La bendición de Salek
Que cada instante de vuestra existencia sea un paso más hacia la sabiduría.
Que cada acto os una más a quienes amáis.
Que cada día sea una oportunidad para hacer cosas buenas con vuestros semejantes.
Que la eterna belleza de la sonrisa de Dios repose en vuestros corazones para siempre.
«Mi riqueza está en mi mente, en mi corazón y en mis actos.»
(Viejo Proverbio de Marelisth)
Valdyn recordaba una de las sabias lecciones de Salek sobre los logros de las antiguas culturas de la Terra-mater. No olvidaba el profundo respeto que profesaba como discípulo cuando su maestro le transmitía su sabiduría y sus valores con el ejemplo. Amaba a aquel sabio anciano con una intensidad que sabía no se apagaría nunca… Años atrás, por aquel entonces, se encontraban en unas de las salas bibliotecas del palacio blanco de Marelisth y el Vicecanciller de Sillmarem, su Magister-tutor Noah Salek, le explicaba el nuevo renacer de las culturas de antaño en Sillmarem.
Exponiéndole un claro e interesante ejemplo que Valdyn no había olvidado hasta ese momento. Salek le había explicado cómo los antiguos romanos, especialmente en el Imperio, tenían un sentido de la limpieza general y de la higiene muy superior al de generaciones posteriores, en teoría mucho más avanzadas culturalmente.
—En Roma o, como los antiguos la denominaron posteriormente, «la Ciudad Eterna» o la «Ciudad de Rómulo y Remo», y en todas las ciudades de su magnífico y vasto Imperio, existían termas gigantescas —comenzó a contar el viejo maestro.
—¿Termas gigantescas, maestro, como las nuestras? —preguntó tímida y respetuosamente Valdyn con su aguda vocecita infantil.
—Oh, no mi travieso y pequeño colibrí, eran mucho, mucho más grandes que las nuestras de la actualidad —contestó Salek con una amplia sonrisa.
«Con odio no se puede vivir con libertad.»
Noah Salek
(Meditaciones sobre el equilibrio interior)
—Verás... —dijo Salek estirándose hacia atrás primero a la vez que cruzaba sus pies; después, juntó las yemas de los dedos, manteniendo apoyados sus codos en una cómoda cathedra (silla de brazos romana). Cerrando los ojos y adoptando una actitud retrospectiva, Valdyn, que conocía muy bien los hábitos de su maestro, que, en verdad, era para él como un padre, puesto que Valdyn fue huérfano a la edad de tres años, se sentó en el suelo, cruzó las piernas y, con ambas manos apoyadas en la barbilla y los ojos muy abiertos, se dispuso a escuchar muy atentamente la historia-lección de su maestro.
Este, con voz lejana, empezó su pequeña explicación.
—Verás, mi revoltoso colibrí, en días de los antiguos, la operación de lavado o el baño completo exigía una serie de operaciones sucesivas —dijo Salek oprimiendo un botón de su pulsera, al tiempo que desplegaba ante Valdyn un holograma en color de la antigua Roma.
—¿Operaciones? —preguntó Valdyn.
—Paciencia, paciencia; escuchar y callar es aprender —dijo Salek sonriente.
—Perdón, maestro —dijo con un susurro Valdyn.
—No importa... no importa; todos hemos sido jóvenes e impacientes, aunque a menudo lo olvidemos... A propósito, ¿por dónde iba? —preguntó Salek.
—Por la operación de lavado —dijo Valdyn disimulando sin éxito una sonrisa.
—Ah... sí... Hummm... Veo que prestas atención... Bien, hummm. Bien... Como te iba diciendo, la operación de lavado o el baño completo exigía una serie de operaciones sucesivas —en el holograma se materializaron ciudadanos romanos ataviados con sus túnicas, charlando o comiendo fruta, luciendo sus túnicas y joyas, y mostrando su privilegiado estatus social.
«Con sentimientos extremos, solo se suelen obtener resultados extremos
y no necesariamente buenos.»
Noah Salek
(El sutil control de las emociones)
Primero, cierta estancia en el aire caliente para trasudar; después, el baño caliente de limpieza y el baño frío para dar tersura a la piel, y, por último, el masaje y las fricciones —dijo Salek—. Por eso —añadió—, las dependencias de las termas eran tan variadas: la estufa (laconicum), la sala de baños calientes (caldarium), la de baños fríos (frigidarium), la cámara tibia (tepidarium) y, finalmente, las fricciones en el elaeothesium, por ejemplo; estaban también los apodyteria, que eran los vestuarios y el ephebeum o sala de gimnasia —explicó Salek, señalando las distintas salas desplegadas en un plano holográfico.
Mientras, Valdyn parecía como hipnotizado y devoraba las palabras que salían en constante orden y ritmo de los finos labios de su maestro.
—Había, además, salas de reunión y de conversación (xysti, exedrae), bibliotecas, paseos, tiendas de refrescos, etcétera. Era algo muy avanzado para su época. Fíjate, incluso la calefacción se hacía por medio del hypocaustum, que consistía en una cámara con un horno debajo del edificio, que transmitía el aire caliente a través de las paredes vacías hasta el techo. También había increíbles piscinas, entre otras muchas cosas. Su ingenio era de lo más fascinante —dijo señalando las imágenes de varios ciudadanos charlando en una piscina de mármol—. Por eso, nosotros, los Sillmarem, hemos rendido homenaje a las civilizaciones de antaño, manteniendo vivas, en la medida de nuestras posibilidades, las mejores virtudes de estas en el pasado, y adaptándolas a nuestras necesidades actuales y a los nuevos tiempos. Muchas de las cosas que ves a diario en nuestra vida cotidiana son fruto de la sabiduría de los antiguos, y qué mejor manera de proteger y valorar los logros y los frutos de los antiguos que manteniendo con vida lo mejor de su obra. ¿Acaso un gran artista, actor o científico no siente un profundo y grato placer ante el reconocimiento de su genio y de su obra? Pues ocurre exactamente lo mismo con las obras de los antiguos. Esa es nuestra herencia y hacemos un correcto uso de ella, poniéndola al servicio de las generaciones futuras —dijo Salek.
«Hasta el alma más hermosa puede marchitarse por el fuego de la amargura.»
Noah Salek
(El peligroso mal de la desesperanza)
Quienes ignoran su pasado ignoran quiénes son realmente en su presente y en qué pueden convertirse en el futuro.
—Entiendo. Maestro, ¿entonces, las pirámides del nuevo Egipto, el gran anfiteatro de Marelisth, el coloso de Nautilas, los jardines colgantes del palacio Real, la estatua de la libertad de Atlántida-Nova o las cuatro torres metálicas de Eiffel situadas en una de las doce islas Kirinos, donde vive Löthar Lakota, son... un tributo al pasado? —preguntó sorprendido Valdyn.
—Si, Valdyn.
—¡Oooh...! ¡Vaya...! —exclamó fascinado.
—Para mañana, repasaremos los grandes pensadores de la vieja tierra: Aristóteles, Platón, Sócrates, Séneca, Leonardo da vinci, Erasmo de Rotterdam, Babage, Einstein... entre otros muchos —dijo Salek.
Dicho esto, Valdyn se levantó. Salek había dado por concluida la clase.
Se acercó hasta su maestro, hincó la rodilla en el suelo, tomó la mano que le ofrecía Salek y la besó con profundo respeto a la ritual manera de Sillmarem.
Salek esbozó una sonrisa repleta de una infinita ternura.
—Ve en paz, hijo mío; no olvides que la eternidad tiene siempre la última palabra…
—No, maestro, no lo olvidaré —aseguró Valdyn.
—Que los Dioses te bendigan... y que el poder de la vida te fortalezca siempre —dijo Salek.
«Nuestra alma se mantiene sana y viva a través de buenos pensamientos,
unidos a buenos actos.»
Noah Salek
(El arte de la sabiduría es el arte de lo sencillo)
Dicho esto, Valdyn se levantó y, antes de salir por la puerta, se volvió e hizo una suave reverencia. Finalmente, se marchó.
En breves momentos, Valdyn salió de su largo río de recuerdos y pensamientos, y volvió en sí, a su realidad presente.
Frente por frente a él, los destellos del cristalino mar de Marelisth le obligaron a taparse ligeramente los ojos con la mano. Él dejó llevar descalzo por el rumor de las olas mientras paseaba por la orilla de una arena blanca y fina como el polvo del oro.
Entonces comprendió que el mayor y mejor regalo que un ser humano podía hacer a otro era enseñarle a amar la vida…