e
hacen una seña. Todo está preparado. Comienzo la entrevista…
—Buenas
noches, señores lectores. Hoy estrenamos formato en este espacio literario.
Junto a mí se encuentra H. K. Xepultura, tocapelotas profesional, quien
ha accedido amablemente —yo diría que encantado— a que le hagamos una
entrevista. ¿Qué tal, señor Xepultura?
—Mal,
gracias; me doy por saludado.
—Xepultura,
con X…
—Sí.
—Vaya
apellido…
—¡No
seas gilipollas! ¿Cómo me voy a apellidar así? Es un pseudónimo, con psi,
letra griega correspondiente a ninguna de las nuestras.
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Me
hacen una seña. Todo está preparado. Comienzo la entrevista… |
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Me pongo
nervioso. No me esperaba una actitud tan cortante. Procuro mantener la calma y
que no se me caiga el cuaderno de anotaciones…
—Como
podrán comprobar ustedes —pro-sigo sin más—, el señor Xepultura ha acudido
disfrazado a nuestra cita; lleva gabardina gris, gafas oscuras, peluca y barba
postizas para no ser reconocido. ¿Esto es por motivos de seguridad?
—¡Claro!
En este país de países ya no se puede decir lo que se piensa. Las puertas se
cierran con demasiada facilidad, los problemas crecen…
—Comencemos, pues.
—Por
favor, tutéeme. Yo pienso hacerlo contigo, si no te importa. A fin de cuentas,
eres más joven que yo.
—¿Qué
edad tiene usted?
—¡Que me
tutees, coño!
¡Caramba
con el tipo! ¡Qué carácter…!
—Está
bien. ¿Qué edad tienes?
—Bastante.
—Haces
honor a tu apelativo. Usted… o sea, tú, te autodenominas un indignado
hipotecado. ¿Por qué no les explicas a los lectores en qué consiste esa
definición?
—Fácil:
yo soy un indignado. Probablemente, uno de los que más, y, precisamente, porque
estoy hipotecado hasta las cejas. Y el hecho de estar tan endeudado me impide,
entre otras cosas, acudir a concentraciones tales como las celebradas en la
Puerta del Sol de Madrid, y pasar semanas acampado, arengando a nuestras tropas.
Si estoy manifestándome, no puedo trabajar y traer a casa el dinero que tanta
falta nos hace.
—Hablas
en plural.
—Estoy
casado y tenemos una hija. Pequeña…
—¿Qué
grado de endeudamiento tienes?
—Importante. Mi mujer y yo tenemos un despacho. Trabajábamos por cuenta propia,
pero, dadas las actuales circunstancias, ella tuvo que ponerse a buscar otro
empleo; afortunadamente, lo encontró, y, al menos, mete unos durillos en casa,
pero de eso ya hablaremos, que también hay mucho que decir… Ahora, el despacho
lo llevo yo solo; ella me ayuda en ocasiones, cuando, de repente, la fortuna nos
asiste y abrimos un nuevo expediente.
—¿Os
deben dinero vuestros clientes?
—Mucho.
Hace tiempo que no hago cuentas, porque me pongo del hígado, pero por lo menos
son veinticinco mil…
—¿Euros?
—No,
castañas chinas, ¡no te jode…! ¡Pues claro que euros! Y te diré más: el noventa
por ciento procede de amigos, de gente de confianza. De esos
que tanto nos quieren y aprecian. La amistad, para esta clase de
personajillos, es un término muy ambiguo y completamente unidireccional: como tú
eres su amigo, les das plazo y facilidades para pagarte; como ellos son amigos
tuyos, cuando tienen pasta, en lugar de pagarte a ti, siquiera de cien en cien
euros, se toman más confianzas de las debidas y pagan a los otros, los que no
tienen ningún problema en meterles p’alante.
—Al
juzgado, dices…
—¡Eso
mismo! Cosa que saben que yo no haría, porque yo sí que soy su amigo,
aunque no se lo merezcan. Y así estamos.
—¿Cómo
llegáis a fin de mes?
—Muy
mal. Con la escasez de trabajo que tengo, lo habitual es que tiremos de los
míseros ahorrillos que nos quedan, o de las pólizas que en su momento tuve la
suerte de contratar con un par de bancos. Cuando nos liquidan los intereses,
temblamos, pero no nos queda otra. A veces, les pido dinero a mis padres, que
superan los ochenta años con creces… ¿Qué te parece? Un cuarentón hecho y
derecho, pidiendo dinero a unos jubilados para poder salir adelante…
No sé
qué responderle. Agacho la mirada. Por el pinganillo que llevo en la oreja me
dan indicaciones de que aguante el tipo como sea.
—Oficialmente —prosigue—, vamos para tres años a la deriva en esta tormenta,
pero la crisis ya estaba entre nosotros, al menos desde 2008. Yo me di cuenta en
enero de ese año, cuando, un día, estando en el súper, me percaté de que
sobraba cantidad de mariscos, de tartas, de pijotadas navideñas… «¡Huy, huy!»,
me dije; «aquí hay algo que no funciona». Y efectivamente, en primavera saltó lo
de Lehman Brothers, luego lo del Madoff y toda esta gentuza, y el mundo
capitalista y explotador se vino abajo.
Silencio. Compruebo que H. K. Xepultura es un hombre capacitado, cultivado y de
amplios recursos, pero que no tiene pelos en la lengua ni temor alguno en poner a cada
cual donde él cree que merece estar y, si para ello tiene que cambiar de
dialéctica, lo hace sin más.
—Me
quedo con ganas de hacerte muchas preguntas; de hecho, has abierto varios
frentes: tus creencias sociales y políticas, lo del trabajo de tu mujer… Vayamos
por partes: aún no me has explicado con claridad ese grado de endeudamiento que
decís tener…
—Hace
unos pocos años compramos nuestros dos coches, y aún debemos un pico. Las cosas
iban muy bien, ya sabes… Afortunadamente, no nos queda más de año y medio para
liquidarlos, pero, claro, pagamos quinientos treinta euros al mes…
—¡Caramba! Eso es mucho. ¿Y la casa?
—Novecientos. Bueno, aquí hay algo de trampa: mantenemos en propiedad un
apartamento de solteros que no quisimos, ni luego pudimos, vender; era nuestro
despacho, y lo llevamos alquilando un par de años. Con este ingreso, la cosa se
pone en unos quinientos cincuenta, pero como declaramos la percepción a
Hacienda, estos manilargos de guante sucio amantes del trabajo ajeno se llevan
unos treinta y cinco euros mensuales. El diez por ciento.
—¿Cuánto
os queda por pagar?
—Doscientos mil; veintisiete años. Y la entidad bancaria nos coló un SWAP.
¿Sabes lo que es eso? Un producto tóxico, completamente ajeno a la hipoteca, un
seguro de cobertura de tipos de interés que cuesta un huevo de pasta
introducirlo en los mercados, y otro huevo y medio sacarlo antes de tiempo, de
manera que si sobrepasas ciertos índices, te devuelven dinero, muy poco, pero si
el indicador se desploma…
—Comprendo. Entonces, pagas bastante.
Dice un
conocido refrán que quien hizo la ley… ¡No! No debo caer en la trampa. Yo soy un
entrevistador, no debo inmiscuirme en las opiniones del invitado.
—En
nuestro caso, más de trescientos euros al mes. Y encima, es un producto
independiente: si mañana me tocase la lotería y decidiera cancelar la hipoteca…
¡yo tendría que seguir pagando el SWAP durante los dos años que nos quedan! Se
contrató por cinco. Así que ya ves tú el panorama.
—No sé
qué decir… ¿Tú sabías lo que firmabas?
—¡Claro
que no! ¿Acaso lo sabe alguien? ¿Sabes tú de física cuántica? ¿De ingeniería
aeroespacial? ¿De tácticas militares? Pues esto es lo mismo. Te lo pongo
mucho más fácil: imagina que mañana vas a comprarte un coche a un concesionario,
te explican las características del vehículo, la financiación… y entonces te
dicen «y, además, te llevas una enciclopedia general muy completa, de treinta
tomos, cuyo valor en el mercado supera los cuatro mil euros, y se amplía
gratuitamente cada vez que sale una actualización. Sólo tiene que venir aquí y
recoger el libro cuando salga». Tú dices «¡anda qué bien! Para mi niña; le
vendrá bien para los estudios cuando crezca». Un día, el Euribor se
desploma; tú te frotas las manos porque, en vez de pagar X de coche, pagarás
cien euros menos al mes, y resulta que te dicen en la financiera «¡No, no! Usted
se ha llevado una enciclopedia y la tiene que pagar; eso va aparte». «¿Cómo que
aparte?», preguntas tú, asombrado. «¿Qué tiene que ver una enciclopedia con la
compra de un coche?», insistes. Y no hay más cera que la arde, amigo mío. O lo
aceptas, o te enculan. ¿Está ahora más claro?
—Me
dejas perplejo…
—Echa
cuentas, Luis: si a novecientos les restas los trescientos del alquiler del
pisito, y a esos seiscientos que te salen les restas estos trescientos del
seguro, significa que pagaríamos solamente trescientos de hipoteca. ¡Superbién!
¿No crees? Pero así, no salimos del agujero ni reptando… ¡Esas son las
izquierdas que nos gobiernan! Las que roban a los pobres para ayudar a los
ricos.
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Te lo pongo
mucho más fácil: imagina que mañana vas a comprarte un coche a un concesionario,
te explican las carac-terísticas del vehículo, la financiación… y entonces te
dicen «y, además, te llevas una enciclopedia general muy completa, de treinta
tomos, cuyo valor en el mercado supera los cuatro mil euros, y se amplía
gratuitamente cada vez que sale una actualización. Sólo tiene que venir aquí y
recoger el libro cuando salga». Tú dices «¡anda qué bien! |
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Silencio. Yo le ofrezco una mirada inteligente.
—Ardo en
deseos de hacerte una pregunta, H. K., bastante indiscreta, por cierto…
—Hazla.
—Parece
que no te cae bien el gobierno… ¿Eres un socialista desencantado, o eres,
directamente, de derechas?
El señor
Xepultura ríe sardónicamente.
—Mi
abuelo materno se alistó voluntario con los rojos durante la Guerra Civil, pero
cayó preso enseguida y se pasó la contienda encarcelado. Sobrevivió, salió, y
días después lo denunció un vecino de toda la vida, lo que le acarreó siete años
en trabajos forzados. El hermano mayor de mi padre, Juan José, descanse en paz,
también lo hizo y estuvo en las Internacionales. En Aragón, durante una
escaramuza, fue herido en un brazo, curó mal y perdió la movilidad. Estuvo
encarcelado tras la guerra, y salió porque el Generalísimo promovía unos sorteos
no sé qué día especial del año, no lo recuerdo ahora, y al que le tocaba lo
indultaban. A mi tío le tocó. Mi padre casi lo hace, alistarse, digo, pero aún
no llegaba a la edad permitida, y como la República perdió la batalla del Ebro,
los franquistas avanzaron rápidamente hacia el mar, cortando en dos lo que
quedaba de la España legítima, tan legítima como desestructurada, todo hay que
decirlo. ¡Como la de ahora! El ejército ya no aceptó más sangre inocente… ¿Crees
que puedo ser de derechas?
Yo
arqueo las cejas. Por su parte, me ofrece una mueca.
—Yo no
ofendería jamás ni la memoria ni la dignidad de aquellos que lucharon por la
libertad, por el futuro, por el desarrollismo que ha permitido a muchos
españoles, yo, entre ellos, conducir un Mercedes usado… ¡Jamás! Como hacen los
del PSOE, que ni son socialistas, ni piensan en el obrero, les importa un carajo
España como nación y me temo que, por no ser, ya no son ni partido.
Silencio
sobrecogedor. Desde el pinganillo me animan: lo estás haciendo muy bien,
tranquilo…
—Muy
triste. Disculpa el paréntesis. ¿Regresamos al tema anterior? Estabas hipotecado
y, de propina, pagas un seguro bancario, algo rarito. ¿Qué pensáis hacer?
—De
momento, seguir pagando. No hay otra opción. Pero sí te diré que recibimos una
carta de una asociación que lucha en contra de estas estafas en toda regla,
¿puedo decir el nombre? Es para bien…
—Sí,
claro…
—Era de
ADICAE, invitándonos a demandar, y lo hicimos; lo menciono para que la gente que
se encuentre en nuestro caso se apunte sin más dilación y denuncie a esta
caterva. Si los dioses son justos y generosos, ganaremos, y aunque ellos
recurran, habrá un momento en el que nuestro abogado —el de ADICAE, digo— nos
escriba para decirnos «pueden ustedes dejar de pagar ese SWAP; el proceso está
en tal coyuntura que no hay problema en dejar de hacerlo, no podrán demandarles
cantidad alguna». Y si para entonces los coches ya están pagados, respiraremos
bastante.
—¡Ya lo
creo! Eso supondría unos ochocientos, casi novecientos euros de refresco para su
economía familiar, que es lo que ganan muchas familias al mes.
—Así es.
Pero no olvides que yo tengo despacho propio y mi mujer ahora colabora con su
propio sueldo. Ganamos cierto dinero, pero los gastos nos asfixian…
—¿Y
después?
—Después, rezaremos para que no deje de entrar trabajo, para que los que nos
deben vayan pagando, y a esperar a que el PSOE pierda estrepitosamente las
elecciones generales, que las gane el PP, y sarna con gusto no pica.
—¿Pero
no dijiste que no eras de derechas?
—Tal
como sucede en el fútbol, hasta que no echas a un entrenador que no funciona, un
club no sale del agujero deportivo. En este país hay una gangrena, y si no se
corta el miembro amputado, todo se irá a la mierda definitivamente.
—Pero
votarás al PP… ¿o qué?
—¡Que
no! Para eso están todos los demás. Ahora, el PSOE, como va a intentar ganar las
elecciones, va a aflojar el pistón, dando más mano ancha, lo cual perjudicará al
PP, que tendrá que tirar de látigo: desde ya, habrá menos multas de tráfico, se
controlará menos la zona azul y más las peleas callejeras…
—Veo que
habla y se ríe…
—¿Cuándo
has visto tú a un policía municipal intervenir en una reyerta entre camellos?
Eso no es productivo, no llena las arcas del ilustre municipio. Pero en cuanto
dejas el coche en doble fila, ¡zas! zapatazo, y ochenta eurazos de multa. A mí
me ha pasado. Se esconden tras una esquina y vigilan. ¿De dónde saco yo ochenta
euros extras cada mes, campeón?
—No lo
dices en serio, eso de que se esconden…
—Completamente. Yo no te mentiría. No mentiría a los lectores. Los lectores,
solamente por el hecho de serlo, merecen el máximo respeto. Y lo otro que te
dije también es en serio. ¿Tú sabes cómo funciona un gobierno, o sea, un órgano
de mando?
—Más o
menos…
—¡Vamos,
que no tienes ni puta idea! Ni tú, ni ninguno de los lectores. Pero no te
preocupes. ¡No se preocupen, señores! Ha llegado H. K. Xepultura a este espacio
para enseñarles lo más indispensable que se necesita conocer en esta vida: dos y
dos son cuatro.
—Me
temo que no te entiendo.
—A ver:
todo razonamiento complejo puede reducirse a uno más simple. ¿Recuerdas cuando,
de pequeño, estudiabas esas cuentas que hacías de ir dividiendo una cifra entre
números primos hasta dejarlo en un uno?
Mi cara
es un poema… ¿De qué leches está hablando?
—¡Sí,
hombre, sí! Mira. Tú coges una cifra; por ejemplo, cuarenta. La divides entre el
número primo más pequeño que encuentres que no sea uno, porque si no, joder,
cuarenta entre uno es cuarenta y no hacemos nada, como el gobierno al principio
de la crisis… El dos. Cuarenta entre dos, veinte; sigues: veinte entre dos,
diez. Sigues: diez entre dos, cinco… y sigues: no cabe tres, pero cabe el mismo
cinco, luego cinco entre cinco es uno. Ya está: has reducido cuarenta hasta uno.
—Ahora
lo recuerdo, sí. ¿Pero qué tiene esto que ver con…?
—¡Qué
inexperto eres, hijo! Los políticos, los banqueros, los empresarios… emplean
fórmulas matemáticas y disquisiciones dialécticas muy complejas para que el
ciudadano de a pie no se entere de la misa la media. Lo único que un ciudadano
tiene que saber es quién es esa señora rubia que le dice a su hija que se coma
el pollo, que una de Valladolid es una perversa, y que una pareja de gais ha discutido y parece que a uno le picó una araña y le amputaron
un dedo… ¿Qué forma tienes de defenderte de tanta ignorancia premeditada?
Reduciendo los razonamientos a la mínima expresión. Tú intenta llegar a la
clave: dos y dos son cuatro. Siempre lo han sido y lo serán, aquí y en
Uzbekistán. ¿Por qué hay delincuencia? Porque un problema implica una
recaudación de impuestos para financiar su solución, dejando pingües sueldos a
las insignes lumbreras que nos dirigen. Por eso, los polis ponen multas
pero pasan de navajazos. ¿Ya te has enterado?
—Eso
que dices es muy fuerte.
—¿Qué
te quieres apostar conmigo a que ETA, antes de las elecciones generales, que por
cierto, casi seguro que serán anticipadas, anuncia un comunicado dejando las
armas?
Hostia,
hostia, hostia… Esto es mucho más fuerte todavía… ¿Quién es H. K. Xepultura? ¿Un
valiente o un imprudente?
—Mira
una cosa —prosigue—: hubo un rey en Noruega, durante la Edad Media, del que casi
no se sabe nada. Su biografía está casi vacía. ¿Sabes por qué? Porque gobernó
con sabiduría, con gran capacidad, con visión política y económica. Durante su
reinado no hubo revueltas, ni guerras, ni batallas, ni hambrunas, ni represiones
religiosas, ni levas, ni impuestos injustos, ni piratas vikingos… Por eso, nadie
conoce de él. La gente sabe de Nerón, de Calígula, de Enrique VIII de
Inglaterra, de Bokassa o de Pinochet… de toda esa gente que ha pasado a la
historia por sus caprichos y desmanes sin fin. ¿Lo captas?
—¡Claro,
claro…! Tú quieres decir que un político necesita mostrarse indispensable a la
opinión pública, porque si no, si lo solucionase todo rápidamente y la gente
fuese feliz, perdería su empleo…
—¡Ya lo
vas pillando, chaval! Pero yo no digo que no lo sean, a indispensables, me
refiero. Lo que digo es que si no tienen trabajo, no tienen por qué buscarlo en
los bajos fondos, creando más disgustos a la población por la que se supone que
velan. Siempre hay cosas que hacer. Por ejemplo, ordenar las estanterías…
Ambos
reímos la broma.
—No, en
serio. Pueden viajar a otros países para establecer nuevas relaciones; vigilar
que los intereses nacionales en puntos conflictivos están bien resguardados y no
sufren dolos o mermas; organizar una olimpiada… ¡Yo qué sé! Todo, menos crear
confusión en un país para descontentar al pueblo, y que así éste no piense en
que el verdadero enemigo no es, precisamente, el ratero que le roba el bolso a
una ancianita, sino el político que lo consiente.
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...y que así éste no piense en
que el verdadero enemigo no es, precisamente, el ratero que le roba el bolso a
una ancianita, sino el político que lo consiente. |
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—¿Sabes
mucho, eres un embaucador que finge que sabe, o crees que sabes y luego, nada de
nada?
—Yo no
sé nada, como Sócrates. Lo que sé, lo sé porque sumo dos y dos, que son cuatro…
—Ya…
Damas y caballeros: éste es H. K. Xepultura, indignado hipotecado y viceversa.
Ha sido un verdadero placer tenerte en nuestro espacio, H. K., y espera un
instante, porque por el pinganillo me dicen… A ver… Sí… Me dicen que hay mucha
gente contactando con nosotros, todos lectores nuestros, preguntándonos si vas a
volver a nuestro espacio a contarnos muchas más cosas.
—Eso
depende de vosotros. Si me invitáis…
—La
invitación es absolutamente formal desde ya.
—Pues
vale. Me llamáis, y vengo encantado por aquí a daros unas cuantas lecciones más.
—¿Te lo
han dicho alguna vez? Eres un «sobrao».
—¡Qué
va! Simplemente, en el país de los ciegos, el tuerto es el rey.
—¿No
has pensado en meterte en política?
—Sí,
pero no tengo ni puta idea de cómo va eso, y seguro que en dos o tres meses,
como soy un ignorante, me pillan en una prevaricación o algo parecido. Si yo
decido, decido con todas las consecuencias, no me ando con tapujos ni rodeos.
Además, te aclararé, no me gusta que me insulten públicamente… Yo tengo una
familia, y sufrirían mucho cada vez que contemplaran a un ciudadano serio y
formal señalándome con el dedo, gritando: «mirad, un político». ¡Oye, por
cierto! ¿Puedo dedicar un mensaje a la
lectudiencia? A los
lectores…
—Sí,
claro…
Lectudiencia...
—Queridos lectores y lectoras: su destino, el de todos ustedes, está, sobre
todo y fundamentalmente, en sus propias manos. Los demás influyen, sí, pero no
tanto como creemos, o al menos, no de la manera en que creemos. Mi consejo es:
trabajen duro, confíen, pero no se fíen de los demás; comiencen de nuevo, como
estoy haciendo yo. Acepten la situación tal como nos la dejan: todo va mal, y
podría ir peor… ¡Pero también podría ir mejor! Por eso, luchen por lo que creen,
organícense, colaboren, la ayuda mutua es vital para salir de la tormenta… y
sigan leyendo mucho. Quien lee, es más difícil de engañar. Por eso les engañan:
porque ellos leen más que ustedes. No lo consintamos.
¡Uf…!
—Muchas
gracias por tu presencia, H. K.
—A
vosotros… No estuvo tan mal. Buenas noches. |