían a pedir el servicio de los médicos, sino las clases más bajas, los ferrocarrileros y sus familias, además de algunos empleados y empleadas de mercados y tiendas, funerarias y florerías de la colonia Cuauhtémoc.

El nene concibió la gran idea de nombrar a la consulta «Citas médicas», y de hacer un cronograma con lo que llamó «Práctica de la Medicina Preventiva, acudiendo pronto a su médico», en el que contempló la triada «cita médica + aplicación de vacunas + visita al dentista = excelente salud», pero, además, «en el mejor lugar de América Latina», inspirado en la historia del lugar, creado por el «Excelentísimo Señor Presidente de la República Mexicana Don Francisco Díaz», en quien vio, a la gloria del pasado, con ojos desprolijos de interés o conocimientos, un signo de pesos.

Pensó que había muchas asistentes médicas y pocos derechohabientes, pronto dibujó a las mujeres que veía sentadas en sus lugares tejiendo y platicando, atendiendo teléfonos «amablemente»; además, a los médicos —que se rascaban la testa y la coronilla—, brillantes e interesados en sus pacientes, pesándolos en básculas ubicadas en los consultorios llenos de familias; y las moscas que se instalaban en los asientos vacíos ahora estaban detrás de los cristales, como intentando entrar al lugar que brillaba de limpio.

El nene convocó a una «Jornada Nacional de Atención Social» al que llamó «Derechohabiente», y le puso una lista con los números telefónicos de cada terminal en consultorio, a la que la gente, que poco a poco iba adquiriendo teléfonos en sus casas y quería utilizarlos, podía llamar para solicitar «Atención y Citas Médicas desde su Domicilio».

El abuelo, que había salido volando de la oficina con sus abogados y directores de área a comparecer ante los diputados, no acudió a ver al nene para reclamarle, ni pudo impedir su siguiente golpe, por lo que el subalterno, al salir de la oficina, se dirigió nuevamente a los principales periódicos de la ciudad, para depositar sus creaciones en El ExcélsiorEl Universal, que, para el día siguiente, tenían dispuesto reproducir, en media plana, el dibujo caricaturizado en seis cuadros con la descripción de lo que tituló «Lo que toda familia mexicana tiene que hacer para sacar una cita con su salud».

El papel blanquecino, escrito y dibujado con tinta china negra, decía: «Señora, señor, ustedes y sus hijos no están seguros, podrían tener una enfermedad silenciosa y mortal, acuda a su médico. La gente saludable distingue a la patria».

Al siguiente día, el presidente de México fue felicitado, y el tío llamado para explicarse ante la Organización de las Naciones Unidas ‘por tan magnífico plan de atención a las clases proletarias y a la burguesía’.

Cuando volvió del viaje a Nueva York, le preguntó al nene —oye, y ¿cómo crees que va a llegar tanta gente al hospital, si apenas, y con muchos trabajos, es suficiente el camión y el trolebús para el transporte de las masas en la ciudad?—. El tío José no respondió, pero comenzó a dibujar su siguiente inventó —voy a hacer el metro —le dijo—; es el mejor transporte del mundo—. Jorgito sonrió y se fue a dormir, pero, tras salir el periódico a la mañana siguiente, sufrió las consecuencias de un mareo con taquicardia, sudoración excesiva y desvalimiento, mientras el presidente le pedía por teléfono ir a Japón a explicarles cómo funciona. El nini le dijo —no te preocupes, es lo nuevo en ferrocarriles; pronto, todos van a querer subirse al vagón.

   

   

 

     

 

 

LIVIA DÍAZ (México DF, México, 1965). Creadora independiente, vive en Poza Rica, Veracruz. Periodista, poeta de oficio y promotora de lectura, ha incursionado en la poesía lírica y visual. Ha expuesto en la SADE, Gualeguaychú, Argentina (2001) y la “Casa de Teatro” de Santo Domingo, República Dominicana (2003), con los murales “La poesía no se vende”. Es cofundadora de la Red Nacional de Periodistas y de la Red Internacional de Periodistas con “Visión de Género” e integrante del Parlamento Hispanoamericano de Escritores, el Movimiento Internacional de Metapoesía y el Movimiento de Omnipoesía. Ha publicado en el cuadernillo Otoño (Editorial Toro de Barro, Madrid, España), y en las antologías Voces sin fronteras (Éditions Alondras, Montreal, Canadá, 2006) y Voces Metapoéticas (Ediciones MIM, compilador Joel Almonó, año 2004, Massachussets, EUA). Colabora en diversas revistas y periódicos regionales, y en revistas virtuales y portales de Literatura internacionales. Ha sido galardonada con el Primer Lugar en los Juegos Florales de Papantla “Corpus Christie” (2002) y la Mención Honorífica en el Concurso de Poesía Romántica “Pleamar”, Argentina (2001). Cocreadora del portal de artistas Hispanoamericano “Microclim”, es corresponsal de «El Oro de los Tigres» y administra el blog «La Poesía no se vende», donde da a conocer gran parte de su creación lírica.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año X. II Época. Número 73. Agosto-Octubre 2011. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2011 Livia Díaz. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a sus creadores. Edición en CD: Director: Antonio García Velasco. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Depósito Legal MA-265-2010. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. © 2002-2011 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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