quella fría noche de invierno, Marta deambulaba por el
cementerio como hacía cada noche desde que murió Víctor. Víctor
había sido su gran amor, la única pasión de su vida. Era el
único chico al que había amado y aún amaba, aunque este amor
nunca se había visto correspondido.
Esa noche, el ambiente parecía enrarecido. Daba la impresión de
que algo maligno pululaba por los vericuetos de aquellas
callejuelas repletas de lápidas mortuorias por ambos lados.
Marta, sin embargo, mantuvo la compostura. Apretó fuertemente el
puño hasta hundirse las uñas en la palma de la mano y continuó
la marcha. Ya nada la atemorizaba. Desde la pérdida de Víctor,
ya poco le importaba.
De improviso, un inesperado recuerdo le vino a la memoria,
recordándole la existencia de un extraño ser, un tétrico animal
cuyo aspecto se asemejaba al de un perro desnutrido y del que
emanaba un olor putrefacto.
Había oído decir que este terrorífico animal habitaba en el
cementerio, en aquel cementerio, y que, llegada la noche,
recorría sus rincones, alimentándose de los cadáveres y de los
recuerdos de sus seres queridos. La gente llamaba a esta extraña
presencia el Lumus, y era tan conocido como temido.
Pasó un tiempo inmensurable.
Cuando Marta se disponía a marcharse, apareció de la nada ese
terrible ser. Estaba envuelto en un misterioso halo, una
atmósfera de terror enrarecía el ambiente.
Tal vez, el Lumus esperaba una respuesta de pánico, de miedo,
pero nada más lejos. Marta se acercó poco a poco a él, y, cuando
estuvo cerca, se arrodilló ante él y se entregó.
Desde esa noche, nada más se supo de Marta. Pero la realidad es
que, a partir de entonces, el Lumus ya no está solo, que sus
noches en el cementerio ya no son tan solitarias ni tan frías.
Marta se quedó a su lado y, ahora, ambos habitan juntos en el
cementerio.
Finalmente, ella consiguió permanecer para siempre cerca de su
eterno amado.
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Un inesperado recuerdo le
vino a la memoria, recordándole la existencia de un
extraño ser, un tétrico animal cuyo aspecto se asemejaba
al de un perro desnutrido y del que emanaba un olor
putrefacto. |