«Los tebeos
son los que
hicieron que
los sueños
nos
parecieran
reales y la
realidad un
sueño.»
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El Cruzado Negro, obra de Manuel Gago. Editorial Maga, 1961. Portada del número 1 de la colección. |
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odrigo Díaz
de Vivar, el
Cid, es un
mito español
de alcance
universal y
tal vez el
mayor de
todos los
héroes
guerreros de
la historia
de España.
Hombre de
frontera,
curtido
batallador,
prototipo
del
caballero
capitán de
mesnada de
la segunda
mitad del
siglo XI
español,
casi desde
el mismo
momento de
su muerte
fue objeto
de glosa
histórica y
literaria.
Acción,
historia y
aventura se
daban cita
como un
torbellino
en esas
páginas
inolvidables.
Porque a
nosotros nos
llamaba la
atención
todo lo que
era épico,
los héroes.
Los grandes
héroes
míticos de
la historia,
nosotros nos
identificábamos
con eso.
Quizá por
ello, el
Medievo ha
ocupado un
lugar
prominente
en nuestra
imaginación
y continúa
ejerciendo
una
fascinación
sobre todos
aquellos que
entramos en
su esfera de
influencia.
La Edad
Media...
¡Ah, los
castillos,
los
caballeros
valerosos,
los justas y
los torneos,
las
delicadas
damas
raptadas...!
Durante la
Edad Media,
la
credulidad y
la falta de
sentido
crítico eran
el mejor
alimento
para que el
error, las
fábulas, las
leyendas y
la
superstición
crecieran y
se
multiplicaran.
Relatos de
viajes
marítimos a
lugares
tenebrosos
certificaban
la
existencia
de islas
míticas,
razas
monstruosas
y animales
maravillosos.
Mucha de la
fantasía e
irracionalidad
que pueden
encontrarse
en el
imaginario
de la época
encontró en
la
historieta
un soporte
insustituible.
La gran
difusión de
los tebeos y
el enorme
éxito que
tuvieron
éstos no
hicieron más
que aumentar
la
curiosidad y
el interés
del lector
por el
Medievo.
Leíamos todo
lo que
éramos
capaces de
leer y
vivíamos,
sin saberlo,
el tiempo de
la formación
personal y
humana en
medio de una
época que
exigía y
daba muy
poco.
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Acción, historia y aventura se daban cita como un torbellino en esas páginas inolvidables. |
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Creo que, en
mi caso,
como en el
de otros
amigos
comunes,
iniciarse en
la lectura
de la
historieta
en las
décadas de
los 40/50,
no solamente
en la misma
atmósfera
del país de
entonces,
sino en las
mismas
publicaciones,
junto al
cine, desde
donde nos
empezábamos
a asomar al
mundo
mientras
jugábamos,
supusieron
la principal
fuente de
distracción.
Recibimos
con su
lectura una
incalculable
cantidad de
mensajes
directos e
indirectos
que
forzosamente
han influido
en nuestra
visión del
mundo y de
la sociedad,
no en vano
los tebeos
representaron
en esos años
el factor
cultural y
artístico
más
considerable
de la vida
en el Estado
español. Los
tebeos
forman parte
del bagaje
mental y
emocional de
mi
generación.
La lectura
de aquellos
tebeos tenía
que ver con
lo
prodigioso y
lo
sorprendente,
lo banal y
lo
cotidiano.
Leer era
así, para
nosotros los
niños de
posguerra,
como cruzar
ese Arco de
los Leales
Amadores
descrito en
el Amadís
de Gaula
y alcanzar,
a través de
él, una
realidad más
verdadera
que la que
nos rodeaba.
Los héroes
en la
historieta
posbélica se
pueden
definir como
un arquetipo
de
excelencia,
ya que el
héroe
muestra sus
esfuerzos y
sufrimientos
para
superarse
durante sus
hazañas. La
identificación
entre hombre
y héroe en
el tebeo de
la etapa
franquista
arrastra
mucho del
ideal
caballeresco
medieval,
que se
corresponde
perfectamente
con la idea
del
prestigio
individual y
el deseo por
inmortalizarse
a través de
algún hecho
inusual y
lleno de
riesgos.
No puede
decirse que,
dentro de la
historieta
ambientadas
en el
Medievo,
hayan tocado
el tema de
las cruzadas
como
escenario
temático
recurrente;
así, una
simple
ojeada al
panorama
tebeístico
de aquella
época sólo
me trae a la
memoria
El Caballero
de las tres
Cruces y
la colección
que ha
motivado
estas
líneas:
El Cruzado
Negro.
“El Cruzado
Negro”. Ficha
técnica
●
El Cruzado
Negro
●
Fecha de
publicación:
1961
●
Editorial:
Maga
(Valencia)
●
Colección:
56 números
●
Formato: 17
x 24 cm
●
Dibujante:
Manuel Gago
●
Guionista:
Manuel Gago
●
Época: Entre
los años
1174 y 1185
●
Protagonista:
Bernardo, el
Cruzado
Negro
(Palestino)
●
Personajes
históricos:
Amalrico I
(1135-1174),
rey de
Jerusalén
(1162-1174);
Balduino IV
‘el Leproso’
(1160-1185),
rey de
Jerusalén
(1174-1185)
y Saladino
(1138-1193),
sultán de
Egipto y
Siria
(1171-1193).
Balduino IV.
Lo que dice
la leyenda
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Frente a ellos se había alzado un enemigo poderoso, el sultán Saladino, llamado ‘el Magnífico’; dueño de Egipto, conduciendo sus tropas victoriosas desde el Mediterráneo hasta Mesopotamia, acababa de redondear la unidad del mundo musulmán y no ocultaba su intención de completar sus Estados apoderándose de Tierra Santa. |
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Aquel de
quien ahora
vamos a
hablar ha
sido
olvidado por
la historia.
Son raros
los libros
en los que
se puede
leer algo de
su vida
ejemplar. Se
llamaba
Balduino.
Tenía trece
años cuando
su padre
murió, el
poderoso
Amaury (o Amalrico),
rey de
Jerusalén,
que tanto y
tan
valientemente
había
luchado
contra los
infieles, y
llevado
hasta Egipto
la ofensiva
de las armas
francas.
Fue Balduino
un hermoso
niño,
extraordinariamente
bien dotado:
guapo de
rostro y de
cuerpo,
pronto y
abierto, tan
hábil en los
ejercicios
físicos como
aplicado en
los de la
inteligencia.
Su espíritu
era vivo, su
memoria
excelente y,
desde su más
tierna edad,
había
comprendido
cuán útil es
para un
príncipe
estar bien
cultivado.
Al mismo
tiempo, era
un caballero
perfecto,
tanto
montando sin
silla un
pequeño y
fogoso
caballo
árabe como
entendiéndoselas
con un
pesado
corcel de
Boulogne,
con armadura
de hierro, y
tan experto
cazando con
halcón como
nadando en
las aguas
del lago
Tiberiades.
Verdaderamente
un muchacho
magnífico.
Balduino IV,
rey de trece
años, no iba
a tardar en
saber que
estaba
leproso. La
Santa
Providencia
lo había
colocado a
la cabeza
del reino de
Palestina.
¿No debía
él, pues,
cumplir
hasta el fin
con su deber
de rey? Así
su vida,
aunque fuera
una agonía,
sería una
agonía
coronada,
una agonía a
caballo,
frente al
enemigo.
Viviendo él,
el infiel no
se
apoderaría
de
Jerusalén;
el musulmán
no hollaría
el Santo
Sepulcro.
Frente a
ellos se
había alzado
un enemigo
poderoso, el
sultán
Saladino,
llamado ‘el
Magnífico’;
dueño de
Egipto,
conduciendo
sus tropas
victoriosas
desde el
Mediterráneo
hasta
Mesopotamia,
acababa de
redondear la
unidad del
mundo
musulmán y
no ocultaba
su intención
de completar
sus Estados
apoderándose
de Tierra
Santa. Pero
Balduino, el
niño
leproso, era
un verdadero
descendiente
de los
cruzados, y
Saladino no
le causaba
temor.
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Con toda la fuerza que pudo reunir, Balduino se encerró en una ciudadela y se preparó para contraatacar. |
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En el otoño
de 1177, el
sultán atacó
con una
rapidez
terrible el
Reino de
Jerusalén,
dispersó las
primeras
tropas
francas que
encontró e
hizo
prisionero a
todo el
cuerpo de
reserva que
los barones
cristianos
acababan de
reclutar,
recorriendo
Palestina
como si
fuera su
propia casa.
Con toda la
fuerza que
pudo reunir,
Balduino se
encerró en
una
ciudadela y
se preparó
para
contraatacar.
El 27 de
noviembre,
Saladino,
que estaba
convencido
de que el
pequeño
leproso y su
puñado de
hombres
serían
incapaces de
hacerle
frente, se
halló de
improviso
ante una
tropa
resuelta con
la que no
contaba en
un
desfiladero
que los
cruzados
llamaban
Montgisard.
Fue una
admirable
victoria,
una victoria
que
merecería
ser tan
célebre como
lo fue la de
Bouvines...
A la cabeza
de sus
caballeros,
Balduino, el
rey leproso,
que había
conducido
las fuerzas,
carga sobre
carga, vio
salir
huyendo ante
él a
Saladino.
Tenía
entonces
diecisiete
años.
En el mes de
agosto de
1184, se
supo en
Jerusalén
que el
sultán
estaba
atacando el
fuerte del
Moab, la
ciudadela
cristiana
que defendía
el paso del
Mar Muerto.
Creyendo a
Balduino en
la agonía,
el turco
juzgaba la
ocasión
propicia;
esto era
conocer mal
al pequeño
héroe
cristiano.
¡Una orden!:
«¡Que me
coloquen en
una litera
llevada por
dos
caballos!
¡Que me
conduzcan en
medio de mis
tropas! ¡Con
la ayuda de
Cristo,
iremos a
libertar la
fortaleza
del ataque
de los
infieles!».
Y vieron
llegar al
rey,
efectivamente,
al campo de
batalla,
tendido en
la litera y
completamente
ciego, pero
joven y
sublime, y,
una vez más,
Saladino
abandonó el
campo,
huyó...
Ésta fue la
última
hazaña de
Balduino IV
‘el
Leproso’. El
16 de marzo
de 1185,
murió este
monarca
cristiano
con la misma
dignidad y
entereza que
había
vivido. Le
sepultaron
cerca de la
cima del
Gólgota, no
lejos del
Santo
Sepulcro.
El Cruzado
Negro
Éste es el
marco
histórico
donde se
desarrollan
las
aventuras de
nuestro
héroe:
Bernardo,
‘el Cruzado
Negro’.
Manuel Gago
se inspiró,
sin duda, en
lo
anteriormente
citado para
iniciar la
colección
del
Cruzado
Negro;
posteriormente,
el guión se
irá alejando
de la trama
histórica e
incluso
encontraremos
cierta
similitud
con El
Paladín
Audaz
(1957). Su
hermano, que
de niño fue
raptado por
la morisma,
es un
destacado
guerrero a
las ordenes
de Saladino.
En el
Cruzado
Negro se
nos presenta
a los
musulmanes
de Saladino
como
sanguinarios
profanadores
de iglesias,
brutales con
las mujeres
y niños,
etcétera, y
al mismo
Saladino,
como un ser
ruin y
cobarde, que
se ampara en
la
superioridad
numérica de
sus tropas.
Saladino. Lo
que nos dice
la historia
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«¡Con la ayuda de Cristo, iremos a libertar la fortaleza del ataque de los infieles!» |
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Este
soberano, de
amplia
inteligencia,
era un fiel
musline que,
en el campo
de batalla,
leía El
Corán,
observaba
los ayunos
diarios y
llevaba un
vestido de
tosca lana.
No conocía
fin más alto
que expulsar
a los
infieles de
las costas
sirias.
La situación
de los
cristianos,
ya entonces
desesperada,
se deterioró
aún más por
las
disensiones
intestinas
que
surgieron en
Tierra Santa
a la muerte
de
Amalrico,
rey de
Jerusalén,
en 1173. El
hijo de
éste,
Balduino IV,
que tenía
trece años
de edad y a
quien
carcomía la
lepra, no
podía
gobernar ni
dirigir una
guerra.
A partir de
este año, se
sucederán
las disputas
por el
poder, la
muerte
prematura
del rey
leproso, la
tregua rota
y, por
último, la
Guerra Santa
islámica que
culminaría
el 4 de
julio de
1187 con la
terrible
derrota del
ejército del
Reino en los
Cuernos de
Hittin, no
lejos del
lago de
Genezaret,
en la que el
rey quedó
preso, los
templarios y
sanjuanistas
cayeron en
manos del
enemigo y
luego
ejecutados,
la Santa
Cruz fue
tomada por
los
infieles,
Jerusalén
reconquistada
por los
mahometanos
y el Templo
se convirtió
de nuevo en
mezquita.
Saladino era
un hombre de
honor y, si
no trataba
con vencidos
crueles o
felones, era
generoso.
Austero y de
carácter
humilde, era
sensible al
dolor, lo
que le hacía
ser muy
prudente en
el
derramamiento
de sangre.
Al hacerse
cargo del
califato
(1171),
Saladino era
un hombre
bello, sobre
la treintena
de años,
guerrero
prudente y
tenaz y
también un
magnífico
conductor
caballeresco
y cortés: en
el curso de
los
combates, se
le ha visto
hasta
hacerle
llevar
helados y
caballos
frescos a
los
caballeros
cristianos
para
permitir
luego
reiniciar la
lucha.
Su
magnanimidad
quedó
demostrada
cuando tomó
Jerusalén en
1187,
observando
con los
vencidos un
trato que
contrastó
notablemente
con la gran
masacre
ocasionada
por los
cruzados
cuando la
tomaron 88
años antes.
Manuel Gago
y El
Cruzado
Negro
No era la
intención de
Gago
impartir
lecciones de
historia en
las
aventuras
del
Cruzado
Negro,
y, de
haberlo
intentado,
posiblemente
estos tebeos
no hubieran
visto la
luz. La
verdadera
historia de
las cruzadas
no cuadraba
con lo que
se nos decía
en la
escuela ni
en las
almibaradas
películas de
Hollywood.
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Y vieron llegar al rey, efectivamente, al campo de batalla, tendido en la litera y completamente ciego, pero joven y sublime, y, una vez más, Saladino abandonó el campo. |
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¿Podía Gago
decirnos que
las cruzadas
fueron un
fenómeno
socio-económico
y militar
basado en
creencias
religiosas?
Y,
limitándonos
a los
aspectos
bélicos,
¿podía Gago
decirnos
que, en
términos
generales,
puede
decirse que
la campaña
militar en
Palestina,
que duraría
casi dos
siglos,
constituyó
una serie de
desaciertos,
de derrotas
jalonadas
por unas
pocas
victorias,
la mayor de
las cuales
tuvo lugar
en los
comienzos
con la toma
de Jerusalén
en 1099.
Varios
factores
colaboraron
para la
derrota
final y a la
desaparición
del Reino de
Jerusalén en
1291. La
pesada
caballería
cristiana
arrollaba
todo a su
paso, pero,
pasada la
sorpresa y
derrota
sarracena
inicial,
Saladino
—Salad
el-Din
Yusef— supo
transformar
la virtud en
debilidad y
causó
estragos con
la movilidad
de su
caballería
ligera y sus
cuerpos de
arqueros,
que,
conociendo
la
vulnerabilidad
de un hombre
de a pie en
el desierto,
elegían como
blanco a los
caballos.
Disponía,
además, de
mayor
cantidad de
hombres y,
cuando pudo,
aplicó la
desgastante
guerra de
guerrillas.
Su táctica
bélica
incluía el
uso de
tropas de
caballería
ligeras
armadas con
arco y
flechas,
ocasionando
así
permanentes
bajas a las
tropas
cristianas
desde que
iniciaban la
retirada
ventajosa
por
conocimiento
del terreno
y por menos
peso, antes
de que la
reacción
tuviera
eficacia.
Sólo cuando
tuvo razones
firmes para
la victoria
aceptó el
combate
formal.
Se puede
señalar
también un
factor
comunicacional.
Todos los
ejércitos
musulmanes
en
operaciones
llevaban
consigo
palomas
mensajeras
—medio
desconocido
por los
francos en
aquella
época— que
pertenecían
a distintas
plazas, las
cuales, al
ser soltadas
con un
mensaje,
volvían a su
lugar de
origen. A
medida que
se fue
organizando
la
movilización
contra los
invasores
cruzados,
fueron
entrando en
funciones
servicios
regulares de
palomas
mensajeras
entre
Damasco,
Alepo, El
Cairo y
otras
ciudades, de
tal manera
que la
información
rápida de
que
dispusieron
no la tenían
los
cruzados.
Mucho costó,
en sangre y
en vidas, a
los cruzados
aprender las
duras
lecciones de
movilidad
que
enseñaban
los
sarracenos.
Los
sarracenos
también eran
buenos
combatientes,
que suplían
con astucia
el coraje
desenfrenado
de los
francos.
Distinguir
las falsas
de las
verdaderas
retiradas,
reconocer
las
emboscadas...
En una
palabra, «la
salvaje
impetuosidad
de los
primeros
cruzados
había
desaparecido».
La censura
del Gobierno
de la
Dictadura se
cebó en
todos los
ámbitos de
la cultura y
muy
especialmente
en la
historieta
nacional. El
fenómeno más
relevante en
este período
es la
superior
incidencia
sobre los
textos de la
propia
censura
ejercida por
la
editorial,
esto es, la
‘autocensura’.
La mayoría
de cambios
realizados
sobre los
tebeos
venían ya
dados antes
de que éstos
pasara por
la Junta de
Apreciación
y Censura (o
equivalente).
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A la
cabeza
de
sus
caballeros,
Balduino,
el
rey
leproso,
que
había
conducido
las
fuerzas,
carga
sobre
carga,
vio
salir
huyendo
ante
él a
Saladino.
Tenía
entonces
diecisiete
años. |
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Las
características
del trabajo
de Gago en
El
Cruzado
Negro no
difieren en
demasía de
las muchas
colecciones
que dibujará
en esos
años. Su
dibujo,
simples
bocetos en
algunas
ocasiones,
es ágil y
directo, y
presenta
buen ritmo y
una
magnífica
elección de
los
encuadres.
Estamos ante
un dibujante
con especial
talento para
describir
secuencias
de acción,
merced a una
capacidad
especial
para
descomponerlas
en imágenes.
Si el mejor
calificativo
que se puede
aplicar a
unos dibujos
es que sean
narrativos,
los de
Manuel Gago
lo son.
También
están
dotados de
una
extraordinaria
sensación de
movimiento.
Gago es
también un
narrador
excepcional.
Dosifica sus
ingredientes
para
mantener la
tensión en
todo
momento.
En realidad,
en El
Cruzado
Negro no
hay nada
sorprendente,
nada que no
haya sido
contado con
anterioridad,
pero la
perfecta
conjugación
de los
elementos de
la
planificación
con la trama
que se narra
logran un
conjunto
valido. En
resumen,
El Cruzado
Negro
proporciona
al lector
ingredientes
suficientes
como para
mantener un
creciente
interés en
su viaje
imaginario
al Medioevo.
Apunte final
Jerusalén
cayó en
manos del
Islam el 2
de julio de
1187. No
entraría la
Cristiandad
en ella
hasta la
Primera Gran
Guerra, en
1917 (730
años
después),
cuando el
general
Allenby
derrotó a
los turcos
en Gaza.
Lord Edmund
Henry Hynman
Allenby
(1861-1936),
el último
gran líder
británico de
Caballería
Montada que
dirigió las
operaciones
en la
campaña de
Palestina
durante esa
primera
contienda
universal,
precursora y
cruel
premonición
de la que
sufriría de
nuevo la
humanidad
veinte años
más tarde.
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